miércoles, 16 de diciembre de 2009

El contrato Capítulo 13 (Theo y Luna)



Hola chicos^^.

Yo sé que no es mucho, pero os voy a poner la parte que me queda del capítulo trece. Sé que me vais a echar la bronca por desaparecer, pero es que por cuestiones de salud me he debido mantener al margen. Voy a ser mamá, y he sufrido una amenaza de aborto, así que los médicos me han ordenado reposo. El viernes me dirá si sigo con el reposo o ya puedo continuar con mi vida normal, así que tened paciencia, por favor. Gracias a todas las chicas, como siempre, por preocuparse por mi, en especial a Carol, que continuamente pregunta por mi estado de salud y se hace cargo de todo. Os adelantaré que en eñ próximo capítulo hay dos muertes, el ya tan esperado acercamiento entre Draco y Hermione, y concoeremos al antiguo amor de Draco. Pero deberéis esperar hasta final de semana. Sé que os pido mucho, pero ¡haced un esfuerzo!

Y ahora sí, ¡a leer!


***********

Muéstrame lo que es
Ser el último esperando
Y enséñame la diferencia entre el bien y el mal
Y te mostraré lo que puedo ser

Dilo por mi
Dímelo
Y dejaré esta vida atrás
Dime que vale la pena salvarme

Savin Me By NickelBack


Cuando Theodore Nott consiguió llegar a casa de Luna Lovegood, era casi medianoche. Todo estaba oscuro, y salvo los ronquidos de Qué en su jaula, el aire era denso, silencioso y con ese olor peculiar del apartamento, mezcla de jardines y animales que a Theo siempre le hacía recordar una pradera. Las cosas seguían en su lugar, y el queso putrefacto descansaba en la encimera, dónde Luna lo había dejado después de hacerse un aperitivo antes de ir al cine. Determinó, entonces, que allí no había nadie.

Nott había visto salir a la muchacha del cine sin decirle nada, y esperó a que despareciese de la vista para seguirle los pasos, amparándose en la muchedumbre con la esperanza de no ser descubierto. La vio bromear con una familia que pasaba, detenerse en una tienda de animales y incluso comprar un batido de fresa por el camino. La perdió de vista al entrar en el edificio, y permaneció al menos dos horas oculto entre las sombras, esperando. En todo el trayecto no le habló, por miedo a que montara una escena en plena calle, aunque Theo sabía en el fondo de su mente que aquello era mentirse a sí mismo. Luna no era así. Ella no gritaba en medio de un mar de personas, ni era dramática. Loca sí, pero no dramática. Más bien se quedaba mirándote, con esos ojos enormes y azules que casi parecía salírsele de las órbitas. En realidad, y aunque le costara admitirlo, se sentía sin fuerzas para enfrentarse a ella, o mejor dicho, enfrentarse a la verdad.

Porque una cosa era que su cerebro descubriese que le gustaba, y otra muy distinta reconocerlo ante los cuatro vientos, o delante de ella. ¿Qué haría Luna? ¿Reír? ¿Llorar? ¿Pensar que un escreguto de cola explosiva le quemó las neuronas? Eso tenía sentido, porque Luna estaba loca, y era maniática, y tenía una risa histérica y hablaba de cosas que Theo no entendía -como los cambios hormonales de los doxys en primavera o de unos seres que te causaban diarrea al instante con una sola mirada-. En definitiva, aguantaba a Luna doce minutos seguidos, porque al que hacía trece ya estaba desesperado por encontrar a alguien relativamente normal.

Pero a pesar de todas sus manías y vicisitudes, Luna también era agradable, y le traía golosinas aunque no tuviera porqué hacerlo, y cuando sus labios se estiraban y aparecía su sonrisa, el mundo se detenía durante dos segundos. Ese pequeño mini-mundo en el que se paralizaba su corazón, le costaba respirar, y sólo tenía ojos para Luna y su sonrisa, su mirada azul de psicópata empedernida y esa piel casi albina. Para sus locuras y extravagancias, sus pendientes de rábanos y su pijama hortera. Pero era Luna Lovegood, Ravenclaw, bruja adicta al tai-chi y vegetariana para más señas, y a él le gustaba que fuera así. Porque de lo contrario no sería Luna Lovegood. Sería otra persona, como Miranda, o Roberta, pero no tendrían el encanto de ella, ni su sonrisa, ni su cabello recogido como un repollo. Por lo tanto, convino Theo, el amor no es que sea ciego, sino que te hace ciego. Ahí radicaba la diferencia.

Si alguien le hubiese dicho que le gustaría alguien como Luna hace un mes le habría golpeado. Ahora, no era el caso precisamente. Antes no conocía a Lovegood, y, bueno, no es que en esos instantes supiera mucho de ella, pero estaba claro que lo que había descubierto bien valía la pena de arriesgar su cordura por estar con ella.

Y eso, todo hay que decirlo, era un gran avance.

Avance hacia la locura, obviamente.

Theodore Nott anduvo unos pasos hacia el baño, pero tropezó con la jaula de Qué, el cual soltó un chillido que rasgó el aire. Masculló un par de obscenidades, antes de alcanzar la varita guardada en el bolsillo trasero de los vaqueros.

- Lumos – susurró al aire, y un halo de luz emergió de la punta de la varita al instante.

Avanzó hasta el baño, y luego, con inseguridad, llamó a la puerta de su dormitorio. Al ver que no respondía, se puso a hablar a través de la puerta:

- Ey, Lovegood, sal de ahí. Tenemos que hablar – esperó una respuesta pacientemente durante treinta segundos, pero estaba claro que ella no pretendía dar su brazo a torcer tan fácilmente. Típico de las mujeres, opinó Theo mentalmente, recordando a su hermana Diandra y las rabietas de las que hacía gala cuando algo no iba tal y como ella pretendía. Seguramente, todas las mujeres eran iguales en ese estilo.

La diferencia, sin embargo, recaía esta vez en que la culpa la tenía él. No pudo evitar enfadarse con Luna y Albert, a pesar de que sabía de antemano que no tenía sentido, pero en esos instantes de irracionalidad dejó que su rabia fluyera libremente por su cuerpo, y en especial por su boca.

- Mira, yo… - meditó un poco las palabras, escogiendo cada una con cuidado – No pretendía sonar grosero, ¿vale? Simplemente estaba… confuso, con Albert. No me gustó la forma en la que te trató. Así que… lo… lo siento. Siento lo que te dije y el modo en que te lo dije.

Hala, ya está, se había disculpado. Era la primera vez que pedía perdón en, ¿cuánto? ¿Cinco, seis, siete años? Tan lejano quedaba ya el recuerdo en su cabeza que apenas lo podía calificar en un esquema temporal. Esperó en otro intervalo de dos minutos, esperanzado en que Luna le perdonara, pero nada sucedió. La puerta seguía cerrada ante sus narices, y Theo empezaba a impacientarse. Se recostó en el marco de la puerta, haciendo dibujos invisibles con el dedo en ella.

- Oye, sé que cometí un error, pero estás sacando las cosas de quicio, ¿no crees? Sal de ahí, y aclaremos esto como adultos que somos. Hablarle a un trozo de madera me resulta bastante incómodo – al ver que ella no respondía y habían pasado diez minutos, tomó una decisión – Mira, si no sales de ahí cuando cuente tres voy, voy… a entrar. Sí, eso, a entrar. Y me da igual si te enfadas y me gritas.

Se cruzó de brazos con gesto triunfante, pero ni la amenaza tuvo efecto. Luna permanecía en un mutismo inusitado en ella, y para colmo de males Qué no paraba de emitir sonidos quejumbrosos. La cabeza de Nott estaba a punto de estallarle de la presión, notaba la sien palpitando peligrosamente, y la bilis subiéndole con un regustillo a palomitas de maíz.

- Muy bien, muy bien. – alzó un dedo – Uno. Uno… y medio. Dos. Dos y medio. Dos y tres cuartos. Dos y tres cuartos con cinco. ¡Luna, sal de una maldita vez!

Y abrió la puerta de golpe. Las luces se encendieron automáticamente – seguramente por un encantamiento- y Theo se encontró con unas paredes pintadas en un turquesa chillón, adornadas con guirnaldas de flores rojas y blancas alrededor; cojines, peluches, un póster de un chino y el estandarte de Ravenclaw… pero Luna no estaba allí.

- Oh, mierda.

Había una cama, pinturas y pinceles repartidos por el suelo, aunque por el resto todo estaba bien ordenado: La ropa en su sitio, el espejo sin una huella, y un león que rugía descansaba sobre la mesa de estudio. Fue entonces, al girarse, cuando Theo vio al otro Theodore Nott.

Descansaba sobre un caballete, rodeado de paletas y pinceles deshilachados y a medio colorear. No sabía cómo, ni cuándo fue que Luna lo vio en ese estado, pero podía verse reflejado con claridad en el cuadro dibujado a esbozos. El cabello negro revuelto, el ceño levemente fruncido, los labios entreabiertos. Incluso esas manos puestas como puños bajo su barbilla era un gesto característico en él, tanto, que Pansy le había apodado “el gran bebé” años atrás. Se acercó un poco más, lo justo para tocar su nariz en la tela con la punta de los dedos.

Ese era él, y Luna le había dibujado, pero ¿por qué?

No sabía si sentirse halagado o enfadado. Calibraba la respuesta cuando un vaso lleno de pinceles cayó de la tarima del caballete, yendo a parar al suelo. Theo se agachó a recogerlos, y al coger el de punta gorda escondido entre dos libros, vio que allí, oculto entre los lomos de uno, había una carpeta que ponía su nombre. Tardó diez segundos en procesar la información, tres en alzar la mano con dedos temblorosos, cinco abrirla y treinta el recuperarse. Sus ojos se dilataban con cada página que pasaba, con cada gesto, mirada, momento o pensamiento que Luna plasmaba en ellos.

Uno, dos, tres, quince, veinte, cuarenta y siete… había más de cincuenta retratos de su semana con Lovegood. En uno aparecía con Qué mordisqueándole el dedo. En otro, reía mientras comía caramelos. Uno que miraba por la ventana con mirada ausente, casi perdida en el infinito. Pero el que más le gustó a Theo fue el último. Estaba hecho a carboncillo, y en él se reflejaba un Theo sonriente, feliz, sus ojos achinados de la risa, con esas arruguitas típicas alrededor. Ese era él. Theodore Lucas Nott, visto a través de los ojos de una mujer. Y era tan bonito, tan hermoso, que le daba hasta miedo el ver cuán bien lo conocía.

- Lo siento – y Theo supo por su hilo de voz, sin mirarle a la cara, que Luna realmente lo sentía.

Se incorporó lentamente, volviéndose para enfrentarla.

- No tenía intención de…

- Lo sé.

Allí estaba ella, sus ojos azules sosteniéndole la mirada. Limpia, sincera, sin un atisbo de maldad o mentira, tan diferente a lo que Theo conocía, contrapuesta a sus principios e ideología impuesta, su educación, ética y moral. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró pronto, aturdido, sin saber qué iba a hacer o decir.

- Sé lo que estás pensando, ¿cómo es que esta loca me dibuja a escondidas? – estiró la mano y alcanzó uno de los bocetos – No lo sé, la verdad es que no tengo respuesta para ello. O tal vez sí. Siempre dibujo lo que tengo en mente, como unicornios, o mis amigos, o Johnny Depp. Pero desde que tú llegaste… ¡todo es un desastre! En mi cabeza no hay animales, ni revistas, ni excursiones. Sólo está Theo comiendo, Theo durmiendo, Nott riendo, Nott roncando o depilándose. ¡Y debo dibujarte! Porque no puedo hacer otra cosa para expresarme, para olvidarte o sacarte de mi cabeza. Es agobiante pensar en ti siempre, sobretodo cuando eres un capullo impresentable que aseguras me acuesto con cualquiera.

- Fui un idiota – se apresuró Nott a responder – No era mi intención dañarte o…

- Bueno, al menos admites que eres idiota – le concedió. Luego permaneció callada unos segundos, acariciando el dibujo entre sus manos – Crees que estoy loca, ¿verdad? Me refiero a esto de que me gustes.

Nott se rió con ganas, sintiendo el corazón latir en las sienes.

- ¿Te estás declarando, Luna Lovegood?

- Bueno, capaz de que me jubile antes de que te des cuenta de mis sentimientos. Tenía que hacerlo antes de quedarme con las ganas, ¿no?

- Estás loca – le aseguró, mientras se acercaba a ella y le rodeaba por la cintura, atrayéndola a él, dejando su frente descansar contra la de ella.

Piel con piel, sentimientos abiertos a un mundo incierto. Con cada latido de su corazón, Theo percibió que el aroma de la habitación cambiaba. Pum. Pintura y madera. Pum. Fresa y palomitas. Pum una sonrisa de Luna. Pum…

No pudo recordar más, porque cuando Luna lo besó, el mundo entero desapareció de su vista. Sólo podía sentir los labios de Luna, el cuerpo. El cabello de Luna entre sus dedos. Luna y su lengua, que jugaba con la suya, tan inexperta a pesar de los esfuerzos de ella. Lovegood y ese suspiro anhelante, casi obsceno, que resultaba intrigante. Las manos en su cuello, atrayéndolo más. Comiendo de su boca, beso a beso, palmo a palmo, suspiro a suspiro. Tan bonita como loca. Tan extraña como coherente. Día y noche, y sin embargo ahí estaban, el uno con el otro, sin importar nada más.

Mañana podía morir tranquilo.

Cuando se apartaron, mantenía los ojos cerrados y una sonrisa boba en el rostro. La abrazó con todas sus fuerzas, resguardándola entres sus brazos mientras se tumbaban en la cama en silencio. Se sentían perfectos uno junto al otro sin tener que ocultar nada, sin dar explicaciones a nadie, dando rienda suelta a sus sentimientos, dándose cuenta que no todo lo que se dice de Theo es cierto, ni que Luna fuera una loca era verdad..

- Nott…

- ¿Mhmm?

- La próxima vez que me beses, deberías tener más cuidado.

Theo se incorporó un poco, el ceño fruncido y un gesto se asombro en su cara.

- ¿Te hice daño? Digo, no suelo ser un bruto con las chicas pero…

- No, no, no – le cortó Luna - ¡Todo fue perfecto! Es sólo que mi padre me contó que cuando dos magos se besan, los Snowies de cola brillante aprovechan los momentos de lujuria para meter hebras de sus colas en las bocas de los magos y dejar a la bruja embarazada.

- A la bruja.

- Sí.

- Embarazada.

- Ajá.

Theo tardó dos segundos en reponerse, antes de encogerse de hombros, volver a tumbarse y seguir acariciando el cabello de Luna.

- Intentaremos hacerlo la próxima vez con la luz apagada, así no sabrán donde estamos.

- Es una buena idea. Gracias.

Después de todo, cuando te gusta una persona lo aceptas con lo bueno y lo malo. En el caso de Lovegood, era lo bueno y extravagante.

********

Ya sab´ñeis, de todo menos virus.

¡Nos vemos muy pronto!

viernes, 6 de noviembre de 2009

El Contrato Capítulo 13 (1º Parte)




Os merecéis un altar.

Yo tengo dos blogs. Uno es para colgar reseñas de libros -alegriazul.blogspot.com- y el otro de fics, que es éste. Uno es conocido -el anterior- y el otro casi inexistente -que vuelve a ser éste-. No por nada, es que como yo cuelgo las mismas historias en fanfiction, pues sólo tengo éste pequeño rincón para gente que no conozca la página. Además, no sé hacer botones ni nada -el otro blog fue diseñado por Glad y Reprisse-, aunque penséis lo contrario, por eso no le doy publicidad a éste blog.

Pero para mi sorpresa, últimamente Mi Friki Mundo 2.0 está siendo muy visitado -¡no me lo creo, pero es cierto!-, y me dejáis comentarios tan simpáticos y amables que, bueno, me da hasta vergüenza haceros esperar tanto. Sois geniales, todos, en especial Carol, Helena, Juliette y Nicole, que me insistís para que publique cada día prácticamente XDD. Siento tardar tanto, pero las correcciones del libro me traen de cabeza, y sólo puedo escribir éste fic entre los huecos que tengo libre. Aparte, tengo una hija a la que adoro, y ella tiene sólo dos añitos y necesita de mí, y yo de ella; por eso ahora me encantaría tener el poder de teletransportarme o alargar los días y tener tiempo para todo, ¡pero no puedo!.

Yo el capítulo trece lo tenía escrito. Lo juro, lo tenía, pero cuando lo releí para empezar el catorce... no me gustó. Lo veía muy soso, sin vida, y es por ello de que empecé a reescribirlo, añadiendo comentarios, diálogos y descripciones que me salté la primera vez por ir con prisas.

Y hoy, voy a colgar la primera parte. Son unas quince o diecisiete páginas, más o menos,y las voy a poner exclusivamente aquí. Con ello, quiero darles un premio a todos aquellos que seguís este blog, que me dejáis mensajes, pero en especial a Carol, Nicole, Helena y Juliette. Y con más cariño que a ninguna a Carol, porque me ha seguido desde que nació El Contrato, y ha estado al pie del cañón, con su tozudez para crear incluso mi club de fans XD.

Esta primera parte, es mi forma de daros las gracias a todas y cada una de vosotras. Espero que os guste tanto como a mi me encanta escribirlo -¡aunque sude horrores!- y que sigáis disfrutando cada segundo de ésta historia que, sin llegar a ser buena, os ha conquistado a todos.

Muchas gracias de nuevo.

Besos.

Shashira


Capítulo 13: Sálvame

Las puertas de esta prisión no abren para mí.
Me arrastro sobre estas manos y rodillas
Oh, intento tomarte de la mano.

Estoy aterrorizado entre estas cuatro paredes
Estas barras de hierro no pueden aprisionar mi alma
Todo lo que necesito es a ti

Ven, por favor, te estoy llamado
Y, oh, estoy gritando
Ven deprisa, que me caigo
Estoy cayendo, cayendo…

Savin Me By NickelBack


El salón del pequeño apartamento estaba a oscuras, iluminado intermitentemente a fogonazos cuando un relámpago surcaba el cielo. La lluvia en el exterior era una cortina plateada, una tela sedosa y en constante movimiento que apenas dejaba vislumbrar las formas de las farolas en la calle de en frente. Un paraguas de vivos colores apareció de la nada, amparando dos figuras que intentaban guarecerse de la tormenta en su interior sin conseguirlo. Lo siguió unos segundos, el tiempo que le tomó al paraguas desaparecer calle abajo, torciendo la esquina con rapidez mientras los zapatos de sus ocupantes chapoteaban en los charcos. Suspiró. Sus ojos enfocaron lentamente el cielo, de un morado intenso, y un relámpago tronó en la lejanía, augurando una guerra sin tregua allá en las alturas, la eterna lucha de los dioses. Entornó la mirada cuando exhaló el humo de su sexto cigarrillo, aspirando el aroma de la vainilla que impregnaba la estancia. Fumaba apoyada a medias en la ventana, observando la belleza de la tormenta, mientras la idea le rondaba una y otra vez como un cartel de neón en la cabeza.

Mañana voy a morir.

Pansy Parkinson se había imaginado muchas veces lo que pensaron sus padres en el momento de su asesinato. Cerraba los ojos mientras dibujaba el sentimiento de la ira, la confusión, la decepción, en el rostro de ellos. Ciertamente, ahora los envidiaba. Sus padres, al menos, habían disfrutado de la vida, de un amor mutuamente profesado tras un largo matrimonio y años de noviazgo. Ellos crearon una familia, la hicieron feliz durante diecisiete años, y nunca, jamás, se sintió sola hasta que ellos murieron. Fueron sumamente felices, y lo sabía, igual todos sus allegados. Pero ella, ¿qué había hecho ella en la vida?

Apagó el cigarro en un cenicero cercano y prendió otro de inmediato, sintiéndose más desvalida y angustiada que nunca. En estos años, no hizo absolutamente nada que fuera memorable. Su día a día se basaba en ir al trabajo, de compras, con sus amigas, llegar al límite de lo permitido, de lo prohibido.

Como Bill.

Se convirtió en su amante, aún sabiendo que tenía una hermosa mujer esperándole en casa, pese a que tenía tres hijas maravillosas que lo amaban con locura, incluso a expensas de destrozar una familia. No le importaba. Ahora que estaba a punto de morir, Pansy Parkinson quería ser sincera, no con los demás, sino consigo misma: Ella lo engatusó porque sabía que era un imposible, simple y llanamente. Quería acostumbrarse a ese querer furtivo, frío e inherente que no la ataba a nada, que la hacía ser libre por si algún día muriese, nadie la llorara como ella tuvo que llorar por sus padres. Renunciar a ser ella misma, una y otra y otra vez, por miedo a enamorarse de la persona equivocada, por caer rendida a los pies de alguien que le destrozara el corazón sin contemplaciones. Se encerró en la coraza de femme fatale, yéndose a la cama de cualquier tipo guapo como una depredadora para, al amanecer, despertar de nuevo siendo Pansy, esa chica Slytherin que nunca sería feliz porque le da miedo atarse a alguien que luego pueda traicionarla, volverla independiente para luego marcharse por dónde vino.

Era el momento de arrepentirse.

Con pasos lentos y aún en la oscuridad, Pansy se dirigió hacia la puerta del apartamento de Ron, giró el pomo, y empezó a descender los peldaños. Notaba el frío recorrerla desde la punta de sus pies descalzos hasta llegar a la nuca, donde los pelos se le erizaban. Llevaba un camisón largo de tirantes, en un tono azul eléctrico. Sus manos se deslizaron por el pasamanos de madera que había visto mejores tiempos, sus manos hicieron clic en la cerradura, abrió el portal desvencijado y salió a la fría noche.

Alzó el rostro al cielo para que la lluvia golpeara sus párpados cerrados, el pelo, la boca, y se metiera sin tregua por la nariz o quedara suspendida en la punta de las pestañas, como perlas mágicas. Sentía las hebras pegadas en el mentón, e hizo ademán de apartarlas para sentir con más nitidez las heladas gotas sobre su cuerpo. En pocos segundos el camisón se convirtió en su segunda piel, mientras la lluvia seguía con musicalidad su incesante tap tap tap al morir en el suelo, lleno de charcos embarrados. Tenía frío, y temblaba, pero todo en ella era ahora tranquilidad. El nudo de su garganta, ese que la había tenido muda y absorta durante el día, la dejó respirar por primera vez en horas, mientras que un calor sofocante le corría por la venas, hasta desembocar en una explosión fulminante en los párpados cerrados.

Tiró la colilla al suelo y con voz temblorosa le habló al cielo, a los relámpagos que eran testigos de su locura. Pero, sobretodo, Pansy le habló a la verdadera Pansy, a esa que había mantenido oculta:

- Yo, Alexandra Patricia Parkinson, me arrepiento de no haber sido feliz, de haber consentido que el egoísmo me ganara la batalla y dejarle hacer de mí algo que no soy. Me arrepiento de nunca haber amado, de desear lo que sabía que no me pertenecía, destrozando a mi paso una familia entera para obtener mi propio beneficio. Yo, Pansy Parkinson, me arrepiento de no haberme enamorado nunca de nadie excepto de mí, cuando muchos han sido los que me han demostrado su cariño. Pero de lo que más me arrepiento, es de no tener el suficiente tiempo para dar marcha atrás y poder redimir mis pecados, convirtiéndome así en la mujer que quiero ser y...

No pudo terminar.

No quería morir, no quería morir, ella era joven y necesitaba la vida, poder crearse a sí misma, y conocer a ese pelirrojo que ahora dormía tranquilamente dos plantas por encima suya; a ese Weasley que se reía con tebeos, dejaba la ropa tirada y se ponía los mismos calcetines tres días seguidos. Ron, que le regalaba sonrisas por las mañanas, y la llevaba de paseo por el pueblo y cocinaba de pena. Weasley provocando que cuando su brazo rozaba el suyo el corazón se parara, como el espacio-tiempo, y sólo existiera él, y su mirada, y sus pecas, y su risa. Él, que lo iba a perder antes de haberlo tenido.

Deseo… deseo…

Él. Él. Él. Él. Él.

Pero no podía, simplemente no podía.

Cayó al suelo de rodillas cuando sus piernas flaquearon, temblando, los dientes apretados, un grito ahogado en la punta de sus labios. Rabia, dolor, impotencia, decepción.

Amor.

Y por primera vez en muchos años, Alexandra Patricia Parkinson rompió a llorar.

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Muéstrame lo que es
Ser el último esperando
Y enséñame la diferencia entre el bien y el mal
Y te mostraré lo que puedo ser

Dilo por mi
Dímelo
y dejaré esta vida atrás
Dime que vale la pena salvarme

Savin Me By NickelBack


Había alguien en la habitación.

Estaba tumbado de costado en la cama a oscuras y en silencio, pero a pesar de todo, supo con certeza que sus instintos no lo engañaban. Se removió un poco sobre el colchón, fingiendo tener un sueño inquieto para así poder alcanzar la varita, que estaba escondida bajo la almohada. Buscó a tientas hasta que dio con uno de los extremos, aferrándose a ella con fuerza. Meditaba sobre si saltar de la cama hacia el lado contrario de su visitante o cogerlo desprevenido yendo directamente hacia él. La primera opción le convencía, aunque tal vez la distancia jugara a favor de su atacante y saliera huyendo. Mal asunto.

En el curso de postulantes para aurores había recibido mucha teoría al respecto, y siempre se les recomendaba mantener la calma, pensar fríamente las opciones y sobretodo manejar hábilmente el factor sorpresa. Era crucial esto último, ya que no ofrecería la misma resistencia, ataque o defensa si no se esperaba el ataque. Evidentemente, conservar la calma era harina de otro costal. Nadie en su sano juicio, aunque fuera un auror consumado, podía el nerviosismo que precede cualquier emboscada.Pero a Ron le gustaba experimentarlo: La garganta seca, el corazón latiendo desenfrenado, las manos sudorosas, el frío en la espina dorsal... Todos los factores implicaban una repsuesta natural de su cuerpo, y por consiguiente, la certeza inmediata de que seguía con vida.

Y a Ron le encantaba su vida.

Volvió a removerse en la cama, ésta vez tomando la postura adecuada para abalanzarse sobre el visitante. Los músculos tensos, las piernas felxionadas. Con suerte, lo empotraría en la pared y Pansy no se habría enterado del ataque. De repente ese nombre le hizo abrir los ojos de inmediato. ¿Estaría bien? ¿La habrían agredido? Podía estar viva o muerta, y la duda sólo hizo aumentar su nerviosismo. Sintió entonces una urgente necesidad de salir escopetado de la cama e ir a ver cómo se encontraba, ignorando completamente al atacante. Claro que su sentido del deber era más fuerte, ¿verdad? No estaba del todo convencido. Inspiró aire, conservándolo en los pulmones durante tres segundos.

Vale, es ahora o nunca.

Y atacó.

No contaba con que las sábanas se le harían un revoltillo cuando se incorporó, haciéndolo caer al suelo de boca de forma estrepitosa. Mierda, mierda, mierda. Aguardó un golpe seco en la espalda, o una maldición, pero nada sucedió. Al girar la cabeza, lo único que encontró frente a él fueron unos pies descalzos llenos de barro; la mirada continuó su ascenso hasta un camisón azul eléctrico de escote profundo, y allí, iluminada por la luz de un relámpago, pudo ver los ojos azuules de Pansy Parkinson en la oscuridad.

- ¿Tú? - preguntó, levantándose del suelo. Un alivio le recorrió cuando se dio cuenta de que estaba perfectamente bien, pero pronto se vio reemplazado por el enfado. Con ayuda de su varita, encendió una vela que descansaba en la mesilla de noche y se preparó para regañarla - ¡Podías haber llamado antes de irrumpir en mi dormitorio! ¿Sabes el susto que me has dado? Pensé que eras un mortífago y... y... - se detuvo al ver que estaba mojada de pies a cabeza. El cabello negro goteaba agua en la moqueta, y el camisón estaba manchado de barro y se le pegaba peligrosamente, exhibiendo más de lo que Ron deseaba admirar para no perder la compostura, sobretodo porque él mismo estaba en calzoncillos y camiseta - ¿Qué te ha pasado?

Dio un paso hacia ella para comprobar su estado, pero Pansy retrocedió a la vez, guardando las distancias. Ron se sentó en la cama, dándole tiempo y espacio para ver si así reaccionaba. Los ojos azules de Parkinson estaban brillantes, algo enrojecidos, y aunque evitaba mirarle directamente Ron supo que había llorado. Se sujetaba los brazos ella misma, y le recordó a una niña desvalida, sola e insignificante en el mundo. Era desconcertante la forma en la que huía de él, como si le temiera.

- No voy a hacerte daño, Pansy, yo...

- Victoria y Orión.

Ron parpadeó, intentando comprender sus palabras.

- ¿Qué?

Ella alzó el mentón, mirándole de una forma extraña. No era la Pansy que conocía, esa chica fuerte, de carácter voluble y un tanto brusco. Allí solo había vulnerabilidad. Eso no encajaba para nada con ella y su personalidad.

- Una vez me preguntaste por las iniciales de mi tobillera, y aseguraste que eran de un amante - entonces abrió la mano, y dejó suspendida en el aire la fina cadena que Ron recordaba, dónde se podían ver las letras entrelazadas como serpiente - Victoria y Orión Parkinson. Son las iniciales de mis padres. - sonrió un poco, sólo un poco, como si hiciera un esfuerzo terrible por curvar la comisura de sus labios - Ya ves, estabas equivocado.

- ¿Por qué? - preguntó él, confuso - ¿Por qué no me lo dijiste? Si lo hubiese sabido, no me habría burlado de ti. Bueno, sé que soy un poco bocazas a veces, pero no era mi intención herirte ni nada - se pasó una mano por el cabello, revolviéndolo - Joder.

Pansy se encogió de hombros.

- Nunca se lo he contado a nadie. Lo considero demasiado privado.

- No quieres que te conozcan.

- No, no quiero.

- ¿Y ahora?

No le respondió. Ron observó su perfil recortado por la luz de la vela, lleno de sombras, de luz y tierra de nadie. Pansy se acercó a la cama. Ron percibió que olía a lluvia y humedad, a hierba cortada, y violetas; también a tabaco. A pesar de estar empapada, podía sentir el calor manando de ella. Sentándose junto a él, Pansy le cogió la mano y le puso en la palma la tobillera; luego, cerró sus dedos sobre ella.

- Quédatela - le dijo con un hilo de voz.

- ¡No! - exclamó Ron, un tanto abrumado - Es tuyo, tiene un significado importante para ti.

- Por eso quiero que lo tengas.

- Pero, ¿por qué?

- Porque mañana voy a morir.

No estaba llorando cuando dijo esas palabras, sino que permanecía allí, seria, con el cabello negro cayéndole sobre el rostro, evadiendo de nuevo su mirada, pero aún así decidida. Él cogió su mentón con el índice y el pulgar, obligándola a girarse.

- Mírame - le dijo, pero ella movió la cabeza, terca como siempre - Mírame, Pansy - esta vez su voz sonó autoritaria hasta para ella, así que le hizo caso - Mañana, en el partido, todo va a ir bien, ¿entiendes? Estaremos allí, Harry, Hermione, el departamento entero de aurores y cientos de personas para protegerte a ti y a los demás.

- Pero Lucius aseguró...

- Malfoy puede besarme el culo - le cortó, y ella soltó una débil carcajada - No vas a morir, Pansy, no mientras yo esté allí.

Ella apartó su mano del mentón, y suspiró un poco cansada, casi exhausta. De nuevo sus ojos eran esquivos, sin querer mirarle fijamente. ¿Asustada? se preguntó Ron, viendo cómo se retorcía las manos en el regazo.

- He hecho cosas malas, Ron, cosas muy malas. Quizá merezco lo que me está pasando.

En los días anteriores, Ron la había observado, hasta el punto de admirarla profundamente. Mientras que otra mujer en su situación hubiera tenido un ataque de histeria día sí, y día también, Pansy Parkinson se había comportando con naturalidad. Pasearon la mayoría de las tardes por el pueblo, fueron a tomar algo a la taberna de Tristan, e incluso jugaron al billar con los obreros de la fábrica de salazones. Había descubierto, así, que a Pansy no le importaba la gente y el lugar, siempre y cuando estuviera cómoda.

Y mientras meditaba sobre lo admirablemente diferente que era de otras chicas que conocía, también se dio cuenta de que era guapa, con una bonita sonrisa, y un hermosos tatuaje de una flor de lis en la cadera izquierda, que simbolizaba, según ella, uno de sus personajes literarios favoritos, una tal Madame de nosequé, protagonista de una novela llamada "Los tres Mosqueteros". También se descubrió, un día, imaginando besar ese tatuaje, y esa cadera, y esa piel blanca que se le antojaba sensual y apetecible, muy, muy apetecible. Por todo ello, no podía hacerse a la idea de que ella hubiese hecho algo en ésta vida lo suficientemente cruel como para morir de aquella forma o siquiera merecer la muerte.

- Te subestimas demasiado, Parkinson - aseguró - ¿Acaso eres un mortífago encubierto? - cuando ella lo miró alarmada, añadió - Bien, entonces, no veo nada que...

Pansy le puso los dedos en los labios para acallarlo, y ese simple roce hizo que Ron se estremeciera. Sus manos estaban frías, heladas, y las yemas palpitaban contra su piel, por el contrario caliente.

- Tú no me conoces - su voz sonó abrupta, y se fue elevando poco a poco - He estado con miles de hombres, Ron, ¡millones de hombres! Uno de ellos, incluso, es casado.

- La gente cambia – refutó – Tal vez sólo necesites un tiempo para dejar esos… hábitos.

- ¡Yo no puedo cambiar! - le gritó, poniéndose en pie. Estaba furiosa, realmente furiosa - ¡Nunca he mirado por los demás, Weasley, nunca! Siempre he sido yo, y mi mundo soy yo. No pensé, ni un instante, en esa familia que pude destrozar, en ese hombre con hijos, y esposa. Vivo el día a día sin mirar atrás, sin darme cuenta de quién o qué piso. ¿Es que no lo ves? Mi egoísmo me ha convertido en algo que no quise ser, en un monstruo, ¡un monstruo! Y ahora, es tarde para mí.

- Todos se merecen una segunda oportunidad. Si tú quieres puedes...

- ¡Es que no se trata de querer, es que no tengo tiempo! - apartó los mechones negros de sus ojos, y vio que ahora sí estaba llorando - No hay nada que desee más en esta vida que cambiar, que ser yo misma por una vez, sólo una vez, sin tener que aparentar delante del mundo. Experimentar el deseo, el amor verdadero. Tener una familia - se acercó a la cama, tomando asiento a su lado de nuevo - Tú has hecho que desee cambiar, Ron, y por eso quiero que te quedes con la tobillera.

Ron abrió la mano y miró la cadena plateada con las iniciales, luego volvió a fijarse en el rostro de Pansy, que, implorante, esperaba su respuesta.

- Quiero que me respondas una pregunta, y que seas sincera.

Pansy se secó las lágrimas, asintiendo.

- De acuerdo.

- ¿Has fingido conmigo? Estando aquí, en mi casa, ¿has interpretado un papel?

No se lo había esperado, y se removió inquieta, evadiendo su mirada nuevamente.

- Ron...

- Contéstame.

- No - y entonces pasó algo maravilloso: Pansy colocó una mano en su mejilla pecosa, regalándole una sonrisa hermosa, de esas que a él le encandilaban - Contigo he podido ser, en parte, más yo que con cualquier otra persona. Y eso que eres un completo desastre. – le dio un toque en la punta de la nariz con el dedo índice, como si fuese un niño pequeño y añadió - Si fuera posible… me gustaría que fueras mi desastre.

Ron tragó saliva, intentando comprender las palabras. Tal vez se estaba equivocando, o quizá escuchó perfectamente. Porque él pensaba que había interpretado la frase correctamente, es decir, todo lo bien que podía sin ser Hermione. Si ella estuviera allí, le hubiese pedido consejo, pero como no estaba, sólo quedaba preguntar, claro, por si las dudas.

- "Mi" es un pronombre posesivo, ¿verdad?

- Sí.

- Ah - se quedó en silencio, notando que su estómago le dio un latigazo de impaciencia, también que sus orejas ardían, mucho. – Vale. Guay. Genial.

Haciendo acopio de valor, Ron hincó una rodilla en el suelo, mientras que sobre la otra puso el pie derecho de Pansy, que guardaba silencio a la vez que seguía cada uno de sus movimientos con la sorpresa reflejada en el rostro

- Sabes, me gusta mucho ese "mi" - le decía Ron en voz muy bajita, mientras envolvía su tobillo con la cadena plateada de las iniciales. Cuando terminó, apoyó la frente en el regazo de ella, y añadió - Me gustaría que tú también fueras un "mi" para... mí.

Pansy le acarició con dulzura el cabello, y Ron notó que sus manos se sentían temblorosas.

- ¿De verdad lo quieres? - preguntó - ¿A pesar de saber que he estado con muchos hombres? ¿De mi maldad y egoísmo?

Ron irguió la cabeza, sonriente.

- Tú no eres así - le confesó, y Pansy vio cómo se multiplicaban sus pecas cuando amplió la sonrisa - No si me dejas estar contigo. El resto… puede mejorarse con el tiempo. Te ayudaré. Porque ya no habrá más hombres, excepto yo.

- Excepto tú. – le dijo Pansy, y la voz le salió rota: De nuevo lloraba - Eso me gusta.

- Bien.

Entonces, Ron se acercó a ella y con el dedo índice, recogió una lágrima de su mentón, llevándosela seguidamente a la boca. Luego, con lentitud, se incorporó y besó una de sus mejillas, junto donde resbalaba otra lágrima.

- Voy a beberme tus lágrimas – le susurró al oído, haciéndola estremecer – Voy a emborracharme con ellas, deteniéndome en todas y cada una, hasta que dejes de llorar. Y entonces será la última vez que derrames una sola gota en esta vida, Alexandra Parkinson, mientras yo esté contigo.

Pansy, sin responderle, se dejó hacer, cerrando los ojos y permitiéndose caer en esas nuevas experiencias que afloraban en su cuerpo. Notó los labios de Ron en la punta de su nariz respingona, en los párpados y de nuevo en la barbilla. Sólo abrió los ojos cuando él dejó de besarle el rostro. Cuando sus ojos azules se encontraron, él estaba muy serio, mirándola de un modo indescifrable, diferente completamente al de su hermano Bill. Era un nuevo cambio, y a ella le gustó.

Qué curioso, pensó Ron, que el destino cruce a dos personas como nosotros, cuando siempre nos hemos odiado. Primero en Hogwarts, luego en el mundo exterior. Ahora recuerdo la fiesta en ese restaurante moda como algo tan lejano, tan irrelevante… y sin embargo, fue el punto de partida de nuestra historia. Hilos transparentes que entretejieron mi vida, atándola a ella, con una hermosa trenza. Un helado, la camisa manchada, esa merienda extraña… y es que la vida, realmente, se alimenta de esos pequeños puntos de inflexión que, sin darte cuenta, casi inconscientemente, cambian el rumbo de los acontecimientos.

- ¿Qué piensas? – le preguntó Pansy, apartándole el flequillo del rostro.

- Cosas.

Y entonces, de un solo movimiento, la besó.

Ron había besado a muchas mujeres en la vida, pero apostaría su escoba a que ninguno era comparable a ese. No hubo colores, ni mareos, ni falta de respiración. Estaban tan compenetrados, que simplemente era… perfecto. Pansy sabía a tabaco, y a noches en vela. También, raramente, a moras. Sus labios, en un principio, permanecieron cerrados en respuesta, pero cuando Ron apoyó una de sus manos en el hombro, ella se envalentonó y le sujetó por la nuca, dándole la bienvenida entreabriendo la boca. La mano de la nuca le acarició el cabello, aferrándolo cuando le mordisqueó el labio inferior varias veces, mientras descendía por la barbilla hasta el cuello. Una vena latía visiblemente a un lado, y Ron le besó justo en ese punto, dejando un reguero de besos para deslizar su lengua a continuación. Se apartó unos instantes para admirar los ojos azules de Pansy, llenos de un brillo nuevo, incitante y excitante, que le invitaba a más, mucho más de lo que él hubiese esperado o imaginado.

Tragó saliva, abrumado.

- Creo que me das miedo – le confesó.

- Pues no muerdo – le advirtió ella, ladeando la cabeza – Al menos, no de momento.

Ron descendió la mirada hacia el hombro de Pansy, dónde sus dedos jugueteaban con el tirante grueso del camisón.

- Hazlo.

Después de un minuto de indecisión, lo deslizó suavemente por el brazo.

No era una súplica, sino una orden autoritaria de los labios de una mujer que se sentía deseable y deseada. Una mujer atractiva, fuerte y de incuestionable sabiduría. Una vez leyó un libro muggle, en el que decía que no había nada tan placentero como desnudar con tus propias manos el cuerpo de una chica. Nada era comparable a ello. Ni entradas para la final del mundial de quidditch, ni la mejor tarta de queso del mundo, o un juego de ajedrez milenario. Porque una mujer te pierde, se dijo Ron, te pierde y te vuelve loco, loco de atar hasta el punto de que no sabes dónde estás ni lo que haces, si esto está bien o te vas a arrepentir. Que te deja ciego de deseo, sólo anhelando verte reflejado en sus ojos, ojos azules, cristalinos, que suspiran por ti mientras te peleas con la cremallera de un estúpido camisón, mientras ella ríe y te alborota todo por dentro, muy adentro, allí dónde nadie ha podido llegar. Frío, calor, besos, sudor, lágrimas, diversión, deseo y secretos. ¿Cómo hemos acabado en la cama? ¿Dónde está mi camiseta? Y cuando por fin la tienes desnuda ante ti, sabes que has llegado al cielo, o al infierno, y que no puedes subir ni bajar más de lo que ya lo has hecho. Y es que ya no eres tú, no te controlas.

Porque tu mundo es ella.

Porque ella, mi mundo, se llama Pansy.

************
Las puertas del cielo no se abren para mí
Con estas alas rotas estoy cayendo
Y todo lo que puedo ver es a ti
Las paredes de esta ciudad no tienen amor para mi
Estoy en la cornisa de la decimoctava historia

Y, oh, grito por ti
Ven, por favor, te estoy llamado
Ven deprisa, que me caigo,
Estoy cayendo, cayendo…

Savin Me By NickelBack


PVO Hermione

Cuando era pequeña, mi madre siempre me decía que era muy lógica. Mientras los niños de mi edad se distraían jugando en la calle, yo leía a Platón; si las niñas cuchicheaban sobre un chico, yo les hacía ver que era un hecho constatado biológicamente el que desde los siete años encontráramos atractivo al sexo opuesto; si mi mejor amiga, Madda, decía que estaba enamorada, yo le aseguraba que eran simplemente sus hormonas. Siempre he sido racional e inteligente, y todo en mi vida ha estado calculado hasta el mínimo detalle, salvo mis aventuras con Harry y Ron, por supuesto. Pero guardando las distancias, hasta para eso estuve preparada, ¿o no fue que al atacar en la boda de Bill y Fleur pudimos huir y vivir clandestinamente en los bosques de media Inglaterra gracias a mi astucia?

No hay nada que me fastidie más que algo que no esté pensado de antemano. No entiendo a esas personas que viven el presente sin fijarse en el mañana, ¿cómo pueden estar tranquilos? Por eso siempre estudiaba duro en Hogwarts: Me asustaba tener que enfrentarme a un examen sin tener ni idea del tema, o sólo habiéndome aprendido los tres primeros pergaminos de apuntes. Harry asegura que soy una maniática, Ron que lo míos es locura obsesiva. Yo pienso que es precaución.

Estar preparada es algo importante, necesario, si deseo estar contenta conmigo misma. Por eso tengo una túnica asignada a cada día de la semana para ir al Ministerio, u horarios en los que evalúo mediante anotaciones mis avances o las tareas programadas. Racional, racional, racional. Yo soy racional. Una pregunta, una respuesta. Una causa, un efecto. Daños colaterales, cero.

Entonces, ¿por qué, maldita sea, no puedo dejar de pensar en Malfoy? ¿Y porqué no tengo una respuesta lógica, coherente e inteligente para ello? ¿Y porqué me siento tan horriblemente mal?

- ¿Granger?

- ¿Ah?

- Te han preguntado qué vas a pedir.

- Oh.

Miré el menú rápidamente, escondiéndome tras él para evitar que alguien notara mi sonrojo. Ya era vergonzoso el estar ahí con Malfoy, -ya sabéis, porque es simplemente Malfoy-, así que no me quería ni imaginar las consecuencias desastrosas que acarrearía el que descubriese en qué estaba pensando… o que apenas había leído el menú.

- Sopa de langosta de primero y pescado marinado de segundo –miré al camarero, que apuntaba todo servicialmente. Cuando acabó, asintió con la cabeza y me sonrió – Gracias.

Cuando se retiró hacia la barra, dejé a un lado mi servilleta y recliné mi cuerpo hacia delante, mirando a ambos lados antes de abrir la boca.

- ¿Se puede saber qué hacemos aquí?

Malfoy me miró por encima de su copa, que contenía un vino alemán rojo oscuro que yo en mi vida había escuchado, pero que debía ser bueno, ya que hasta el chico que nos atendió quedó complacido con su elección. Después de limpiarse la boca y relamerse los labios, se echó hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho.

- Hemos venido a cenar, Granger, por si no lo recuerdas.

- No te andes por las ramas – le recriminé entre susurros, porque vi que la vieja de la mesa de al lado tenía un ojo y los dos oídos puestos en la conversación - ¿Qué pretendes trayéndome a un restaurante muggle?

Acto seguido me alzó una ceja. Odio que hagan eso en mi presencia, más que nada porque yo jamás he aprendido a hacerlo debidamente y me siento inferior. Además, en Malfoy quedaba perfecto. Demasiado perfecto.

- Imaginé que te sentirías mejor con los de tu especie.

- Eres un cerdo.

- Repítelo – me dijo, sonriendo de medio lado – Me excito cuando me insultas.

- ¡Vete al infierno!

Alzó el índice de su mano, dando vueltas con él sin dejar de observarme con desprecio.

- Por si no te has dado cuenta, Granger, ya estoy en él.

Iba a responderle, pero en ese instante el camarero llegó con mi sopa y la ensalada de espinacas de Malfoy. Le sonreí falsamente hasta que se retiró de nuevo, luego miré ceñuda a mi acompañante.

- Estamos en Dublín.

- ¿Y?

- ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¡Por favor, no sabías ni lo que eras un McDonalds hace unas semanas, en Londres! – abarqué con mis manos el salón, atestado de gente - ¿Cómo, entonces, pretendes que me crea que un restaurante de la capital irlandesa es diferente?

Malfoy tragó y posicionó los cubiertos a ambos lados, cruzando las manos sobre la mesa. Parecía un director importante presidiendo una reunión y yo una simple becada.

- Debo recordarte, Pelo de Rata, que te encuentras aquí por una invitación de mi madre. No estás en posición de juzgar el lugar, el modo, ni el trato que recibes. Yo no estoy aquí por gusto y tú tampoco, así que termina de comer en silencio y pronto nos iremos a casa.

- Has usado un traslador ilegal – Malfoy se encogió de hombros, sin darle importancia al tema – Sabes que el Ministerio tiene prohibido el uso indebido de objetos mágicos que no obtengas por medio de una solicitud en el departamento adecuado.

- Denúnciame.

Se inclinó hacia mí, desafiante y altanero como siempre. Olía muy bien, a menta y regaliz. Tragué saliva y me aparté bruscamente, molesta por su actitud indiferente. Malfoy sufre el síndrome adolescente del “me-da-igual”, pero al parecer con todo lo referente al mundo, salvo con su madre. Terminé mi sopa en silencio, y para cuando trajeron el pescado no me apetecía estar allí, ni con Malfoy ni con cualquier persona. Me sentía extraña sabiendo que no estaba en Londres, y aún más sin considerábamos con quién iba. Miré de soslayo a Malfoy, con su camisa blanca pulcramente planchada, el chaleco gris claro y los pantalones chinos del mismo color. Estaba condenadamente guapo, pero sin duda era irremediablemente peligroso. Si me ponía a pensarlo detenidamente, estar con Malfoy se comparaba con andar continuamente en el filo del cuchillo más letal jamás habido. Si me dejaba cegar por mi atracción, pensaba en cosas extrañas, y tenía sueños extraños dónde yo me denudaba ante un espejo. En el otro bando permanecía mi cordura, tirando fuertemente de mí, gritando a los cuatro viento un ¡aléjate, pero ya! intermitentemente. ¿A qué bando me unía? ¿A qué sería fiel? ¿A mis principios, o a mí misma?

Los minutos fueron sucediéndose, y Malfoy y yo permanecíamos mudos. El camarero apareció para llevarse el pescado marinado –que apenas toqué- y traer dos tazas de café: Expreso para Malfoy, capuchino para mí.

- Estás muy callada.

- ¿Acaso quieres que te hable? – pregunté, echando un terrón de azúcar en el café.

- Por supuesto que no – dejé de remover con la cuchara. Su sonrisa burlona, como siempre, dibujada en su boca –. Simplemente me es raro que no te pongas pesada, ni hagas preguntas. Es un hecho constatado que tienes que saberlo todo en esta vida, ¿cierto?

- Me gusta planear las cosas – me defendí -. Como dice ese dicho famoso: Más vale prevenir que curar.

Malfoy apoyó los codos en la mesa, haciendo una V invertida entre el café y sus brazos, luego cruzó las manos y puso su barbilla en ella. Esta vez no sonreía, sin embargo, pero se me antojaba bastante peligroso, como un animal acechando su presa antes de matarla. De matarme.

- En la vida, Granger, es mejor arrepentirse de lo que has hecho, que estar pensando en qué hubiera pasado si te hubieses arriesgado.

- Eso es políticamente incorrecto.

- Es que yo soy políticamente incorrecto.

Nos quedamos en silencio, evaluándonos cada uno en nuestras posiciones. Yo, recta en mi silla, sin atreverme todavía a probar un sorbo de café. Él, allí, todo desenfado elegancia y rebeldía a partes iguales. Frío en sus ojos y hielo en su corazón. Draco Malfoy en estado puro, of course.

- Siempre te arriesgas, ¿verdad? – no era una pregunta, y él lo sabía, lo percibí en el brillo de sus ojos – Nunca mides las consecuencias, ni cómo afectará a otras personas tus decisiones. Eres tú, tú y luego tú.

El comentario crispó la comisura de sus labios. Uy, si el ego del maldito podía ser herido y todo.

- Al menos yo vivo mi vida, Granger, no la observo pasar a través de los demás.

- Eso es cruel.

Malfoy se rió amargamente.

- Las mentiras duelen, pero aún más las verdades.

Ya está, hasta aquí llegué. Me levanté de mi asiento como un resorte, haciéndome en el mismo movimiento con mi bolso y mi chaqueta. Cogí mi cartera, llamé al camarero y pagué la cuenta, todo ello sin apartar ni por un solo instante la mirada de Malfoy, que no decía ni hacía nada. Tienes que ser fuerte, me dije a mí misma, aguantando las ganas de llorar mientras me dirigía a la salida, tienes que darte a valer, porque tú eres alguien en éste mundo y nadie puede negarte eso, ni siquiera un estúpido rubio oxigenado, por muy rico que sea.

Salí como un vendaval del restaurante, ignorando aposta al maître que se me acercó ofreciéndose amablemente a llamar un taxi. El frío me abofeteó el rostro, y sentí que mi cuerpo se helaba al minuto ¿era verano y hacía frío en Dublín? Me arrepentí un millón de veces, sorteando transeúntes calle abajo, de no haber aceptado el ofrecimiento de Narcisa a llevar pantys. Iba a paso ligero con rumbo incierto, y más de una vez tuve que hacer grandes esfuerzos para no caer de bruces sobre el asfalto gracias a esas plataformas de infarto que sonaban como mi acelerado corazón. Harta de tropezar, opté por quitarme los zapatos y echar a correr. Pronto mi pulso se aceleró, el sudor cubrió mi frente con pequeñas perlas, y sentí un entumecimiento en mis piernas, mis pies doloridos, y una punzada en el costado. Pero no paré, no podía parar. No ahora.

¿Qué se creía Malfoy, que podía tratarme como a una cualquiera? Yo no vivía a través de nadie, yo era… simplemente Hermione, una chica correcta, inteligente y algo inocente que trabajaba en el Ministerio. Hermione Granger, que no tenía vida más allá del Ministerio y sus breves escapadas a una cafetería muggle con sus amigas para hablar de sus vidas, sus amores y desencuentros, que parloteaban como cotorras mientras ella callaba. Granger, sabelotodo donde las haya que estaba más atenta a entregar un informe para el lunes que en aceptar una cita o siquiera buscarse novio. Esa insoportable de cabello indomable a la que su novio y mejor amigo había abandonado años atrás por… ¿aburrimiento?¿Monotonía? Porque Hermione Granger era una simplona, insípida, y vivía una vida de cristal, una vida tan frágil que el aliento mentolado lleno de verdades de un narcisista como Malfoy podía quebrar.

Noté que sudaba aún más, ¿o es que llovía? Sí, estaba lloviendo, y fuerte, muy fuerte. Noté mis pies empapados pisar firmemente el asfalto, a una pareja que me gritó que estaba loca, y un hombre que me ofreció un paraguas. Pero no me importaba, tenía que escapar. Escapar de mí, de lo que era, o de la verdad. Huir de Malfoy y de los últimos días. A la mierda él si moría, si tenía que cargar con la culpa, que así fuera. Yo… yo…

Me paré en seco, recostándome contra una pared de ladrillos y con la punzada del costado latiendo a ritmo frenético. Me puse de rodillas, deslizándome lentamente por el hosco ladrillo, sin detenerme a pensar que estaba lloviendo, que hacía frío y estaba parada en un charco. Y lo vi claro, tan claro que me ahogaba y me asfixiaba, que me agobiaba y quebraba por dentro, mi alma, mi cuerpo y mi todo.

Yo, Hermione Granger, estaba huyendo de la verdad.

Y dando rienda suelta a mis sentimientos, al fin pude llorar.

**************

Pronto colgaré la segunda parte, también en exclusiva para el blog primero. Una chica me ha preguntado por el foro en un Pm en quién me baso para crear el carácter de Draco Malfoy: Esa es la causa de que Ed Westwick salga ahí. Él es mi Draco Malfoy particular, y toda la maldad que tiene es lo que le hace ser un "encanto de persona" XDD. Cuando escribo sobre Draco, la persona que viene a mi mente es Chuck Bass.

Y ya sabés, se acepta de todo menos virus.

¡Nos leemos!

miércoles, 21 de octubre de 2009

El Contrato Capítulo 12


Bien una cosa, hay una parte en árabe, y aclaro que yo no sé ni papa de árabe, así que lo traduje con un traductor, si hay errores, disculpas.

Y ahora una buena noticia: ¡Van a publicarme una novela! Hace tres meses una editorial se puso en contacto conmigo porque leyó éste fic y quería material original, lo envié, y ahora me quieren publicar una de mis novelas, lo que es un sueño hecho realidad ^^. Eso no implica que no vaya a continuar con los fics, ¿ok? Voy a seguir, aunque estoy tremendamente ocupada corrigiendo algunas cosillas y le echo menos tiempo, pero actualizaré cada diez días aproximadamente.

Y ahora sí, a leer.

Disclaimer: Personajes de Roweling, ya sabéis, nada es lucrativo y bla bla bla…

A Lu.


Capítulo doce: Un día menos siete.

Viernes 6.03 a.m. Edimburgo.

Los pasillos eran largos, estrechos y envueltos en absoluta oscuridad. Las paredes estaban desnudas, y lo único que se escuchaba era el goteo incesante de la humedad filtrada por las piedras al caer, formando regueros de agua en el piso. La figura oscura andaba con paso firme, a sabiendas de dónde estaba y a quién iba a ver.

Una enorme araña descendió del techo por su fino hilo semitransparente, posándose en uno de los hombros de la figura con soltura, oculta por una capa azul medianoche. Ésta giró un poco la cabeza para observar al insecto. Medía al menos diez centímetros de largo por cinco de ancho, y era peluda, de color negro con manchas amarillentas en el lomo. Aunque normalmente las arañas poseían ocho ojos, ésta sólo tenía dos de un negro azabache inquietante. La figura encapuchada sonrió.

- Creía que no ibas a venir – su voz era suave, modulada, y le hablaba directamente al insecto. La araña le guiñó uno de sus ojos en respuesta, enseñando a la vez una hilera de dientes amarillentos, semejando a una sonrisa.

- Lo sé. Ya falta menos para el alzamiento. Pronto llegará el momento de reinar como dioses.

La figura encapuchada junto a su nuevo acompañante giró a la izquierda, siguieron recto un poco más y volvió a torcer. En el pasillo que ahora se encontraban no había humedades, y estaba iluminado con antorchas que lanzaban lenguas de fuego verde. La temperatura había descendido varios grados conforme avanzaban, y aunque llevaba una capa bastante gruesa no pudo evitar estremecerse. La araña chasqueó sus pinzas, dejando patente su molestia.

- Aguanta, ya hemos llegado.

Al final del túnel había una puerta de doble hoja en forma de arco. Estaba labrada en madera de cedro, barnizada. A pesar de los años que sabía que tenía no se observaban las típicas cicatrices por el uso en ella. Tallado de forma enrevesada se dibujada el cuerpo de un dragón alado, cuya cabeza era la propia aldaba de la puerta, trabajada en hierro y con dos rubíes imitando sus ojos. El misterioso encapuchado extendió sus brazo, las palmas de las manos hacia arriba y cubiertas de guantes negros. Sin llamar siquiera empujó con fuerza las dos hojas de la puerta y entró en la sala.

Se trataba de un salón medieval. La estancia era redonda, amplia, y permanecía iluminada gracias al hogar de la chimenea. Los muebles eran escasos. Sólo había una mesa en un lateral, varias sillas y un sofá enfrente de la chimenea. Y allí, sentado entre almohadones descansaba tranquilamente Lucius Malfoy.

La figura encapuchada no le saludó ni le hizo el menor caso, sino que observó un poco en derredor, deteniéndose en los cuadros y tapices que descansaban en el piso y de espaldas a ellos. Todos estaban destrozados.

- ¿Qué ha pasado con mis cuadros? – exigió saber el recién llegado, temblando de furia contenida. La araña, mientras tanto, se había deslizado hacia el rincón más alejado, temiendo ser objetivo de su ira.

- Por si no lo recuerdas, los lienzos mágicos se pueden mover libremente, y no queremos que ningún imprevisto enturbie nuestro plan – Lucius Malfoy habló de cara al hogar, sin volverse un ápice y con la voz templada, serena. La araña tuvo la sensación de que aquella tranquilidad no auguraba nada bueno.

- ¡Lucius, estas pinturas tenían siglos de antigüedad! ¡No puedes deshacerte de ellas sin mi permiso! – se escandalizó la figura, posicionándose enfrente del mago – Podrías haberlas llevado a otros aposentos, destrozarlas de este modo fue algo...

- Necesario – le interrumpió el mago. Esta vez sus ojos se alzaron, mirando fijamente al recién llegado, todavía oculto bajo la capucha.

Lucius no tenía dudas de quién se escondía tras esa capa azul, ni tampoco de quién exactamente era la araña que ahora trotaba con saltitos cortos por una de las patas del sofá hasta llegar al reposabrazo, dónde chasqueó sus peludas pinzas y se quedó mirando a Lucius y la figura a la espectativa de los acontecimientos.

El misterioso visitante suspiró, dando a entender que ya no se podía hacer nada por evitar el desastre. Era mejor no enfadar a Malfoy, se dijo, sobretodo a tan pocas horas del gran golpe. Se rascó la nariz con una mao enguantada, gesto que siempre repetía cuando algo no encajaba en sus planes y debía hacerle un hueco forzosamente.

- Intenta para la próxima vez informarme antes de hacer... remodelaciones en mis propiedades - le advirtió, con un leve tono de autoridad - Eres un invitado y no puedes tomarte tantos privilegios, ¿y si sospechan que estás aquí? ¿Y si viene...?

- Lo recordaré para la próxima vez - le aseguró de forma abrupta Lucius, haciendo gestos exagerando con la mano para restarle importancia - No quería importunarte. Te agradezco tu comprensión respecto a los cuadros, a pesar de que mi decisión no fuese la adecuada.

Al instante los hombros del encapuchado se relajaron, y Lucius Malfoy sonrió interiomente, observando cómo el misterioso visitante se acercaba a la araña para acariciarle el regordete lomo, provocando que los pelos se erizaran a su contacto. Sabía que funcionaría, se dijo, sus ojos fijos en la extraña pareja que hacía ese animal y su invitado. La adulación, el halago, eso mínimos detalles casi extintos en el mundo que a la hora de la verdad marcaban unas diferencias tan abismales cuando estaba en juego un asunto importante, como en esta ocasión. Los países se conquistaron con palabras lisonjeras susurradas al oído antes de escupir el veneno, le decía su padre cuando era pequeño. Lucius había aprendido rápidamente la lección.

- ¿Y bien? - preguntó, jugueteando con su varita nueva. Era algo más larga y gruesa que la suya, pero en la situación que estaban no podía hacerle ascos. - ¿Está todo listo?

- Todo en orden - contestó la figura, desprendiéndose de los guantes. Luego sacó unas botellas de debajo de la capa y se las entregó a Lucius. Éste las movió un poco entre sus manos, deteniéndose a observar si el color fangoso y la textura a simple vista eran los adecuados - Nadie ha sospechado de nosotros, tal y como teníamos previsto.

- ¿Seguro?

- ¿Por quién nos tomas? - se defendió el misterioso encapuchado, alzando un poco la voz con orgullo - Cuando digo que está controlado, no debes dudar de mí: Recuerda que fuimos hasta Azkaban y te sacamos.

- Con un alto número de bajas y no menos ruidoso plan. Admite que no fuisteis lo estrictamente cuidadosos.

- Nadie nos descubrió.

- Por ahora - recalcó Lucius, devolviéndole las botellitas al misterioso visitante - Si una de los ingredientes no fue mezclado tal y como se especifica en el libro... - dejó el resto en el aire, complacido al ver cómo la araña y la figura se removían inquietos - Esto es importante. Tiene que salir bien.

- Y así será. Mañana en el partido de quidditch ellos morirán, y volveremos a alzarnos pronto con el poder.

- Pronto - reptió Lucius, con un asentimiento grave.

La araña chasqueó sus pinzas, de acuerdo con el grupo.

***************************

Viernes 8:11 a.m Mansión Malfoy.

PVO Hermione.

- ¡Tiny, tienes que hacer algo!

- Eso intento, ama - se excusó la elfa con su voz chillona, poniendo más empeño en su quehacer. Cuando noté un tirón en el cuero cabelludo gemí inconscientemente - Pero la señorita Jean tiene un pelo algo... extraño, ama, si me permite el atrevimiento.

- Nada que no pueda solucionarse con una buena mascarilla hidratante - espetó Narcisa, pero cuando vio que el cepillo con el que Tiny me cepillaba primorosamente se quedó trabado entre aquella jauría castaña, añadió apesadumbrada - Bueno, quizá debamos recurrir a solucionas más drásticas. Tiny, ve y prepara el desayuno.

- El ama es sabia - le lisonjeó la elfa, antes de desaparecerse de la habitación con un sonoro Crack.

Narcisa Malfoy me miró a través del espejo, su rostro afilado desencajado, reflejando contrariedad. Vestía una sencilla túnica rosa palído a juego con las peinetas plateadas que recogían su cabello en la nuca con maestría y elegancia. Sus manos, con la alianza de matrimonio en el dedo anular, permanecían hundidas en sus caderas, la boca se torcía en un gesto obstinado, parecido al de Pansy cuando algo no sale como había previsto.

- Jean, querida, no quiero que ésto te desanime, pero... - ladeó un poco la cabeza, calibrando si lo que iba a decirme iba acausarme un serio trauma. Al parecer, pensó que no iba a seri así, porque suspiró y añadió - Niña, tienes un pelo horrible. No sé quién te aconsejó usar tanta poción alisadora, pero fue un error.

- Lo sé - contesté, hundiéndome en mi asiento frente a la coqueta. Entrelacé uno de mis mechones entre los dedos, que ahora estaba tieso y sin vida alguna. Era tan horrible como la melena grasienta de Snape - Señora Malfoy, usted ya hizo bastante. Puedo ir más avanzada la mañana y comprar una poción nutritiva en el Callejón Diagon. No tengo inconveniente.

- ¿Y vas a ir de compras con un cepillo incrustado en la nuca? - movió la cabeza, esta vez con un atisbo de sonrisa en sus labios - No puedo permitírtelo. Además, me hace ilusión rizarte esa peluca rebelde que tienes por cabello.- me palmeó el hombro, volviendo a su alegría inicial - Venga, mientras pienso en algo, vamos a buscarte un conjunto para tu noche con Draco.

Ahogué un bostezo como pude y la seguí por el largo pasillo, aún en pijama y con la bata sin cerrar. Los párpados se me cerraban solos, e iba tropezando con las estatuas de estilo griego que adornaban los largos corredores sin oponer resistencia. Incluso una mujer regordeta y cincuentona, que cabalgaba a lomos de un corcel de lienzo en lienzo, tuvo que gritarme para que no acabara estampada en una de las columnas de mármol rosado del pasillo.

- Lo siento - me disculpé avergonzada, trotando en pos de la figura de Narcissa Malfoy.

Me hizo entrar en una habitación que se iba iluminando con los rimeros rayos de sol lentamente, dejando atrás ese gris feo y sucio que siempre coronaba el cielo inglés cuando amanecía. Era una estancia espaciosa, llena de armarios empotrados de enormes puertas forradas con espejos y unos cubículos al fondo. Los enormes ventanales estaban descubiertos, sin cortinas, y se podía vislumbrar el jardín trasero de la casa, con sus sauces llorones y el estanque al fondo, lleno de peces multicolores y nenúfares. Había sofás en el centro de la habitación, junto a unas mesitas de café decoradas con floreros que combinaban con elegancia. Abrió una de las hojas correderas del armario, sacando varias perchas con prendas de vestir envueltas en fundas y con etiquetas colgando. Narcissa echaba un rápido vistazo al interior bajando las cremalleras y, si lo que veía le gustaba, lo cogía de inmediato.

- Son trajes que yo usé en mi juventud - me dijo, mientras acomodaba las perchas en su mano derecha a medida que las iba eligiendo - Algunos están pasados de moda, pero otros todavía se llevan - se volvió hacia mí, toda sonrisa y amabilidad - Me gustaría que ésta noche vistieras uno, ¿qué te parece?

- Eso es muy gentil por su parte, señora Malfoy, pero no creo que me quedaran tan bien como a usted.

- ¡Tonterías! - exclamó ella, arrugando su nariz respingona - Tienes un cuerpo estupendo, te irán perfectos.

Desde que Malfoy le había anunciado ayer en el almuerzo que hoy íbamos a salir, Narcisa estaba tan entusiasmada como aquel día que a mi padre le tocaron quince mil libras en la lotería. Había dado instrucciones a los elfos para que fueran a comprar cremas antiojeras, maquillaje, y perfumes a su tienda habitual en Dover. Era lo que ella llamaba "arsenal de emergencias". Me hizo tomar el té en la biblioteca, dónde me hizo entrega de un manual antiguo de cómo debía comportarse una dama de sociedad para que lo leyera e incluso se tomó el atrevimiento de inspeccionar mi guardarropa, santiguándose después de haberme probado mi traje de chaqueta color camel, que solía llevar para las citas con altos cargos del Ministerio.

- Tu modista debería cortarse las manos - me aseguró, y juro que escuché sus dientes rechinar de indignación.

Pese a que estuve abrumada por el giro de los acontecimientos y sobretodo por el entusiasmo despertado en Narcisa, era una situación gratificante. Después de la Gran Guerra, mis padres habían permanecido en Australia, sin desear un regreso a ese Londres moderno y neblinoso que les esperaba. Camberra, según decían, era un lugar idóneo para asentarse: No llegaba a ser tan cosmopolita como Londres, pero cumplía con las espectativas en cuanto a clima-nada de humedad a la vista- y nivel de vida. Además, a ellos la clínica que compartían en una de sus calles principales les iba bastante bien, tanto, que lograron ahorrar lo suficiente como para comprar una enorme casa de seis habitaciones con jardín y piscina en uno de los barrios residenciales más exclusivos de la ciudad. Sinceramente, con esos credenciales era difícil que desearan regresar a su aburrida vida en la capital inglesa.

Aún así, no voy a ser tan hipócrita como para negar que no me molestó. Mi idea era que ellos permanecieran en Australia con la mente borrada hasta que yo pudiera ir a buscarles, y hacerles regresar a la normalidad. Ni por un segundo se me pasó por la cabeza que a mis padres les agradara el cambio. Ellos me insistieron para que no fuera a Hogwarts en mi último año -quería hacer séptimo a pesar de que ninguno de mis amigos no estarían en la escuela- y que buscara un puesto en el Ministerio de Magia australiano, los cuales parecían ansiosos de que aceptara la vacante como secretaria que me ofrecían.

Camberra no era mi hogar. Allí no estaba Harry, ni Ron, que por entonces era mi novio; tampoco Ginny o Luna, con las que me unía una estrecha amistad desde la batalla en la escuela. Yo quería que mis padres fuesen felices, pero sin renunciar a mi vida y ambiciones, así que opté por la solución que me pareció correcta en ese momento: Decidimos que cursaría mi último año en Hogwarts, y que al terminar me darían todo el verano para buscar un trabajo en Inglaterra. Si mi búsqueda no ofrecía resultados, iría a vivir a Camberra y aceptaría el puesto vacante de secretaria.

Ese fue el comienzo del mapa de mi vida. Tenía dieciocho años y estaba sola en Londres. Echaba de menos a mis padres, al menos al principio, pero el trabajo me ayudaba a paliar la soledad hasta que llegaban las vacaciones e iba de visita a Camberra. No había pensado de nuevo en lo que sería tener a mis padres cerca hasta que llegué el domingo a casa de los Malfoy. Narcisa me había recibido con los brazos abiertos, y volcaba en mí todo el cariño que sin duda le hubiera ofrecido a su propia hija o a Malfoy, si no fuese tan idiota. Cierto es que la casa me incomodaba, pero Narcisa Malfoy no tenía nada que ver con aquello, en cierto modo, y estaba más que dispuesta a borrar todo atisbo de tristeza en mí. Por eso me gustaba su compañía. Ella ocupaba el lugar de una buena amiga, y en un tanto por ciento elevado el de mi madre ausente.

- ¿En qué piensas? - me preguntó de repente, y salí sin querer de mi ensimismamiento. Le ofrecí una mirada de disculpas - No estarás nerviosa por tu salida con Draco, ¿verdad?

- Para nada.

¿Cómo que para nada? ¡Su sola mención me hace entrar en pánico!

- Todo irá bien, ya lo verás - me aseguró Narcissa con intención de reconfortarme, pero la verdad es que no daba resultados, al menos inmediatos.

No había pensado en Draco Malfoy desde anoche a solas en mi habitación. Como era costumbre en él, no me dirigió la palabra más de lo imprescindible por el resto del día, y Narcisa había estado tan entusiasmada el jueves por la tarde que apenas había tenido tiempo de encajar la situación. Por eso, cuando me fui a la cama, toda la congoja y las dudas se unieron en mi pecho, ahogándome como la peor de las sogas. Lo primero que pensé fue en mis amigas, en qué pensarían si les hiciera partícipe de la situación. Por supuesto, Pansy habría adoptado una actitud provocadora sugiriéndome un vestido que enseñara mucho y ocultara poco; también me habría ofrecido un cigarrillo, eso fijo. Pero, ¿y Ginny? ¿Y Luna? Y entonces me vino un flash, una foto instantánea de un rostro ovalado que expresaba su desacuerdo con la cita; una figura pequeña de cabellos negros y mirada fría. Oh. Dios. Mío. Me había olvidado de ella.

- ¡Astoria!

- ¿Astoria? - escuché repetir a Narcissa, confundida - ¿Qué tiene que ver Astoria? ¿Y cómo es que la conoces?

Fue demasiado tarde cuando me di cuenta de mi error. Mordí mis labios con inquietud, intentando encontrar una solución antes de que Malfoy hiciera carne picada de una humilde servidora. Ella esperaba una respuesta convincente, sus ojos no se apartaban de los míos, escrutadores de cada uno de mis gestos. Desvié la mirada, un tanto atolondrada por mi estupidez.

- Yo... Pansy me habló de ella - se me ocurrió, y vi al instante el rostro de Narcissa relajándose por el rabillo del ojo. Casi chillé de alegría. Aquello era una posibilidad bastante acertada, dada que en teoría era su prima - Comentaba en una de sus cartas que están comprometidos.

- Ah, eso - No me pasó desapercibida la mirada sombría que se cruzó por su rostro.

Narcissa se encogió de hombros, dándose la vuelta para continuar con sus búsqueda del "traje perfecto" y sin dar más explicaciones, pero yo quería saber más sobre el tema, indagar qué ocultaba exactamente.

- ¿No le cae bien Astoria? - le pregunté, antes de que pudiera contener mi lengua.

Narcisa se puso rígida, y suspiró. Dejando las perchas a un lado amontonadas, tomó asiento en uno de los sofás, haciéndome un gesto para que me uniera a ella. Luego permaneció en silencio al menos cinco minutos, con la mirada perdida en la lejanía a través de los ventanales. Finalmente habló:

- Astoria Greengrass es todo lo que una madre sueña para su hijo: Guapa, inteligente, con una posición envidiable dentro del mundo mágico... - ella volvió su rostro hacia mí, y vi ternura en aquellos ojos azules y su sonrisa torcida - No tengo nada en contra de Astoria, siempre se ha portado correctamente conmigo, y sé que desea a Draco.

- ¿Entonces? -pregunté, indecisa -¿Dónde está el problema?

Narcisa acentuó su sonrisa aún más.

- En que una pareja no vive del deseo, querida Jean, sino del amor profundo y fiel profesado por ambas partes. También debe haber deseo, por supuesto, y pasión, odio, alegría y tristeza. La imperfección es el sabio camino hacia lo casi perfecto - alargó una de sus manos, y sentí el tacto suave y frío cuando la entrelazó con la mía - Astoria le desea como una colegiala, como ese primer novio que parece durar toda la vida hasta que desaparece en un suspiro. Pero eso no es amor, Jean, no lo es en absoluto, y es ahí dónde radica el problema. ¿y si nunca lo ama? ¿y si Draco es infeliz por el resto de su vida?

- Tal vez el deseo de paso a algo más, ¿no cree? - aventuré, dándole un apretón. Ella lo aceptó de buena gana. Estuvo meditando mis palabras unos segundos, luego negó con su cabeza.

- Yo me enamoré de mi marido cuando tenía veinte años - hizo una pausa, casi le costaba pronunciar las palabras. La verdad, es que no era un problema imaginarla con esa edad, lo imposible era recrear a Lucius Malfoy como un jovenzuelo arrogante. Como no tenía referencias, intenté ponerle el rostro de su hijo - Fue en un baile de máscaras.

Él estaba bailando con Mía Stravolos, una bruja que acababa de terminar sus estudios en Durmstrang y pensaba afincarse en Inglaterra. Lucius me había perseguido durante semanas, pidiéndome una y otra vez que asistiera como su pareja a ese dichoso baile. Siempre le daba una negativa por respuesta. Mi hermana Bellatrix me tachaba de loca, mientras que Andrómeda, mi otra hermana, me decía que estaba más cuerda que nunca. La verdad es que Lucius Malfoy no entraba en mi lista de hombres ideales en absoluto. Pero cuando lo vi allí, bailando con Mía, algo en mi interior se removió. Me dije: "Pero, Narcisa, ¡es Lucius Malfoy, ese tipejo egoísta que continuamente se pavonea delante de sus amigos porque conserva una reliquia del mismísimo Merlín!". Sin embargo, yo estaba enfadada, enfadada porque él no me prestaba atención, porque sus ojos permanecían fijos en Mía Stravolos. Así que me dirigí a él con paso decidido, aparté a Mía de un manotazo, y le estampé un sonoro bofetón en la cara.

- Eso me hubiese encantado verlo - admití, devolviéndole la sonrisa que ella me ofrecía.

- Oh, sí, Lucius estaba consternado por mi ira, pero ¿sabes qué hizo? Se echó a reír. Yo le pregunté, roja de rabia, que a qué venía esa reacción, y él me respondió: "A que por fin has decidido amarme, Narcisa Black" y entonces me besó, ¡delante de todos, allí mismo! Fue mi primer beso. Dos días más tarde, estábamos comprometidos.

- Es una historia bonita - le dije. Claro que me guardé para mí el hecho de que me había negado a dibujar el rostro de Lucius en ese chico que ella describía con devoción.

- Sí que lo es - convino ella, su mirada volvía a estar perdida más allá de los ventanales - De pequeño, Draco me pedía que le contara ésta historia para quedarse dormido. Me decía que, algún día, él también encontraría a una chica que le abofeteara antes de caer rendida a sus pies - chasqueó la lengua, y cuando se giró tenía una mueca burlona bailándole en la comisura - El caso es que en tercero, en vacaciones, vino muy malhumorado de Hogwarts. Le pregunté qué le ocurría, pero estuvo esquivando responderme durante semanas, hasta que finalmente, una tarde de agosto sin venir a cuento me lo confesó: "Madre, una chica me ha golpeado. Se llama Hermione Granger, es de Griffyndor, amiga de Harry Potter y para más señas, una sangre sucia".

Juro por mi tesis sobre la liberación de los elfos domésticos, que no podía decir o hacer nada. Permanecí muda, estáticamente sentada al lado de Narcisa Malfoy, mientras ella me miraba a través de sus ojos azules, estudiando mi reacción. Supongo que llegó a la conclusión de que su relato me estaba encantando. Se incorporó del sofá paseando la mirada alrededor de la habitación. Cruzó sus brazos antes de continuar el relato:

- Aún puedo ver con nitidez en mi mente su rostro desencajado, esos ojos grises despidiendo desprecio, un odio infinito hacia la chica, el ceño totalmente fruncido por su furia interna. Lo analicé detenidamente, palmo a palmo, desconcertada, y asustada - su rostro se reflejaba en los espejos, mirándome -. Le di un consejo, uno sólo, y era que no se relacionase con esa chica, con esa sangresucia. Él asintió con firmeza y se marchó, dejándome sola. Draco nunca lo supo, y creo que nunca se dio cuenta de que tenía miedo.

- Miedo - repetí en susurros la palabra, para grabármela a fuego en la cabeza.

- Sabes que los sangresucia no son bien vistos, y aunque a mí nunca me incomodó eso de la misma forma que a Lucius, supe que era de vital importancia que Draco no se viera involucrado con magos y brujas de padres muggles, porque sería su perdición, al igual que lo fue de mi hermana, Andrómeda. Ella se casó con un muggle, y mis padres la desheredaron al instante de desafiarles. No he vuelto a saber de ella desde entonces. - Pues perdió a su marido y su hija en la guerra, me dieron ganas de decirle, pero me contuve. Sus ojos estaban vacios, casi sin vida, sumidos en el recuerdo de lo lejano - Sin embargo, aunque eso me preocupaba, no era mi peor temor.

- ¿Ah, no? - pregunté escéptica, y ella captó mis ojos, seria de repente.

- Lo que realmente me hizo temblar en ese entonces, Jean, fue el hecho de que cuando Draco me contaba que lo había golpeado Hermione Granger, su mirada, su voz, incluso sus gestos fueron exactamente los mismos que los míos en aquella noche lejana frente a Lucius. Draco tenía trece años y era joven, pero yo lo supe al instante: Él la necesitaba.

Estaba sudando, un sudor frío que me recorría la espalda, en camino descendente por toda mi columna vertebral. Temblaba. Tenía ganas de salir corriendo, de huir. No quería seguir escuchando, una parte de mí despreciaba esa historia, pero quería saber, quería, por mucho que me negara a admitirlo.

- Eso no tiene nada que ver con Astoria y él - le espeté, de un modo tan abrupto que incluso a mí me sonó grosero.

- Por supuesto que tiene que ver con Astoria - me aseguró Narcisa, frunciendo lentamente la frente - Yo siempre he deseado que otra mujer apareciera en la vida de Draco, y ver de nuevo esa mirada que él tenía al mencionar a Hermione Granger. Por eso, cuando Draco me anunció su compromiso con Astoria, estaba feliz, pero a la vez triste, porque esa mirada de pasión desafiante, altanera y orgullosa no se encontraban en esos ojos que se clavaban en los míos de forma fría y serena. Astoria no le aporta nada a mi hijo, porque ella no es, simplemente, como Hermione Granger.

Permanecimos en silencio, ambas evaluándonos, pensando, meditando. Casi sentí mi voz temblar antes de escupir la pregunta.

- ¿Piensa que su hijo está enamorado de Hermione Granger?

Narcisa Malfoy, para mi completo y mudo asombro, se echó a reír. Una risa suave, cantarina, como de campanillas de crital entrechocando.

- No, Draco no está enamorado de Hermione Granger, pero necesita a alguien como Hermione Granger - luego abrió la cremallera de una de las fundas, sacando un par de vestidos vaporosos - ¿Negro o verde?

Parpadeé un segundo, antes de incorprarme de mi asiento y coger el vestido verde. Narcisa ayudó a desvestirme, ya que mis manos temblaban irremediablemente.

- Estás pálida, Jean, ¿quieres que dejemos esto para más tarde?

- Me encuentro perfectamente, Señora Malfoy, no se preocupe. - le respondí, aunque en mi fuero interno sabía que mentía como una bellaca. Pasé por su lado para dejar mi ropa en el sofá, y justo entonces noté un tirón fuerte en la nuca - ¡Ay!

Al darme la vuelta, ella tenía en su mano el cepillo que antes estaba en mi pelo con un mechón de cabello en él.

- Te llevabas esto - me dijo, balanceando el cepillo entre sus manos. No le contesté. Simplemente me deshice de mi camisola y empecé a abrocharme los botones del primer vestido, sin saber exactamente qué hacía.

Narcisa Malfoy creía que su hijo necesitaba a una Hermione Granger, no específicamente a ella.

Pero ¿y si fuera Hermione Granger la que necesitara a Draco Malfoy?

*****************

Viernes 09:34 a.m. Mansión Malfoy

PVO Draco.

Las malas noticias siempre llegan temprano.

Me había desvelado al alba, justo cuando mi madre entró dando gritos y órdenes al dormitorio de Granger para hacerla partícipe de un día de "ensueño" femenino lleno de cremas, masajes, peluquería y mil factores que toda mujer ansía experimentar al menos una vez en su vida. Hermione Granger no es así. Para cualquier persona con un mínimo de inteligencia, es más que perceptible que su sentido de la moda es... ¿cómo definirlo con suavidad? Nulo, así como que por muchas energías que madre gastara en hacerla ver decente, no llegaría ni a pasable. Crear de la Rata de Biblioteca a una mujer hecha y derecha equivalía a mover el Everest con un dedo: Muy romántico pero técnicamente imposible.

Pero es complicado hacer desistir a mi madre cuando algo se le cruza por la cabeza. Recuerdo una vez que quiso vestirme con una túnica de estilo gótico, llena de chorreras y encajes por todos lados. Yo contaba quince años y juré por mi escoba que jamás iría a la cena con los MacNair disfrazado de vampiro. Mi madre no dijo nada, y se retiró llevándose la túnica. Creo que ese fue mi error: Pensar que había ganado la guerra, cuando simplemente logré la victoria en una batalla. Cuando llegó el momento de ir a vestirme, encontré que todas mis túnicas habían desaparecido de mi armario. Todas, salvo la que mi madre deseaba que llevara.

Os podéis imaginar el resto.

Me arrebujé en las sábanas, cogiendo una de las almohadas para ocultar mi rostro con el fin de no seguir escuchando los quejidos de Granger y el positivismo de Narcisa respecto a su cabello. Pobre madre, no sabía lo que le esperaba. Tras una hora de incesante parloteo, se hizo el silencio. Me estiré, esta vez relajado y bien dispuesto a conciliar de nuevo el sueño, pero un sonoro picoteo en una de las ventanas me lo impidió.

Se trataba de un halcón. Su lomo coloreado en tonos marrones, blanco y dorado que aleteaba tras los cristales con un sobre lacrado sujeto a una de sus patas. El estómago me dio un vuelco nada más fijarme en sus ojos ambarinos, como anunciando un mal presagio. Sólo una persona usaría ese tipo de ave para un recado, y no era precisamente halagüeño que tras tantos años de ausencia, apareciera de nuevo en mi vida. No ahora, no después de lo ocurrido.

Me incorporé lentamente de la cama y me restregué los ojos, esperanzado en que fuera fruto de mi imaginación. Banal esperanza, el maldito animal seguía allí, esperando permitirle entrar. Finalmente, con manos temblorosas, hice un click en el cerrojo de la ventana y la abrí de par en par. El halcón soltó un quejido lastimero cuando se posó en el escritorio, dejando claro que no estaba acostumbrado a mi descortesía. Abrí el primer cajón a tientas, cogiendo del fondo de papeles y libros una bolsa repleta de galletas saladas, todo ello sin dejar de observar al animal. Una vez se la di y le permití picotearme el dedo como amonestación por la larga espera –el bastardo incluso se tomó la osadía de hacerme una herida-, abrí con reticencia la carta y empecé a leer:

لا بد ان نتكلم, فان من المهم.

ونحن نرى فى منتصف الليل فى دبلن. غير اننى ,

وانا الانجاز سيكون على تكنولوجيا المعلومات.

لقد ارست الانجاز اقل.

الف

No reconocí su letra, pero sí el aroma característico que desde hace años intentaba olvidar. Me llevé el papel a la nariz, olisqueando: Fuego, madera, azafrán, canela y miel. Dulce y picante, qué mezcla tan extraña, y qué bien la definían. Al pasar los dedos distraídamente por el interior del sobre, unos granos finos de un rojo intenso se me quedaron pegados en las yemas, como si me dijeran lo que me esperaba. Sonreí con añoranza, recordando las noches que había vivido entre aquellas dunas de arena roja, con las estrellas observándonos allá arriba, testigos mudos de nosotros, simples mortales. El desierto del Tassili.

Habían pasado ocho años desde la última vez que estuve allí, que la vi a ella, un sueño de adolescente enamorado y como siempre engañado. Aún podía escuchar su risa, dibujar sus ojos negros en mi mente tras el velo semitransparente; y ese cabello sedoso, azabache, que una vez yo cepillé con fervor, cuando no conocía la palabra desengaño. En años ni una palabra, ¿por qué, entonces, aparecía en estos momentos? Debía ser algo importante si quería contactarme.

Hice una bola con la carta y la lancé al aire. Minutos después la hice arder con un fuego mágico frente a mis ojos, convirtiéndose en cenizas, dejando el aroma a canela y miel esparcido por la habitación. Pude releer de nuevo el texto en mi mente, y el nudo de mi estómago se intensificó:

Tenemos que hablar, es importante.

Nos vemos a medianoche en Dublín.

No me busques, yo te encontraré a ti.

Te he echado de menos.

A.

Tenía una cita en Dublín.

************

Viernes 17:15 p.m.

Londres.

Ambos miraban el póster expuesto en la calle central, intentando analizar cada uno de los rasgos del hombre. Finalmente, soltó su sentencia:

- Es gay.

- No, no lo es. Está casado, tiene hijos, ¡no puede ser gay!

- Quizá es un gay reprimido.

- Pero ¡qué dices! ¿Tú lo has visto? Exuda masculinidad – apartó sus ojos del cartel, un tanto molesta – Creo que tu ego no soporta que Jack Sparrow, y más concretamente Johnny Depp, ocupe el corazón del noventa por ciento de las féminas.

- Entonces el diez por ciento restantes son las mujeres que conservan la coherencia.

- No. Son el tanto equivalente a las brujas que no saben ni una pizca de actores muggle.

Nott se removió inquieto, volviendo a analizar el cartel de la película Piratas del Caribe. Luna Lovegood lo había convencido para ir a verla, alegando que tenía un par de entradas compradas desde hacía un mes, y aunque había pensado el ir con Pansy, dada la situación actual no le quedaba otra que ir al cine con él.

- Considéralo una no-cita – argumentó ella, mientras balanceaba las entradas frente a él, esperando una respuesta.

- Una no-cita – sentenció Theo, a la vez que se hacía con los tickets y los guardaba en el bolsillo trasero de sus vaqueros.

Sinceramente, pensó, ¿qué le veían a ese Jack Sparrow? Llevaba los ojos pintados, una mueca divertida en sus rasgos, barba trenzada y una melena descuidada. Lovegood ya le había advertido que era sólo un disfraz, pero cuando ella le enseñó fotos del actor, a él le pareció que tampoco cambiaba tanto su aspecto de chico rebelde y pobretón. ¿Sería que ahora las mujeres veían a los vagabundos como un tipo ideal de hombre? Cuando captó el rostro soñador de Luna observando a Depp, obtuvo rápidamente la respuesta.

- Es guapísimo…

- Un monumento…

- Lovegood, creo que se me están quitando las ganas de ver una película de éste tío.

Theodore Nott frunció el ceño, girándose para encarar a las dos jovencitas que a sus espaldas suspiraban a la vez que Luna se alimentaba visualmente de ese hombre que, aseguraba, era de lo más atractivo. Cuando sus ojos negros encontraron a los de las adolescentes, una masculló por lo bajo un “celoso” que le hizo arder en rabia; la otra le sacó la lengua como una niña de cinco años antes de continuar su camino, no sin antes hacer patente su indignación por el comentario del Slytherin. Él las observó hasta verlas perderse entre el gentío que esperaban alrededor del recinto.

- Las verdades duelen, ¿eh? – Se mofó Luna mientras le daba un codazo en las costillas – Hala, hala, no te desanimes, Nott. Piensa que hoy en día una buena poción multijugos o una operación de estética muggle pueden hacer milagros con esa cara tuya.

- ¿Estás insinuando, remotamente, que no soy atractivo? – interpeló, levantando una ceja con escepticismo.

- Estoy intentando disuadirte de que te compares con mi Johnny. – le echó una ojeada, de esas descaradas que a Theo tanto le incomodaban y ella se esmeraba en recrear simplemente para fastidiarlo – Tú haces dos veces de él tanto de ancho como de alto. Además, Johnny es misterioso, sexy, encantador, y da igual lo que se ponga: Hasta con botas de plataforma, Johnny seguirá siendo terriblemente caliente. En cambio, aquí te tenemos a ti, que aunque hoy vistes decentemente, no hay nada que te quede peor que una boa de plumas en el cuello para resaltar a la mujer que llevas dentro.

- ¿Intentas ser graciosa o sólo cabrearme? – indagó, su voz llena de ironía.

- Ni una cosa ni otra, expongo simplemente un hecho objetivo.

Theo gruñó por lo bajo, mientras se encaminaban a la larga cola de espera del cine, uno al lado del otro. Cine era como se llamaba el lugar para ver películas, y películas era una especie de obra de teatro pero que veían en una pantalla o televisión, aunque no sabía exactamente qué significado tenía “pantalla”. Al menos, eso es lo que le contó Lovegood como si ella fuera McGonagall y estuviera de regreso en Hogwarts.

- Intentaremos que parezcas normal, Nott. Si yo he podido, créeme cuando te digo que todos pueden – en eso Theo estaba de acuerdo.

Mientras la multitud iba avanzando, Theodore Nott observó por el rabillo del ojo que Luna estaba nerviosa. Sorbía coca cola de su enorme vaso de plástico, mientras que de vez en cuando agachaba la barbilla para zamparse un buen montón de palomitas de maíz directamente del bote, sin cogerlas con las manos. Nott no sabía si reír o llorar. Desde ese día que Luna le había tocado, ella cambió su actitud para con él: Más amable, simpática y habladora si cabía. Él acogió la transformación con cautela, sin derribar el muro que pretendía mantener entre ellos, pero se le hacía bien difícil conservarlo, sobretodo cuando ella, como ahora, le regalaba una de esas sonrisa envueltas en dulzura e inocencia.

- Me estás mirando – le dijo, sus ojos azules fijos en él, expectante. Theo tragó saliva.

- No me gusta que comas las palomitas así. Las babeas, ¿sabes? Es un poco antihigiénico.

- Oh – ella enrojeció para su asombro, entre confusa y avergonzada – Lo siento, es que no estoy acostumbrada a venir acompañada al cine.

Se hizo el silencio entre ellos. Un chico vestido con chaleco azul y camisa blanca les pidió las entradas cuando llegaron a las puertas del cine. Nott rebuscó en los bolsillos de sus vaqueros hasta que dio con ellas, se las entregó al muchacho, que no paraba de sonreírle a Luna.

- Hola – saludó dirigiéndose a ella, que sorbía coca cola sin parar de su vaso enorme. Theo vio que un rubor cubría sus mejillas – La semana pasada no viniste, ¿te ocurrió algo?

- Nada del otro mundo – le informó Luna, dándole unas palmaditas en el hombro – No pensé que te percataras de mi ausencia.

- Claro que sí, eres una clienta fija del cine. Además, todavía estoy esperando la respuesta para merendar conmigo un día de éstos.

Theo se le echó un rápido vistazo, mientras a su vez él mismo era evaluado: Cabello castaño, alto, ojos oscuros, algunas pecas en el puente de una nariz ganchuda. De su chaleco pendía una chapa que llevaba su nombre: Albert. Todo en él resultaba normal y tremendamente aburrido, resolvió Nott, y pese a todo, ahí estaba, esperando que Luna Lovegood aceptara su invitación con una mirada incitante y lasciva. Bueno, a él al menos le parecía lasciva, Lovegood parecía encantada con la situación.

- ¿Me devuelves las entradas? Tenemos un poco de prisa – interrumpió Theo, arrebatándole las entradas de las manos a Albert. Éste se giró hacia Luna, con el interrogante tatuado en su rostro sorprendido.

- ¿Novio?

La pregunta le sonó a Theo impertinente, pero más que nada le hacía ver que lo consideraba un rival. Bien, no lo era, aunque no le gustaba demasiado el trato que tenía con Lovegood.

- Es un antiguo compañero de escuela – aclaró ella, sonriendo aún más – Thedoroe Nott, él es Albert Wiston, un amigo…

- Y en espera de algo más – finalizó Albert, tendiéndole la mano al mago, que se la estrechó con fuerza. Luego los dejó entrar, por fin, a la gran sala de espera del cine – Hasta la próxima semana, Luna. Estaré ansioso por conocer tu respuesta.

- Adiós, Albert, y gracias por el bonsái que me enviaste, es precioso.

- Sabía que te gustaría – exclamó él, hinchando el pecho y echando una acerada mirada al Slytherin sin siquiera despedirse, antes de proseguir con su trabajo.

Luna agarró a Theo por el codo y avanzó por el pasillo a paso ligero.

- Sala trece, fila dieciséis, butaca uno y tres – repetía una y otra vez, haciendo grandes esfuerzos por arrastrar a Theo y que no se le derramase la coca cola o las palomitas. Pero Nott sabía que eso era una excusa.

Luna Lovegood tenía memorizados esos números, por la simple razón de que se había llevado los dos días anteriores ojeando las entradas con un frenesí rayado en lo absurdo, por no decir que ella iba cada semana a ver películas, así que no se tragó ni por asomo que estuviera atenta a no perderse en el cine. Theo sabía que estaba preocupada por el tema del bonsái.

Llegó por un mensajero el día anterior a primera hora de la mañana, justo cuando Nott estaba enfrascado en una lucha cuerpo a cuerpo con un hipogrifo en sus sueños. El timbre sonó insistentemente varias veces, pero tuvo la esperanza de que fuera un vendedor ambulante y se largara, así que se apretujó lo más que podía en la incómoda cama plegable situada en el comedor y siguió descansando. Fue al séptimo timbrazo que por fin se levantó para abrir. El mensajero, -un chico escuálido, con un serio problema de acné- le hizo entrega de una caja enorme cuyo destinatario era Luna Lovegood. Mientras le cerraba la puerta en las narices, Theo fue a buscar a la dueña del regalito irrumpiendo como una bañes en su peor época en el dormitorio. Luna lo recogió con un escueto “gracias”, empujó a Theo hasta la puerta y lo dejó plantado en el umbral de su dormitorio, cerrado a cal y canto con llave desde dentro. Minutos más tarde, Luna salió con un bonsái pequeño entre las manos, que colocó con cariño y cuidado en la encimera de la cocina.

- ¿Quién te lo ha enviado? – preguntó curioso.

- No te importa – le respondió ella, y luego se giró, con una mirada colérica – Y no vuelvas a entrar en mi cuarto, Nott, bajo ningún concepto. Es mi territorio.

El tema había quedado zanjado.

Hasta ahora.

- ¿Por qué no me dijiste que fue tu novio el que te envió el maldito arbolito? – estaban ya sentados en sus respectivos asientos en la sala, atestada hasta arriba de gente murmurando y especialmente nerviosa. Theo estaba tan enfadado que siquiera miró en derredor, toda su furia concentrada en Lovegood. Luna parpadeó unos instantes, interrumpiendo el camino de las palomitas a su boca.

- ¿Desde cuando te tengo que dar explicaciones de lo que hago y dejo de hacer? Y para que quede claro, no es mi novio. Albert es un chico que…

- ¡Vamos, Luna! – exclamó tan alto que la pareja de la fila de delante se sobresaltó – Estabais tonteando. Hasta un ciego habría vislumbrado las chipas que saltaban entre vosotros dos.

No sabía porqué, pero eso de imaginarse a Lunática en brazos de cualquiera era algo inverosímil, o raro, tan raro que le tocaba la moral hasta el punto de querer empotrar al maldito Albert contra la pared y hacer carne picada con su estúpida cara de niño tonto.

- No se de qué me hablas – se desentendió la bruja, echándose su mata de cabello rubio hacia atrás, que hoy decoraba con mariposas de colores – Albert y yo sólo fuimos a tomar café un día, luego me llevó a casa. Si tú a eso le llamas novio, es que no entiendes nada de las relaciones en pareja.

- ¡Y una mierda! – bramó. De repente tenía mucho calor, y la sudadera fina que se había puesto ahora le agobiaba – Te ha regalado un bonsái, pretende salir de nuevo contigo y ha dejado claro que quiere algo más. Ese estúpido no es tu amigo. Al menos, llega al nivel de “amiguito”.

Cosa que le fastidiaba a más no poder, ya que Luna lo había presentado simplemente como “un compañero de la escuela”. Era evidente que Albert estaba en clara ventaja contra él.

- Amiguito – repitió Luna, soltando una carcajada - ¿Pero tu quién crees que eres? ¿Mi padre? Tengo veintitrés años, yo hago lo que quiero cuando quiero sin dar explicaciones a nadie – las luces se apagaron tenuemente, y empezaron a aparecer los primeros anuncios – Ahora, déjame ver la película tranquila y seguimos con la discusión en casa.

Al final, Theo le hizo caso y miró hacia enfrente, sólo para encontrarse con la televisión más grande que jamás hubiese visto… lo que le mantuvo distraído cinco minutos antes de soltar la pregunta que abrió la caja de Pandora.

- ¿Te has acostado con él?

- ¿Disculpa? – susurró perpleja Luna, sin dar crédito a lo que había escuchado.

- Has dicho que fuisteis a tomar café y luego te llevó a casa. ¿Lo metiste en tu cama? ¿Es por eso que quiere repetir la cita contigo?

Ella lo miró al menos un minuto en silencio. Su rostro estaba serio, pero sus ojos eran la inequívoca evidencia del demonio que refulgía en su interior.

- ¿Me crees capaz de eso? – Theo evadió su mirada unos segundos, meditando la respuesta. Luna lo cogió por la barbilla, acercando sus rostros. Estaban a menos de dos centímetros de distancia, y pudo aspirar perfectamente su aroma. Olía a flores y caramelos, pensó Nott tragando saliva, y también a palomitas de maíz – Responde, ¿me crees capaz de eso?

- Sí.

Entonces Luna se marchó de la sala, dejando a un Theo que se odiaba a sí mismo sentado allí, sin saber exactamente qué hacer. ¿Iba tras ella lo la dejaba? ¿Estaba arrepentido de sus palabras? ¿Sería, Albert, su no-novio?

Pero cuando la última punta de su cabello torció la esquina y se perdió de vista, se otorgó un instante para deliberarlo, y llegó a la terrible conclusión de que la había herido, y que, muy en el fondo, quizá odiara la idea de verla con ese tal Albert porque, simplemente, Luna Lovegood le atraía, o le gustaba.

Mucho.

Lo que no le dejaba otro camino que ir al psiquiátrico.

Pero antes, hablaría con ella.

Y resuelto el dilema, bajó corriendo las escaleras de la sala en busca de su no-novia esperando una gran no-discusión.

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Viernes 20:45 p.m. Mansión Malfoy

PVO Draco

No estaba acostumbrado a esperar. Pese a lo que muchos opinan de mi, suelo ser una persona medianamente puntual, como marca mi sangre inglesa, y los que me conocen bien saben que no soporto que alguien llegue tarde. Granger no lo sabía, por supuesto, sino, no estaría aquí sentado en la biblioteca como un muñeco de trapo desparramado sobre el sillón.

En parte es compresible que tarde tanto, ya que le especifiqué que vistiera decentemente, lo que en Sabelotodo requiere no unas horas, sino todo un año de aprendizaje. Hay una cita que dice “El hábito no hace al mago”. Bien, está claro que éste es el caso de Granger. Blaise le había regalado vestidos, zapatos y complementos, y con todo aún seguía viéndose ridícula comparada con otras chicas que conozco. Sin embargo, no voy a quitarle el mérito, ya que hoy ni siquiera bajó a comer para seguir preparándose para la cena. Al menos, eso es lo que dijo madre mientras tomábamos el té de la tarde.

Cerré el libro que estaba ojeando – “Pociones Avanzadas para después de la Escuela” - y me acerqué al ventanal. La noche era cerrada, y el jardín permanecía a oscuras salvo por las velas que guardaban como ángeles brillantes los rosales de mi madre, recortando las figuras altas y angulosas de los árboles. Apoyé una mano contra el cristal y acerqué más el rostro, dejando una cortina de vaho en la ventana, sintiendo el frío contra mi frente. Al instante me vino una imagen de hacía varios años, en la que había observado desde este mismo lugar a mi madre discutir con Lucius, sin que ellos supieran que estaban siendo observados.

Lucius es mi padre, el hombre que me dio la vida, y el que también quiere eliminarme cueste lo que cueste. Curioso, quién iba a suponer que llegaría tan lejos su odio hacia mí, hacia mi madre o mis amigos, aquellos que él pensaba lo habían traicionado para meterlo en Azkaban. Un conejo salió corriendo entre los arbustos, para meterse entre los rosales con rapidez. Me gustaría ser un conejo, ellos no tienen que preocuparse de nada, sólo de coger alimentos que le ofrece la propia naturaleza. Yo, sin embargo, estoy hasta el cuello de problemas. El principal es que no sé si mañana a esta hora seguiré vivo, o si estaré velando a uno de mis amigos en un ataúd.

Mi vida ya no era mía desde hacía tiempo, pero al menos era yo quién la manejaba, ahora ni siquiera eso. Tenía que seguir las directrices impuestas por Lucius a fin de que nadie saliera malherido, y aún así tenía la certeza de que era imposible evitar el derramamiento de sangre. Seguramente este sería mi único momento de paz antes de morir, la última vez, quizás, que contemplara mi jardín, la biblioteca de mi casa o incluso a mi madre, ignorante de todo lo que estaba ocurriendo. Pero incluso deseando disfrutar del momento, mi mente no me lo permitía.

Tenía que resolver mi cita en Dublín, lo que era otro quebradero de cabeza que añadir a mi ya interminable lista. Verla a ella iba a ser duro, y no por el hecho de que aún sintiera algo, que no es el caso, sino porque siempre se te hace incómodo volver a ver a la persona que más amaste en el mundo y te traicionó por la espalda. De todos modos el encuentro iba a ser inevitable, tarde o temprano, nos reencontraríamos, así que al menos me sentía agradecido de que me enviara la nota, así al menos estaba mentalizado de lo que me iba a esperar el resto de la noche.

Me enderecé lentamente, metiendo las manos en mis bolsillos, y fue entonces que la vi. Había estado tan ensimismado en mis pensamientos que no había escuchado la puerta abrirse, ni que la figura que ahora se reflejaba en el cristal de la ventana hubiera entrado. Me cogió tan de sorpresa que no pude ocultar mi asombro.

- Hola – me saludó un reflejo, dibujando una tímida sonrisa en aquellos labios brillantes.

Granger estaba ahí, un metro de distancia la separaba de mi espalda, exudando vainilla por cada poro de su piel y lo que es peor, increíblemente atractiva. Vestía un sencillo traje dorado brillante, que le llegaba a la mitad del muslo. Su escote asimétrico le dejaba un hombro al descubierto, y hacía largas sus piernas, algo en lo que jamás me había fijado. Lucía plataformas y bolso del mismo tono, y unas argollas enormes colgaban de sus orejas. Reí por dentro al comprobar que madre finalmente no se había salido con la suya a la hora de arreglar su cabello, así que finalmente habían optado por recogerlo todo en la nuca, en un moño sencillo, y adornado con una hosquilla de piedras ambarinas que recogía a medias su flequillo. Dio un paso hacia mí, y la vi perder un poco el equilibrio a través del espejo.

- Lo siento, aún no me manejo muy bien con estos zapatos – me dijo, a modo de disculpa.

Seguí mirándola a través del cristal. Yo no respondí nada, lo que no es normal, porque yo siempre tengo veneno en la lengua, es decir, soy malo, malo malísimo ¿vale? Y estaba mudo por ella, por verla. Ni siquiera pude hacer el ademán de volverme, y es que debía conservar la calma, es decir, transmitirla al menos, pero me era imposible.

Hermione Granger no era ya una escoba con peluca. Parecía, indiscutiblemente, una mujer de verdad. Una con piernas kilométricas, cintura estrecha y un pecho casi inexistente, pero joder, un hombre podía perder la cabeza por ese tipo de chicas. Una aclaración: Yo soy un hombre.

Ver a Granger como mujer, implicaba que:

1 – Mi gusto en cuanto al sexo opuesto estaba decayendo.

2 – Podía sentirme atraído.

3 – Mi esquema de la vida y jerarquía de magos podía irse a la mierda.

4 – Un filtro amoroso estaba haciendo efecto en mi consciencia.

Aquel pensamiento se me cruzó por la cabeza, con sus más, sus menos y sus Oh, mierda. Y vino tan rápido, tan, tan claro, que sólo me produjo un sentimiento que no había experimentado en mucho tiempo:

Miedo.

Yo Draco Malfoy, tenía miedo de Hermione Pelo de Rata Granger.

Hay que joderse.

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Y Hasta aquí llegamos, he tenido que cortar el capítulo porque quedan aún veinte folios más, y no era plan de colgar cuarenta hojas de un tirón, más que nada para que no os agobiéis, pero como ya está listo, esperaré unos días y lo pondré el lunes seguramente.

Espero que os haya gustado y ya sabéis: De todos menos virus.

¡Nos leemos!