lunes, 20 de septiembre de 2010

Capítulo 15: Paranoid.


Esto es parte del capítulo quince. No he podido subirlo todo porque tiene sesenta folios, así que he subido los veintiséis primeros para que nos os desesperéis, y el viernes subiré el resto. Lo hago así porque seguramente quedaría demasiado atosigante publicarlo todo de un tirón. Esta primera parte no tiene mucho de Hermione y Draco, pero no os preocupéis que las siquientes 25 páginas está plagado de Dramione, ¿ok? Ahora me he centrado un poco en Blaise y en su pasado, así que hay un poco de slash, espero que os guste.

¡A leer!

Disclaimer: Personajes de JK Rowling.

Capítulo 15 (Primera parte): Paranoid

PVO Draco

Está estadísticamente comprobado que en cuanto haces una promesa, tarde o temprano acaba rompiéndose. No es que sea culpa tuya, -en fin, casi nunca lo es- pero cuando ciertos factores se juntan, es inevitable que suceda.

Prometer es complicado. Si eres una persona de honor -lo que en la mayoría de los casos no me incluye- hacer un juramento de este tipo hace que la conciencia te corroa por dentro. Quizá alguien te hizo prometer que nunca le dirías a X persona que le robó una caja de ranas de chocolate; por ello, cuando X está buscando sus queridísimas ranas para zampárselas, tú debes callarte por honor y lealtad hacia esa persona, pero, por otro lado, sientes que estás traicionando a X.

Romper esa promesa, sin embargo, es lo más fácil del universo. No hace falta mucho más que ofrecer dinero y poder. Tú me dices, yo te doy. Tal vez, si eres de esos que aun conservas algo de decencia, incluso puedas faltar a tu juramento solamente a medias. Tú sabes quién fue el que robó las ranas de chocolate, pero no hace falta que le digas a X alguien en concreto. No estás obligado a ello, pese a que algo en tu interior te dice que deberías soltarlo. Quizá hasta lo hagas. Lo que sí se acaba haciendo la mayoría de los casos, es decir la verdad a medias: No le dirás quién fue, pero sí que se la robaron.

Eso te deja en territorio neutral, y lo que es peor: traicionando a los dos bandos. Has delatado que robaron las ranas cuando te hicieron prometer que no, y has confesado que sabes que se la robaron, pero no dices quién. Y al final, elijas la opción que elijas, y eres tú el que acabas jodido.

El ser humano es egoísta por naturaleza, un animal con mente desarrollada, pero animal de todos modos. Si pones a un león en un aprieto, lo único que éste querrá es sobrevivir a toda costa. Da igual si con ello debe sacrificar a otro león, o debe comerse un antílope. No hay lugar para el remordimiento cuando sabes que has ganado algo más de tiempo. Nosotros actuamos igual, aunque pocos lo quieran confesar.

Y este planteamiento es la causa de que yo prometa única y exclusivamente a mí mismo. Prometerse algo te deja condenado de por vida. Puede que no te importarse quedar como un chivato cuando se trata de otra persona, pero es algo completamente diferente en este caso: No traicionas a nadie, sino a la imagen que todas las mañanas se refleja en el espejo cuando te miras. No hago promesas a nadie, y no suelo hacérmelas si sé que no voy a cumplirlas. Vivo por mí y para mí, exceptuando a mi madre. No es que sea feliz, pero al menos me ayuda a convivir con los fantasmas de mis pesadillas. Aprendí la lección con diecisiete años a base de sudor y sangre, y ahora que soy adulto aún prevalece. Puedes vivir sabiendo que le has fallado a un par de amigos, pero es imposible cuando se trata de ti. Da igual si los factores externos no te favorecían, si es una fuerza mayor o un objetivo aún más alto lo que crea la consecuencia. Al final, siempre sabrás en el fondo de tu alma que te has traicionado.

Y yo me estaba traicionando.

Mientras mis labios y los de Granger se buscaban a tientas, ese pensamiento pasó fugaz por mi cabeza. Pero no podía parar, no quería parar. Si me preguntasen porqué lo estaba haciendo, no sabría qué responder, ¿venganza, odio, deseo? Ni siquiera yo mismo entendía qué me llevó a besarla. Pero no me importaba. Yo sólo quería aferrarme a ese momento, ese instante finito en el que me había dejado arrastrar sin pensar en las consecuencias, sin calcular los factores de riesgo.

En un primer momento creo que sólo quise incomodarla, transmitirle mi odio y supremacía, pero cuando dejó escapar un gemido lastimero y entreabrió su boca para encontrar mi lengua, supe que estaba perdido. Y esa verdad era un puñetazo a mis principios. Olvidé quién era ella, quién era yo, sucumbiendo a la atracción, ese hilo fino y transparente que un día aparece para no irse jamás. Es curioso que lo que la cordura no pudor juntar, acabe uniéndolo el sexo. Supongo que es porque, al igual que las matemáticas, es un lenguaje universal que todos entendemos.

Era increíble la sensación de tenerla cerca, lo que producía su contacto cuando me acariciaba la nuca con sus finos dedos, dejando que mi cabello se enredara en ellos. Mis manos recorrían con furia el contorno de su cintura, deslizándose a la par del agua que nos empapaba hacia terreno inexplorado. Llegué a sus muslos sin obstáculos imprevistos, y cuando le alcé una pierna para que rodeara mi cintura, interrumpió nuestro beso para dejar que un pequeño grito de placer hablar en su nombre. Echó la cabeza hacia atrás, momento que yo aproveché para lamerle el cuello, mordisquearle la mandíbula y detenerme en el lóbulo de su oreja. Se estremecía con cada toque, cada aliento que se deslizaba por su piel. Me sentía poderoso, y el poder siempre me ha atraído, como la miel a las abejas.

Me deshice con rapidez del chaleco y la camisa, sólo para obtener el placer de notar cómo sus uñas arañaban la carne de mi espalda. Nunca imaginé que placer y Granger cupieran en la misma frase. Estaba resbaladiza, toda ella, y fue fácil subirle el vestido. Oh, joder, tenía un trasero de infarto. Toda ella era pequeña y apetecible, semejante a una onza de chocolate derritiéndose en tu boca.

- Te gusta - le dije, apartándome de ella un poco. Tenía las mejillas coloradas, el cabello pegado al rostro, y los ojos entrecerrados. Me acerqué a su oído, susurrándole las siguientes palabras-: No importa que tu mente lo niegue, porque tu cuerpo dice lo contrario. -Cuando una de mis manos rozó su pecho, sus piernas flaquearon y se dejó apoyar en la pared de la bañera. Tuve que sofocar su grito con un beso-. En el fondo de tu alma sabes que esto es lo que querías, y lo has obtenido. La pregunta es, ¿vas a jugar, o a retirarte?

Me jaló del cabello con brusquedad, mordiéndome el cuello con tanta fiereza que no albergué dudas de que mañana amanecería con una marca. Moriría con la señal de haber mantenido sexo en mi piel. Muy oportuno. Un estremecimiento me recorrió la columna cuando su lengua tomó contacto con mi piel, poniéndome aún más en el límite.

Nuestros ojos se encontraron, y supe que ella veía en los míos lo mismo que yo vislumbraba en los suyos: Pasión, ira y traición. Respirábamos con dificultad, pero ninguno de los dos movimos.

- Puede que me haya condenado, Malfoy, a descender a los infiernos. Pero tú te vienes conmigo.

Amén.

No era ni física, ni química. Aquello era alquimia: Dos elementos opuestos que al fundirse crean una magia sin límites. Lo teóricamente imposible, llevado a lo prácticamente probable, como el sol en la noche, o la luna en el día. Un hecho que se daba una vez cada mil años y cambiaba las reglas del universo.

No tuve paciencia para ocuparme de la cremallera atascada del vestido, así que finalmente lo desgarré en un ataque de urgencia. A la mierda, ya se compraría otro. Lo único que me preocupaba era tener tumbada en mi cama y hundirme en ella hasta lo más profundo una, y otra, y otra vez, que los dos cayésemos exhaustos sobre las sábanas. Quería verla gritar mi nombre, suplicarme que no parara, implorar que le diera más, que me deseara como nunca antes había deseado a nadie. Quería manejarla a mi antojo.

El único tirante del vestido se deslizó con un simple toque de mis dedos, y ella quedó expuesta de cintura para arriba. Su piel estaba erizada, y su pecho ascendía y descendía a un ritmo frenético. La cabeza empezó a darme vueltas cuando vi su mirada y supe lo que quería. Al pasar la lengua por sus pezones, jadeó sin poder contenerse. Ah, sí, era puro poder. Y que me lanzaran un rayo en ese instante si no me gustaba.

Volvimos a besarnos, mordisqueándonos los labios, haciéndonos sangre, y al apartarle el cabello del rostro, ella besó la palma de mi mano, reteniéndola con la suya. Era un gesto íntimo, excitante y sensual. Su lengua acarició mi muñeca sin apartar sus ojos oscuros de los míos, haciendo círculos alrededor. Luego, su boca fue descendiendo por mi antebrazo…

Su mano se crispó, sujetando mi muñeca con fuerza, y vi en su rostro contorsionado el reflejo de algo que antes no estaba ahí. Terror. Algo la había desestabilizado, y cuando seguí el rumbo de su mirada para saber qué era, supe antes de que lo dijera que aquello se había acabado.

- ¿Qué estoy haciendo? - intenté acariciarla, pero ella apartó su cara. Sus ojos estaban fijos en la Marca Tenebrosa que yo tenía tatuada en mi antebrazo. Aquellos dedos, que tan solo unos segundos antes me habían excitado, ahora parecían estar carentes de vida - ¿Qué estoy haciendo?

No pude responder.

- Hermione…

- ¡No! - me gritó, negando con la cabeza mientras me apartaba de un empujón. - ¡No me llames Hermione! ¡Tú, no! Para ti soy Granger, ¡Granger la sabelotodo, la sangresucia, la dientes de conejo! -emitió un sollozo y salió de la bañera - Oh, Dios, ¿qué he hecho?

- No hicimos nada malo - repuse -. Somos adultos, podemos darnos un revolcón y…

- ¡No podemos hacer esto! ¡No podemos! -Lloraba de rabia y desconcierto- Me odias, si me hiciste la vida imposible en el colegio, ¡hasta negaste reconocerme cuando me estaban torturando en esta misma casa!

- Eso sucedió hace años, y éramos unos críos.

- Incluso siendo una cría, supe elegir el bando correcto. No me convertí en mortífago.

Me envaré por la alusión, evaporándose la magia de golpe. Mis ojos eran fríos de nuevo, y mi actitud regresaba a su arrogancia de siempre.

- Ni te atrevas a juzgarme. -Exclamé, apretando los puños para aguantarme las ganas de zarandearla-. He pasado años escuchando la misma mierda, la misma cantinela allá por dónde voy. Sí, fui un mortífago, pero nunca he matado a nadie.

- ¿Y crees que eso te excusa? Intentaste acabar con Dumbledore. Si Snape no hubiera aparecido tú… - dejó el resto en el aire, esperando que yo dijera algo en mi defensa. No lo hice. El orgullo me lo impedía. Mis principios me lo impedían. Ella me miró unos instantes más, y un rayo de esperanza pasó por sus ojos, muriendo cuando no añadí nada. Se apretó la tela del vestido ocultando sus pechos, dándome la espalda se dirigió a la salida limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano - La gente nunca cambia, ¿cierto?

- No, nunca cambia - le mentí - Y si lo hace, siempre es para peor.

- ¿Como tú?

- Como yo.

Y sin añadir nada más salió del baño, dejándome solo con mis fantasmas.

El pasado regresaba a buscarme. Y vaya momento más oportuno para hacerlo.

Esa noche, me tocaba luchar para sobrevivir.

Otra vez.

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Ronald Weasley siempre ha tenido complejo de segundón. Desde que tuvo uso de razón, Ron no recordaba nada que tuviese que no perteneciera antes a sus hermanos. Incluso su rata Scabbers, que luego se descubrió que era Peter Petigrew, había sido heredada. Y antes de llegar al Hogwarts, tuvo la certeza de que tendría que lidiar con la reputación de sus antecesores: Bill el inteligente, Percy el correcto, y los gemelos y sus actitudes incorregibles. Hasta Charlie era conocido por sus hazañas. ¿Cómo podría él luchar contra todos ellos y ganarse un hueco por sí solo? ¿Qué sería él? La sombra se alargó aún más cuando Harry entró en escena. Apreciaba a su mejor amigo más que a nada en el mundo, pero no podía evitar el gusanillo de envidia que le corroía cuando él era reconocido allá dónde iban. Harry era llamado por su nombre y su apellido, mientras que él simplemente era considerado "el amigo de Harry Potter", sin nombre, apellido, ni nada que mencionar.

Cuando la guerra acabó, Ron pensó que toda la historia del segundón quedaría olvidada: Había sobrevivido, tenía un trabajo como auror y encima estaba enamorado de Hermione. La vida por fin le sonreía. Ahora era Ronald Weasley.

Sin embargo, la cosa no tardó mucho en torcerse. Su trabajo le satisfacía, le gustaba ver que la gente le reconocía e incluso le pedía un autógrafo, pero lo que no le hizo gracia fue ver que Hermione tuviese ambición. Se quedaba trabajando hasta altas horas de la noche, apenas se veían en casa, y cuando estaban en el Ministerio, ella ni siquiera le prestaba la suficiente atención. Ron no pudo entender porqué no podía conformarse con lo que tenía, conformarse con él, sin desear esa maldita plaza en el departamento de Leyes Mágicas. Cuánto más intentaba acercarse a ella, más se alejaba Hermione, hasta tal punto que parecían dos extraños compartiendo cama. Volvía nuevamente a ser el segundón.

- Hermione, esto debe parar -. Le dijo una noche, harto de todo.

- ¿Parar el qué?

- ¡Esto! -exclamó, arrancándole los pergaminos de las manos para que le prestara atención- He estado dos semanas en Finlandia, y ahora que regreso buscando un poco de paz y tiempo para estar contigo, tú prefieres quedarte aquí, leyendo y traduciendo tratados sin parar, ¿es que no me has echado de menos?

Hermione se levantó de la silla donde estaba sentada, acercándose a él para tocarle la mejilla.

- Claro que te extrañé, Ron, cada segundo -le besó en los labios rápidamente, y volvió a sentarse en su escritorio-. Pero tengo trabajo que hacer.

- Déjalo.

- No puedo. Tengo que entregarlo mañana temprano.

- No, me refiero al trabajo. Hermione, con mi sueldo de auror tenemos lo suficiente para mantenernos, y también le echo una mano a George en la tienda los fines de semana. Con esos ingresos, es suficiente para mantenernos. Tú podrías dejarlo, no trabajar más.

- Amo mi trabajo, Ron.

- Ese es el problema: Lo amas más que a mí.

Un mes más tarde, Ron abandonó la casa que compartían y no volvió a mirar atrás.

Después de su ruptura con Hermione, Ron salió con muchas chicas. Algunas guapas, otras no tan guapas, y unas cuantas simplemente feas. No le importaba cómo fueran, siempre y cuando pudiera sentir durante unas horas que era importante para alguien, aunque esa persona lo estuviera envolviendo en una burbuja de mentiras. Dicen que el ser humano miente más que habla, porque muchas veces se engaña a sí mismo. Ron era una prueba de ello.

Aquello le sirvió durante meses, hasta que un día, estando en la cama con una de ellas, llamó a la chica con el nombre equivocado.

- Me llamo Patricia.

- ¿Qué?

- Que soy Patricia, no Hermione.

Entonces, Ron comprendió que estaba en el camino equivocado intentando tapar su vacío, ocultar su dolor, en brazos de mujeres que ni a él le importaban, ni ellas le echaban cuentas. No podía seguir adelante si no superaba sus miedos, si no dejaba atrás su fatídica relación con Hermione y ese complejo de segundón.

Se propuso intentar ver el lado positivo a las cosas, recuperar no el amor de Hermione -aquello no tenia sentido- pero al menos la amistad que antaño habían mantenido, y sobretodo no verse como la sombra de nadie.

Hasta ahora había tenido éxito… pero llegó Pansy.

Pansy Parkinson, esa chica huraña que él recordaba de sus años en Hogwarts por se lo más petulante tras Malfoy. Pansy, que ahora dormía en su cama, desnuda bajo las sábanas tras haberle hecho el amor. Al principio, Ron no había preguntado, pero ahora, pensando fríamente, volvían a cernirse sobre él las dudas. Ella era hermosa, inteligente, y atractiva. Llamaba la atención, y ella lo sabía y se vanagloriaba de ello. Le gusta agradar, ser admirada por otros. ¿Por qué lo había elegido Pansy, teniendo tantos tipos atractivos a su alrededor? ¿Qué le veía que no tenían otros? ¿Se conformó con él porque no había nadie más?

Bajo su fachada de femme fatale, Pansy escondía a una mujer vulnerable, sensible y valiente, que tenía miedos y debilidades como cualquier persona. No estaba enamorado de Pansy, conocía muy poco sobre ella, pero lo que había visto hasta el momento le gustaba. Mucho. Y no le agradaba pensar que ella estuviera con otros ahora, que lo tratara como… como…

Como un segundón.

Pansy abrió los ojos lentamente, y vio a Ron sentado en la cama, con los boxer puestos; tenía los codos apoyado en las rodillas, las manos cruzadas, y la cabeza gacha en actitud pensativa. Aunque era de noche, su perfil se veía claramente gracias a las pocas velas que permanecían encendidas. Tenía una espalda ancha, musculosa, llena de pecas por todos lados. Una cicatriz en el hombro derecho en forma de estrella resaltaba sobre la piel en un tono morado, señal inequívoca de que el hechizo le había dado de lleno en alguna trifulca.

- ¿Ron? - cuando escuchó su nombre, la miró por encima del hombro, pero no se movió.

- Vuelve a dormirte. Aún es noche cerrada.

- ¿Va todo bien?

- Sí.

Pansy se arrastró por la cama, manteniendo la sábana enrollada a su cuerpo. Cuando estuvo a espaldas de Ron, le sujetó suavemente el mentón y le hizo girar la cara para mirar sus ojos.

- ¿Seguro?

Él le acarició el cabello, la mejillas y sus labios. Una triste sonrisa se dibujó en su boca.

- No entiendo qué hace una chica como tú con alguien como yo.

Pansy pasó sus brazos por los hombros de Ron, apoyando la cabeza en su hombro. Notó un estremecimiento cuando posó sus labios en el cuello y le mordió el lóbulo de la oreja.

- Eso mismo me pregunto yo, ¿cómo alguien podría estar con un tío que hace lo que puede para entenderme y que me ha prometido no hacerme llorar nunca más? ¿Cómo soportar tener a alguien al lado que me hace reír y desesperar a partes iguales? ¿Que le gusto por lo que soy y no por quién cree que soy? -lo empujó hacia atrás, dejándolo tumbado en la cama. Luego, Pansy se deslizó hasta quedar sentada a horcajadas entre sus piernas. Tenia los ojos azules brillantes, una ceja arqueada y la boca fruncida en una mueca divertida - No, no. Debo estar loca.

- Cuando lo expones de ese modo, parece que soy todo un caballero.

- ¿Acaso no lo eres? -Pregunto ella, fingiendo sorpresa.

Ron la sujetó por las caderas, arrugando parte de la sábanas entre sus puños. Estaba hermosa, con el cabello largo cayéndole sobre el rostro y esa mirada misteriosa.

- Créeme, no puedo ser un caballero cuando estoy contigo: Haces que mi mente se ofusque y empiece a imaginar la de miles de cosas que puedo hacerte en esta postura. Además, me provocas.

Pansy echó la cabeza hacia atrás y rió.

- ¿Me estás acusando de pervertirte?

- Por supuesto -convino él, apartando un mechón de su rostro-. Aunque debo decir que me encanta la experiencia.

Ella permaneció en silencio, observando su rostro, sus pecas, la nariz afilada y el mentón.

- Me gustas, Ron. Me gustas de verdad. Si fuera posible, me sentiría feliz si pudiéramos… -pareció dudar, pero finalmente soltó- Intentar algo. Ya sabes, como una pareja. Tener algo más allá del sexo. Serías mi primer novio -sonrió tímidamente-. No sé mucho sobre parejas, salvo por lo que me han contado, pero quizá nos vaya bien.

- ¿De verdad?

- De verdad.

Pero lo que más le gustaba a Ron, era el pensar que era el primero en su lista intimidantemente kilométrica de amantes -de la cual personalmente se encargaría de reducir a uno solo-. Estaba en su casa, su dormitorio y su cama. Para ella, no era "el amigo de…", ni "el hermano de…". Pansy quería que fuese su novio, y aquello, no era precisamente ser un segundón.

Por fin había llegado al primer puesto de la lista.

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Blaise Zabinni fumaba en contadas ocasiones, y ésta era una de ellas: La hora bruja. Estaba sentado en el salón de la mítica Grimauld Place, con las velas apagadas, dando caladas a su cigarrillo de clavo de vez en cuando, mientras observaba el ir y venir del Londres muggle tras los amplios ventanales. En su casa, cuando tenía una pesadilla, siempre hacía la misma rutina. Se despertaba sudando, se daba una ducha, sentándose a oscuras en el sillón de su dormitorio a fumar hasta que su corazón regresaba a su ritmo normal y volvía a dormirse. Pero esa noche no podía, la ansiedad no le permitía conciliar el sueño por muchos cigarrillos y silencio que embargara la casa.

Un grupo de tres chicos apareció en la plaza. Vestían de manera informal, con vaqueros y camisas de diferentes colores, hablando a pleno pulmón como si fueran los últimos seres en habitar la tierra. Uno de ellos, de pelo corto y negro, se encaramó a una farola y entonó Paranoid de Black Sabbath, una canción que trasladó a Blaise a Hogwarts de nuevo.

Las personas piensan que estoy demente porque frunzo el ceño todo el tiempo

Todo el día pienso en cosas pero nada parece satisfacerme

Pienso que perderé mi mente si no hallo algo para pacificarla.

La primera vez que Zabinni escuchó Paranoid fue el último día antes de las vacaciones de verano, en su tercer año en Hogwarts. Draco había desaparecido con Pansy hacía un buen rato, Nott se había ido a dormir, como siempre, muy temprano, así que ahí estaba Zabinni: solo a medianoche en medio de uno de los pasillos de la escuela, regresando a Slytherin sin ser visto por ese asqueroso squib y su repugnante gata. Volvía de una fiesta con los de su casa en la torre de Astronomía donde el lema sexo, drogas y rock and roll había tomado un nuevo matiz en la última fiesta del curso, cuando escuchó voces en una de las aulas. Acercárdose de puntillas, pegó la oreja a la puerta para escuchar; ésta cedió varios centímetros, dejando el hueco suficiente para que Blaise pudiera echar un vistazo.

Los pupitres de madera estaban retirados del centro, y tan solo una de las velas del aula parecía estar prendida, iluminando el pequeño círculo. Y allí, con sábanas y mantas por el suelo, había una pareja en pie. Ambos estaban desnudos, y al parecer, sumidos en una discusión.

- No puedo creer que me estés dejando - era una chica rubia, alta y bastante atlética. Aunque apenas se distinguía su rostro, Zabinni reconoció por la voz nasal de Alicia Spinnet, jugadora del equipo de Quidditch de Gryffindor.

- No te estoy dejando, Ali. No puedo romper una relación que nunca empezó. - Blaise se llevó las manos a la boca para contener la risa ante tal respuesta. Si no fuera porque ese muchacho era alto, fornido y de pelo castaño, habría creído que se trataba del propio Draco. El mismo tono neutro, aunque sin la prepotencia que caracterizaba a su amigo. Simplemente estaba exponiendo un hecho -. Sabías que esto pasaría. Nunca te prometí nada. Si te hiciste ilusiones, lo siento mucho, pero nunca tuve intención de llegar a algo más.

Spinnet empezó a vestirse, recogiendo piezas de su uniforme y poniéndoselas sin prestar atención

- Eres un cerdo -. Blaise no podía comprobarlo, pero por cómo dejó escapar un sonido lastimero, apostaría cien galeones a que estaba llorando. - Pero la culpa es mía, por ser tan idiota y creer que… que tú… - se restregó la mano por las mejillas con brusquedad, y luego encaró nuevamente al chico - Da gracias a que no traigo mi varita, sino bien podría echarte una maldición.

- Me odias. Lo sé. Pero con el tiempo te darás cuenta de que fue la decisión correcta. Espero que podamos ser amigos, al menos.

- ¡Y una mierda! - exclamó ella, terminándose de poner la túnica negra - No quiero que me hables, ni me mires, mucho menos que seamos amigos - se echó el pelo hacia atrás, y dio unos pasos hacia la puerta pero, antes de alcanzarla, se detuvo y giró la cabeza hacia el muchacho, que aún permanecía de espaldas - Para mí estás muerto, Oliver. Haz tu vida y déjame en paz.

Y dicho esto, Alicia salió como un vendaval por la puerta, pasando por delante de Zabinni sin siquiera percatarse de su presencia. Vaya, pensó el muchacho, así que Oliver Wood, capitán del Equipo de Quidditch de Gryffindor, tenía un lado más oscuro que podía rivalizar con el mismísimo Salazar. Sólo de pensar en lo bien que se lo pasaría contándole la historia a Draco se relamía de impaciencia.

Pero cuando Zabinni se dio la vuelta para proseguir su camino hacia las mazmorras, una figura alta, de anchos hombros y desnuda se interponía entre él y su destino.

Mierda.

- Ah, hola. Bonita noche, ¿verdad?

Blaise nunca supo la respuesta, porque Oliver Wood estaba más interesado en otros menesteres. Cogiéndole del cuello con una sola mano, lo arrastró hasta el interior del aula y cerró la puerta tras él, apoyándole en ella de un solo golpe. Zabinni masculló una maldición.

- Ey, con delicadeza, ¿vale? Me gustaría llegar entero a los dieciocho.

- ¿Nos estabas espiando?

Los ojos oscuros de Oliver se veían amenazadores, con el ceño fruncido y esa vena que le palpitaba en el cuello y no auguraba nada bueno. Blaise levantó las manos, intentando apaciguar los ánimos y ganar algo de tiempo para excusarse y no morir en el intento.

- No fue mi intención husmear. Escuché movimiento en el aula, y me acerqué a ver qué ocurría - le sonrió al jugador de quidditch, pero éste seguía serio, y bastante enfadado - No oí nada. - al ver que Oliver seguía sin soltarlo y en silencio, Zabinni recurrió a lo único que sabía que podría liberarlo de tal lío - Oye, no puedes matarme. Soy Blaise Zabinni, de Slytherin. Un alumno de tercero. Si desaparezco, mañana todos estarán buscándome. No creo que un chico como tú quiera pasar una larga temporada en Azkaban por un lío de faldas.

- ¿Cómo sabes que fue por un lío de faldas si no estabas espiando?

¡Improvisa! ¡Improvisa!

- No hay que ser muy listo - exclamó con diversión, volviendo a levantar las manos señaló a Oliver - Chico desnudo. Chica que se larga convertida en banshee… una de dos: O eres una mierda en la cama o la estabas dejando.

- Te crees muy listo, ¿no?

- Bueno, habría dicho que sí hace cinco minutos, pero teniendo en cuenta mi situación, no estoy del todo seguro, ¿tú qué opinas?

Zabinni tragó saliva. Joder, ¿cómo podía ser que tuviese ganas de bromear cuando su aspecto físico estaba en peligro inminente? A esta velocidad, se veía en la enfermería en menos que se tardaba en decir Lumos. Sin embargo, Oliver pareció no tomárselo a mal. A pesar de que lo mantenía asido del cuello y aún con el ceño fruncido, sus ojos brillaron con diversión. Wood acercó su rostro al de Zabinni, y éste pudo percibir su aroma: olía a bosque, sudor y sexo mezclado con esencia de albahaca.

- No has visto nada. No has oído nada. Si mañana escucho un solo comentario, un simple rumor, estás muerto, ¿queda claro?

- Como el agua.

- Bien.

Por fin, después de unos momentos de incertidumbre, Oliver lo soltó. Blaise no alzó la mirada en ningún momento, ni siquiera preguntó si podía irse ya. Simplemente cogió el camino y salió del aula. No había dado tres pasos, cuando escuchó a Oliver llamarlo.

- Ey, Zabinni.

Cuando se giró, el puño de Wood le dio de llenó en la parte superior del pómulo izquierdo con tal fuerza que cayó al suelo. Estaba tan anonadado, que apenas sentía el pinchazo de dolor y quemazón en la mejilla. Mañana tendría un moratón del quince, ¡y él jamás había llevado su cara en mal estado! ¿Sabía Wood la de sudor, mentiras, adulaciones y galeones que le había costado mantenerla así?

- ¿Por qué me pegas? - nada más pronunciar las palabras se insultó a sí mismo. Qué tontería, ya sabía la respuesta.

- Un recordatorio. Por si acaso.

Eso. Por si acaso.

Y Blaise admiró en silencio como se marchaba desnudo hacia el aula, cantando por lo bajo esa canción, Paranoid, que a partir de ese instante no olvidó jamás.

Tras abandonar Hogwarts y quedar absuelto en el juicio contra Crímenes a la Comunidad Mágica, Blaise y Oliver volvieron coincidir. Fue en una fiesta del Ministerio, una de esas reuniones aburridas en las que se homenajea a un personaje famoso para hacerse un hueco en la portada de sociedad de El Profeta.

Zabinni acababa de obtener la plaza en el departamento de Leyes Mágicas -por fin su lengua viperina le valía para algo más que meter la pata- y su jefe, un tío entrado en la cincuentena llamado Jacobson, alias "El mala pata" por ser cojo, había insistido en que todos los del departamento, incluyendo a los chicos en prácticas, debían asistir si querían quedar absueltos de trabajar todos los fines de semana hasta que le salieran canas del estrés.

Y allí estaba él, ataviado con su mejor traje de gala con túnica a juego, luciendo la mejor de sus sonrisas y fumando por hacer algo.

- Esto es un infierno - exclamó Zabinni, tomando un sorbo de su copa. Nada más pasarle el líquido por la garganta, hizo un mohín -. Y ni siquiera puedo emborracharme con esta mierda, ¿qué es, cerveza de mantequilla caducada?

- Los elfos del catering aseguran que es cava, pero yo no les haría mucho caso - Jayden, un becado del departamento, estaba a su lado bebiendo el mismo mejunje y con igual cara de asco. Sus ojos azules se pasearon por la sala sin mucho interés -. ¿Te has fijado que la edad media de los invitados es de cincuenta años? Incluso la banda de música parece sacada de un geriátrico.

- ¿Qué es un geriátrico? - preguntó Mercy, una chica bajita y rubia que trabajaba en el departamento de Relaciones Mágicas Internacionales como secretaria. Jayden fue a darle una respuesta, pero ésta se vio cortada cuando Mercy empezó a dar saltitos y a jadear - ¡Oh, por Agripa! ¿No es ese Oliver Wood?

Blaise se atoró cuando exhaló el humo del cigarro rápidamente.

- ¿Qué? ¿Dónde?

- ¡Allí! - y Mercy señaló hacia la entrada de la sala - Oh, ¡es tan guapo! - exclamó con aire soñador - Lástima que salga con esa cantante de La Oreja de Merlín. Mírala, si no lo suelta del brazo ni con la peor de las maldiciones. Corazón de Bruja publicó hace un par de semanas que se les considera la pareja más atractiva del momento.

Zabinni no lo ponía en duda. La novia de Wood no es que fuera guapa, sino despampanante. Su cabello caoba estaba recogido en un moño sencillo, decorado con pequeñas flores rojas que iban a juego con esa tela minúscula y de escote indecente que llevaba como vestido. Las largas piernas, el cuerpo de infarto y esos enormes taconazos le daban un aire de femme fatale que ni Pansy igualaba. Pero su acompañante no se quedaba atrás. A pesar de los años transcurridos, Oliver Wood parecía no haber cambiado en absoluto. Seguía conservando ese aire de chico rudo que recordaba de Hogwarts, con su corte de pelo sobrio, la mandíbula cuadrada y esa sonrisa que, cuando aparecía, le suavizaba los rasgos. Vestía camisa azul, pantalones grises y zapatos caros.

Zabinni pensó que el conjunto era atrayente, pero no cuadraba con el estilo de Wood, y el propio Wood lo sabía. No había más que observar su postura para saber que se sentía incómodo, saludando a esos altos cargos del Ministerio y llevando esos trapos tan de moda. Zabinni no conocía a Wood, tan sólo habían compartido un par de insultos y un puñetazo bien dado, pero el Oliver que tenía en mente Blaise iba con uniforme de quidditch a todas partes, fruncía el ceño a menudo, y no tenía una novia tan exuberante con la que aparecía en fiestas organizadas por carcamales.

- ¿Por qué no vamos a saludarle? - pregunto Jayden, encogiéndose de hombros - Con un poco de suerte, conseguiremos que nos firme un autógrafo y comprobaremos si ella está tan buena como parece a lo lejos.

- Mi amiga Maggie me contó que, una vez, se encontró con Wood en Gringotts. Asegura que le hizo firmar trece autógrafos para todos sus hermanos y que ni siquiera se molestó cuando le dijo que ella era fan de las Arpías. Dice que fue muy amable.

Blaise resopló.

- Os aseguro que es un arrogante - arguyó despectivamente -. En Hogwarts nadie soportaba sus aires de estrella.

- ¿Estudiaste con Oliver Wood? Pero si tú eres menor, ¿qué edad tienes? ¿Veintiuno?

- Sí. Bueno. Más o menos - tiró la colilla al suelo, pisoteándolo para apagarlo - Él iba a quinto cuando yo estaba en primero.

- ¿Y porqué no lo dijiste antes? ¡Podrías presentárnoslo!

Zabinni taladró a Mercy hasta que ella se encogió.

- No.

- ¿Y por qué no? - preguntó Jayden.

- Pues porque no. Nuestra relación no fue muy cordial. Además, ya os he dicho que es un presumido.

- ¿Y qué deportista no lo es? - Mercy se había cruzado de brazos, enfurruñada, mientras seguía observando a Oliver y su novia - Jo, ¡tiene tanta suerte de salir con él!

- Bueno, eso es discutible. Yo diría que el de la suerte es Wood- Jayden ladeó, pensativo - Aunque supongo que es cuestión de opiniones.

Y como sabiendo de lo que estaban hablando, Oliver Wood se giró, clavando sus ojos oscuros en los azules de Blaise. Su rostro reflejó reconocimiento, luego sorpresa, y más tarde, un poquito de desprecio. Sin poder contenerse, Zabinni llevó su mano libre a su mejilla izquierda, rememorando el dolor que sintió cuando le dio ese inmerecido golpe. Supuso que Wood también lo recordó, porque al observar su gesto, una sonrisa ladeada y socarrona fue dibujada en su boca. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Blaise, sacudiéndole como una descarga eléctrica, cuando vio que dejaba su acompañante hablando con los altos cargos del Ministerio para dirigirse a ellos.

La gente, sus compañeros, la música e incluso el cava de dudosa calidad quedaron en un segundo plano. Era como estar inmerso en una enorme burbuja donde escuchas todo lo que dicen de una forma embotada; estaba en una dimensión desconocida, dónde sólo se incluían Wodd y él. Sintió la bilis subirle por la garganta, y con dedos temblorosos encendió rápidamente otro cigarrillo, expulsando el humo en el mismo instante que Oliver se paró frente a él.

- Zabinni.

- Wood.

Simplemente eso. Ni un hola, un qué tal o un gilipollas. Todo muy formal, tenso e impersonal. Permanecieron en silencio segundos que parecieron siglos, sin apartar la vista ninguno de los dos, más por orgullo que por otra cosa. Cuando Blaise ya iba a darse la vuelta para huir de aquellos escrutadores ojos, la tímida voz de Mercy captó la atención de Wood.

- ¿Disculpa?

- Pregunté si me firmaría un autógrafo.

- Oh, claro -. Inmediatamente, la secretaria le tendió un trozo de pergamino arrugado junto a una pluma pequeña - ¿Cómo te llamas?

- Mercedes… ah, Mercy. Mercy Andrews. - mientras hacía un garabato y le dedicaba unas palabras, Mercy no dejó de parlotear - Sigo su carrera desde hace años, ¡todos en mi familia lo aman! Estamos encantados de que fichara por los Tornados… ah, gracias - exclamó con efusividad cuando le tendió el pergamino con su impecable letra. Ella le regaló una sonrisa, y luego miró a Zabinni - Blaise nos estaba comentando que estudiaron juntos en Hogwarts.

Oliver enarcó las cejas al ver como Blaise gruñía y giraba el rostro para evadirlo.

- Vaya, ¿en serio? ¿Y qué más os contó?

- Pues que usted es encantador - Oliver lanzó una sonora carcajada al ver que la cara y cuello de Blaise se tornaban de un rojo amoratado.

- Yo no dije eso. Más bien aseguré que es un presumido y un arrogante.

- Eso suena mejor - respondió Oliver, girándose para encararlo e ignorando el gesto de reproche que le dedicó la muchacha a su compañero -. Necesito hablar contigo. A solas.

Blaise iba a contestarle que se fuera a la mierda, que no iba a abandonar a sus compañeros o esa fiesta por una estupidez, pero antes de que pudiera abrir la boca, Mercy se llevó Jayden hacia otro lado de la sala con tanta rapidez que apenas vio un atisbo de mancha rubia sobrevolar la marejada de funcionarios del Ministerio hacia una de las terrazas.

- Cobardes - masculló Zabinni, siguiendo a sus amigos hasta que les perdió la pista. Se volvió a observar a Oliver, que se había cruzado de brazos como si hubiese ganado la peor de las guerras. - Habla rápido y vete. Dos asesinatos a sangre fría me esperan y no tengo tiempo que perder.

- No se lo tengas en cuenta. - aseveró Oliver, tomando una copa de cava de una de las muchas bandejas que paseaban por la fiesta. Tomó un sorbo, y casi escupió el líquido antes de obligarse a tragarlo con fuerza - ¿Qué diablos es esto? Sabe a orín de unicornio.

- ¿Me has alejado de mis amigos para hablar sobre el cava? - le increpó Blaise, dejando patente en cada sílaba su malestar - Escupe lo que tengas que decir y vete.

Oliver se pasó una mano por el pelo, alborotándolo a su paso. Parecía avergonzado, tímido, en realidad.

- Yo… - fijo la vista en el suelo, cerrando los puños con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos - Quería disculparme por, ya sabes, el golpe que te di la noche...

Blaise frunció el ceño, sin ocultar su rencor.

- ¿Cuál? ¿El puñetazo que me hizo un morado que no se curó en semanas y me provocó migraña por tres días?

Oliver se encogió de hombros.

- He pensado mucho. Meditado sobre lo que sucedió esa noche. Estaba frustrado y me descargué contigo.

- Ya.

Ahora Oliver parecía molesto.

- Al menos podría poner un poco de tu parte y aceptar las disculpas - hizo una pausa, y al ver que Blaise no decía nada apostilló - Tú tampoco es que te portaras correctamente.

- ¿Perdona? ¡El único error que cometí fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado!

- No. Tú error fue ser más curioso de lo que debías. Y ya sabes lo que dicen: La curiosidad mató al gato. -sonrió, y ese gesto le iluminó el rostro, pareciendo menos serio, menos brusco, más atractivo - En este caso, mató al mago.

- Si lo que quieres es limpiar tu conciencia, te aseguro que burlándote de mí no vas a conseguirlo.
- Ya. Cierto.

Oliver metió la mano en su bolsillo, y extrajo un par de cartulinas de colores que le ofreció a Blaise.

- Considéralo una muestra de paz.

Eran entradas de quidditch, para el partido del jueves. Los tornados contra los Monkey Islands. Llevaban semanas agotadas. Zabinni tragó, mordiéndose los labios.

- ¿A qué viene esto, Wood? - murmuró, levantando la mirada para captar sus ojos - Sucedió hace años. Años, ¿entiendes? No es como si nos viéramos a menudo y tengas que llevarte bien conmigo. En verdad, no me debes nada.

Oliver frunció los labios, ocultando una sonrisa amarga.

- Solo tómalas, ¿de acuerdo? Ven si te apetece, sino, puedes regalarlas, o venderlas. - puso su mano sobre la de Blaise, cerrando sus dedos sobre los suyos. Era cálida, áspera y fuerte. Tal como era él. - Solo deja que limpie mi conciencia, ¿de acuerdo? Déjame hacer las cosas correctamente.

Y cuando ni sus ojos ni sus manos se apartaron, tuvo el deseo nuevo, horrible e irrefrenable de besarle, de lamer ese cuello fuerte, y saber si era rudo en la cama o por el contrario atento y suave. Se imaginó arrancándole la camisa de un golpe, los jadeos entrecortados cuando sus lenguas se entrelazaran, el gemido áspero cuando…

Oh, joder, ¿qué me pasa?

Él, Blaise Zabinni, deseaba a Oliver Wood con tal ansiedad que temía que él viera sus intenciones reflejadas en su rostro.

- ¡Oliver! - Ambos se sobresaltaron, apartándose rápidamente. Su novia, la chica despampanante embutida en el escotado vestido rojo, le hacía señas desde uno de los laterales. Y allí estaba la triste verdad. Él le hizo un gesto para que le esperara.

- Debo irme - le dijo a Blaise - Piensa en lo que he dicho. Te estaré esperando el Jueves. Entenderé si no vas.

Girando sus talones se marchó, dejando el corazón de Zabinni latiendo a mil por hora… y más confundido que nunca.

¿Puedes ayudarme a ocupar mi cerebro?

Oh sí

Necesito a alguien que me muestre las cosas en la vida que no puedo hallar

No puedo ver las cosas que hacen la felicidad, debo estar ciego.

Para cuando Blaise regresó de sus recuerdos, el grupo de chicos ya se había marchado. Sin embargo, el desasosiego de aquel descubrimiento años atrás, aún permanecía atascado en la garganta. Cerrando los ojos se masajeó las sienes. Bueno, no es que hubiese descubierto en ese momento que era gay (eso lo descubrió cuando en segundo año entró en las duchas y encontró a Draco desnudo), pero nunca se imaginó cayendo en una atracción tan absurda como aquella.

Oliver estaba, por aquel entonces, a mil kilómetros de su mundo. Tan lejano como las estrellas, y pese a ello a un palmo de distancia. Por mucho que su mente le regañara una y otra vez, su cuerpo emitía un mensaje totalmente diferente. Era pura atracción, el más crudo sexo, lo que le llevaba sin remedio a pensar en Wood de la forma en que lo hacía, ¡y ni siquiera era su tipo!

Por ello, cuando ese maldito jueves salió de su casa rumbo al estadio de quidditch para verlo jugar, su conciencia se rebelaba como el peor de los enemigos. Estuvo tentado de largarse más de una vez, incluso se levantó un par de veces para huir, pero no pudo hacerlo. Cuando terminó el partido, tenía claro que se iría tal y como había venido. Sigiloso, como un ladrón, y en silencio.

Esperó a que el estadio se desalojara por completo, acurrucado en las gradas y soportando aquel frío de Diciembre que ni su capa más gruesa podía combatir. Estando seguro de que no quedaba ningún mago a la vista, se escabulló por la entrada, soplando aire a sus manos entumecidas. Iba por el pasillo, ya casi había salido del recinto. Su humor mejoró considerablemente, pero todo fue en vano. Allí, apostado en la jamba de la puerta, con los brazos cruzados a la defensiva, como un guardián, estaba él.

- Has venido.

- Sí.

Vestía jersey negro, vaqueros holgados, y unas deportivas blancas. Ninguna señal que verificase que era un mago. Su cabello estaba revuelto y húmedo, seguramente porque se había duchado, y un fresco aroma a albahaca le llegó hasta lo más profundo de su ser, revolucionando cada una de sus hormonas, llevándose la poca estabilidad que tenía. Una bolsa colgaba en uno de sus hombros, y había apoyado la escoba en la pared. Una sonrisa le iluminó el rostro, haciendo que los ojos oscuros brillaran en el crepúsculo de la tarde.

Era curioso, pensó Blaise en ese instante, siguiéndolo hasta la salida, que Oliver tuviera la costumbre de no saludarle. Él comenzaba sus conversaciones yendo directo al grano, sin aspavientos, sino dando en lo que era importante.

- Vamos, te invito a una cerveza.

Haz un chiste y suspiraré y tu te reirás y yo lloraré

La felicidad no la puedo sentir y el amor para mí es tan irreal

A esa cerveza le siguió otra, y otra más, junto a un café un domingo y un concierto dos semanas más tarde. Y así, poco a poco, casi sin pretenderlo, Blaise fue conociendo la vida de Oliver palmo a palmo, atrayéndolo sin remedio a la perdición. Su color favorito era el rojo (obviamente) y le encantaba la comida salada. Su padre era muggle; de él había heredado su afición al fútbol (era seguidor del Chelsea), y de su madre, una bruja que trabajaba de periodista, el autodominio. Odiaba ir de compras, los sabores amargos y el rap. Amaba el quidditch por encima de todo, y su novia, Darla, no entendía que prefiriera entrenar los domingos a pasar una tarde en su casa metidos en la cama.

- Es demasiado posesiva - le confesó una noche a Zabinni. Estaban en su casa, un bonito apartamento en una de las zonas muggles más exclusivas de Londres - A veces me ahoga. Siento que quiere más de lo que le puedo dar. Un día me pide una rosa y, al comprársela, me exige que le regale tres docenas.

- Si, te entiendo - pero era mentira. No podía comprender como un tipo como Oliver estaba tan ciego. Darla era su novia formal, pero ella pretendía pasar al otro nivel. Quería atar a Oliver en corto. Tener hijos, matrimonio, una vida cómoda basada en el lujo. Su amigo parecía no darse cuenta.

- Ella no te cae bien, ¿verdad? - Oliver se tumbó en el sofá, las manos en la nuca y los pies apoyados en las piernas de Zabinni, que estaba sentado mientras fumaba - Vamos, no me importa. Sé que no la tragas.

- Darla no es diferente a las chicas que conozco. Cínica, mentirosa, y adicta a los galeones. Todo superficialidad.

- Es buena en la cama.

Zabinni se rió, apagando el cigarro en el cenicero.

- Sí, pero no puedes tener una relación formal basada en el sexo, Wood. ¿Qué pasará el día que te pida que os caséis?

- Ya lo ha hecho - el estómago de Blaise dio un latigazo en protesta, pero lo ignoró.

- Ah -silencio. Un incómodo y tenso silencio-. Bueno, ¿y qué le has dicho?

- Que debo pensármelo.

- ¿Pensártelo? ¡Pero si llevas dos años saliendo con ella! - estalló Blaise, apartando los pies de Oliver y poniéndose en pie. Estaba celoso. La sensación era tan desconocida y humillante que lo cabreó aún más - ¡Has tenido tiempo suficiente para meditar las cosas!

- Oye, ¿por qué te pones tan furioso?

- ¡Si fuera la persona adecuada no te costaría tanto dar el paso! ¡Eres un cobarde!

El insulto hizo que Oliver se levantara también y encarara a Blaise.

- ¿Y tu que sabes? No puedes darme lecciones de moral cuando ni siquiera eres capaz de mantener una relación a largo plazo. En año y medio que llevamos de amistad, aún no he conocido a ninguno de tus ligues. Y no me contradigas. Sé que te ves con distintas mujeres de vez en cuando.

- Eso es diferente - contestó Zabinni, dando paseos por la sala de estar - Yo… les digo que es sexo. No quiero… yo… - desvió la mirada, tragando el nudo de la garganta - No puedo salir con nadie.

- ¡Eres un jodido mentiroso, Blaise! - le gritó - Lo que ocurre es que no me tienes la confianza suficiente para abrirte a mí.

Zabinni abrió los ojos, conmocionado.

- Oliver…

Pero Wood estaba fuera de sí. Se acercó a Blaise a empellones, y le empujó tan fuerte que casi lo tira al suelo.

- Vamos, ¡dime la verdad! Yo soy el que te hablo de mi vida, mi familia y mi día a día, ¡pero tú no eres capaz ni siquiera de decirme si prefieres el mar o la montaña, el calor o el frío!

- No sabes de lo que estás hablando. Mira, cálmate y j…

Lo volvió a empujar antes de que terminara la frase.

- ¡Dime la verdad, Blaise! ¡Sólo por una vez en tu vida no te escondas!

Y cuando vio que un nuevo empujón venía, Zabinni apartó sus enormes brazos y le dio de lleno con el puño en la mandíbula. Oliver no se cayó (era demasiado robusto), pero el impacto lo hizo trastabillar. Se llevó una mano a la cara, y sus dedos se mancharon de sangre. Se la lamió y miró a Blaise, que estaba apoyado en la pared, respirando agitadamente y con los ojos desorbitados. Tardó dos segundo en llegar a dónde estaba. Lo asió por el cuello del jersey, que se rajó al instante, y le devolvió el puñetazo.

En dos segundos, ambos estaban rodando por el suelo, dándose de golpes sin importarles nada. Blaise deseaba hacerle daño, descargar adrenalina, sentir que Wood sufría tanto como él. Lo odiaba. Detestaba desearlo como lo deseaba, añorarlo como lo añoraba, soñar que era suyo cuando no era cierto. En pocos movimientos, Oliver lo tuvo acorralado en el suelo. Sentado a horcajadas encima de Blaise, sus rodilla impedían que se moviera, sin oponer resistencia cuando lo alzó para asestarle un nuevo golpe. Lo único que impidió que le golpeara fue ver el profundo dolor en los ojos azules de Blaise. Y fue ahí, en ese instante, cuando Oliver descubrió la verdad oculta.

- Dímelo - le susurró -. Dime lo que quieres, Blaise, o te juro que aquí se acaba todo - al ver que no respondía, lo zarandeó con todas sus fuerzas - ¡Maldita sea, dímelo!

Y como si fuera el pistoletazo de salida, Blaise pasó una mano temblorosa por un lado de su cuello, hundiendo los dedos en la nuca, lo acercó a él.

- A ti. Te quiero a ti - le confesó en un jadeo, para acto seguido besarlo con fiereza.

No había nada romántico en ese beso. Era urgencia, pasión, rabia y desenfreno. Oliver era puro poder, exudando dominación por cada poro de su piel mientras dejaba que Zabinni le tocara por todos lados. Era un choque eléctrico, una descarga increíble que te dejaba exhausto para luego inflarte energía. Pura adicción, ansias de querer más, mucho más de lo que tenía. Cuando sus lenguas se encontraron, Zabinni lo acercó más a él, pasando las manos por la espalda en busca del borde de la camiseta. Estaba a punto de quitársela cuando, de un salto, Oliver se apartó. Tenía los ojos como platos, y en su rostro se reflejaba la confusión y los restos de la atracción.


El momento había pasado.

Zabinni no hizo ademán de ir tras él cuando lo vio dirigirse al baño y lo escuchó vomitar. El sonido del agua, un golpe, y luego otro. Cinco minutos más tarde, Oliver salió del baño con los puños ensangrentados.

- Vete.

Y como aquella noche en Hogwarts, Zabinni se marchó sin decirle nada, cerrando la puerta tras de sí.

De eso hacía seis meses, y no había vuelto a ver a Oliver hasta la fiesta de compromiso de Draco, dónde acudió en compañía de Darla. Ambos se evitaron, no se hablaron, y jugaron a ser meros desconocidos.

Pero mañana sería inevitable. En el partido, Las Arpías jugaban contra el equipo de Wood, Los Tornados, por lo que nuevamente se encontrarían cara a cara. Otra vez sumidos en la guerra del querer y no poder, del desear lo inalcanzable.

Blaise suspiró, abatido.

Estaba harto de ver sus sueños rotos.

*****************************************

Se acepta de todo menos virus.