miércoles, 16 de septiembre de 2009

El Contrato Capítulo 10


El Juego: Capítulo diez

El domingo desperté con un mal presentimiento. Amanecía en Londres. Desde la ventana abierta situada a pocos metros, podía escuchar las bocinas y murmullos de los madrugadores yendo a trabajar y los trasnochadores volviendo a sus casas.

A través de las cortinas, moldeadas como gelatina por una suave brisa, pude distinguir la bruma densa y gris que auguraba un sol resplandeciente pasadas unas horas. Londres siempre amanecía así, con ese sucio gris para luego recorrer los diferentes colores del sol –escarlata, rojo fuego, naranja, amarillo- y filtrar rayos ultravioletas como cuchilladas por los ventanales. Sin embargo, hoy era diferente. Parecía que el sol tardaría más de lo acostumbrado en salir, y la brisa fría, casi helada que soplaba, era como una letanía augurando un futuro incierto aquel domingo de verano.

Me arrebujé un poco más entre las sábanas de verano, intentando conciliar el sueño, pero me había desvelado. Tras un par de intentos fallidos, opté finalmente por levantarme de la cama. Me desperecé como una gata y a tientas me trasladé hasta la cocina, dónde comencé a preparar café. Puse agua, los granos recién molidos y conecté la tostadora. Pansy siempre se quejaba de mis costumbres muggles, ella aseguraba de que algún día iba a conseguir atrofiar mis artes con la varita. Casi podía escucharla en mi oído farfullando: “Por favor, Granger, ¡eres una bruja cualificada! Actúa como tal”.

Pero era imposible. Es decir, me había criado como una muggle durante muchos años, y aquel ritual por la mañana me traía recuerdos de mi pasado, cuando mis padres aún vivían en Inglaterra. Además, me gusta vivir entre dos mundos. A mi parecer, es como si me dieran la extraña opción de escoger lo mejor de cada uno, y apartar lo oscuro y terrorífico a un lado. Siempre quedarme con lo mejor, desechar lo peor.

Las tostadas saltaron con un particular “plop” y la cafetera comenzó a humear, dejando un agradable olorcillo a café recién hecho. Unté mantequilla y mermelada amarga en el pan – quemaba como el demonio- y soplando sobre mi taza de griffyndor añadí dos azucarillos al líquido negro. Cuando estuve instalada en el sofá, encogí mis piernas y comencé a sorber el espeso café.

Fue entonces cuando ocurrió.

Una sombra plateada emergió de la chimenea directamente hacia mí, tomando forma nada más posarse en la moqueta. Reconocí el patronus de Harry –un ciervo plateado, en honor a su padre- prácticamente al instante. De un salto me puse en pie, tumbando a mi paso el café y las tostadas sobre el sofá.

- ¡Pero qué…!

- Reunión urgente de la Orden del Fénix. - La voz profunda y cavernosa de Harry me hizo temblar - Lucius Malfoy ha escapado de Azkaban.

Lucius ha escapado de Azkaban, aquella cuatro palabras hicieron regresar a mí un temor que no experimentaba desde hacía años. No pude respirar, mi corazón no latía, aquello no podía ser cierto. Lucius Malfoy ha escapado de Azkaban, lo que significaba que los mortífagos se estaban reuniendo de nuevo. Mis piernas flaquearon y, sin poder hacer nada por evitarlo caí de rodillas al piso.

Era el principio del fin.

*****

Pvo Draco

La cabeza me daba vueltas. Sí, puede que Blaise tuviese razón cuando alegó que después de una noche de chicos y whisky de fuego, ir a mi casa por la red flú sólo me haría vomitar en alguna de las chimeneas conectadas a la red, pero no tuve alternativa. Si mi madre despertara y no me viera en la cama despatarrado –aunque fuese con ropa puesta- mi sentencia de muerte sería declarada en dos minutos.

No penséis mal, mi madre no es un troll ni nada por el estilo, es simplemente una dama de la alta sociedad preocupada por el “qué dirán”. Narcisa Malfoy no es tonta, ni mucho menos, así que sabe de mis flirteos con Astoria a horas indecorosas, mis copas de más en casa de Nott, e incluso de las juergas con Blaise en discotecas varias –uhm, espero que Fangoria sea una excepción-. Pero no dormir en casa es diferente, ya que “implica a terceras personas, a la familia y tu bien lucrativo matrimonio. Las malas lenguas podrían argüí que estuviste con mujeres de mala vida”, como siempre me recordaba.

A mamá le encanta sentirse dueña y señora de su casa y mi vida, así como vivir anclada en los prejuicios sociales de nuestra amada Inglaterra Victoriana. Para ser honestos, me encanta la era Victoriana, sobretodo porque en aquel entonces la vida sexual era más discreta y, por ello, más interesante. Mi persona hubiese encajada perfectamente. Claro que ese detalle prefiero omitirlo en mis amenas conversaciones con Narcisa Malfoy.

El sol iba aclarando y la habitación permanecía tenuemente iluminada, a pesar de que los tupidos cortinajes estaban medio echados. Con un movimiento suave de varita bajé las persianas, conteniendo las ganas de echar los dos litros de alcohol que aún me recorrían las venas –ya le dije a Nott que ese Ron de Malta que nos bebimos tras acabar con el whisky era veneno puro- y me tumbé en la cama sin aspavientos.

Me desabroché el cinturón y los primeros botones de la camisa, pero mi mente aletargada todavía flotaba en una burbuja de embriaguez y secretos, así que dejaría la cruel acción de desnudarme para más tarde. De un golpe me quité los zapatos y me revolví entre mis delicadas sábanas hasta encontrar la posición perfecta, intentando conciliar el sueño.

Hogar dulce hogar.

No habían pasado ni quince minutos cuando un portazo retumbó en mis oídos como un gong oriental.

- ¡DRACO LUCIUS ABRAXAS MALFOY! ¡YA PUEDES DECIRME QUÉ HAS HECHO! – buff, ese era el grito de guerra de Narcisa Malfoy cuando se avecinaba la tormenta.

Abrí un ojo, luego, con esfuerzo, me incorporé a medias en la cama. Al ver el rostro crispado de mi madre –ataviada todavía en bata y el pelo recogido en un estirado moño en la nuca- pensé seriamente en convocar un hechizo protector. Por si las moscas.

- Madre – la saludé, frotándome la cara con desgana -. ¿Qué ocurre? Como verás he venido a casa a dormir.

- ¿Dónde has estado? – me preguntó, con el ceño fruncido y los brazos en jarras – Y no me digas que con Astoria, ¡llegó Sugar hace una hora con una nota de ella, exasperada porque no podía dar contigo!

Ah, Sugar era una lechuza parda que le regalé a mi prometida hace un par de años, cuando la encontré herida en el jardín. Sinceramente, en esos instantes pensé en lanzarle un Avada y restarle sufrimiento, pero una punzada de culpabilidad hizo que me responsabilizase de ella, así que la curé. Dos semanas más tarde estaba como nueva, y fue el regalo perfecto para Astoria cuando se me olvidó por completo comprarle un presente de cumpleaños. Así que Sugar se fue con ella – de mala gana, todo hay que decirlo- pero sin saber porqué la maldita ave nunca se ha considerado dueña de mi futura esposa, detestándola hasta los extremos, así que intenta contradecirla y fastidiarla en todo.

Seguramente, Astoria envió a Sugar a buscarme con una misiva y, como siempre, el ave volvió al cabo de un tiempo con la carta de vuelta. Estoy seguro de que Sugar me encontró, pero como le encanta ver el rostro colorado de Astoria cuando se enfada, lo más probable es que regresara con las manos vacías y sin noticias mías.

- Estuve en casa de Theodore Nott, madre, como cada Sábado.

- Sí, claro.

Se cruzó de brazos, adoptando una actitud regia, esa que me hacía verla cuando era pequeño como una princesa eslava. Sus mejillas estaban coloradas, y comprobé con agrado que no llevaba maquillaje. Mi madre, -y no es amor de hijo, lo juro- es una de esas pocas mujeres que gana belleza cuanto menos se maquilla, al igual que la Rata de Biblioteca Granger. Ey, ¿cómo se coló ese inicuo pensamiento en mi mente? ¡Granger era una bestia en todas las formas, con o sin maquillaje!

Oh, genial, el alcohol había aniquilado más neuronas de las debidas. Aquello me enfureció hasta los extremos.

- Madre, necesito descansar – le dije secamente – Así que si no tienes algo más que añadir será mejor que…

- Tienes visita, Draco – me cortó. Los sentidos se me agudizaron al instante, irguiéndome en la cama como pantera acechada.

- Si es Astoria, dile que la veré en el almuerzo.

Mi madre negó dulcemente, y la vi estremecerse y arrebujarse todavía más en su bata de seda color perla.

- Son magos, magos del Ministerio. Niny los ha hecho pasar a la biblioteca, mientras yo he subido a despertarte – tuvo que leer la confusión en mi rostro cuando añadió - ¿Qué has hecho ésta vez, Draco? –soltó un suspiro cansado, y vi cómo envejecía al menos diez años – Si tu padre estuviera aquí, ya te habría metido en cintura. Debería regresar ya de ese viaje, él…

- ¡Ya basta! – exploté. Supe que fue un error al instante cuando sus ojos fueron invadidos por la angustia y la ansiedad. Sé que mi madre no está dispuesta a volver a la realidad, pero de ahí, al hecho de interpretar el papel de que mi padre era un santo… me parecía demasiado lo que pedía, sobretodo después de ver con mis propios ojos todas las barbaridades de las que era capaz. - Quise decir que, bueno, ¿para qué molestarlo? Lucius estará ocupado con sus… negocios. Además, no he hecho nada malo, madre, no tengo que ocultarme, mucho menos del Ministerio – razoné, haciendo acopio de valor para no gritarle de una buena vez la verdad del asunto sobre Lucius Malfoy – Diles que bajaré enseguida, ¿vale?

- Pero antes date una buena ducha – me urgió mi madre, todavía con la voz temblándole – Tienes signos visibles de que has pasado la noche en vela.

La había herido, lo sabía y no fue mi intención, pero maldita la gracia que me hace vivir en su burbuja color de rosa. Sin embargo, era lo que me quedaba, al menos de momento. Estaba ya cerrando la puerta cuando mi voz actuó en nombre de mi conciencia.

- ¿Madre? – ella alzó el rostro, sus ojos azules brillando por contener las lágrimas.

- ¿Sí?

- Te quiero.

Y ahí estaba, dibujándose poco a poco, el mejor regalo que podía hacerle una madre a un hijo: Su sonrisa.

- Yo a ti, también, Draco.

Finalmente cerró la puerta. Escuché los amortiguados sollozos de Narcissa Malfoy a través de las paredes… y a mi conciencia –ahora tranquila y feliz- gritando de júbilo en mi interior.

En fin. Hasta el hombre más frío tiene una debilidad.

**

PVO Hermione

Después de la caída de Voldemort, los mortífagos fueron apresados más o menos en un goteo intermitente, así que la Orden del Fénix no había tenido que reunirse por serias cuestiones en años, cosa que nos vino de perlas para remolonear a la hora de buscar un nuevo enclave. La Orden del Fénix había tenido su cuartel general en Grimauld Place durante años, principalmente porque el grupo debía permanecer en la clandestinidad hasta que Voldemort fuera eliminado. Sin embargo, cuando Harry la remodeló e hizo de la casa su vivienda particular, supimos que tendríamos que buscar otro sitio, pero sobretodo espacio.

A raíz de la Gran Guerra –y también de la popularidad de la Orden del Fénix- mucho quisieron unirse al grupo, especialmente los jóvenes que antes habían pertenecido al ED, así que nuestro número se había triplicado en los últimos tiempos. Pese a todo, seguíamos sin tener un lugar fijo de reunión, por lo que cuando debíamos discutir algún asunto debíamos organizarnos en quedadas pequeñas repartidas aquí y allá; siempre se daba el mismo discurso para que todos tuviéramos las mismas opciones, así que estábamos informados medianamente bien. La forma de comunicarnos era vía lechuza, aunque los antiguos componentes del ED utilizábamos los galeones de antaño también, más que nada por nostalgia. Ese modo de reunión –quedadas ocasionales en pequeños grupos esparcidos alrededor de la geografía inglesa- no había funcionado perfectamente durante los últimos siete años.

Hasta ahora.

Todo cambia en ésta vida.

- Vaya, es la primera vez que estoy en el despacho del ministro de magia, ¿y tú? Me siento como una princesa.

Bueno, casi todo.

Ahí estaba Luna, metro sesenta de locura y sensatez comprimidas a partes iguales. Fifty-Fifty. Inimitable. Hasta en los momentos más delicados tiene palabras que te dejan la boca abierta.

- También es mi primera vez.

Observé detenidamente los paneles de madera que forraban las paredes, la enorme chimenea de piedra traídas de Rusia –ese dato me lo proporcionó un día Pansy y, sinceramente, prefería omitir sus fuentes- o la enorme alfombra persa que nos daba la bienvenida, en tonos rojos y negros. Sí, había que admitir que Kingsley Shackelbolt tenía un gusto exquisito y refinado. Luna soltó una carcajada cuando un unicornio saltó encabritado en uno de los cuadros.

- ¡Es precioso!

- No entiendo cómo diablos puedes estar riéndote como unos cascabeles – la reprendí, apuntándole con la varita al pecho – Es una situación de emergencia, ¡Lucius ha escapado!

- Lo sé – convino Luna con gesto sombrío – Es que tiendo a pensar en cosas divertidas cuando algo peligroso me ofusca la cabeza. Digamos que es mi particular escudo de protección. Mi padre contaba ovejitas, pero a mí nunca me dio resultado.

- ¿Y no pensasteis visitar un medimago especializado? – le apremié con tono bromista, pero Luna, para mi asombro, no lo captó.

- Oh, ¡sí que fuimos! – exclamó, con sus ojos azules muy abiertos, dibujando esa expresión de espanto que le valió el apodo de Lunática – Pero dejamos de ir cuando argumentó que éramos un caso perdido y traumático que añadir a su expediente.

- ¡Hermione! – al escuchar mi nombre me giré en redondo, casi me desmayo cuando lo vi allí con cara de dormido, el cabello revuelto y más pálido que nunca.

- ¿Blaise? – iba a preguntarle quién le había traído (en teoría, esa reunión era para la Orden del Fénix), o cómo fue que entró sin ser visto, pero Zabinni me envolvió en un abrazo fuerte que casi me deja sin respiración. Lo sentí temblar a través de la túnica oscura que llevaba. Olía a sándalo, con un leve toque de alcohol - ¿Qué haces aquí?

- Agentes del Ministerio vinieron a buscarme temprano en la mañana – me comunicó en un susurro, se apartó de mí y pude leer el terror en sus ojos - Lucius se ha escapado. También han traído a Nott, Pansy, Draco y Diandra.

Por encima del hombro busqué al grupo Slytherin. No tardé mucho en dar con ellos, pues estaban apartados del resto de magos, que se mantenían a una distancia prudencial sin reprimir sus miradas de odios, asegurando así que no habían olvidado las viejas rencillas (vi de refilón a Mundungus Fletcher, Andrómeda Tonks, El señor y la señora Weasley, George e incluso a Neville).

Pansy permanecía apoyada en el hombro de Nott, que la sujetaba por la cintura a la vez que le acariciaba el pelo con dulzura. Tenía mal aspecto, como si acabara de salir de una pesadilla para meterse en otra aún peor. Supongo que estaba reviviendo el asesinato de sus padres.

Malfoy, sin embargo, aparentaba tranquilidad. Mantenía sus brazos cruzados sobre el pecho y tenía el cabello húmedo. Admiré su sangre fría, lo juro, parecía que nada podía perturbarle: El gesto típicamente arrogante de sus ojos, la boca torcida con desprecio, su actitud elegante, apoyado en la pared, pretendiendo aparentar que aquella reunión no iba con él… Lo único que delataba la tensión interior era un tic en la sien latiendo con rapidez. Se me hizo un nudo en el estómago cuando recordé que apenas veinticuatro horas antes ése niñato engreído había estado en mi casa intentando que no llorase. Mejor no pensar demasiado en el episodio.

A su lado había una pareja que jamás había visto. Ambos eran altos, de aspecto severo. La mujer tenía el cabello castaño recogido en un moño; el mago era un armario empotrado, literalmente. Tenía el cabello moreno y los ojos oscuros, al igual que la bruja, y su cabello estaba rapado casi al cero, como un soldado duro. Vestían túnicas azul oscuro y observaban el despacho con gesto adusto, intercambiando de vez en cuando algún que otro comentario en cuchicheos. Supuse de inmediato que la mujer era Diandra, y él su esposo.

- Es la hermana de Theo – aclaró Zabinni – El otro es su marido, Rufus Kóstov. No les ha hecho mucha gracia recibir una visita del Ministerio.

- A nosotros tampoco, Zabinni – intervino Luna, palmeándome el hombro – Ey, te dejo en buenas manos, voy a hablar con Nott. Tiene cara de tener a un Strumbles volando alrededor, y esos seres causan sordera.

Iba a preguntarle a qué venía tanta confianza con semejante oso Slytherin –lo del Strumbles era una causa perdida, así que prefería desechar una respuesta lógica-, pero desapareció con paso rápido antes de que pusiera objeción alguna. Me centré entonces en Zabinni, pero me lo encontré esbozando una sonrisa, una que se dibujó al tiempo que Luna saludaba a Theodore Nott, el cual parecía reconocerla como una cara amiga en terreno hostil. La tal Diandra se apartó de Luna como si tuviese la lepra. Buah, otra sangre pura sin escrúpulos.

Anoté mentalmente preguntarle a mi amiga más tarde por aquella extraña relación, e intenté centrarme de nuevo en el tema que teníamos entre manos, pero hoy las Parcas se confabulaban contra mí, porque nada más abrir la boca Kingsley Shacklebolt tomó posiciones en la mesa de caoba que presidía la estancia y todos los rostros se volvieron hacia su figura, mudados en extrañas muecas de sorpresa y terror.

- Me alegra de que hayáis podido venir – comenzó a decir, deslizando su mirada por el atestado despacho –. No creo que, dada la situación, sea conveniente andarnos por las ramas, así que iré directo al grano: Lucius Malfoy ha escapado de Azkaban y el Ministerio, así como el resto de la Comunidad Mágica, necesita vuestra colaboración. Para ello, debéis estar atentos y seguid las instrucciones del Jefe de aurores.

Genial. Ahora sabía lo que sentía Batman cada vez que el símbolo del Murciélago se reflejaba en el cielo oscuro de Gotthan. Me alcé de puntillas para intentar ver entre las cabezas -¿más de una decena de personas encerradas en una oficina del Ministerio? ¿quién tuvo la brillante idea?-, pero era imposible vislumbrar algo más que formas inexactas presidiendo la mesa. Junto al Ministro de Magia, una figura pequeña y otra larguirucha miraban a los oyentes, lanzando gestos de reproche hacia el ala izquierda, donde estaban situados la mayoría de los Slytherin. Tardé dos segundos en reconocerlos: Eran Harry y Ron.

La voz de Harry sonó clara y decidida nada más salieron sus palabras:

- Sé que estáis consternados, pero hay que actuar antes de que El Profeta se haga eco de la terrible noticia y empiecen a rodar cabezas –a un toque de varita las luces se atenuaron hasta quedarnos en penumbra, y la foto de Lucius tomó forma frente a nuestras narices. Espié por el rabillo del ojo la reacción de Malfoy, pero no parecía impresionado. Genio y figura hasta la sepultura. Se notaba a leguas que se trataba de un retrato reciente más que nada por las profundas ojeras, los pómulos prominentes y el cabello largo y enredado, signos inequívocos de su estadía en la cárcel – Lucius Malfoy escapó de Azkaban hace exactamente cinco horas. Hemos hablado con los testigos oculares y lo único que sacamos en claro es que no lo hizo solo: Alguien del exterior le ayudó.

Todas las miradas –incluidas las de Nott, Diandra, Pansy y Blaise – se posaron el Draco Malfoy en espera de alguna respuesta. Descruzó los brazos y devolvió una mirada grisácea llena de odio y rencor a los congregados.

- Yo no fui. Estuve en casa de Theodore Nott toda la noche. Podéis usar legeremancia y comprobaréis que no miento.

- Vamos, Malfoy – se mofó George Weasley desde la otra punta – como si no supiéramos que Snape y tu padre te adiestraron en oclumancia.

- Draco tiene razón – lo secundó Zabinni a mi lado – Yo también estaba allí.

El despacho se llenó de murmullos, hasta que una voz que reconocí como la de Bill Weasley tomó el mando.

- Bien. Tenéis la coartada perfecta, pero eso no implica que no estéis metidos en el asunto: Malfoy, Zabinni, Nott e incluso el matrimonio Kóstov. Todos erais mortífagos, ¿crees que nos olvidamos fácilmente del pasado? ¡Mi hermano murió por vuestra culpa!

Voces aprobando el comentario se alzaron de repente, con algún que otro “asesinos” e “infames” gritado a pleno pulmón. Draco, pese a las dudas suscitadas no parecía estar dispuesto a echar más leña al fuego –algo nuevo, todo hay que decirlo- y permaneció estoicamente en su sitio, fijo como una estaca clavada en el pecho de un vampiro. Ron llamó al orden.

- Me desagrada tener que admitirlo, pero ésta vez, Malfoy – escupió el apellido con tanto veneno que temí que mudara en un Basilisco- no tiene nada que ver. Ya hemos comprobado las coartadas de los… sospechosos, y están limpios. Sino no estarían aquí, por supuesto – se aclaró la garganta y continuó - Además, nos ha llegado una nota, escrita por el propio Lucius –hurgó en su bolsillo hasta sacar un pergamino enrollado con descuido. Lo aplanó un poco con las manos y lo mostró – Es una lista con varios nombres… los nombres de sus futuras víctimas.

- ¡Qué desfachatez! – exclamó la señora Weasley, una mano en el pecho y la otra apretada alrededor de su varita.

- ¡Hay que detenerlo! – gritó Neville Longbottom desde el fondo del despacho - ¡Debemos evitar que vuelvan los tiempos oscuros, aunque para ello tengamos que matarlo! ¡Esto es la guerra!

Hubo aislados aplausos, y noté que Blaise pasaba de una palidez extrema al verde en un santiamén.

- Bueno, pero hay una lista, ¿no? – inquirió un chico moreno que reconocí como compañero de Harry y Ron en el departamento de aurores. Si nombre era Brian Waldorf – Eso significa que no tiene intención de llevar a cabo un levantamiento, sino un acto de venganza.

- Creemos que es así, sí – confirmó Harry, alzando la voz por encima de los murmullos – Pero no estamos del todo seguros, quizá sea mera distracción.

- ¿Cuál es el plan, entonces? – intervino Luna – Porque supongo que hay un plan.

- Lo hay, sin duda – anunció Kingsley con voz monocorde – La Orden del Fénix trabajará codo con codo con el departamento de Aurores del Ministerio. Los primeros se encargarán de los magos que estén en la lista, a los segundos se les dará instrucciones en cuanto lleguen a las oficinas del departamento, Wilkinson tiene los detalles.

Riley Wilkinson era un treinteañero americano trasladado desde la sede del FBI Mágico en Washington hacía ya un par de años, cuando se casó con una muchacha inglesa. Lo conocía del Ministerio y también de un par de fiestas en casa de Harry. Era el segundo al mando del Departamento de Aurores por detrás de Harry y Ron. Ancho, fuerte y con una poblada barba rubia, saludó a los oyentes de forma autómata alzando su mentón prominente.

La gente empezaba dispersarse hacia la puerta cuando una pregunta los paró en seco.

- ¿Cuáles son sus objetivos? – era Mundungus Fletcher, ese ladrón cobarde de poca monta que era de sobra conocido en el mundo mágico por vender hasta su propia madre.

- Eso solamente le incumbe al Ministerio y los afectados, Dung, nada más.

- ¡Es injusto! – tronó una voz femenina, y cuando los rostros se giraron, pude ver a Cho Chang roja como un tomate, aunque no sé si por la furia contenida o la vergüenza de ser el centro de atención - ¡Tenemos derecho a estar prevenidos por si nuestro nombre…!

- Tranquila, Chang – cortó Ginny, lanzándole llamaradas con los ojos - ¿Quién va a querer acabar con tu vida, una diseñadora a la que le has estropeado su conjunto más chic?

Todos prorrumpimos en risas ahogadas. Cho Chang era una afamada modelo internacional que se pasaba el día viajando y visitando las mejores pasarelas, así como una larga lista de amantes famosos, incluido Harry, lo que desencadenó su ruptura con Ginny y una paliza de Ron a la vieja usanza (sin varitas ni artificios), como machos de pelo en pecho. Ahí es nada. El rostro de Chang adquirió un púrpura que no auguraba nada bueno.

- Uh, pelea de gatas – me susurró Zabinni al oído – Esto me gusta.

- Sólo digo que si no están seguros, es mejor hacer pública esa lista – se echó el largo cabello azabache hacia atrás con gesto arrogante, luego hizo una mueca con la nariz – Además, ¿qué hacen ellos aquí? ¡Son traidores, no deberían formar parte de ésta reunión!

Por ellos se refería al grupo Slytherin, nadie tenía dudas. Pansy dio un paso adelante con los puños apretados y lágrimas en los ojos, pero Malfoy la sujetó a tiempo por la manga de la túnica. Sin embargo, no pudo evitar que soltara algunas lindezas referidas a Chang por la boca.

- ¡Nosotros actuamos en la clandestinidad a fin de crear una paz duradera donde vivir! - descargó Pansy contra Cho entre sollozos -¡Mi familia murió antes de poder paladear siquiera una pizca de esa tranquilidad, mientras tú contoneas el trasero y media tonelada de botox caducado en tu cara por medio mundo! No tienes derecho a decir lo que es justo o injusto, Chang… porque si fuera así, mis padres aún estarían vivos.

- Pansy… – la llamó Malfoy, pero ella no le hizo caso.

Se volvió hacia Kingsley, Ron y Harry, sus ojos brillantes y enrojecidos.

- Si nos habéis traído aquí para humillarnos o detenernos, mejor que lo hagáis ya, porque no respondo de lo que pueda hacerle a esa anoréxica antes de que cuente tres.

Empecé a abrirme paso entre el tumulto con la esperanza de llegar a tiempo antes de la catástrofe, sin embargo, lo que escuché a continuación me dejó estática en el piso.

- Su inocencia, señorita Parkinson, - interrumpió Kingley, con voz apresurada - así como la de la familia Nott, Zabinni, y Malfoy, está fuera de toda duda –suspiró unos segundos, retomando el hilo después –. El señor Weasley lo dijo antes y yo lo ratifico ahora. Mis más sinceras disculpas. Yo… nosotros – rectificó, mirando significativamente a Harry y Ron – lo único que pretendemos es protegerles.

- No necesitamos la protección de nadie – replicó Malfoy – Nos hemos valido por nosotros mismos desde la caída del Señor Tenebroso, y nos ha ido bien. ¿Por qué precisamente ahora os interesáis por nuestro bienestar? ¿Qué es esto, una obra de caridad? Si es así, mejor que se esmere con la familia Weasley.

- ¡Será…! – se quejó Ron, empuñando la varita para dirigirle un hechizo a Malfoy, pero Harry se la quitó de las manos y negó con la cabeza.

Kingsley parecía tenso, pero no dijo nada. Harry les hizo señas a los asistentes con las manos para que se dirigieran a la salida.

- Por favor, retírense todos salvo la antigua Orden del Fénix. No, Neville, tú no te vayas. Tampoco tú, Luna – poco a poco la multitud fue obedeciendo, envuelta en murmullos indignados. La sala fue haciéndose más espaciosa conforme iban desapareciendo, hasta que en su interior quedamos aproximadamente unas quince o veinte personas, entre ellas Malfoy y el resto de Slyhterin.

- ¿Y ahora? – preguntó la señora Weasley, pasando la mirada de Kingsley a Harry varias veces.

- Ahora vais a tener que escuchar – anunció el Ministro de magia. Con un ágil movimiento, le quitó a Ron el pergamino de las manos y empezó a leer en voz alta:

Mi muy estimado Ministro:

A estas alturas os habrán comunicado que yo, Lucius Malfoy, he conseguido escapar de Azkaban. Me enorgullece admitir que he tardado siete años -¡nada más! el récord lo ostentaba Sirius Black con trece- en urdir un plan y dar con alguien adecuado para mi huida - ya de por sí complicada-, pero supongo que es un tema espinoso para usted y, en fin, preferiría obviar el tema. De todos modos, no esperaba sus felicitaciones.

Sabe, siete años en Azkaban da para mucho, Shacklebolt, sobretodo cuando eres un ser sin escrúpulos como yo. Pensará que imaginaba mi vida si el Señor Tenebroso se hubiese alzado con la victoria, o si no tuviera tantos pecados a mis espaldas, ¿tal vez soñaba con que me arrepintiera de todo? Pues ha errado. Le informaré, sin embargo, de mis objetivos ahora que soy libre: Venganza, venganza y venganza. Como puede deducir, soy un hombre de ideas fijas y muy simples pese a todo lo que se rumorea sobre mí.

Oh, ¡pero olvidaba lo más importante! Para que no se haga una idea equivocada sobre mis propósitos, le advertiré que ésta vez –y sin que sirva de precedente- no iré en contra de los sangre sucias, ni del mundo mágico en general; al menos, por el momento. Sólo tengo en mente varios nombres. Llegados a este punto se preguntará: “Si eso es cierto ¿por qué se expone redactando una nota haciéndome partícipe de sus futuros movimientos?”. Ah, estimado amigo, la respuesta es sencilla: Diversión.

He permanecido confinado en Azkaban siete largos años sin poder hacer absolutamente nada, salvo mirar a través de las rejas el mar embravecido chocando contra las escarpadas rocas alrededor. Mis huesos andan entumecidos, así que quiero un poco de entrenamiento antes de hacerles caer (no a mis huesos, sino a mis objetivos).

Le explico, entonces, en qué consiste el juego: Se llama escondite. Sí, no soy tonto, la mayoría lo conocéis, ¡lo practican incluso los estúpidos muggles! Pensé que era lo apropiado, ya que al parecer os entusiasman los muggles y sangresucias. Pero mis reglas son diferentes a las convencionales: En vez de contar hasta cien, os daré seis días, ciento cuarenta y cuatro horas justas para que me encontréis. El plazo terminará a las doce de la mañana del próximo Sábado. Para que veáis que tengo buenas intenciones, dejaré que el Ministerio de Magia ayude en la búsqueda, así como la Orden del Fénix.

Si no logran encontrarme – que es, y no es arrogancia, bastante probable- las personas de la lista que adjunto deben asistir al partido de quidditch, y mataré a una. Eliminado uno, quedarán el resto. Les volveré a dar otra semana, y si continúan sin dar con mi paradero, volveré a matar. El patrón se repetirá una y otra vez hasta que no quede nadie del listado en pie. ¿Sencillo? Creo que sí. ¿Sádico? No voy a negar lo evidente, pero la cárcel –y por ende, usted y toda la comunidad mágica- es la culpable.

Oh, pero qué estúpido soy, se me olvidaba lo más importante, ¡el listado! Bien, y los elegidos para el juego son:

- Draco Malfoy.
- Narcisa Malfoy.
- Theodore Nott.
- Blaise Zabinni.
- Diandra y Rufus Kóstov.
- Alexandra Parkinson.

Antes de comenzar el juego, hay que dejar bien claro un asunto: Quiero hacerles sufrir. Por ello, me agrada informar que si en un plazo de veinticuatro horas Draco y el señor Zabinni no rompen sus respectivas relaciones con Astoria Greengrass y la sangresucia de Granger, ambas entrarán automáticamente dentro del listado. Dejaré que el matrimonio Kóstov permanezca unido siempre y cuando no vivan juntos. Lo sé, soy un blando redomado. También permitiré que mi esposa, Narcisa Malfoy, no acuda a ninguna de las citas previamente señaladas, pues me será de todos modos sencillo acabar con su vida estando tan enferma. No intentéis darle sentido a mis palabras, son mis deseos y los acataréis o cargaréis con muertes ajenas en la espalda el resto de vuestra vida.

Si por algún casual los apuntados en la lista evitan ir al partido de Quidditch, organizaré una masacre. Si no se atienen a las normas establecidas, ordenaré una masacre. Si ésta lista –o pergamino- ve la luz en algún periódico, organizaré una masacre. Si tienen la osadía de huir mientras puedan, lo siento, organizaré una masacre. ¡Estoy tan sediento de sangre!


¡Que comience el juego!

********

PVO Draco

Desde mi más tierna infancia madre me instruyó en el arte de hacer listas de propósitos. Cada seis meses aproximadamente, Narcisa Malfoy tomaba asiento a mi lado para ayudarme a enumerar, una por una, una serie de metas que tenía que llevar a cabo en los próximos tiempos. Generalmente la realización de las famosas listas coincidía con las vacaciones de verano y Navidad, justo antes de mi regreso a Hogwarts. No me entusiasmaba demasiado, es más, si madre se hubiera tomado la molestia de pedirme mi sincera opinión, le hubiera recomendado algo un poco más acorde con mi edad, como jugar al quidditch o visitar Zonko. Claro que a Narcisa Malfoy nadie le contradecía, ni siquiera su propio hijo.

Quizá fuera por rutina, o tal vez por recordar los viejos tiempos, el caso es que en la actualidad seguía conservando la manía de realizar listas dos veces al año. Madre continuaba sentándose conmigo en el despacho de Lucius, charlando, conversando y dándome su experta opinión sobre cada palabra que escribía en el listado.

Hace escasamente un mes que hice el último, y resaltaré que madre se sintió sumamente orgullosa al contemplarlo. Llegar a ser directivo de la corporación Greengrass, ser admitido en el Winzegamot o incluso asistir a los Europeos de quidditch formaban parte de aquel listado interminable.

Sin embargo, después de que Shacklebolt leyera por segunda vez el pergamino que Lucius Malfoy había enviado, estaba claro que tendría que añadir un “Salvar mi pellejo a toda costa junto al de Narcisa” como un propósito primordial, indiscutiblemente.

Pura diversión.

- No podéis negar que a macabro no le gana nadie. ¡Maldito cabrón!, ni el Señor Tenebroso era tan retorcido.

Las palabras procedían de la boca de Theo, pero comentó en voz alta lo que a la mayoría de mis amigos se les pasaba por la cabeza, así que tanto Blaise, como Diandra, e incluso Rufus Kóstov asintieron con gravedad.

- Vamos a morir – sentenció Pansy, cobijada entre los enormes brazos de Nott, como si fueran el mejor refugio del mundo. A su lado se había posicionado Lunática Lovegood, que le daba suaves palmaditas en la espalda mientras le susurraba palabras de consuelo.

- Tenemos que huir, ahora, no hay tiempo que perder – Diandra sujetó la manga de su esposo, los ojos oscuros llenos de terror.

- No pienso irrme de éste mundo sin lucharr – exclamó Rufus Kóstov sacando pecho y dando un paso hacia delante – Nunca he sido un cobarrde.

- No es el mejor momento para sacar a relucir tu valentía, Rufus – masculló la mujer, frunciendo el ceño con enfado – Si Lucius busca venganza, nada le detendrá – me observó unos instantes, y pude leer lástima en ellos. – Incluso Draco y Narcissa forman parte de la lista.

- Os ayudaremos – todos giramos a una cuando Granger, Miss Pelo de Rata, habló. Mantenía su brazo alrededor de Zabinni, acongojada, pero su voz sonaba determinada – La Orden del Fénix os protegerá mientras el departamento de aurores se encarga de buscar a Lucius. – sus ojos se clavaron en Shacklebolt, provocadores y fieros – Porque vamos a ayudarlos, ¿verdad?

- Por supuesto – convino el hombre, suspirando con tristeza – Pero aún no tenemos un plan factible – vaya, al menos era sincero – De momento vamos a poneros guardias a cada uno. Lucius dice que no va a dar señales de vida en una semana, pero teniendo en cuenta los antecedentes…

- Está mintiendo – declaré, tomando voz y voto por primera vez seriamente desde que llegaron a mi casa los esbirros del Ministerio y a madre casi le da un ataque cardíaco – Si no tuviera preparada una trampa para nosotros, no dejaría sus intenciones al descubierto. Lucius nunca va de frente, le encanta eso de atacar por la retaguardia.

- Draco – intervino Blaise –. Dice bien claro que busca venganza, nada en contra del Ministerio…

- ¡Vamos, Zabinni! – le grité, contrayendo el rostro en una mueca indignada – Lo conoces desde que naciste, sabes que no estaría haciendo esto si no tuviera un fin poderoso, ¿una vendetta? Puede, pero, ¿qué hará luego si, en el peor de los casos, nos mata a todos? – silencio, sólo silencio – Exacto, irá a por el resto de la comunidad mágica, sediento de poder y gloria, como siempre.

- ¿Y qué propones? – preguntó Potter, sus ojos verdes centelleando tras los cristales de las gafas – Tú lo conoces mejor que nosotros, después de todo es tu padre.

- No lo llames así – apunté. Cuánto hubiese deseado tener la libertad de lanzarle un Cruciatus allí mismo, frente a las narices de todos aquellos hipócritas defensores de la paz – Y además, ¿qué te importa? –barrí de un vistazo la sala - ¿Qué os importa? Todos sabemos que estáis en esto únicamente para quedar bien ante El Profeta y la Comunidad Mágica, porque si Lucius Malfoy está libre, es culpa vuestra. Nos os importa que caigamos uno a uno como moscas, simplemente queréis…

- Será mejor que calles si sabes lo que te conviene – Weasley padre se había materializado frente a mí, una masa de carne, calvicie y largura en todo su esplendor. Señor Comadreja al rescate. Alcé el mentón, con orgullo y desafiándolo en silencio – Te has librado una vez de Azkaban, Malfoy, pero si tienes algo que ver con la fuga de tu padre nadie intercederá por ti esta vez.

- Yo no sé nada – repetí, apretando los puños con indignación.

Me estaba controlando, a decir verdad demasiado, y no era exactamente por respeto a ellos, sino porque ahora mismo necesitaba utilizarlos en mi favor, al menos para que protegieran a mi madre el tiempo suficiente como para deshacerme de Lucius.

Morir era toda una aventura que estaba dispuesto a experimentar siempre y cuando ella saliera ilesa. Había sufrido demasiado por mí una vez, no iba a permitir que hubiese una segunda.

- Lo que no entiendo es el final de la nota, ¿en qué le aventaja que su hijo y Zabinni rompan sus relaciones?

Era Neville Longbottom, el gordinflón Griffyndor que ahora ocupaba el puesto de profesor de Herbología en Hogwarts. Joder, la educación mágica caía en picado a pasos agigantados. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Un Elfo Doméstico impartiendo Pociones?

- Para desprestigiarnos – aclaré -. Por mucho que intentéis esconder la noticia, El Profeta dará con la verdad, y si esto coincide con la ruptura de mi compromiso y las calabazas de Blaise, la Comunidad Mágica creerá que lo hicimos para unirnos a Lucius en su objetivo de alzar de nuevo el poder oscuro. Ya sabéis… - dejé el resto en el aire, como si fuera de lo más lógico. Luego observé en derredor, pero nadie me estaba siguiendo – Intenta aislarnos del resto, que nos veáis como una amenaza.

- Tendría bastante sentido – ahí estaba Granger, con su voz de sabihonda suprema. Y pensar que ayer mismo estaba llorando a moco tendido en su casa mientras yo la consolaba… bueno, realmente no la consolaba, simplemente quería que se callara. Caput. - Pero aún no hemos resuelto la principal cuestión, ¿qué vamos a hacer? Creo que deberíamos poner dos magos en vez de uno para vigilar. A más seguridad, menos sangre.

- Magos custodiando noche y día a una sola persona es llamar demasiado la atención, Hermione, incluso un tonto sabe que no se vigila a alguien por gusto – replicó Mundungus Fletcher, un tipejo resbaladizo que se me antojaba fuera de lugar en esa reunión.

- No hay otro modo – exclamó Comadreja, balanceando la carta de un lado a otro – Lucius está seguro que no le encontraremos antes del sábado, tanto así que nos ha dado margen para hacer lo que nos plazca con ellos – el “ellos” éramos nosotros, no cabía duda cuando estrechó sus ojos azules, convirtiéndolo en dos pequeñas rendijas. Ah, sí, esa mirada iba dirigida exclusivamente para mí – Porque tú no sabrás, por casualidad, dónde se esconde tu padre, ¿me equivoco, Malfoy?

- Deja ya tus insinuaciones, Weasley y dilo de una vez: No te fías de mí.

- De acuerdo – convino – No me fío de ti, ni lo hice nunca, ni siquiera cuando escapaste de estar entre rejas una temporada. Aunque las investigaciones aseguran que no has tenido nada que ver, yo sigo pensando que lo sabías y no hiciste nada por evitarlo. Eso te convierte en cómplice de un asesino.

Iba a defenderme, lo juro, pero un torbellino de cabello negro pasó junto a mí, levantando una suave brisa con aroma a fresa. Lo siguiente que vi fue a Pansy frente por frente de Weasley, su mano alzándose con furia, y un sonoro ¡Plaf! que resonó en el despacho. No me caí al suelo porque guardé la compostura a tiempo.

- ¡Cómo puedes…! – le gritó, y vi que de nuevo estaba llorando - ¡Cómo puedes pensar eso después de todo lo que te conté ayer, de lo que sabes de mí, de mi vida y mis amigos! ¿Quién te crees que eres para juzgarnos como lo has hecho hasta ahora?

Los presentes contuvimos el aliento, algunos desconcertados y otros con la diversión dibujada en sus rostros, me incluyo entre ellos. Oh, ¡daría mi vida por repetir la escena y la cara de atontado de Weasley! El muy imbécil se había quedado sin habla –bueno, no le culpo. Lo increíble es que se mantuviera en pie después del zarpazo propinado por mi “gata” favorita-.

Comadreja tenía los ojos azules bien abiertos, asemejándose a un pez boqueando fuera del agua; la boca temblaba por el shock, y la mejilla izquierda roja y palpitante, con las marcas visibles de los cinco dedos de Pansy como un tatuaje.

La escena de mi vida.

- Si no lo veo, no lo creo – dijo Nott, pasándose una mano nerviosa por el cabello - ¿Desde cuando Pansy se toma tantas confianzas con ese?

- ¿Y a ti qué te importa? – le espetó la loca de Lovegood a su lado, frunciendo el ceño.

- ¿Y a ti qué te importa que me importe? – replicó Theo, cruzándose de brazos.

- No es el momento para una riña de enamorados – les increpó Diandra, su cabello castaño estaba sujeto en un rodete, pero se le habían escapado algunos mechones. Bufó de indignación cuando se fijó en Lovegood de nuevo – Por favor, Theo, creía que tenías mejor gusto.

Para qué negarlo: Yo también.

- No es mi novia.

Anda, una preocupación menos que añadir al saco.

- Más quisieras – resolló Lunática, desviando la mirada hacia el otro lado – Ni un Burbertúculo de los Andes me haría caer a tus pies.

- ¿Un qué? – preguntó Rufus, uniéndose a la discusión.

- No le hagas caso – le dijo Theo, espiando la reacción de Lunática de reojo – Se inventa animales por el simple gusto de llamar la atención.

- ¡Retira eso! – exclamó Lovegood, desenfundando su varita y puntando a la cabeza de Nott.

- ¡Oh, por favor! – se metió Blaise, poniendo los ojos en blanco – Iros a un Motel y practicar sexo como conejos. Cuando bajéis dos niveles vuestra tensión sexual, volvéis y empezaremos a trazar un plan.

- ¡Cállate! – gritaron Theo y Lunática a la vez, dándose rápidamente la espalda.

- Debemos centrarnos – llamó Shacklebolt, aún pasmado por el bofetón de Pansy y la discusión de Theo. Carraspeó sonoramente, y creí vislumbrar un atisbo de incomodidad en sus torpes movimientos – Bien, la cosa está así: Pondremos a un mago, uno solo –recalcó- perteneciente a la Orden para vigilar a cada objetivo, mientras el resto intentamos averiguar dónde diablos se metió Lucius. Siento tener que decir esto, pero es mejor que, tanto el señor Malfoy como Zabinni, hagan públicas sus rupturas. Sobra decir que no podrán mantener contacto, ni por carta y mucho menos físico, con la señorita Granger y la señorita Greengrass – Uff, Astoria iba a matarme. Literalmente. El ex auror recorrió los rostros de la sala uno a uno, solemne y más serio que nunca –. Como veo que muchos de vosotros os conocéis, no será difícil emparejaros. Zabinni será vigilado por Harry, Ron se ocupará de la señorita Parkinson.

- ¡Está de guasa! - le interrumpió Pansy, mutando su piel de un pálido enfermizo al púrpura en dos segundos - ¡No pienso convivir una semana con éste degenerado!

- ¿A quién llamas degenerado, banshee? – se burló Weasley. Bien, si yo estuviera en su pellejo, temería por mis órganos masculinos y la integridad de éstos.

- Mirad, sé que os resulta complicado aguantaros – les dijo Shacklebolt – Pero todos saben la animadversión que os profesáis, razón de más para que Lucius no imagine que es Weasley quién se ocupa de su bienestar. Si le atacan, Parkinson, se esperaría a la señorita Granger, o a Lovegood, o a Ginny, pues son sus amigas. Nadie en su sano juicio imaginará que se trata de Ron, eso nos da cierto margen de ventaja.

- Podría ponerme con otro – refunfuñó Pansy, cabezota como ella sola. Señaló a Neville - ¿Qué me dice de Logbottom?

El implicado palideció al instante, temblando como gelatina.

- Hannah me mata si aparezco con ella, y luego le mata a usted, Señor Ministro, por obligarme.

No lo puse en duda ni por un segundo. Con lo gorda que estaba Abbot y sus hormonas revolucionadas, capaz de mutar en loba en menos que tardas en decir quidditch. Shacklebolt tuvo que imaginárselo también, porque negó con la cabeza.

- Ron cuidará de de ti – y lo dijo tan tajantemente que no dio a más para discutir, por lo que Pansy simplemente bufó, lo que daba a entender entre líneas que se lo haría pasar lo peor que pudiera a la Comadreja. Bien por ella. – Los Kóstov estarán a cargo de Molly y Arthur. El señor Nott será custodiado por la señorita Lovegood.

- Esa decisión puede clasificarse como homicidio con grado de tentativa – señaló Theo, disgustado.

- Pues así se ahorra Lucius el trabajo – rezongó Lunática, y tuve que admitir que los tenía bien puestos la muy chalada.

- Narcisa Malfoy estará a cargo de Hermione Granger – añadió Shacklebolt, y casi me caigo al suelo del síncope que me dio.

- Granger no está capacitada para este trabajo – argumenté – Además, trabaja en el Ministerio, no puede vigilar a mi madre estando en el trabajo.

- Le daremos vacaciones - contraatacó. Maldito bastardo.

- Es mi madre, y yo digo que no.

- Vale – concedió, y me dedicó una sonrisa de suficiencia, como si hubiera ganado una batalla – Entonces, se ocupará de usted.

- ¿Qué?

- ¡No pienso ocuparme de él! – exclamó la aludida, temblando de cólera.

- Entonces te ocuparás de los dos, junto con Ginny.

- ¡Tengo entrenamiento! – la pelirroja se adelantó unos pasos, posicionándose al lado de su fiel Rata de Biblioteca. Tal para cual.

- Pues practicarás menos. Y ahora, podemos retirarnos todos. Buenos y días y que tengan un feliz domingo – y así zanjó Shacklebolt la cuestión.

Definitivamente ese hombre era peor que Lucius, lo mires por dónde lo mires.

Nuevo objetivo añadido a mi lista: Sobrevivir a Granger.

¿Quién dijo miedo?

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El siguiente capítulo lo colgaré la siguiente semana. Está empezado, pero aún así todavía le falta.

Se acepta de todo menos virus, ya sabéis ^^.

¡Besos!

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El Contrato Capítulo 9


Lágrimas de Colacuerno: Capítulo 9

Dos cafés, un helado de chocolate más tarde, y toda una explicación sobre porqué los Chudley Cannons no levantaban cabeza fueron suficientes para que Pansy Parkinson comprobara que Ronald Weasley no tenía nada en común con su hermano Bill. Ron parecía permanecer estancado en un lago de recuerdos sobre sus años en Hogwarts, aquellos en los que se había visto en problemas pero de los cuales guardaba una grata sensación. Hablaba sin parar de los extraños seres a los que se enfrentó, incluso Pansy lo vio estremecerse cuando le relató su aventura en el Bosque Prohibido y la familia de arañas gigantes de Aragog.

- Odias las arañas - era una afirmación en toda regla, pero lejos de acobardarse o sentirse avergonzado de que alguien conociera sus miedos más profundos -como cualquier chico Slytherin-, Ron Weasley afrontaba el tema como comenta el día soleado que hace. Es decir, sin inmutarse.

- No me causan demasiado interés, por decirlo de una manera suave - se llevó un trozo de tarta de melaza a la boca y tragó con dificultad - Es a causa de los gemelos.

- ¿Tus hermanos? - Pansy lo escuchaba fascinada hablando de su niñez, de una infancia tan condenadamente feliz y tranquila que era opuesta a la suya, a la de Draco, o cualquiera de sus amigos. Era algo nuevo para ella.

- Yo tenía un oso y cuando contaba con cinco años me lo hechizaron y se convirtió en araña - Ron tomó un poco más de zumo de calabaza, repantigándose en el asiento de mimbre - Mamá les regañaba, pero siempre volvían a las andadas aunque prometieran una y otra vez que pararían. Eran un equipo perfecto, George las llevaba a cabo y Fred…

Al mencionar el nombre de su hermano fallecido tomó otro sorbo de zumo y desvió la mirada, como si hablar de ese tema no fuera algo que le apeteciera en esos momentos. Pansy observó su perfil, con esa nariz kilométrica, sus pecas alrededor de la comisura de la boca torcida y el cabello rojo fuego, brillando radiante bajo el calor bochornoso del sol.

Bill le había hablado de Fred Weasley, el único de su familia que había perdido la vida en la batalla final. Ginny de vez en cuando comentaba algo, pero los ojos se le aguaban en seguida y se mordía el labio -como su hermano en esos instantes - y cambiaba de tema o se iba corriendo, eludiendo cualquier pregunta al respecto. Pansy se acodó en la mesa, apoyando su cara en una de sus manos.

- La muerte de tu hermano es un tema tabú en tu familia, ¿verdad? - Ron dio un respingo, sus ojos delatando cierta desconfianza - Yo perdí a mis padres en la Gran Guerra. Pasaban información clandestina y gracias a sus chivatazos muchos mortífagos fueron apresados. Alguien lo descubrió y los mató a ambos. Fueron encontrados desangrándose en la puerta del Ministerio con la palabra “Traidores” tatuada en la frente.

- ¿Sabes quién lo hizo? - Pansy sonrió melancólica, asintiendo con la cabeza en silencio.

- Por supuesto. Se llama Lucius Malfoy - aquella confesión hizo que el rostro de Ron se contorsionara en una mueca de profundo desprecio mezclada con el desconcierto. Se pasó una mano por el cabello, apartándose el flequillo de los ojos.

- ¿Y sigues siendo amiga de Malfoy? No lo entiendo, ¡mató a tus padres!.

- Draco no tuvo nada que ver. Fue idea de Lucius, aunque siempre he creído que no actuó sólo, sino con otro esbirro - ladeó la cabeza, frunciendo el ceño al comprobar que Ron todavía no entendía su actitud ante el tema. Sacó un cigarro de su pitillera y lo encendió con la varita - No pueden pagar justos por pecadores Weasley, lo dicen los muggles.

- ¿Fue por eso que no te casaste con él? - la mirada azul de Pansy estaba escudriñándolo entre brumas con aroma a vainilla. A Ron le pareció que le leía la mente.

- Lo que hubo entre Draco y yo no te concierne - le espetó, dando otra calada a su cigarrillo - Pero como veo cierto encanto en tu impertinencia te la responderé. No me casé con Draco porque jamás lo amé como hombre, sino que lo quise como un hermano.

- Eso ya lo he oído antes - replicó con escepticismo palpable en cada palabra.

- ¿En serio, Zanahoria? - la curiosidad de Pansy era fingida, y ese tono burlón empleado no se le pasó por alto al pelirrojo, que se tragó de golpe el resto de la tarta de melaza para evitar responder - Draco y yo somos hijos únicos, y nos hemos apoyado el uno a otro desde la niñez. Ambos sabemos de qué pie cojeamos, nuestros errores y virtudes. Podría haberme pasado una vida junto a él como su esposa y jamás, te lo aseguro, me habría enamorado de él. No me gusta el incesto - ladeó la cabeza, y añadió - Aunque quizá en el sexo...

- Pero eso no explica porqué todavía sigues confiando en Malfoy, a pesar de que su padre es el que…

- Weasley. - lo cortó Pansy, apagando la colilla con el zapato bruscamente. Se echó hacia delante, embriagando a Ron con su perfume caro de flores - Fue Draco el que delató a Lucius frente al tribunal del Wizengamot. Él, y nada más que él, provocó que todos viéramos al verdadero mortífago que vivía en Lucius Malfoy y lo encerraran de por vida en Azkaban. Entregó a su padre para que se hiciera justicia con los míos. Creo que después de eso se merece no mi eterna gratitud, sino la lealtad que le tengo y profeso como amiga y hermana. Tú en mi lugar también habrías actuado así.

Ron permaneció en silencio, analizando aquella confesión por parte de la muchacha. El sol le daba a su cabello negro reflejos azulados, y no sabía si quizás era que aquella suculenta merienda le estaba cayendo relativamente mal o no, pero su estómago se contrajo cuando sus ojos se posaron en el nacimiento de su cuello, y sobretodo en aquellas piernas envueltas de piel pálida que se le antojaban bellas pese a las manchas de chocolate y los arañazos de la caída. Quitaban la respiración.

- No eres tan zorra como creía.

- Ni tú tan imbécil como imaginaba. - declaró Pansy, indiferente ante la acusación - Después de todo, Granger tenía razón: Ese cerebro parece costar, al menos, dos sickles.

- ¿En serio? - sonrió de lado, divertido, cruzando los brazos pecosos sobre el pecho y haciendo un mohín de niño malo y bueno a la vez.

No se parecía a Bill, volvió a recordar Pansy con tristeza. ¿Dónde estaban esas marcas que le deformaban el rostro? ¿Y la sequedad en los movimientos? ¿Y su inteligencia, la suspicacia que siempre afloraba en su amante?

No se parecen en nada.

- Y si sigues siendo tan simpático, Weasley, creo que voy a subir tu nivel a un galeón.

- ¡Oh, qué afortunado! - exclamó el aludido, fingiendo entusiasmo.

- Por supuesto - le corroboró Pansy, descruzando las piernas un par de veces - Eso en mi jerarquía masculina te eleva de marsupial a subnormal, y es todo un avance. Pocos superan las expectativas Parkinson - dejó un par de monedas en la mesa, se incorporó recogiendo sus bolsas y miró por última vez a Ron. - Hasta otro día, Weasley.

Echó a andar con lentitud, torpemente debido a que sus zapatos ya no se elevaban diez centímetro como siempre. Sonrió. Se lo había pasado bien, pero no lo admitiría aunque su vida dependiera de ello.

******

PVO Hermione.

Había que admitir que Draco Malfoy besaba con maestría, como un dios omnipresente enturbiando el más profundo de mis deseos. Su lengua, semejante a serpiente viperina, exploraba rescoldos de mi boca que jamás en vida -o quién sabe si en muerte- había supuesto cierta sensual curiosidad en mí que ahora se despertaba. Las experimentadas manos pálidas de Malfoy recorrían mi columna vertebral, descargando a su paso señales inequívocas de intenso placer.

El aliento a menta me envolvía, formando a nuestro alrededor un halo de misterio por el que me dejé llevar sin pensar. Sentí el tacto frío de su carne cuando alcanzó la mía, gemí inconscientemente y dejé caer mi cuello hacia atrás; Malfoy aprovechó mi vulnerabilidad y lamió la piel expuesta, latiendo suavemente a cada paso de su húmedo contacto.

Era tan fácil dejarse transportar por el deseo.

Tan, tan fácil…

- Hermione - escuché la voz grave de mi peor enemigo, susurrando mi nombre como si temiese despertar; en esos momentos ya desabrochaba mi camisa y deslizaba sus manos por mi vientre, suspirando acompasadamente.

- Draco…

Arrancó el sujetador haciéndome daño, pero no me dejé amedrentar. Me deshice de su túnica, la camisa, y dejé vagar mis dedos temblorosos por su pecho, concentrada en cada una de sus peculiaridades, su respiración agitada, los ojos inusualmente brillantes, su risa… la cual sonaba en aquellos instantes como una serpiente de cascabel.

- Vas a desgastarme de tanto mirarme, Granger.

Es imposible no hacerlo, pensé, creyendo a pies jutillas cada detalle que Pansy me había relatado sobre su etapa juvenil en el lecho de Malfoy. Cerré los ojos, intentando grabar a fuego aquella imagen, aquel instante como si fuera el más importante de mi vida.

- Hermione… - la voz tranquila y espesa que me hablaba no era la de Draco, lo deduje casi en el momento, y viré en derredor, buscando a su dueño. Mis ojos se agrandaron, espantada, al observar recortado en una esquina del salón el perfil inconfundible de Albus Dumbledore.

- ¿Profesor? - pregunté, presa del pánico.

De repente el paisaje cambió, y todo era oscuro. Malfoy ya no estaba a mi lado, y yo permanecía ahí, medio desnuda, en una roca donde las olas rompían mojándome los cabellos. Una oleada fría me sobrevino, haciendo que temblara de pies a cabeza. Albus Dumbledore me contemplaba suspendido en el aire, con sus gafas de media luna resbalando por su torcida nariz ganchuda y aquella mirada azul, intimidatoria, fija en la mía.

- Los tiempos difíciles volverán, señorita Granger, y tendrá qué elegir entre su vida y la de aquellos a los que ama. Se alzarán más poderosos y temibles que nunca, amparados de nuevo en el poder de las almas malditas esparcidas para burlar al más temido de sus enemigos. La clave está en la Cazadora.

- Profesor, yo… - intenté hablar, decir algo coherente, pero no podía, no debía, algo en mí me instaba a permanecer callada, atenta a sus palabras.

- … Podrás huir, quizás incluso permanecer feliz durante un tiempo. Pero jamás, jamás, te sentirás en paz contigo misma si no acabas con ellos, con Él. En tus manos se encuentra el poder de la magia líquida. - sonrió a medias, un simple esbozo de lo que pudo ser un gesto de ternura - Y ahora será mejor que despierte, señorita Granger, porque si no me equivoco, la señorita Weasley va en busca de un tercer vaso de agua y no está dispuesta a abandonar su empeño por despertarla de su… uhm… grato sueño.

Todo a mi alrededor fue humo de nuevo, un sentimiento extraño se apoderó de mí. Cerré los ojos con fuerza, sintiendo que el mundo daba vueltas, mareándome. Al abrirlos lentamente, lo primero que esbocé fueron unos cabellos rojos, y la mirada recelosa y alarmada de Ginny Weasley clavada en mí.

Aquello asusta a cualquiera.

- ¡AH! - grité con todas mis fuerzas. Di un salto hacia atrás y caí de bruces sobre el suelo, saliendo de mi estupor inicial y volviendo cruelmente a la realidad.

Estaba en mi salón, era de día y parecía que nada en mi ausencia había cambiado. Ginny permanecía en pie, con un vaso de agua en la mano y en su rostro dibujado una pregunta que tardó poco en formular.

- ¿Qué diablos estabas soñando? - me enjugué la frente, y comprobé que estaba empapada de pies a cabeza. Ginny se acuclilló frente a mí, apartando mechones rebeldes de mi cabello encrespado - ¿Se puede saber a quién tenías en mente? Es el tercer vaso que te echo encima. - señaló su camiseta, desconcertada - ¡Y casi me arrancas la ropa!

- Me siento confusa - vale, no era una explicación en toda regla, pero es que mi cerebrito se negaba a formular algo coherente que me llevara a relatar con detalles el extraño sueño que había tenido. - ¿Qué ha pasado? ¿Y por qué estoy mojada?

- Te quedaste dormida hace una hora. Todo iba bien, pero de repente comenzaste a gemir y a lanzar gritos bastantes… uhm… ¿delatores?. He tenido que echarte agua para que despertaras.

- ¿Delatores? - repetí, extrañada - ¿A qué te refieres con delatores?

Ginny dejó el vaso sobre la mesita de café y cerró los ojos, aspirando aire.

- Fue algo como, ¡Oh, por las runas… no, la camisa, pero qué pector…!

- Vale - la corté, ruborizándome hasta las raíces cuando acentuó cada palabra con gesticulaciones obscenas - Creo que ya lo he captado.

- ¡Era de lo más divertido! - confesó Ginny, sin un ápice de vergüenza en su voz - Tenía la sensación de que estabas experimentando un orgasmo cósmico o algo así, y yo fui la única espectadora. - frunció el ceño, pensativa - Aunque la cosa se torció cuando intentaste desnudarme.

- ¿Que yo qué?

Ginny me puso una mano en el hombro, intentando infundirme ánimos sin conseguirlo, la cabeza me daba vueltas y no conseguía vislumbrar nada de lo que había soñado.

- Hermione, si tú estás tan decepcionada con los hombres como para intentar desnudar a tu mejor amiga… - dejó la frase en el aire, evaluándome de un solo vistazo; al parecer el resultado fue negativo porque añadió - En fin, que tienes mi apoyo para explorar en la bisexualidad, pero creo que no te puedo ayudar en ello, lo siento. Me atrae demasiado el sexo opuesto como para meterme en tu cama.

- ¡No quiero meterme en tu cama! - le grité airada, incorporándome de un salto - ¡Y no soy bisexual!

Ginny iba a responderme, pero una voz autómata y sin énfasis comenzó a tronar en medio de la sala, enmudeciéndonos a ambas. Lo reconocí al instante, era la alarma mágica que había instalado meses atrás para prohibir las visitas inesperadas por la chimenea.

- El señor Draco Mafoy hará aparición por red flú en dos minutos ¿desea aceptar su visita?

Era lo que me faltaba, la guinda del pastel.

- No.

- Sí.

- ¡Ginny!

- Oye - me reclamó, presa de un entusiasmo inimaginable - No pienso perderme la oportunidad de ver la cara de Malfoy en cuánto te vea ¿estás de coña? ¡Será la primera vez que no tenga que ver uno de vuestros cotilleos vía pensadero! ¡Lo viviré en carne propia! Bueno, no exactamente, pero al menos estaré presente.

- Es mi casa y no lo quiero aquí - repliqué, molesta ante la indiferencia que mostraba en lo referente a mis sentimientos.

- Y yo te quiero mucho, Hermione - me puso ambas manos en los hombros, sonriéndome angelicalmente - Pero no lo suficiente como para perderme ésta escena. ¡Hazlo entrar!.

En ese instante en que parecía tener un ataque de lucidez, la chimenea emitió un ruido sordo, escupiendo la figura altiva y narcisista de Draco Malfoy en todo su esplendor. Se irguió al instante, y me recordé mentalmente preguntarle cómo mierda hacía para salir por la red flú y no tener una mísera mota de ceniza en su atuendo de snob aristocrático. Sus ojos grises se fijaron en Ginny unos instantes, pero la ignoró completamente cuando me ubicó a su lado. Le dediqué una mueca de asco, pero él parecía inmune a todo lo que podía impedirle fijar el objetivo, que sin serias dificultades deduje era servidora.

- Granger. - arrastraba las palabras tal y como yo lo recordaba en Hogwarts - Creo que tú y yo tenemos que hablar.

Esas palabras parecían ser el principio de una condena.

*****

PVO Draco.

Si ya era lamentable encontrarse en casa de una sangresucia, ahora añadirle la asistencia como estúpida testigo a una traidora a la sangre como la pecosa Weasley era la gota que colmaba el vaso de mi casi inexistente bondad. Me había interpuesto la ley de no insultar a la pelo de rata a menos que fuera necesario -generalmente siempre lo era, más que nada para encontrarme en equilibrio conmigo mismo-, pero la presencia de la pelirroja me llenaba de nuevas expectativas y maldades.

Aquella naranja andante parecía fascinada con mi presencia, surcando una sonrisa carente de simpatía pero con una maldad que me dejaba un incierto sabor de boca ¿crueldad? ¿diversión?. Quién coño sabía lo que pasaba por la cabeza de esa zanahoria con patas, pero desde luego había que cortarle las alas, inmediatamente. Y sin lugar a dudas, sacar de quicio era algo que se me daba increíblemente bien.

- Largo, Comadreja - aparte, por supuesto, de ordenar.

- Malfoy, - Granger se había cruzado de brazos, y observé que estaba completamente mojada. La camiseta transparentaba un sujetador anodino carente de sensualidad. Patético. - Te recuerdo que ésta es mi casa, y ella es una invitada.

Arqueé las cejas, dispuesto a repartir mi guerra entre ambas mujeres sin dilación. Tomé asiento en un sofá de pésimo gusto, sin dejar de sonreír en todo momento. Había descubierto, años atrás, que enseñar dientes y más dientes en una situación que no manejabas era algo desestabilizaba al enemigo, desarmándolo mejor que un Expelliarmus del imbécil cara rajada.

- Bien. - asentí, clavando mis ojos en la mosquita muerta de Granger - Entonces trataremos el tema de nuestro altercado en presencia de Weasley, le encantará oír mi opinión al respecto y los detalles más escabrosos.

La respuesta no se hizo esperar.

- Ginny, será mejor que te vayas.

Genial. Malfoy uno. Sabelotodo cero. Adoro ser maquiavélico… y ahora que lo pienso, también un poquito cabrón. No entiendo porqué el mundo no le encuentra la gracia al asunto.

- ¡No es justo, siempre me pierdo lo más jugoso!

La pelirroja frunció el ceño, mostrando su mirada más incrédula. Si mis cálculos no fallaban, en aquel cuchitril se estaba formando una guerra que Weasley tenía perdida de antemano, porque la Sabelotodo no parecía dispuesta a dar su brazo a torcer. Parecían madre e hija teniendo una de sus conversaciones incoherentes sobre la hora de llegada.

- No tengo todo el día, Granger - le señalé mi reloj con arrogancia - A diferencia de ti, tengo una vida social que mantener, y tu media hora se está esfumando a pasos agigantados.

- ¡Cállate! - bramó, apartándose unos pegajosos mechones de su rostro contorsionado por la exasperación. Se volvió a su amiga, haciendo alarde de su porte de McGonagall, es decir, de frígida solterona . - Ginny, cuando hable con ese engendro prometo llevar el recuerdo al pensadero de Pansy para que le eches un vistazo, pero ahora será mejor que desaparezcas.

- ¿Me lo prometes?

Por Salazar, esa voz melosa de la mini Comadreja era más fingida que los pechos de Daphne -se los agranda con un hechizo cuando cree que nadie la observa. Ni me preguntéis cómo cojones lo descubrí-. Granger suspiró y me observó por el rabillo del ojo, ¿se estaba poniendo nerviosa? Mejor así, tardaría menos en escupir lo que fuera. Asintió solemne, volviendo su mirada de nuevo a su pecosa y traidora amiga.

- Es un hecho - Weasley entonces le dio un beso furtivo, le comentó algo de unas entradas y se fue vía flú sin despedirse siquiera de mí. Voy a ponerme a llorar. La señorita Cara de Libro Mohoso se giró hacia mí, sin esconder su enojo por mi presencia - Escupe lo que tengas que decir y vete de aquí.

- ¿Qué modales son esos? - me mofé, pasando un dedo con indiferencia por encima de la mesa de café - Mira que Doña Perfecta no se puede permitir ningún hecho que empañe su pulcra perfección. Sería una mancha en el expediente.

- Al grano - me instó, ruborizándose hasta las cejas. Realmente la situación se me hacía bastante simpática, podría decirse que casi podría considerarse cómica.

- Está bien. - acepté, preparando todo mi arsenal y soltar el veneno reservado para la mosquita muerta de una buena vez - Blaise me lo ha contado todo.

Malfoy dos. Rata de Biblioteca cero.

Seis palabras que formaban una frase tan simple como jodidamente hiriente. Y juro sobre el panteón de los Malfoy que jamás en mi vida estuve listo para lo que tras ello aconteció.

Su boca se abrió ligeramente, el rubor de sus mejillas dio paso a una palidez extrema -y mira que soy casi translúcido, pero debo admitir que Sabelotodo se llevaba la palma-; sus manos fueron directamente hacia los mechones que se pegaban a los lados de la cara, tirándose de ellos -sinceramente, si yo tuviera esos pelos ya me los habría arrancado-. Finalmente gritó. Lo hizo con todas sus ganas, esforzándose en quedarse sin aire, y sonar como millones de rayos surcando el cielo oscuro en plena tormenta.

Cuando terminó su numerito de alma-en-pena-arranca-mechones-de-rata se quedó estática, mirándome con unos ojos marrones que destilaban tanta tristeza que, si tuviera un mísero corazón, o se tratara de alguien que realmente valiese la pena me hubiera ablandado -cabe aclarar que no fue el caso, evidentemente-. Pero acto seguido hizo algo que desestabilizó mis defensas: Sacó el famosísimo factor L.C.

Oh, joder, eso sí que me dejaba desarmado.

Sabelotodo uno. Malfoy dos.

Zorra.

Bien, el L.C es uno de los factores de debilidad -generalmente femeninos, algo así como armas potenciales de mujer- más usados por Astoria o Daphne cuando algo se les escapa de las manos y no tienen salida salvo rezar a los dioses para que ese factor surta efecto, y consigan así lo que se proponen. Esa táctica, sin ir más lejos, es el llanto. O lo que es lo mismo: Lágrimas de Colacuerno. - En el mundo muggle le dicen de cocodrilo, pero no sé exactamente qué animal es. Una vez a unas chicas de estudios muggles les escuché comentar algo de botas y bolsos, aunque no estoy muy seguro de que los muggles lleven mujeres llorando en sus bolsos-. Como lo leen queridísimos lectores, Hermione Granger, señorita fea, listilla y testaruda donde las haya estaba hecha un mar de lágrimas.

Y yo no estaba entrenado para eso.

Desde pequeño, mi madre me enseñó a ser todo un caballero con las niñas y damas de sociedad. También me instruyó en el arte de burlarme, como es lógico, de Miss Pelo de Rata y toda la extirpe de sangresucias y traidores a la raza. Por ello lisonjear, adular y halagar se convirtieron, a tan temprana edad en mi segundo, tercer y cuarto apellido respectivamente.

Cada vez que mis padres me llevaban a tomar el té a casa de los Nott, mamá me ponía a prueba comprobando a cuántas chicas les sacaba una sonrisa resplandeciente y a qué otro tanto sonrojaba hasta el tuétano. Evidentemente, para mí sólo era una tarea más a cumplir, pero era de mis favoritas porque, debido a ella, me granjeé una popularidad entre el sexo opuesto -aumentada considerablemente en el lecho años más tarde- en la cual no entro en detalles por no aburrir y parecer excesivamente ego centrista -Oh, un segundo, ¿acaso no lo soy?- y petulante.

Como contrario, cada vez que un sangre sucia se cruzaba en mi camino, yo tenía que escupir tanto rencor y lenguaje obsceno por la boca como sonrisas angelicales en lo anterior. Vamos, una tonelada mínimo.

Un día, me crucé con una sangresucia en Flourish & Blotts. Yo tenía diez años exactamente y estaba comprando mis libros para mi primer año en Hogwarts. Le grité en público, la humillé, y para mi sorpresa, rompió a llorar a moco tendido. Vamos, os podéis imaginar mi estupor, ¡y eso que sólo le recriminé su sangre estaba contaminada y que ésa nariz larguirucha se parecía bastante a la varita de mi padre!. Ni siquiera saqué mi peor repertorio. El caso es que yo no estaba acostumbrado a ver a las mujeres llorar -por muy sangresucias que fuesen- y aquello me sobrecogió. A mí sólo me habían preparado para hacer reír, parecer encantador, y un cerdo arrogante cuando la ocasión lo requería, pero ¿hacerle eso a una niña? ¿a alguien que no fuera un elfo doméstico?.

Sin saber cómo reaccionar, salí corriendo despavorido. Nunca le mencioné a nadie lo ocurrido -ni siquiera a mi madre- y se quedó a buen recaudo en letargo dentro de mi cabeza. En lo sucesivo seguí el mismo planteamiento, salvo que cuando veía unas lágrimas asomar por cualquier ojo peligrosamente -las reconocía porque parpadeaban más de lo normal y el labio inferior temblaba exageradamente- salía como si hubiera vislumbrado al peor de los fantasmas, y si te he visto no me acuerdo. La estrategia me había funcionado años.

Hasta hoy.

Granger parecía un grifo abierto. Lágrimas saladas se mezclaban en su rostro ligeramente pecoso con el agua que la cubría, dando todavía más si cabe el aspecto de mojigata desamparada. A Astoria le tenía prohibido lagrimear en mi presencia -ella sólo llevaba a cabo el factor L.C con papaíto- pero, como es lógico, a Granger no se lo podía prohibir. Un momento, ¿y por qué no?.

- No llores - mierda, me temblaba la voz, y no había demostrado ni una mísera nota de seguridad. Eso significaba que mi rendimiento estaba bajando a niveles alarmantes. Me removí en el sofá, incómodo por la escena - Para. Ya. Ahora.

Fue como accionar una palanca y descubrir el horror más nauseabundo del mundo. Yo no sé qué mierda fue lo que dije, pero Granger empezó a llorar con más fuerza si cabía -y coño, cabía bastante por lo visto- asintiendo con la cabeza como si fuera a remitir, aunque no lo hacía ni por asomo. A ese ritmo iba a inundar el cuchitril en menos de quince minutos, y no podía permitirme estropear mi túnica nueva.

- Granger…

- Yo q-quería ha-hacerlo… p-porque pretendí-día ayudar… - sorbió por la nariz, pasándose el brazo por los ojos para espantar las lágrima. Respiró hondo un par de veces, y luego su mirada perdida se posó en mí, desafiante - Has venido para chantajearme, ¿verdad?

- ¿Yo? - Vale, no es que no lo hubiera pensado (tan sólo un vistazo a esa imagen de la señorita listilla siendo coaccionada me provocaba carcajadas), pero no entraba en mis planes en esos instantes, así que mi sorpresa no era del todo fingida - ¿Y qué crees que puedo obtener de ti, sexo? - puse mi peor cara - No gracias, no suelo tener relaciones con animales.

Se puso roja hasta el cogote, frunciendo el ceño. Menuda mojigata tendría que estar hecha.

- ¡Aunque fueras el último hombre sobre la tierra, Malfoy, me negaría a meterme en tu cama!

- Es un alivio. - solté aire teatralmente, enjugándome un sudor de mi frente inexistente. Sus ojos estaban llenos de ira, y la debilidad que antes había mostrado se había esfumado completamente.

- ¿Entonces qué pretendes? ¿Vas a ir con el cuento a mis amigos? ¿Les dirás que me he vendido por un puesto en el ministerio?

De nuevo lágrimas silenciosas corrían por su cara sin explicación alguna -ésta vez ni le hablé, así que me registren-, se tapó el rostro con las manos, cayendo de rodillas sobre la moqueta y soltando palabras ininteligibles entre sus sollozos. Joder, aquello era una tortura, tenía que hacer algo.

Vale, la primera opción que se me pasó por la mente fue salir por patas inmediatamente, aparecerme de allí o deshacerme como fuera de Granger… pero, claro, si escapaba quedaba como un perfecto ejemplo de cobarde; una cosa era correr con nueve años y otra con veinticuatro-y encima delante de una bocazas que aprovecharía cualquier oportunidad para desprestigiarme-, así que nada. El echar a correr: Descartado.

La segunda opción era intentar decirle cuatro estupideces para que se calmara y así detuviera la llantina. Por Salazar, ¿no se supone que este tipo de problemas es lo que Blaise debería de comerse como novio mariquita? Además, visto de otro modo era mejor que yo para consolarle, él ya tenía su parte femenina mucho más desarrollada. Pero no, ¡claro que no!, ninguno de mis amigos estaba ahí para escurrirles el bulto, así que tendría que tragarme parte de mi orgullo y lidiar con el temita de los cojones lo mejor que pudiese. Segunda opción: Obligatoriamente aceptada.

Por mi bien social espero que esto nunca se sepa.

Me incorporé del sofá, deslizándome como una serpiente -irónico, ¿eh?- hasta quedar sentado junto a Granger a una distancia prudencial. La moqueta era barata, tenía pelusas sueltas por todos lados y jugueteé un rato con ellas, buscando las palabras exactas y neutrales con las que pretendía acallar sus interminables lágrimas y sollozos.

- Granger, yo… yo… - me di fuerzas, inspirando aire varias veces. Doña Perfecta seguía en la misma posición, con el rostro oculto entre sus manos y lloriqueando a moco tendido.

- Soy una vendida -susurró con tristeza. Aquello -lágrimas, gritos, soledad- me estaba desesperando.

Tenía que callarla, decirle algo que la mantuviera el tiempo justo y necesario sin llorar para largarme.

- Mira, Granger, la verdad es que todo el mundo es corrompido alguna vez en su corta existencia. El Señor Tenebroso, Snape, Dumbledore - al pronunciar el nombre, noté un escalofrío recorriendo mi cuerpo - Todos alguna vez tuvieron que corromperse para llegar a lo que fueron. - apartó un poco las manos, mirándome como si no me reconociera - La verdad es que yo mismo he sido corrompido -ladeé la cabeza, reflexivo, y añadí - varias veces. He lamido las botas de quién hizo falta para estar dónde estoy, para obtener lo deseado. Tal vez no hice bien, tal vez no hice mal. Pero lo que cuenta al fin y al cabo es que tomé el rumbo de mi vida y llegué a donde pretendía. Yo pisé a mucha gente, jugué, vencí y me vencieron. Tú, sin embargo, sólo tienes que aparentar seis meses ser la novia de mi mejor amigo, en serio ¿es tanto pedir?. Creo que, desde ese punto de vista, no es tan grave.

- Me estas comparando contigo -observó, impertérrita. Por fin había dejado de llorar.

- No, es imposible que seas tan perfecta como yo. Sólo hago un análisis exhaustivo de los detalles.

Granger parpadeó varias veces, evaluando la calidad de mi discurso. Finalmente se echó a reír.

- Vaya, así que Draco Malfoy tiene cerebro.

- Lo sé, es difícil de creer que alguien tan sexy sea también un lumbreras. - respondí, serio y sin apartar mis ojos grises, autosuficientes, de ella - Soy un tesoro oculto por descubrir. Toda mi belleza es lo que capta más atención al principio, y claro, es lógico, quedan tan sorprendidos que el cerebro es secundario.

Esperaba un bofetón, un grito, una reprimenda… pero nada de eso sucedió. Permanecimos en silencio un buen rato, con el ruido de una canción muggle en francés que se escuchaba en la lejanía de los abiertos ventanales.

- Así que Blaise te ha contado la verdad, ¿eh? - tardé exactamente dos segundos en enfocarla, el tiempo necesario para volver a la realidad. Sus brazos estaban alrededor de sus piernas, y apoyaba la barbilla entre ambas rodillas - ¿No te importa que sea gay?

Las palabras de Zabinni me vinieron a la mente. Gay es gay. Homosexual, mariquita. Me gustan los chicos. Activo. Pasivo. Dar y que me den. Esas cositas ¿entiendes ahora?. La verdad es que tenía aún muchas preguntas en la cabeza -como quiénes fueron sus ligues en Hogwarts, si alguna vez se había excitado bañándose con nosotros o si era cierto que me quería violar (algo totalmente comprensible, por supuesto, no hay chico tan atractivo como yo)- pero su condición sexual era algo diferente. Me encogí de hombros, y sin darme siquiera cuenta, comencé a hablar desde mis pensamientos más profundos.

- Blaise ha estado conmigo siempre, desde la infancia, en los bueno y peores momentos. Le gusten los chicos o las chicas, sigue siendo Zabinni, atolondrado dónde los haya y mejor amigo de Draco Malfoy… salvo que ahora es marica. El orden de los factores no altera el producto.

- ¿Te das cuentas de que estamos manteniendo una conversación civilizada? ¿De que estamos en mi casa, sentados, y hablando de temas profundos? - Granger estaba desconcertada. Bueno, incluso yo mismo lo estaba. - Es decir, no me estás insultando, ni gritando, ni… en fin, nada que te haga parecer… tú. Sinceramente, nunca hubiese esperado una reacción semejante de ti sobre la homosexualidad de Zabinni.

- ¿Acaso pretendes que lo cambie? - inquirí molesto - ¿Quieres que le ponga a tres brujas en bikini y que le haga una…?

- No es eso - me interrumpió, seria de repente - Es sólo que estás demostrando que Blaise te importa como persona, no como algo de usar y tirar. Eso, en todos los diccionarios, lo llamarían “tener corazón”.

- Tengo que irme.

No es que necesariamente tuviera compromisos -salvo La Sesión con Blaise y Nott- pero el tono que estaba adoptado la conversación no era el conveniente. Me estaba mostrando débil, vulnerable ante una sangre sucia, algo que no me podía permitir. Además, yo había ido allí para vengarme de ella, para… no sé, hacérselo pasar mal, pero no podía, y el motivo estaba claro: Blaise estaba metido hasta el cuello. Él era el que había promovido todo aquello, el artífice de tal contrato; si se descubriera, si saliera a la luz ¿qué pensarían de él? Nada bueno, estaba claro, y volverían los tiempos oscuros, en los que se pasaba todo el día encerrado con su madre en San Mungo cubierto de soledad. Detestaba a Granger, pero no quería dañar a Blaise.

Me levanté del suelo y Sabelotodo hizo lo mismo. Dirigí mis pasos hasta la chimenea, saqué polvos flú y murmuré la dirección de Nott. Las llamas verdes de sobra conocidas lamieron la madera ficticia sin quemar. Di un paso, luego otro, pero de repente recordé algo. Giré un poco mi cabeza, fijando mis ojos grises en la figura detrás de mi espalda.

- Por cierto, Granger.

- ¿Si?

- Besas de pena. Deberías de practicar con la mano.

Y sin esperar una respuesta me marché, con la imagen de una Rata de biblioteca enfurecida grabada en mis retinas.

Granger uno. Malfoy tres.

*******

Blaise, Theo y Draco mantenían un secreto. No es que se avergonzaran -los Slytherins ni siquiera entendían el concepto de dicha palabra- pero preferían mantener ese pequeño tesoro entre ellos para evitar tener que dar explicaciones. Todo comenzó un par de años atrás, cuando a Theo se le ocurrió ir al Londres muggle de excursión. Draco se negó en rotundo desde el principio -¿y qué haría yo allí?- pero a Zabinni la idea le encantó y decidió acompañarle.

Se prepararon a conciencia, estudiando el modo de vestir de los muggles -Blaise robó una tonelada de revistas de casa de Pansy-, y cambiaron los galeones por unas cientos de libras en Gringotts -¡el dinero muggle se hace con pergamino, Blaise!-. Una vez terminaron con la primera parte del plan, ambos se dirigieron al Caldero Chorreante un viernes por la mañana, y cruzaron el umbral de la puerta de la taberna con el corazón latiendo a toda velocidad.

La primera vez que vieron el Londres muggle, los chicos pensaron que estaban en un sueño. La gente marchaba rápido de un sitio a otro, sin detenerse a murmurar cuando pasaban a su lado o rozaban sus abrigos-además de comprobar que sus padres estaban equivocados: Ser muggle no era una enfermedad y mucho menos se contagiaba por aire-. Aquello era un cambio radical. Blaise y Theo estaban acostumbrados a que los magos y brujas murmuraran por lo bajo en cuanto los veían aparecer, y poco les costaba escuchar aquí y allá la palabra “mortífagos” escapando a hurtadillas. Allí no eran conocidos, ni tachados por su pasado. Era la libertad absoluta, la ansiada y anhelada libertad.

Recorrieron sus calles cubiertas de nieve bajo los abrigos de paño negro abotonados hasta el cuello, los ojos abiertos, expectantes ante tanto mundo desconocido y aún por revelar. Ropa, teatros, pastelerías, cafeterías. Se dieron cuenta de que unos y otros -magos y muggles- no eran tan diferentes. Cada uno vivía como le habían enseñado, con sus cosas buenas y malas, pero ambos mundos ansiaban lo mismo al fin y al cabo.

Fue así, yendo sin rumbo fijo, que encontraron una tienda de música e instrumentos; ¡Entremos! exclamó Zabinni, y Theo le siguió de buena gana. Era un establecimiento pequeño, con guitarras colgando del techo y teclados de varios tamaños esparcidos aquí y allá entre baterías, bajos y trompetas. Al fondo, unas estanterías llenas de cajas pequeñas eran observadas por varios muggles distraídamente. Nott se acercó y cogió una de las cajas. Llevaba una foto sin movimiento de un bebé nadando en una piscina; arriba se podía leer “Nirvana” en letras negras.

Un chico con melena castaña y gafas cuadradas se acercó a él y le preguntó si le interesaba el grupo, ¿Qué grupo? inquirió Theo, mirando por todos lados, entonces el muggle le quitó la cajita de las manos y se la llevó hasta el mostrador. Al abrirlo, una circunferencia plateada y plana descansaba en su interior, lanzando destellos de colores. Es un cd, Blaise -que los había seguido con curiosidad- y Theo vieron que metía el círculo brillante en una caja negra, y una voz rasgada salió al instante, acompañada por un sonido realmente singular. Son buenos, declaró Zabinni, moviendo la cabeza de un lado a otro.

El chico de melena se marchó, y regresó con un disco más grande, de un negro mate, que puso en una caja con una aguja encima. Las voces que salieron eran espectaculares, el ritmo pegadizo, y sin saber cómo, ambos se vieron dando pequeños saltitos siguiendo el sonido de aquellas voces desconocidas. Son los Beatles, y los amos del universo. De aquella excursión clandestina sacaron un gramófono, una guitarra, un bajo, una batería y toda la colección de vinilo que pudieron encontrar de ese grupo pintoresco llamado The Beatles. Dos días más tarde, Zabinni trajo cuatro chaquetas similares a las que usaba el grupo antes de desaparecer y que llevaban retratados en una de las portadas.

Cuando Draco fue a casa de Nott, lo obligaron a escuchar al grupo. Fue así como decidieron, casi por unanimidad -Draco aún estaba consternado por el aparato que cantaba- llevar a cabo La Sesión.

Blaise Zabinni recordaba mientras llegaba por aparición a casa de Theodore Nott justo a la hora acordada. Fue hacia la puerta, y entró en el interior usando la contraseña que Theo les daba cada lunes, día señalado para cambiarla. El hall estaba en penumbra, y había un tenue olor a cera y flores, cortesía de Mapy, la elfo doméstico que heredó de la antigua mansión Nott. En un jarrón moderno descansaban una violetas que parecían recién cortadas, y justo enfrente un cuadro enorme retrataba a una mujer robusta y de cabello negro que le saludaba afectuosamente.

- Buenas tarde, señora Nott - saludó Zabinni, haciendo una reverencia - ¿Ha llegado Theo?

La mujer tenía unos ojos pequeños, oscuros y amigables. En ellos pudo reconocer algún vago parecido con los de su amigo.

- Mi hijo está en la sala de música.

Blaise recorrió el pasillo, sin detenerse a observar las múltiples fotografías en las paredes color crema. Theodore Nott salía acompañado en todas ellas de diferentes personalidades: El ministro de Magia inglés, francés, alemán, húngaro, el equipo de los Tornados, las Brujas de Macbeth… y al final, unas cuantas en las que un Theo tímido sonreía a la cámara acompañado de Blaise, Pansy y Draco en sus años de Hogwarts.

Pasó de largo las dos primeras puertas, y la tercera la abrió de golpe sin llamar. Theodore Nott, alias Gran Oso, estaba de pie sobre un sofá de piel de damasco que tenía serias heridas. Vestía unos vaqueros holgados, no llevaba camiseta, y sobre su torso desnudo descansaba una casaca roja de estilo ruso desabotonada, llena de tachuelas doradas y flecos en los hombros. Una guitarra le cubría parte de la cintura, y daba saltos enfebrecidos mientras cantaba a toda voz una canción de su grupo favorito y por los que se hacía La Sesión: Los Beatles.

SHES THE KIND OF GIRL WHO PUTS YOU DOWNWHEN FRIENDS ARE THERE, YOU FEEL A FOOLWHEN YOU SAY SHES LOOKING GOODSHE ACTS AS IF ITS UNDERSTOODSHES COOL, COOL, COOL, COOL

El cabello oscuro y revuelto estaba húmedo, oscilando sobre su cuello en cada movimiento. Mantenía sus ojos cerrados, el ceño fruncido, y cantando a pleno pulmón. Los pies descalzos de hundían en la sufrida tela de damasco.

WAS SHE TOLD WHEN SHE WAS YOUNG THE PAIN WOULD LEAD

TO PLEASUREDID SHE UNDERSTAND IT WHEN THEY SAIDTHAT A MAN

MUST BREAK HIS BACK TO EARN HIS DAY OF LEISUREWILL SHE STILL BELIEVE IT WHEN HES DEAD?

La canción llegaba a su fin, y terminó con un dramático ¡Girl! y Theodore Nott de rodillas sobre la tela, que se rajó al instante. Al abrir los ojos se encontró con el rostro burlón de Blaise, y una sonrisa se dibujó al instante en su enorme cara.

- ¡Son los dioses del universo, yeah! - le gritó, todavía extasiado con la canción. Saltó del sofá, fue hasta un perchero y descolgó una chaqueta exactamente igual que la suya pero de color azul eléctrico - Vamos, Zabinni. ¡Dale caña!.

Blaise se descalzó en dos segundos, cogió un bajo que reposaba sobre a pared -no es que supieran tocar demasiado bien, pero los instrumentos le daban realismo a la escena- y se subió al sofá de damasco. La siguiente canción estaba ya sonando. Un conocido y rotundo éxito del grupo inglés. Ambos se miraron, y comenzaron a cantar al unísono.

I read the news today oh boyabout a lucky man who made

the gradeand though the news was rather sadwell

i just had to laughi saw the photographhe blew his mind out in a carhe

didn't notice that the lights had changeda

crowd of people stood and staredthev'd seen his face

beforenobody was really sureif he was from the house of lords.

Terminando la estrofa llegaba Draco, que los observó desde el umbral de la puerta con semblante adusto. Blaise le saludó con la mano, y Nott le tiró la otra casaca que aún permanecía colgada, -negra con tachuelas doradas-. Draco se quitó lo que llevaba -zapatos, camisa, túnica- salvo los pantalones, y se puso la chaqueta, dejándola abierta igual que Theo y Blaise. Tomó asiento en un sillón de cuero, hundiéndose hasta dejar oculto la mitad del rostro bajo el cuello de la casaca, quedando a la vista sus ojos grisáceos.

Zabinni se bajó del sofá y fue hasta él para arrastrarle, pero Draco se negó. Finalmente con ayuda de Nott lo llevaron casi en volandas hasta el sofá de damasco, lo pusieron en pie y siguieron cantando en dirección a Draco, que observaba la escena con hastío.

- ¡Canta! - le gritó Nott, dándole un pequeño empujón que hizo que Malfoy se balanceara y chocara con Zabinni, el cual acabó cayendo del sofá irremediablemente - ¡Ups! ¡Eso es por querer desnudar a mi Ninja Scroll!

- ¡Tu muñeco no hubiera salido malparado si no fuera porque dejaste a mi Barbie Fantasy calva! - inquirió Zabinni desde el suelo, con los ojos azules fijos en su amigo.

Quizás fuera la estúpida situación, o la absurda pelea de ambos amigos o -no quería pensar demasiado en ello- que Granger le había dejado con las defensas bajas; el caso es que Draco Lucius Malfoy, rico empresario y ex mortífago, se rió por primera vez en mucho, mucho tiempo. Aquello se merecía una fiesta. Sacó su varita del bolsillo del pantalón, hizo una floritura apuntándose a la garganta y ante las miradas sorprendidas de sus mejores amigos, comenzó a cantar aquella canción de los Beatles que se sabía de memoria.

I heard the news today oh boyfour thousand holes in blackburn

Lancashireand though the holes were rather smallthey had to count them allnow

they know how many holes it takesto fill the Albert Halli'd love to turn you onn.

Tal vez se vieran ridículos con esas chaquetas pasadas de moda, llevando unos instrumentos que ni siquiera tocaban o desafinando en cada estrofa, pero a ellos no les importaba. Cada sábado por la tarde podían ser ellos mismos en aquella sala de música creada para escapar del mundo y la vida que les esperaba tras las puertas de madera, un futuro incierto que les atormentaba con errores del pasado. Esas cuatro paredes albergaban las esperanzas de unas serpientes, deseos ocultos que inevitablemente, deberían salir a la luz tarde o temprano.

Al terminar la canción, los tres se dejaron caer en el sofá, con el sudor corriendo por las sienes y la mirada perdida.

- Bueno, tíos, ¿qué habéis hecho hoy? - inquirió Zabinni, dejando a un lado su bajo.

- Yo conseguí una no-cita - anunció Nott - Con una chica no-normal.

- Yo hice llorar a Granger.

- Me parece. - repuso Zabinni, sonriendo como un niño - Que vamos a tener una tarde llena de confesiones, ¿quién empieza?

***********

En la celda ciento diez del sector A en Azkaban, Lucius Malfoy descansaba en su camastro, sobre una manta raída, escuchando el sonido de las olas al chocar. La brisa traía el aroma a salitre, y el cielo permanecía eternamente encapotado, cubierto por unas espesas nubes grises que anunciaban constantemente tormenta.

El batir de las olas se escuchó amortiguado cuando un grito de agonía salió de una de las celdas contiguas a la suya. Se dio la vuelta, e hizo como si no oyera nada. Era rutinario que de vez en cuando alguien se volviera loco, o muriera de culpa o pena en aquella estúpida cárcel perdida en el océano. Pero Lucius Malfoy no sería uno de ellos. Él tenía que sobrevivir, albergando la esperanza de salir de allí para vengarse de los que le traicionaron, de los que le confinaron a vivir esa vida mugrienta y miserable que no le pertenecía.

Harry Potter, la Orden del Fénix, el ministerio, Narcisa… y por supuesto su hijo, Draco.

Los mataré, pensó, apretando los puños, acabaré con ellos lentamente hasta conseguir que supliquen por sus vidas.

Un rayo plateado cruzó el cielo, y el atronador sonido amortiguó la explosión que hizo temblar los cimientos de la fortaleza de Azkaban. Los presos gritaron desesperados, haces de colores volaron durante eternos minutos aquí y allá para luego dar paso a un silencio sepulcral. Otro que ha intentado escapar, imaginó Lucius, sentándose en el camastro para observar la lluvia desde su ventana.

Unos pasos delataron la presencia de alguien en el pasillo. Los dementores estaban descartados, pues ellos prácticamente flotaban, así que imaginó que era otro de sus compañeros sentenciado al beso que iba rumbo a su propia muerte.

Se acercó a inspeccionar qué ocurría, pero de repente una figura alta oculta tras una capa negra apareció frente a sus ojos. Llevaba una varita en cada mano, protegidas por guantes negros. Sin mediar palabra le lanzó una de ellas a Lucius, que la cogió al vuelo. Por fin. Con una floritura de muñeca abrió la celda y salió rápidamente. La figura alta sacó un bulto de entre sus ropajes, y lo lanzó hacia la que había sido la celda de Lucius Malfoy durante siete años.

Tenía el mismo pelo rubio platino que él, y llevaba una túnica parecida a la suya, raída y andrajosa. Se removió un poco, la figura le lanzó un hechizo aturdidor y volvió a quedarse quieto, inmóvil. Dos segundos más tarde había echado a andar, con Malfoy pisándole los talones.

- Ya estabas tardando - se quejó Lucius, mirando el destrozado pasillo, los cuerpos inertes de varios presos tendidos en la piedra y un par de dementores que esperaban al final, vigilando - Dijiste dos días, y ha pasado una semana.

- No exijas cuando no estás en posición de elegir. Además, la poción multijugos no estaba lista, y me costó bastante conseguir ciertos ingredientes. - la voz era cavernosa, y a Lucius le recorrió un escalofrío en cuanto las palabras salieron de aquella boca oculta por la capa. - Vamos, hay que darse prisa.

Los presos gritaban a su paso, pero ninguno de ellos hizo el intento de liberarlos. Lucius iba tras la figura, que parecía flotar en el aire.

- ¿Para cuándo está programado el ataque? - Malfoy miraba a todos lados, sin creerse que por fin estuviera libre.

- Tenemos exactamente siete días a partir de hoy. Todo está listo, te lo explicaré cuando nos hallemos en lugar seguro.

- ¿Y el objetivo? - repuso, sintiendo cómo la magia fluía de nuevo por sus venas, creciendo su poder con cada paso que daba hacia la salida.

- Está decidido - le pasó un trozo de pergamino doblado por la mitad - Míralo tú mismo.

Lucius Malfoy leyó detenidamente, y al finalizar soltó una carcajada. Escuchó unos gemidos procedentes de una celda próxima, se acercó y lanzó un Avada sin compasión. Los alaridos cesaron al instante, y sonrió con orgullo y malicia.

- No tenemos tiempos para tonterías - lo reprendió la figura alta, cogiéndole por el codo para que siguiera andando - Cuando el ministerio se entere de que has escapado, no habrá vuelta atrás.

- No te preocupes, esta huida les cogerá por sorpresa.

- No lo dudo - replicó su acompañante - Bueno, ¿crees que estás preparado?

- Sin duda alguna, sí - afirmó, ampliando su sonrisa - Me encantará ver la cara del ministro de magia cuando ataquemos el partido de quidditch de la próxima semana. Todos esos cadáveres, esas vidas…

- Pero hasta entonces - le cortó la figura, severo - Tendrás que esperar.

- No hay problema - repuso, abriendo las puertas de la cárcel. Las gotas de lluvia le bañaron el rostro, y se sintió más vivo que nunca - Ah, llevo siete años aguardando, una semana no será un problema.

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Bueno, como veis parece que Malfoy no es tan cerdo como aparenta, y he intentado que ya haya un acercamiento entre los personajes principales, así que no me asesinéis. Ya dije que es un capítulo de transición, así que no me lancéis muchos tomatazos.

Se acepta de todo menos virus.

Besos.

Shashira.