miércoles, 21 de octubre de 2009

El Contrato Capítulo 12


Bien una cosa, hay una parte en árabe, y aclaro que yo no sé ni papa de árabe, así que lo traduje con un traductor, si hay errores, disculpas.

Y ahora una buena noticia: ¡Van a publicarme una novela! Hace tres meses una editorial se puso en contacto conmigo porque leyó éste fic y quería material original, lo envié, y ahora me quieren publicar una de mis novelas, lo que es un sueño hecho realidad ^^. Eso no implica que no vaya a continuar con los fics, ¿ok? Voy a seguir, aunque estoy tremendamente ocupada corrigiendo algunas cosillas y le echo menos tiempo, pero actualizaré cada diez días aproximadamente.

Y ahora sí, a leer.

Disclaimer: Personajes de Roweling, ya sabéis, nada es lucrativo y bla bla bla…

A Lu.


Capítulo doce: Un día menos siete.

Viernes 6.03 a.m. Edimburgo.

Los pasillos eran largos, estrechos y envueltos en absoluta oscuridad. Las paredes estaban desnudas, y lo único que se escuchaba era el goteo incesante de la humedad filtrada por las piedras al caer, formando regueros de agua en el piso. La figura oscura andaba con paso firme, a sabiendas de dónde estaba y a quién iba a ver.

Una enorme araña descendió del techo por su fino hilo semitransparente, posándose en uno de los hombros de la figura con soltura, oculta por una capa azul medianoche. Ésta giró un poco la cabeza para observar al insecto. Medía al menos diez centímetros de largo por cinco de ancho, y era peluda, de color negro con manchas amarillentas en el lomo. Aunque normalmente las arañas poseían ocho ojos, ésta sólo tenía dos de un negro azabache inquietante. La figura encapuchada sonrió.

- Creía que no ibas a venir – su voz era suave, modulada, y le hablaba directamente al insecto. La araña le guiñó uno de sus ojos en respuesta, enseñando a la vez una hilera de dientes amarillentos, semejando a una sonrisa.

- Lo sé. Ya falta menos para el alzamiento. Pronto llegará el momento de reinar como dioses.

La figura encapuchada junto a su nuevo acompañante giró a la izquierda, siguieron recto un poco más y volvió a torcer. En el pasillo que ahora se encontraban no había humedades, y estaba iluminado con antorchas que lanzaban lenguas de fuego verde. La temperatura había descendido varios grados conforme avanzaban, y aunque llevaba una capa bastante gruesa no pudo evitar estremecerse. La araña chasqueó sus pinzas, dejando patente su molestia.

- Aguanta, ya hemos llegado.

Al final del túnel había una puerta de doble hoja en forma de arco. Estaba labrada en madera de cedro, barnizada. A pesar de los años que sabía que tenía no se observaban las típicas cicatrices por el uso en ella. Tallado de forma enrevesada se dibujada el cuerpo de un dragón alado, cuya cabeza era la propia aldaba de la puerta, trabajada en hierro y con dos rubíes imitando sus ojos. El misterioso encapuchado extendió sus brazo, las palmas de las manos hacia arriba y cubiertas de guantes negros. Sin llamar siquiera empujó con fuerza las dos hojas de la puerta y entró en la sala.

Se trataba de un salón medieval. La estancia era redonda, amplia, y permanecía iluminada gracias al hogar de la chimenea. Los muebles eran escasos. Sólo había una mesa en un lateral, varias sillas y un sofá enfrente de la chimenea. Y allí, sentado entre almohadones descansaba tranquilamente Lucius Malfoy.

La figura encapuchada no le saludó ni le hizo el menor caso, sino que observó un poco en derredor, deteniéndose en los cuadros y tapices que descansaban en el piso y de espaldas a ellos. Todos estaban destrozados.

- ¿Qué ha pasado con mis cuadros? – exigió saber el recién llegado, temblando de furia contenida. La araña, mientras tanto, se había deslizado hacia el rincón más alejado, temiendo ser objetivo de su ira.

- Por si no lo recuerdas, los lienzos mágicos se pueden mover libremente, y no queremos que ningún imprevisto enturbie nuestro plan – Lucius Malfoy habló de cara al hogar, sin volverse un ápice y con la voz templada, serena. La araña tuvo la sensación de que aquella tranquilidad no auguraba nada bueno.

- ¡Lucius, estas pinturas tenían siglos de antigüedad! ¡No puedes deshacerte de ellas sin mi permiso! – se escandalizó la figura, posicionándose enfrente del mago – Podrías haberlas llevado a otros aposentos, destrozarlas de este modo fue algo...

- Necesario – le interrumpió el mago. Esta vez sus ojos se alzaron, mirando fijamente al recién llegado, todavía oculto bajo la capucha.

Lucius no tenía dudas de quién se escondía tras esa capa azul, ni tampoco de quién exactamente era la araña que ahora trotaba con saltitos cortos por una de las patas del sofá hasta llegar al reposabrazo, dónde chasqueó sus peludas pinzas y se quedó mirando a Lucius y la figura a la espectativa de los acontecimientos.

El misterioso visitante suspiró, dando a entender que ya no se podía hacer nada por evitar el desastre. Era mejor no enfadar a Malfoy, se dijo, sobretodo a tan pocas horas del gran golpe. Se rascó la nariz con una mao enguantada, gesto que siempre repetía cuando algo no encajaba en sus planes y debía hacerle un hueco forzosamente.

- Intenta para la próxima vez informarme antes de hacer... remodelaciones en mis propiedades - le advirtió, con un leve tono de autoridad - Eres un invitado y no puedes tomarte tantos privilegios, ¿y si sospechan que estás aquí? ¿Y si viene...?

- Lo recordaré para la próxima vez - le aseguró de forma abrupta Lucius, haciendo gestos exagerando con la mano para restarle importancia - No quería importunarte. Te agradezco tu comprensión respecto a los cuadros, a pesar de que mi decisión no fuese la adecuada.

Al instante los hombros del encapuchado se relajaron, y Lucius Malfoy sonrió interiomente, observando cómo el misterioso visitante se acercaba a la araña para acariciarle el regordete lomo, provocando que los pelos se erizaran a su contacto. Sabía que funcionaría, se dijo, sus ojos fijos en la extraña pareja que hacía ese animal y su invitado. La adulación, el halago, eso mínimos detalles casi extintos en el mundo que a la hora de la verdad marcaban unas diferencias tan abismales cuando estaba en juego un asunto importante, como en esta ocasión. Los países se conquistaron con palabras lisonjeras susurradas al oído antes de escupir el veneno, le decía su padre cuando era pequeño. Lucius había aprendido rápidamente la lección.

- ¿Y bien? - preguntó, jugueteando con su varita nueva. Era algo más larga y gruesa que la suya, pero en la situación que estaban no podía hacerle ascos. - ¿Está todo listo?

- Todo en orden - contestó la figura, desprendiéndose de los guantes. Luego sacó unas botellas de debajo de la capa y se las entregó a Lucius. Éste las movió un poco entre sus manos, deteniéndose a observar si el color fangoso y la textura a simple vista eran los adecuados - Nadie ha sospechado de nosotros, tal y como teníamos previsto.

- ¿Seguro?

- ¿Por quién nos tomas? - se defendió el misterioso encapuchado, alzando un poco la voz con orgullo - Cuando digo que está controlado, no debes dudar de mí: Recuerda que fuimos hasta Azkaban y te sacamos.

- Con un alto número de bajas y no menos ruidoso plan. Admite que no fuisteis lo estrictamente cuidadosos.

- Nadie nos descubrió.

- Por ahora - recalcó Lucius, devolviéndole las botellitas al misterioso visitante - Si una de los ingredientes no fue mezclado tal y como se especifica en el libro... - dejó el resto en el aire, complacido al ver cómo la araña y la figura se removían inquietos - Esto es importante. Tiene que salir bien.

- Y así será. Mañana en el partido de quidditch ellos morirán, y volveremos a alzarnos pronto con el poder.

- Pronto - reptió Lucius, con un asentimiento grave.

La araña chasqueó sus pinzas, de acuerdo con el grupo.

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Viernes 8:11 a.m Mansión Malfoy.

PVO Hermione.

- ¡Tiny, tienes que hacer algo!

- Eso intento, ama - se excusó la elfa con su voz chillona, poniendo más empeño en su quehacer. Cuando noté un tirón en el cuero cabelludo gemí inconscientemente - Pero la señorita Jean tiene un pelo algo... extraño, ama, si me permite el atrevimiento.

- Nada que no pueda solucionarse con una buena mascarilla hidratante - espetó Narcisa, pero cuando vio que el cepillo con el que Tiny me cepillaba primorosamente se quedó trabado entre aquella jauría castaña, añadió apesadumbrada - Bueno, quizá debamos recurrir a solucionas más drásticas. Tiny, ve y prepara el desayuno.

- El ama es sabia - le lisonjeó la elfa, antes de desaparecerse de la habitación con un sonoro Crack.

Narcisa Malfoy me miró a través del espejo, su rostro afilado desencajado, reflejando contrariedad. Vestía una sencilla túnica rosa palído a juego con las peinetas plateadas que recogían su cabello en la nuca con maestría y elegancia. Sus manos, con la alianza de matrimonio en el dedo anular, permanecían hundidas en sus caderas, la boca se torcía en un gesto obstinado, parecido al de Pansy cuando algo no sale como había previsto.

- Jean, querida, no quiero que ésto te desanime, pero... - ladeó un poco la cabeza, calibrando si lo que iba a decirme iba acausarme un serio trauma. Al parecer, pensó que no iba a seri así, porque suspiró y añadió - Niña, tienes un pelo horrible. No sé quién te aconsejó usar tanta poción alisadora, pero fue un error.

- Lo sé - contesté, hundiéndome en mi asiento frente a la coqueta. Entrelacé uno de mis mechones entre los dedos, que ahora estaba tieso y sin vida alguna. Era tan horrible como la melena grasienta de Snape - Señora Malfoy, usted ya hizo bastante. Puedo ir más avanzada la mañana y comprar una poción nutritiva en el Callejón Diagon. No tengo inconveniente.

- ¿Y vas a ir de compras con un cepillo incrustado en la nuca? - movió la cabeza, esta vez con un atisbo de sonrisa en sus labios - No puedo permitírtelo. Además, me hace ilusión rizarte esa peluca rebelde que tienes por cabello.- me palmeó el hombro, volviendo a su alegría inicial - Venga, mientras pienso en algo, vamos a buscarte un conjunto para tu noche con Draco.

Ahogué un bostezo como pude y la seguí por el largo pasillo, aún en pijama y con la bata sin cerrar. Los párpados se me cerraban solos, e iba tropezando con las estatuas de estilo griego que adornaban los largos corredores sin oponer resistencia. Incluso una mujer regordeta y cincuentona, que cabalgaba a lomos de un corcel de lienzo en lienzo, tuvo que gritarme para que no acabara estampada en una de las columnas de mármol rosado del pasillo.

- Lo siento - me disculpé avergonzada, trotando en pos de la figura de Narcissa Malfoy.

Me hizo entrar en una habitación que se iba iluminando con los rimeros rayos de sol lentamente, dejando atrás ese gris feo y sucio que siempre coronaba el cielo inglés cuando amanecía. Era una estancia espaciosa, llena de armarios empotrados de enormes puertas forradas con espejos y unos cubículos al fondo. Los enormes ventanales estaban descubiertos, sin cortinas, y se podía vislumbrar el jardín trasero de la casa, con sus sauces llorones y el estanque al fondo, lleno de peces multicolores y nenúfares. Había sofás en el centro de la habitación, junto a unas mesitas de café decoradas con floreros que combinaban con elegancia. Abrió una de las hojas correderas del armario, sacando varias perchas con prendas de vestir envueltas en fundas y con etiquetas colgando. Narcissa echaba un rápido vistazo al interior bajando las cremalleras y, si lo que veía le gustaba, lo cogía de inmediato.

- Son trajes que yo usé en mi juventud - me dijo, mientras acomodaba las perchas en su mano derecha a medida que las iba eligiendo - Algunos están pasados de moda, pero otros todavía se llevan - se volvió hacia mí, toda sonrisa y amabilidad - Me gustaría que ésta noche vistieras uno, ¿qué te parece?

- Eso es muy gentil por su parte, señora Malfoy, pero no creo que me quedaran tan bien como a usted.

- ¡Tonterías! - exclamó ella, arrugando su nariz respingona - Tienes un cuerpo estupendo, te irán perfectos.

Desde que Malfoy le había anunciado ayer en el almuerzo que hoy íbamos a salir, Narcisa estaba tan entusiasmada como aquel día que a mi padre le tocaron quince mil libras en la lotería. Había dado instrucciones a los elfos para que fueran a comprar cremas antiojeras, maquillaje, y perfumes a su tienda habitual en Dover. Era lo que ella llamaba "arsenal de emergencias". Me hizo tomar el té en la biblioteca, dónde me hizo entrega de un manual antiguo de cómo debía comportarse una dama de sociedad para que lo leyera e incluso se tomó el atrevimiento de inspeccionar mi guardarropa, santiguándose después de haberme probado mi traje de chaqueta color camel, que solía llevar para las citas con altos cargos del Ministerio.

- Tu modista debería cortarse las manos - me aseguró, y juro que escuché sus dientes rechinar de indignación.

Pese a que estuve abrumada por el giro de los acontecimientos y sobretodo por el entusiasmo despertado en Narcisa, era una situación gratificante. Después de la Gran Guerra, mis padres habían permanecido en Australia, sin desear un regreso a ese Londres moderno y neblinoso que les esperaba. Camberra, según decían, era un lugar idóneo para asentarse: No llegaba a ser tan cosmopolita como Londres, pero cumplía con las espectativas en cuanto a clima-nada de humedad a la vista- y nivel de vida. Además, a ellos la clínica que compartían en una de sus calles principales les iba bastante bien, tanto, que lograron ahorrar lo suficiente como para comprar una enorme casa de seis habitaciones con jardín y piscina en uno de los barrios residenciales más exclusivos de la ciudad. Sinceramente, con esos credenciales era difícil que desearan regresar a su aburrida vida en la capital inglesa.

Aún así, no voy a ser tan hipócrita como para negar que no me molestó. Mi idea era que ellos permanecieran en Australia con la mente borrada hasta que yo pudiera ir a buscarles, y hacerles regresar a la normalidad. Ni por un segundo se me pasó por la cabeza que a mis padres les agradara el cambio. Ellos me insistieron para que no fuera a Hogwarts en mi último año -quería hacer séptimo a pesar de que ninguno de mis amigos no estarían en la escuela- y que buscara un puesto en el Ministerio de Magia australiano, los cuales parecían ansiosos de que aceptara la vacante como secretaria que me ofrecían.

Camberra no era mi hogar. Allí no estaba Harry, ni Ron, que por entonces era mi novio; tampoco Ginny o Luna, con las que me unía una estrecha amistad desde la batalla en la escuela. Yo quería que mis padres fuesen felices, pero sin renunciar a mi vida y ambiciones, así que opté por la solución que me pareció correcta en ese momento: Decidimos que cursaría mi último año en Hogwarts, y que al terminar me darían todo el verano para buscar un trabajo en Inglaterra. Si mi búsqueda no ofrecía resultados, iría a vivir a Camberra y aceptaría el puesto vacante de secretaria.

Ese fue el comienzo del mapa de mi vida. Tenía dieciocho años y estaba sola en Londres. Echaba de menos a mis padres, al menos al principio, pero el trabajo me ayudaba a paliar la soledad hasta que llegaban las vacaciones e iba de visita a Camberra. No había pensado de nuevo en lo que sería tener a mis padres cerca hasta que llegué el domingo a casa de los Malfoy. Narcisa me había recibido con los brazos abiertos, y volcaba en mí todo el cariño que sin duda le hubiera ofrecido a su propia hija o a Malfoy, si no fuese tan idiota. Cierto es que la casa me incomodaba, pero Narcisa Malfoy no tenía nada que ver con aquello, en cierto modo, y estaba más que dispuesta a borrar todo atisbo de tristeza en mí. Por eso me gustaba su compañía. Ella ocupaba el lugar de una buena amiga, y en un tanto por ciento elevado el de mi madre ausente.

- ¿En qué piensas? - me preguntó de repente, y salí sin querer de mi ensimismamiento. Le ofrecí una mirada de disculpas - No estarás nerviosa por tu salida con Draco, ¿verdad?

- Para nada.

¿Cómo que para nada? ¡Su sola mención me hace entrar en pánico!

- Todo irá bien, ya lo verás - me aseguró Narcissa con intención de reconfortarme, pero la verdad es que no daba resultados, al menos inmediatos.

No había pensado en Draco Malfoy desde anoche a solas en mi habitación. Como era costumbre en él, no me dirigió la palabra más de lo imprescindible por el resto del día, y Narcisa había estado tan entusiasmada el jueves por la tarde que apenas había tenido tiempo de encajar la situación. Por eso, cuando me fui a la cama, toda la congoja y las dudas se unieron en mi pecho, ahogándome como la peor de las sogas. Lo primero que pensé fue en mis amigas, en qué pensarían si les hiciera partícipe de la situación. Por supuesto, Pansy habría adoptado una actitud provocadora sugiriéndome un vestido que enseñara mucho y ocultara poco; también me habría ofrecido un cigarrillo, eso fijo. Pero, ¿y Ginny? ¿Y Luna? Y entonces me vino un flash, una foto instantánea de un rostro ovalado que expresaba su desacuerdo con la cita; una figura pequeña de cabellos negros y mirada fría. Oh. Dios. Mío. Me había olvidado de ella.

- ¡Astoria!

- ¿Astoria? - escuché repetir a Narcissa, confundida - ¿Qué tiene que ver Astoria? ¿Y cómo es que la conoces?

Fue demasiado tarde cuando me di cuenta de mi error. Mordí mis labios con inquietud, intentando encontrar una solución antes de que Malfoy hiciera carne picada de una humilde servidora. Ella esperaba una respuesta convincente, sus ojos no se apartaban de los míos, escrutadores de cada uno de mis gestos. Desvié la mirada, un tanto atolondrada por mi estupidez.

- Yo... Pansy me habló de ella - se me ocurrió, y vi al instante el rostro de Narcissa relajándose por el rabillo del ojo. Casi chillé de alegría. Aquello era una posibilidad bastante acertada, dada que en teoría era su prima - Comentaba en una de sus cartas que están comprometidos.

- Ah, eso - No me pasó desapercibida la mirada sombría que se cruzó por su rostro.

Narcissa se encogió de hombros, dándose la vuelta para continuar con sus búsqueda del "traje perfecto" y sin dar más explicaciones, pero yo quería saber más sobre el tema, indagar qué ocultaba exactamente.

- ¿No le cae bien Astoria? - le pregunté, antes de que pudiera contener mi lengua.

Narcisa se puso rígida, y suspiró. Dejando las perchas a un lado amontonadas, tomó asiento en uno de los sofás, haciéndome un gesto para que me uniera a ella. Luego permaneció en silencio al menos cinco minutos, con la mirada perdida en la lejanía a través de los ventanales. Finalmente habló:

- Astoria Greengrass es todo lo que una madre sueña para su hijo: Guapa, inteligente, con una posición envidiable dentro del mundo mágico... - ella volvió su rostro hacia mí, y vi ternura en aquellos ojos azules y su sonrisa torcida - No tengo nada en contra de Astoria, siempre se ha portado correctamente conmigo, y sé que desea a Draco.

- ¿Entonces? -pregunté, indecisa -¿Dónde está el problema?

Narcisa acentuó su sonrisa aún más.

- En que una pareja no vive del deseo, querida Jean, sino del amor profundo y fiel profesado por ambas partes. También debe haber deseo, por supuesto, y pasión, odio, alegría y tristeza. La imperfección es el sabio camino hacia lo casi perfecto - alargó una de sus manos, y sentí el tacto suave y frío cuando la entrelazó con la mía - Astoria le desea como una colegiala, como ese primer novio que parece durar toda la vida hasta que desaparece en un suspiro. Pero eso no es amor, Jean, no lo es en absoluto, y es ahí dónde radica el problema. ¿y si nunca lo ama? ¿y si Draco es infeliz por el resto de su vida?

- Tal vez el deseo de paso a algo más, ¿no cree? - aventuré, dándole un apretón. Ella lo aceptó de buena gana. Estuvo meditando mis palabras unos segundos, luego negó con su cabeza.

- Yo me enamoré de mi marido cuando tenía veinte años - hizo una pausa, casi le costaba pronunciar las palabras. La verdad, es que no era un problema imaginarla con esa edad, lo imposible era recrear a Lucius Malfoy como un jovenzuelo arrogante. Como no tenía referencias, intenté ponerle el rostro de su hijo - Fue en un baile de máscaras.

Él estaba bailando con Mía Stravolos, una bruja que acababa de terminar sus estudios en Durmstrang y pensaba afincarse en Inglaterra. Lucius me había perseguido durante semanas, pidiéndome una y otra vez que asistiera como su pareja a ese dichoso baile. Siempre le daba una negativa por respuesta. Mi hermana Bellatrix me tachaba de loca, mientras que Andrómeda, mi otra hermana, me decía que estaba más cuerda que nunca. La verdad es que Lucius Malfoy no entraba en mi lista de hombres ideales en absoluto. Pero cuando lo vi allí, bailando con Mía, algo en mi interior se removió. Me dije: "Pero, Narcisa, ¡es Lucius Malfoy, ese tipejo egoísta que continuamente se pavonea delante de sus amigos porque conserva una reliquia del mismísimo Merlín!". Sin embargo, yo estaba enfadada, enfadada porque él no me prestaba atención, porque sus ojos permanecían fijos en Mía Stravolos. Así que me dirigí a él con paso decidido, aparté a Mía de un manotazo, y le estampé un sonoro bofetón en la cara.

- Eso me hubiese encantado verlo - admití, devolviéndole la sonrisa que ella me ofrecía.

- Oh, sí, Lucius estaba consternado por mi ira, pero ¿sabes qué hizo? Se echó a reír. Yo le pregunté, roja de rabia, que a qué venía esa reacción, y él me respondió: "A que por fin has decidido amarme, Narcisa Black" y entonces me besó, ¡delante de todos, allí mismo! Fue mi primer beso. Dos días más tarde, estábamos comprometidos.

- Es una historia bonita - le dije. Claro que me guardé para mí el hecho de que me había negado a dibujar el rostro de Lucius en ese chico que ella describía con devoción.

- Sí que lo es - convino ella, su mirada volvía a estar perdida más allá de los ventanales - De pequeño, Draco me pedía que le contara ésta historia para quedarse dormido. Me decía que, algún día, él también encontraría a una chica que le abofeteara antes de caer rendida a sus pies - chasqueó la lengua, y cuando se giró tenía una mueca burlona bailándole en la comisura - El caso es que en tercero, en vacaciones, vino muy malhumorado de Hogwarts. Le pregunté qué le ocurría, pero estuvo esquivando responderme durante semanas, hasta que finalmente, una tarde de agosto sin venir a cuento me lo confesó: "Madre, una chica me ha golpeado. Se llama Hermione Granger, es de Griffyndor, amiga de Harry Potter y para más señas, una sangre sucia".

Juro por mi tesis sobre la liberación de los elfos domésticos, que no podía decir o hacer nada. Permanecí muda, estáticamente sentada al lado de Narcisa Malfoy, mientras ella me miraba a través de sus ojos azules, estudiando mi reacción. Supongo que llegó a la conclusión de que su relato me estaba encantando. Se incorporó del sofá paseando la mirada alrededor de la habitación. Cruzó sus brazos antes de continuar el relato:

- Aún puedo ver con nitidez en mi mente su rostro desencajado, esos ojos grises despidiendo desprecio, un odio infinito hacia la chica, el ceño totalmente fruncido por su furia interna. Lo analicé detenidamente, palmo a palmo, desconcertada, y asustada - su rostro se reflejaba en los espejos, mirándome -. Le di un consejo, uno sólo, y era que no se relacionase con esa chica, con esa sangresucia. Él asintió con firmeza y se marchó, dejándome sola. Draco nunca lo supo, y creo que nunca se dio cuenta de que tenía miedo.

- Miedo - repetí en susurros la palabra, para grabármela a fuego en la cabeza.

- Sabes que los sangresucia no son bien vistos, y aunque a mí nunca me incomodó eso de la misma forma que a Lucius, supe que era de vital importancia que Draco no se viera involucrado con magos y brujas de padres muggles, porque sería su perdición, al igual que lo fue de mi hermana, Andrómeda. Ella se casó con un muggle, y mis padres la desheredaron al instante de desafiarles. No he vuelto a saber de ella desde entonces. - Pues perdió a su marido y su hija en la guerra, me dieron ganas de decirle, pero me contuve. Sus ojos estaban vacios, casi sin vida, sumidos en el recuerdo de lo lejano - Sin embargo, aunque eso me preocupaba, no era mi peor temor.

- ¿Ah, no? - pregunté escéptica, y ella captó mis ojos, seria de repente.

- Lo que realmente me hizo temblar en ese entonces, Jean, fue el hecho de que cuando Draco me contaba que lo había golpeado Hermione Granger, su mirada, su voz, incluso sus gestos fueron exactamente los mismos que los míos en aquella noche lejana frente a Lucius. Draco tenía trece años y era joven, pero yo lo supe al instante: Él la necesitaba.

Estaba sudando, un sudor frío que me recorría la espalda, en camino descendente por toda mi columna vertebral. Temblaba. Tenía ganas de salir corriendo, de huir. No quería seguir escuchando, una parte de mí despreciaba esa historia, pero quería saber, quería, por mucho que me negara a admitirlo.

- Eso no tiene nada que ver con Astoria y él - le espeté, de un modo tan abrupto que incluso a mí me sonó grosero.

- Por supuesto que tiene que ver con Astoria - me aseguró Narcisa, frunciendo lentamente la frente - Yo siempre he deseado que otra mujer apareciera en la vida de Draco, y ver de nuevo esa mirada que él tenía al mencionar a Hermione Granger. Por eso, cuando Draco me anunció su compromiso con Astoria, estaba feliz, pero a la vez triste, porque esa mirada de pasión desafiante, altanera y orgullosa no se encontraban en esos ojos que se clavaban en los míos de forma fría y serena. Astoria no le aporta nada a mi hijo, porque ella no es, simplemente, como Hermione Granger.

Permanecimos en silencio, ambas evaluándonos, pensando, meditando. Casi sentí mi voz temblar antes de escupir la pregunta.

- ¿Piensa que su hijo está enamorado de Hermione Granger?

Narcisa Malfoy, para mi completo y mudo asombro, se echó a reír. Una risa suave, cantarina, como de campanillas de crital entrechocando.

- No, Draco no está enamorado de Hermione Granger, pero necesita a alguien como Hermione Granger - luego abrió la cremallera de una de las fundas, sacando un par de vestidos vaporosos - ¿Negro o verde?

Parpadeé un segundo, antes de incorprarme de mi asiento y coger el vestido verde. Narcisa ayudó a desvestirme, ya que mis manos temblaban irremediablemente.

- Estás pálida, Jean, ¿quieres que dejemos esto para más tarde?

- Me encuentro perfectamente, Señora Malfoy, no se preocupe. - le respondí, aunque en mi fuero interno sabía que mentía como una bellaca. Pasé por su lado para dejar mi ropa en el sofá, y justo entonces noté un tirón fuerte en la nuca - ¡Ay!

Al darme la vuelta, ella tenía en su mano el cepillo que antes estaba en mi pelo con un mechón de cabello en él.

- Te llevabas esto - me dijo, balanceando el cepillo entre sus manos. No le contesté. Simplemente me deshice de mi camisola y empecé a abrocharme los botones del primer vestido, sin saber exactamente qué hacía.

Narcisa Malfoy creía que su hijo necesitaba a una Hermione Granger, no específicamente a ella.

Pero ¿y si fuera Hermione Granger la que necesitara a Draco Malfoy?

*****************

Viernes 09:34 a.m. Mansión Malfoy

PVO Draco.

Las malas noticias siempre llegan temprano.

Me había desvelado al alba, justo cuando mi madre entró dando gritos y órdenes al dormitorio de Granger para hacerla partícipe de un día de "ensueño" femenino lleno de cremas, masajes, peluquería y mil factores que toda mujer ansía experimentar al menos una vez en su vida. Hermione Granger no es así. Para cualquier persona con un mínimo de inteligencia, es más que perceptible que su sentido de la moda es... ¿cómo definirlo con suavidad? Nulo, así como que por muchas energías que madre gastara en hacerla ver decente, no llegaría ni a pasable. Crear de la Rata de Biblioteca a una mujer hecha y derecha equivalía a mover el Everest con un dedo: Muy romántico pero técnicamente imposible.

Pero es complicado hacer desistir a mi madre cuando algo se le cruza por la cabeza. Recuerdo una vez que quiso vestirme con una túnica de estilo gótico, llena de chorreras y encajes por todos lados. Yo contaba quince años y juré por mi escoba que jamás iría a la cena con los MacNair disfrazado de vampiro. Mi madre no dijo nada, y se retiró llevándose la túnica. Creo que ese fue mi error: Pensar que había ganado la guerra, cuando simplemente logré la victoria en una batalla. Cuando llegó el momento de ir a vestirme, encontré que todas mis túnicas habían desaparecido de mi armario. Todas, salvo la que mi madre deseaba que llevara.

Os podéis imaginar el resto.

Me arrebujé en las sábanas, cogiendo una de las almohadas para ocultar mi rostro con el fin de no seguir escuchando los quejidos de Granger y el positivismo de Narcisa respecto a su cabello. Pobre madre, no sabía lo que le esperaba. Tras una hora de incesante parloteo, se hizo el silencio. Me estiré, esta vez relajado y bien dispuesto a conciliar de nuevo el sueño, pero un sonoro picoteo en una de las ventanas me lo impidió.

Se trataba de un halcón. Su lomo coloreado en tonos marrones, blanco y dorado que aleteaba tras los cristales con un sobre lacrado sujeto a una de sus patas. El estómago me dio un vuelco nada más fijarme en sus ojos ambarinos, como anunciando un mal presagio. Sólo una persona usaría ese tipo de ave para un recado, y no era precisamente halagüeño que tras tantos años de ausencia, apareciera de nuevo en mi vida. No ahora, no después de lo ocurrido.

Me incorporé lentamente de la cama y me restregué los ojos, esperanzado en que fuera fruto de mi imaginación. Banal esperanza, el maldito animal seguía allí, esperando permitirle entrar. Finalmente, con manos temblorosas, hice un click en el cerrojo de la ventana y la abrí de par en par. El halcón soltó un quejido lastimero cuando se posó en el escritorio, dejando claro que no estaba acostumbrado a mi descortesía. Abrí el primer cajón a tientas, cogiendo del fondo de papeles y libros una bolsa repleta de galletas saladas, todo ello sin dejar de observar al animal. Una vez se la di y le permití picotearme el dedo como amonestación por la larga espera –el bastardo incluso se tomó la osadía de hacerme una herida-, abrí con reticencia la carta y empecé a leer:

لا بد ان نتكلم, فان من المهم.

ونحن نرى فى منتصف الليل فى دبلن. غير اننى ,

وانا الانجاز سيكون على تكنولوجيا المعلومات.

لقد ارست الانجاز اقل.

الف

No reconocí su letra, pero sí el aroma característico que desde hace años intentaba olvidar. Me llevé el papel a la nariz, olisqueando: Fuego, madera, azafrán, canela y miel. Dulce y picante, qué mezcla tan extraña, y qué bien la definían. Al pasar los dedos distraídamente por el interior del sobre, unos granos finos de un rojo intenso se me quedaron pegados en las yemas, como si me dijeran lo que me esperaba. Sonreí con añoranza, recordando las noches que había vivido entre aquellas dunas de arena roja, con las estrellas observándonos allá arriba, testigos mudos de nosotros, simples mortales. El desierto del Tassili.

Habían pasado ocho años desde la última vez que estuve allí, que la vi a ella, un sueño de adolescente enamorado y como siempre engañado. Aún podía escuchar su risa, dibujar sus ojos negros en mi mente tras el velo semitransparente; y ese cabello sedoso, azabache, que una vez yo cepillé con fervor, cuando no conocía la palabra desengaño. En años ni una palabra, ¿por qué, entonces, aparecía en estos momentos? Debía ser algo importante si quería contactarme.

Hice una bola con la carta y la lancé al aire. Minutos después la hice arder con un fuego mágico frente a mis ojos, convirtiéndose en cenizas, dejando el aroma a canela y miel esparcido por la habitación. Pude releer de nuevo el texto en mi mente, y el nudo de mi estómago se intensificó:

Tenemos que hablar, es importante.

Nos vemos a medianoche en Dublín.

No me busques, yo te encontraré a ti.

Te he echado de menos.

A.

Tenía una cita en Dublín.

************

Viernes 17:15 p.m.

Londres.

Ambos miraban el póster expuesto en la calle central, intentando analizar cada uno de los rasgos del hombre. Finalmente, soltó su sentencia:

- Es gay.

- No, no lo es. Está casado, tiene hijos, ¡no puede ser gay!

- Quizá es un gay reprimido.

- Pero ¡qué dices! ¿Tú lo has visto? Exuda masculinidad – apartó sus ojos del cartel, un tanto molesta – Creo que tu ego no soporta que Jack Sparrow, y más concretamente Johnny Depp, ocupe el corazón del noventa por ciento de las féminas.

- Entonces el diez por ciento restantes son las mujeres que conservan la coherencia.

- No. Son el tanto equivalente a las brujas que no saben ni una pizca de actores muggle.

Nott se removió inquieto, volviendo a analizar el cartel de la película Piratas del Caribe. Luna Lovegood lo había convencido para ir a verla, alegando que tenía un par de entradas compradas desde hacía un mes, y aunque había pensado el ir con Pansy, dada la situación actual no le quedaba otra que ir al cine con él.

- Considéralo una no-cita – argumentó ella, mientras balanceaba las entradas frente a él, esperando una respuesta.

- Una no-cita – sentenció Theo, a la vez que se hacía con los tickets y los guardaba en el bolsillo trasero de sus vaqueros.

Sinceramente, pensó, ¿qué le veían a ese Jack Sparrow? Llevaba los ojos pintados, una mueca divertida en sus rasgos, barba trenzada y una melena descuidada. Lovegood ya le había advertido que era sólo un disfraz, pero cuando ella le enseñó fotos del actor, a él le pareció que tampoco cambiaba tanto su aspecto de chico rebelde y pobretón. ¿Sería que ahora las mujeres veían a los vagabundos como un tipo ideal de hombre? Cuando captó el rostro soñador de Luna observando a Depp, obtuvo rápidamente la respuesta.

- Es guapísimo…

- Un monumento…

- Lovegood, creo que se me están quitando las ganas de ver una película de éste tío.

Theodore Nott frunció el ceño, girándose para encarar a las dos jovencitas que a sus espaldas suspiraban a la vez que Luna se alimentaba visualmente de ese hombre que, aseguraba, era de lo más atractivo. Cuando sus ojos negros encontraron a los de las adolescentes, una masculló por lo bajo un “celoso” que le hizo arder en rabia; la otra le sacó la lengua como una niña de cinco años antes de continuar su camino, no sin antes hacer patente su indignación por el comentario del Slytherin. Él las observó hasta verlas perderse entre el gentío que esperaban alrededor del recinto.

- Las verdades duelen, ¿eh? – Se mofó Luna mientras le daba un codazo en las costillas – Hala, hala, no te desanimes, Nott. Piensa que hoy en día una buena poción multijugos o una operación de estética muggle pueden hacer milagros con esa cara tuya.

- ¿Estás insinuando, remotamente, que no soy atractivo? – interpeló, levantando una ceja con escepticismo.

- Estoy intentando disuadirte de que te compares con mi Johnny. – le echó una ojeada, de esas descaradas que a Theo tanto le incomodaban y ella se esmeraba en recrear simplemente para fastidiarlo – Tú haces dos veces de él tanto de ancho como de alto. Además, Johnny es misterioso, sexy, encantador, y da igual lo que se ponga: Hasta con botas de plataforma, Johnny seguirá siendo terriblemente caliente. En cambio, aquí te tenemos a ti, que aunque hoy vistes decentemente, no hay nada que te quede peor que una boa de plumas en el cuello para resaltar a la mujer que llevas dentro.

- ¿Intentas ser graciosa o sólo cabrearme? – indagó, su voz llena de ironía.

- Ni una cosa ni otra, expongo simplemente un hecho objetivo.

Theo gruñó por lo bajo, mientras se encaminaban a la larga cola de espera del cine, uno al lado del otro. Cine era como se llamaba el lugar para ver películas, y películas era una especie de obra de teatro pero que veían en una pantalla o televisión, aunque no sabía exactamente qué significado tenía “pantalla”. Al menos, eso es lo que le contó Lovegood como si ella fuera McGonagall y estuviera de regreso en Hogwarts.

- Intentaremos que parezcas normal, Nott. Si yo he podido, créeme cuando te digo que todos pueden – en eso Theo estaba de acuerdo.

Mientras la multitud iba avanzando, Theodore Nott observó por el rabillo del ojo que Luna estaba nerviosa. Sorbía coca cola de su enorme vaso de plástico, mientras que de vez en cuando agachaba la barbilla para zamparse un buen montón de palomitas de maíz directamente del bote, sin cogerlas con las manos. Nott no sabía si reír o llorar. Desde ese día que Luna le había tocado, ella cambió su actitud para con él: Más amable, simpática y habladora si cabía. Él acogió la transformación con cautela, sin derribar el muro que pretendía mantener entre ellos, pero se le hacía bien difícil conservarlo, sobretodo cuando ella, como ahora, le regalaba una de esas sonrisa envueltas en dulzura e inocencia.

- Me estás mirando – le dijo, sus ojos azules fijos en él, expectante. Theo tragó saliva.

- No me gusta que comas las palomitas así. Las babeas, ¿sabes? Es un poco antihigiénico.

- Oh – ella enrojeció para su asombro, entre confusa y avergonzada – Lo siento, es que no estoy acostumbrada a venir acompañada al cine.

Se hizo el silencio entre ellos. Un chico vestido con chaleco azul y camisa blanca les pidió las entradas cuando llegaron a las puertas del cine. Nott rebuscó en los bolsillos de sus vaqueros hasta que dio con ellas, se las entregó al muchacho, que no paraba de sonreírle a Luna.

- Hola – saludó dirigiéndose a ella, que sorbía coca cola sin parar de su vaso enorme. Theo vio que un rubor cubría sus mejillas – La semana pasada no viniste, ¿te ocurrió algo?

- Nada del otro mundo – le informó Luna, dándole unas palmaditas en el hombro – No pensé que te percataras de mi ausencia.

- Claro que sí, eres una clienta fija del cine. Además, todavía estoy esperando la respuesta para merendar conmigo un día de éstos.

Theo se le echó un rápido vistazo, mientras a su vez él mismo era evaluado: Cabello castaño, alto, ojos oscuros, algunas pecas en el puente de una nariz ganchuda. De su chaleco pendía una chapa que llevaba su nombre: Albert. Todo en él resultaba normal y tremendamente aburrido, resolvió Nott, y pese a todo, ahí estaba, esperando que Luna Lovegood aceptara su invitación con una mirada incitante y lasciva. Bueno, a él al menos le parecía lasciva, Lovegood parecía encantada con la situación.

- ¿Me devuelves las entradas? Tenemos un poco de prisa – interrumpió Theo, arrebatándole las entradas de las manos a Albert. Éste se giró hacia Luna, con el interrogante tatuado en su rostro sorprendido.

- ¿Novio?

La pregunta le sonó a Theo impertinente, pero más que nada le hacía ver que lo consideraba un rival. Bien, no lo era, aunque no le gustaba demasiado el trato que tenía con Lovegood.

- Es un antiguo compañero de escuela – aclaró ella, sonriendo aún más – Thedoroe Nott, él es Albert Wiston, un amigo…

- Y en espera de algo más – finalizó Albert, tendiéndole la mano al mago, que se la estrechó con fuerza. Luego los dejó entrar, por fin, a la gran sala de espera del cine – Hasta la próxima semana, Luna. Estaré ansioso por conocer tu respuesta.

- Adiós, Albert, y gracias por el bonsái que me enviaste, es precioso.

- Sabía que te gustaría – exclamó él, hinchando el pecho y echando una acerada mirada al Slytherin sin siquiera despedirse, antes de proseguir con su trabajo.

Luna agarró a Theo por el codo y avanzó por el pasillo a paso ligero.

- Sala trece, fila dieciséis, butaca uno y tres – repetía una y otra vez, haciendo grandes esfuerzos por arrastrar a Theo y que no se le derramase la coca cola o las palomitas. Pero Nott sabía que eso era una excusa.

Luna Lovegood tenía memorizados esos números, por la simple razón de que se había llevado los dos días anteriores ojeando las entradas con un frenesí rayado en lo absurdo, por no decir que ella iba cada semana a ver películas, así que no se tragó ni por asomo que estuviera atenta a no perderse en el cine. Theo sabía que estaba preocupada por el tema del bonsái.

Llegó por un mensajero el día anterior a primera hora de la mañana, justo cuando Nott estaba enfrascado en una lucha cuerpo a cuerpo con un hipogrifo en sus sueños. El timbre sonó insistentemente varias veces, pero tuvo la esperanza de que fuera un vendedor ambulante y se largara, así que se apretujó lo más que podía en la incómoda cama plegable situada en el comedor y siguió descansando. Fue al séptimo timbrazo que por fin se levantó para abrir. El mensajero, -un chico escuálido, con un serio problema de acné- le hizo entrega de una caja enorme cuyo destinatario era Luna Lovegood. Mientras le cerraba la puerta en las narices, Theo fue a buscar a la dueña del regalito irrumpiendo como una bañes en su peor época en el dormitorio. Luna lo recogió con un escueto “gracias”, empujó a Theo hasta la puerta y lo dejó plantado en el umbral de su dormitorio, cerrado a cal y canto con llave desde dentro. Minutos más tarde, Luna salió con un bonsái pequeño entre las manos, que colocó con cariño y cuidado en la encimera de la cocina.

- ¿Quién te lo ha enviado? – preguntó curioso.

- No te importa – le respondió ella, y luego se giró, con una mirada colérica – Y no vuelvas a entrar en mi cuarto, Nott, bajo ningún concepto. Es mi territorio.

El tema había quedado zanjado.

Hasta ahora.

- ¿Por qué no me dijiste que fue tu novio el que te envió el maldito arbolito? – estaban ya sentados en sus respectivos asientos en la sala, atestada hasta arriba de gente murmurando y especialmente nerviosa. Theo estaba tan enfadado que siquiera miró en derredor, toda su furia concentrada en Lovegood. Luna parpadeó unos instantes, interrumpiendo el camino de las palomitas a su boca.

- ¿Desde cuando te tengo que dar explicaciones de lo que hago y dejo de hacer? Y para que quede claro, no es mi novio. Albert es un chico que…

- ¡Vamos, Luna! – exclamó tan alto que la pareja de la fila de delante se sobresaltó – Estabais tonteando. Hasta un ciego habría vislumbrado las chipas que saltaban entre vosotros dos.

No sabía porqué, pero eso de imaginarse a Lunática en brazos de cualquiera era algo inverosímil, o raro, tan raro que le tocaba la moral hasta el punto de querer empotrar al maldito Albert contra la pared y hacer carne picada con su estúpida cara de niño tonto.

- No se de qué me hablas – se desentendió la bruja, echándose su mata de cabello rubio hacia atrás, que hoy decoraba con mariposas de colores – Albert y yo sólo fuimos a tomar café un día, luego me llevó a casa. Si tú a eso le llamas novio, es que no entiendes nada de las relaciones en pareja.

- ¡Y una mierda! – bramó. De repente tenía mucho calor, y la sudadera fina que se había puesto ahora le agobiaba – Te ha regalado un bonsái, pretende salir de nuevo contigo y ha dejado claro que quiere algo más. Ese estúpido no es tu amigo. Al menos, llega al nivel de “amiguito”.

Cosa que le fastidiaba a más no poder, ya que Luna lo había presentado simplemente como “un compañero de la escuela”. Era evidente que Albert estaba en clara ventaja contra él.

- Amiguito – repitió Luna, soltando una carcajada - ¿Pero tu quién crees que eres? ¿Mi padre? Tengo veintitrés años, yo hago lo que quiero cuando quiero sin dar explicaciones a nadie – las luces se apagaron tenuemente, y empezaron a aparecer los primeros anuncios – Ahora, déjame ver la película tranquila y seguimos con la discusión en casa.

Al final, Theo le hizo caso y miró hacia enfrente, sólo para encontrarse con la televisión más grande que jamás hubiese visto… lo que le mantuvo distraído cinco minutos antes de soltar la pregunta que abrió la caja de Pandora.

- ¿Te has acostado con él?

- ¿Disculpa? – susurró perpleja Luna, sin dar crédito a lo que había escuchado.

- Has dicho que fuisteis a tomar café y luego te llevó a casa. ¿Lo metiste en tu cama? ¿Es por eso que quiere repetir la cita contigo?

Ella lo miró al menos un minuto en silencio. Su rostro estaba serio, pero sus ojos eran la inequívoca evidencia del demonio que refulgía en su interior.

- ¿Me crees capaz de eso? – Theo evadió su mirada unos segundos, meditando la respuesta. Luna lo cogió por la barbilla, acercando sus rostros. Estaban a menos de dos centímetros de distancia, y pudo aspirar perfectamente su aroma. Olía a flores y caramelos, pensó Nott tragando saliva, y también a palomitas de maíz – Responde, ¿me crees capaz de eso?

- Sí.

Entonces Luna se marchó de la sala, dejando a un Theo que se odiaba a sí mismo sentado allí, sin saber exactamente qué hacer. ¿Iba tras ella lo la dejaba? ¿Estaba arrepentido de sus palabras? ¿Sería, Albert, su no-novio?

Pero cuando la última punta de su cabello torció la esquina y se perdió de vista, se otorgó un instante para deliberarlo, y llegó a la terrible conclusión de que la había herido, y que, muy en el fondo, quizá odiara la idea de verla con ese tal Albert porque, simplemente, Luna Lovegood le atraía, o le gustaba.

Mucho.

Lo que no le dejaba otro camino que ir al psiquiátrico.

Pero antes, hablaría con ella.

Y resuelto el dilema, bajó corriendo las escaleras de la sala en busca de su no-novia esperando una gran no-discusión.

**********

Viernes 20:45 p.m. Mansión Malfoy

PVO Draco

No estaba acostumbrado a esperar. Pese a lo que muchos opinan de mi, suelo ser una persona medianamente puntual, como marca mi sangre inglesa, y los que me conocen bien saben que no soporto que alguien llegue tarde. Granger no lo sabía, por supuesto, sino, no estaría aquí sentado en la biblioteca como un muñeco de trapo desparramado sobre el sillón.

En parte es compresible que tarde tanto, ya que le especifiqué que vistiera decentemente, lo que en Sabelotodo requiere no unas horas, sino todo un año de aprendizaje. Hay una cita que dice “El hábito no hace al mago”. Bien, está claro que éste es el caso de Granger. Blaise le había regalado vestidos, zapatos y complementos, y con todo aún seguía viéndose ridícula comparada con otras chicas que conozco. Sin embargo, no voy a quitarle el mérito, ya que hoy ni siquiera bajó a comer para seguir preparándose para la cena. Al menos, eso es lo que dijo madre mientras tomábamos el té de la tarde.

Cerré el libro que estaba ojeando – “Pociones Avanzadas para después de la Escuela” - y me acerqué al ventanal. La noche era cerrada, y el jardín permanecía a oscuras salvo por las velas que guardaban como ángeles brillantes los rosales de mi madre, recortando las figuras altas y angulosas de los árboles. Apoyé una mano contra el cristal y acerqué más el rostro, dejando una cortina de vaho en la ventana, sintiendo el frío contra mi frente. Al instante me vino una imagen de hacía varios años, en la que había observado desde este mismo lugar a mi madre discutir con Lucius, sin que ellos supieran que estaban siendo observados.

Lucius es mi padre, el hombre que me dio la vida, y el que también quiere eliminarme cueste lo que cueste. Curioso, quién iba a suponer que llegaría tan lejos su odio hacia mí, hacia mi madre o mis amigos, aquellos que él pensaba lo habían traicionado para meterlo en Azkaban. Un conejo salió corriendo entre los arbustos, para meterse entre los rosales con rapidez. Me gustaría ser un conejo, ellos no tienen que preocuparse de nada, sólo de coger alimentos que le ofrece la propia naturaleza. Yo, sin embargo, estoy hasta el cuello de problemas. El principal es que no sé si mañana a esta hora seguiré vivo, o si estaré velando a uno de mis amigos en un ataúd.

Mi vida ya no era mía desde hacía tiempo, pero al menos era yo quién la manejaba, ahora ni siquiera eso. Tenía que seguir las directrices impuestas por Lucius a fin de que nadie saliera malherido, y aún así tenía la certeza de que era imposible evitar el derramamiento de sangre. Seguramente este sería mi único momento de paz antes de morir, la última vez, quizás, que contemplara mi jardín, la biblioteca de mi casa o incluso a mi madre, ignorante de todo lo que estaba ocurriendo. Pero incluso deseando disfrutar del momento, mi mente no me lo permitía.

Tenía que resolver mi cita en Dublín, lo que era otro quebradero de cabeza que añadir a mi ya interminable lista. Verla a ella iba a ser duro, y no por el hecho de que aún sintiera algo, que no es el caso, sino porque siempre se te hace incómodo volver a ver a la persona que más amaste en el mundo y te traicionó por la espalda. De todos modos el encuentro iba a ser inevitable, tarde o temprano, nos reencontraríamos, así que al menos me sentía agradecido de que me enviara la nota, así al menos estaba mentalizado de lo que me iba a esperar el resto de la noche.

Me enderecé lentamente, metiendo las manos en mis bolsillos, y fue entonces que la vi. Había estado tan ensimismado en mis pensamientos que no había escuchado la puerta abrirse, ni que la figura que ahora se reflejaba en el cristal de la ventana hubiera entrado. Me cogió tan de sorpresa que no pude ocultar mi asombro.

- Hola – me saludó un reflejo, dibujando una tímida sonrisa en aquellos labios brillantes.

Granger estaba ahí, un metro de distancia la separaba de mi espalda, exudando vainilla por cada poro de su piel y lo que es peor, increíblemente atractiva. Vestía un sencillo traje dorado brillante, que le llegaba a la mitad del muslo. Su escote asimétrico le dejaba un hombro al descubierto, y hacía largas sus piernas, algo en lo que jamás me había fijado. Lucía plataformas y bolso del mismo tono, y unas argollas enormes colgaban de sus orejas. Reí por dentro al comprobar que madre finalmente no se había salido con la suya a la hora de arreglar su cabello, así que finalmente habían optado por recogerlo todo en la nuca, en un moño sencillo, y adornado con una hosquilla de piedras ambarinas que recogía a medias su flequillo. Dio un paso hacia mí, y la vi perder un poco el equilibrio a través del espejo.

- Lo siento, aún no me manejo muy bien con estos zapatos – me dijo, a modo de disculpa.

Seguí mirándola a través del cristal. Yo no respondí nada, lo que no es normal, porque yo siempre tengo veneno en la lengua, es decir, soy malo, malo malísimo ¿vale? Y estaba mudo por ella, por verla. Ni siquiera pude hacer el ademán de volverme, y es que debía conservar la calma, es decir, transmitirla al menos, pero me era imposible.

Hermione Granger no era ya una escoba con peluca. Parecía, indiscutiblemente, una mujer de verdad. Una con piernas kilométricas, cintura estrecha y un pecho casi inexistente, pero joder, un hombre podía perder la cabeza por ese tipo de chicas. Una aclaración: Yo soy un hombre.

Ver a Granger como mujer, implicaba que:

1 – Mi gusto en cuanto al sexo opuesto estaba decayendo.

2 – Podía sentirme atraído.

3 – Mi esquema de la vida y jerarquía de magos podía irse a la mierda.

4 – Un filtro amoroso estaba haciendo efecto en mi consciencia.

Aquel pensamiento se me cruzó por la cabeza, con sus más, sus menos y sus Oh, mierda. Y vino tan rápido, tan, tan claro, que sólo me produjo un sentimiento que no había experimentado en mucho tiempo:

Miedo.

Yo Draco Malfoy, tenía miedo de Hermione Pelo de Rata Granger.

Hay que joderse.

*************

Y Hasta aquí llegamos, he tenido que cortar el capítulo porque quedan aún veinte folios más, y no era plan de colgar cuarenta hojas de un tirón, más que nada para que no os agobiéis, pero como ya está listo, esperaré unos días y lo pondré el lunes seguramente.

Espero que os haya gustado y ya sabéis: De todos menos virus.

¡Nos leemos!

sábado, 10 de octubre de 2009

El Contrato Capítulo 11



Bueno, como ya terminé de escribir la parte que me quedaba, he decidido subirlo todo en un mismo capítulo y borrar el anterior, para que no haya equivocaciones. Aquí teneís el capítulo completo, tanto la primera parte como lo que dejé por escribir.

Y nada más, ¡a leer!


Capítulo once: Siete días menos uno

Domingo. Felixlowe.

La casa era un completo caos. Había todo un arsenal de calcetines, vaqueros, camisetas e incluso calzoncillos esparcidos sobre el parqué, mientras que el sofá apareció ante sus ojos decorado con túnicas multicolores que habían visto mejores tiempos. Dio un par de pasos indecisos al interior desde el umbral, sólo para tropezarse con una caja en la que se podía leer perfectamente Pizza-Hut. No quería ni pensar si tendría desperdicios en el interior, y de ser así, a saber cuánto llevaba allí. Se volvió hacia el hombre, regalándole una mirada desdeñosa, antes de volver el rostro de nuevo hacia la imagen desoladora del salón. Apenas podías diferenciar los muebles entre tanta ropa, por no contar que la cocina, unida al salón por una barra americana, tenía una montaña de platos en el fregadero capaz de hacerle sombra al mismísimo Himalaya, fijo.

- Debiste advertirme, Weasley, que necesitaba vacunarme de la malaria antes de venir a tu casa.

- Nadie te dijo que fuera un palacio, Parkinson, ¡y entra de una buena vez! Tus maletas están acabando con mi espalda.

Pansy se echó a un lado, dejándole paso a Ron, que tropezó con la caja de pizza y fue a dar con los bártulos y el trasero al piso. Masculló varios improperios que a cualquier mujer le haría subir los colores mientras se levantaba, pero como Pansy Parkinson era de igual o peor forma malhablada, simplemente se encogió de hombros y cerró la puerta, sacudiéndose el polvo acumulado de las manos.

Después de la reunión en el Ministerio, ambos se habían marchado a casa de Pansy por red flú para recoger sus pertenencias, ya que acordaron –entre gruñidos y monosílabos, pues tenían bien presente la discusión y el bofetón como para dejar a un lado las rencillas- vivir esta semana de tortura en casa del pelirrojo, por si acaso a Lucius se le ocurría atacar el coqueto apartamento de trescientos metros cuadrados, propiedad de Alexandra Patricia Parkinson en las afueras de Hogsmeade.

Lo que más le fastidiaba a Pansy es que no había traído ni guantes ni mascarilla para sobrevivir en la selva que tenía Weasley montada en su zulo. Porque determinó que aquel loft, que no ocupaba ni la mitad que el suyo, no se podría llamar jamás hogar.

- ¿Cómo puedes vivir en un sitio con tanta mierda? – inquirió la bruja, pasando un dedo por el mueble-bar – Debes tener hasta Doxys acampando en los recovecos.

Mientras Pansy se paseaba por la sala, Ron se había acomodado en el sofá –por fin, advirtió ella, puedo ver su color: beige-, echando a un lado las túnicas. Cruzó los pies sobre la mesita de café, enlazando sus brazos en la nuca con desenfado. Lo malo de vivir en un barrio muggle, pensó Ron mientras boqueaba aire con rapidez para recuperar fuerzas, era que no podía usar magia para subir aquellas enormes maletas de piel de dragón. Además, Pansy había rehusado llegar a la casa a través de la red Flú –cuando Ron le mencionó entonces la aparición, puso el grito en el cielo y casi le lanza un Avada en toda regla- porque consideraba al auror lo suficientemente torpe como para perder una de las maletas por el camino.

“Y no estoy dispuesta a que mis Jimmy Choo caigan en las manos de cualquier golfa que no sepa apreciarlos”, recalcó mientras llamaba al autobús noctámbulo con la varita iluminada en la entrada del Caldero Chorreante.

Cuando Ronald Weasley se mudó de casa hace ya unos cuantos años, su madre insistió en que se acomodara cerca de Ottery Sant-Catchppole, en una granja aledaña a La Madriguera y al pueblo, pero él se negó en rotundo. Después de dos meses de búsqueda infructuosa, finalmente encontró un loft en Felixtowe, no muy lejos de Londres y de su trabajo, y allí plantó sus primeras raíces como adulto independiente. Si hubiese cedido a las exigencias de Molly Weasley, Ron jamás habría disfrutado de la libertad de la que tanto alardeaba ahora frente a Ginny –que todavía vivía con sus padres -, sobretodo a la hora de poner orden en sus cosas, o mejor dicho, desorden.

El descuido, para bien o para mal, era un hecho constatado en él.

- Disculpe, doña Remilgos, pero el Ministerio y la tienda de George no me dejan mucho tiempo para ocuparme del apartamento. Y de todos modos, ¿qué mas da? Dentro de seis días volverás a tu casa, para entonces seguro que habremos atrapado a Lucius – le dijo a la bruja, echando la cabeza hacia atrás a la vez que cerraba los ojos, disfrutando de la tranquilidad de su hogar.

Un minuto más tarde, alguien le agitó la pierna con premura.

- ¡Qué! – le espetó, manteniendo la postura.

- Ey, ni sueñes que vas a quedarte ahí tumbado toda la mañana – le avisó Pansy, colocándose un mechón de cabello negro detrás de su oreja – Necesitamos poner orden, si no dentro de poco vamos a encontrarnos un dragón rugiendo en la alacena.

- Tranquila, aquí no hay alacena.

- ¡Me da igual! ¡No quiero dormir rodeada de porquería! – al ver que Ron no se movía, Pansy adoptó medidas drásticas – Mira, Weasley, juro que si no meneas ese trasero pecoso que tienes vas a sufrir mi ira de nuevo, lo que deriva en bofetón, ¿capisci?

Ron abrió los ojos lentamente, encontrándose con aquella mirada felina. Oh, sí, recordaba el bofetón, sin duda, pero prefería repetir la experiencia antes que ceder a sus caprichos de mujer dictadora. Resolvió que Pansy Parkinson era una copia exacta de su madre, sobretodo cuando sus brazos se ponían en jarras esperando su reacción. Se detuvo a observar su cuerpo lleno de curvas peligrosas de la bruja con descaro, embutido en un vestido de estampados florales cortísimo y sumamente peligroso para alguien con problemas cardiacos. También se fijó en sus sandalias de cuña, y en una fina cadena plateada que envolvía su tobillo derecho, dónde pendían una V y una O entrelazadas como serpientes en tonos plata y verde: los colores de Slytherin.

- ¿Qué estás mirando? – le preguntó Pansy, y cuando siguió la mirada concentrada de Ron hasta su tobillo se sintió sumamente molesta, aunque no sabía la causa exactamente. Bueno, sí que la sabía: Ese adorno tenía un significado secreto para ella.

- ¿Por qué llevas unas iniciales que no son las tuyas? – era terreno pantanoso, pensó Alexandra Parkinson, escuchando latir su corazón rápidamente, demasiado resbaladizo y peligroso como para enfrentarse a él.

- No es asunto tuyo – le espetó ella, pero la voz le tembló cuando pronunció aquellas palabras, delatando que había algo oculto detrás de esas letras. Pero, ¿qué escondían las siglas? ¿Un amante? Era lo más probable, dedujo Ron, pues había escuchado mil y una veces a Ginny calificar a Pansy Parkinson como “una rompecorazones”.

Ron enarcó sus cejas, sosteniéndole la mirada envenenada mientras le decía:

- Te apuesto diez galeones a que es un regalo de uno de tus chicos. –ladeó la cabeza y sonrió, automáticamente las pecas de su rostro se multiplicaron, al igual que le sucede a Bill, determinó la bruja con nostalgia - Ya sabes, para que no le olvides.

Le había tomado por sorpresa la revelación del auror, pero sobretodo le hizo arder de rabia. Era cierto que su lista de amantes era extensa –por no decir interminable- pero de ahí a aceptar ese tipo de regalos, había un largo trecho. Nunca, jamás, se había aprovechado de un hombre. Alexandra Parkinson siempre dejaba claro lo que quería, el cómo y los límites hasta los que podían llegar. Dar falsas esperanzas le parecía una falta de respeto, más aún cuando las de ella –que era conseguir a Bill Weasley a toda costa- estaban totalmente destruidas. No quería que nadie sufriera lo que ella sufría. No se lo deseaba ni a su peor enemigo.

- Pues tal vez te equivoques, Weasley.

- Tal vez - se apartó el cabello pelirrojo del rostro, clavando su mirada azul en ella.

Silencioso, altanero y espontáneo, Ronald Weasley era, definitivamente, lo contrario a su hermano mayor. Pansy lo sabía, pero no podía evitar sentir una minúscula atracción cuando esa sonrisa traviesa le bailaba en la comisura de la boca, para luego acabar, como en ese momento, en un despunte de dientes blancos, parejos, bajo su nariz larga y afilada. Tuvo que esforzarse al cien por cien para no devolverle la sonrisa.

Respirando con dificultad –o mejor dicho, sin respirar- se agachó para recoger una camiseta gris tirada en el suelo, hizo un ovillo y se la tiró a Ron, dándole en plena cara sonriente.

- ¡Ey! ¿Por qué me atacas?

- Ayúdame a recoger éste desastre – le mandó, y vio para su asombro que le obedecía, mascullando por lo bajo algo de un “elfo doméstico”.

- No me gusta limpiar – declaró el pelirrojo, dirigiéndose a la figura de Pansy, que ahora se encontraba de espaldas a él doblando unos vaqueros desgastados por el uso con una rotura en la rodilla.

- Bueno, Weasley, si terminamos pronto puede que te invite a comer en un restaurante muggle que conozco. Hacen unas costillas con barbacoa y una tarta de chocolate espectaculares.

- ¿Y me contarás entonces el misterio de la cadena?

Pansy se giró bruscamente, para encontrarse de plano con un Ron Weasley en cuclillas, los músculos de la espalda vibrando en cada movimiento bajo la camiseta roja… y una mirada celeste, tan profunda y peligrosa como el mar, que casi hace que Pansy perdiese la compostura. Se la mantuvo unos instantes, para después regresar a lo que estaba haciendo. Por Morgana que el ADN Weasley le trastornaba la cabeza, y de paso, las hormonas.

- Tal vez – le ofreció ella, de espaldas de nuevo.

- Tal vez – repitió Ron, observando los andares de la bruja cuando se metió en el baño sin siquiera preguntarle su ubicación. Suspiró débilmente, preguntándose qué pasaría en una semana, sin saber con exactitud qué o dónde se estaba metiendo, y cómo de herido iba a salir de aquello.

Hubiese obtenido la respuesta de haber visto la sonrisa, esbozada a escondidas en el baño, de Alexandra Patricia Parkinson.

*******************************

Lunes. Devonshire.

Theodore Nott era un tipo duro, de esos que temes cuando vas por la calle paseando y te hacen agachar la cabeza, con el miedo carcomiéndote por dentro por si te descubre y decide estamparte en la pared como un póster. Theo sabía que inspiraba temor, y se vanagloriaba de aquella faceta intimidatoria siempre que la situación era la apropiada. También presumía de no quejarse demasiado, excluyendo alguna que otra ocasión en la cual se había visto obligado a pedir una ración extra de galletas con virutas de chocolate o pudding de limón en las cocinas de Hogwarts. Pero apartando esas nimiedades, Theodore Nott era tan duro como el acero.

Hasta que dio de bruces con la locura de Luna Lovegood.

- ¡Me muero!

- No seas quisquilloso, - le dijo Luna, extendiendo un poco más de cera sobre la pantorrilla de Nott – además, te lo mereces: La próxima vez, intenta apostar en un juego en el que no sea la maestra.

Acto seguido levantó la cera de un tirón, provocando con ello que un montoncito de vello corporal –Luna juraba que se haría una peluca con él- se desprendiera de una tirada, dejando la pierna de Theo suave, lisa… y roja.

- ¡Me estás matando!

- No, querido, simplemente te hago experimentar el sufrimiento femenino – alzó un poco más de cera, untándola de nuevo en la piel del Slytherin – Y, ¿por dónde iba? – volvió a tirar, ésta vez arrancando más vello del que esperaba, acompañado de una maldición malsonante regalo de Theodore Nott. Luna chasqueó la lengua, sonriendo – Ah, música para mis oídos.

Desde que Nott se había instalado en su casa, no había parado quieto ni un segundo. Leyó sus revistas –incluida el Cosmopolitan-, hurgó en su neceser, se hizo dueño y señor de la televisión y la obligó, bajo pena de muerte, a comprar dulces y comida basura. Incluso se tomó el privilegio de interrumpir su sesión matinal de Tai Chi, lo que acabó con sus nervios e hizo florecer el deseo de venganza.

Luna Lovegood era una mosquita muerta, pero la llegada de Theodore Nott había sobrepasado los límites de su paciencia hasta un nivel inexplorado hasta entonces.

Harta ya de sus continuas quejas, le ofreció enseñarle a jugar a un juego muggle: El Dominó. No es que fuera excesivamente divertido, pero Hermione y ella solían practicar una vez por semana cuando iban a pasear a Trafalgar Square y acababan merendando en un club de la tercera edad, dónde se podía beber el mejor chocolate de todo Londres. Fue así como Luna se hizo una jugadora experta de dominó, al igual que Hermione. Sin embargo, la oferta provocó un brillo curioso en los ojos oscuros de Nott, que tomó asiento a su lado e intentó seguir las explicaciones de Luna con verdadero interés –a pesar de que luego tuviera que repetírselas cuatro veces más para que se enterara-; después de una hora, comenzaron a jugar.

Las primeras partidas las ganó Luna, pero luego dejó que Nott le cogiera ventaja, dejándose vencer por temor a que el Slytherin regresara a sus continuas quejas –“¡quiero chocolate!”, “¿por que el baño es rosa?”, “Qué, está sobrealimentado”-. Pero éste hecho sólo provocó que Nott se envalentonara, retándola a una apuesta: Si él ganaba, Luna tendría que ir a comprar una enorme tarta de queso y frutas del bosque para cenar; si por el contrario perdía, atajaría los deseos de Luna Lovegood sin una mísera queja durante una hora.

Como veréis, las cosas no le fueron muy bien al pequeño Nott cuando perdió y tuvo que someterse a una sesión de belleza femenina. Había soportado estoicamente los pepinos en los ojos y la crema de algas en las mejillas –incluso luego pudo hincarle el diente a las rodajas-, sin embargo, la depilación al estilo muggle lo estaba haciendo caer al inframundo de la humillación masculina. Su ego estaba siendo, literalmente, masacrado, sobretodo porque sabía que Lunática Lovegood lo estaba disfrutando.

Y luego dicen que los Slytherins dan miedo. Joder, eso es porque nunca han visto a una Ravenclaw que han interrumpido en su sesión de Tai Chi.

- Ya hemos acabado – le anunció Luna por fin, dándose la vuelta para alcanzar un bote. Nott empezó a temblar sólo de imaginar qué demonios se le ocurriría. Se agazapó en el sofá antes de que se diera cuenta – ¡Ey! ¿Qué haces? ¡No voy a depilarte más! Ahora untaré una crema para refrescar la piel. Hala, túmbate y relaja el cuerpo.

- Ah, vale. –y obedeció, para su asombro, sin desconfianza alguna - Sabes, no entiendo cómo podéis aguantar éste sufrimiento – se lamentó el Slytherin, tumbándose en el sofá y dejando que Lunática le masajeara la zona dañada – Preferiría ser un hombre lobo a esto.

- La depilación mágica es indolora – sus ojos azules lo observaron burlones, divertidos – lo digo por si quieres repetir la experiencia.

- ¿Y por qué mierda entonces me hiciste pasar ésta calvario?

Luna Lovegood se encogió de hombros, sin dejar de aplicar crema a las piernas de Nott. No sabía cómo, pero el masaje estaba creando un sentimiento apaciguador en él, llegando incluso a cerrar los ojos y sentirse relajado, muy, muy relajado.

- Nunca he podido practicar fuera de los cursillos, así que pensé que tú podías ser mi conejillo de indias por una tarde.

- ¿Hay cursillos sobre depilación muggle? – le preguntó con voz soñolienta, aunque de veras intrigado.

- Claro que sí – le respondió Luna, bajando sus dedos de la rodilla con movimientos circulares a la pantorrilla de Theodore Nott – Y de cocina o tecnología muggle, también…

Luna continuó hablando, convirtiendo en un monólogo sus aventuras y desventuras en el mundo muggle, a pesar de que Nott ya no le respondía. Ya no recordaba apenas porqué estaba enfadado, y que aquella no era su casa. ¿Quién estaba amenazado? ¿A quién iban a matar? No podía ser él.

Luna Lovegood, por su parte, estaba satisfecha de haber puesto en práctica lo aprendido. Sus amigas nunca habían querido probar sus habilidades no mágicas, salvo una vez en la cocina, y había sido un desastre: El pescado estaba crudo, la ensalada con excesivo vinagre, y la pasta marinada se le pegó en la olla. Al ver el desbarajuste de Luna, Pansy optó por pedir una pizza a domicilio y Ginny juró no volver a juntar el verbo “cocinar” y el sustantivo “Luna” en la misma frase. Hermione fue más valiente al comerse sólo un trozo de pizza y medio plato de la pasta marinada, lo que produjo muestras de asco por parte de Pansy y que Ginny se santiguase de inmediato. Después de su atrevimiento, Hermione Granger estuvo dos días en cama aquejada de diarrea. Llevaba dos años sin probar la pasta bajo ningún concepto.

Para cuando acabó la historia, ella había parado de masajear, y observaba a Theodore Nott… roncando como un dragón.

- Ey, Nott, despierta – lo llamó. No hubo respuesta. Quiso zarandearle una vez más, sólo una, pero estaba tan sumido en su profundo sueño que no quiso insistir.

A su modo, era un tipo atractivo, pensó Luna, ladeando un poco su cabeza y haciendo tintinear sus argollas de cascabeles un par de veces. Era cierto que parecía un ogro, con esa gran altura y un cuerpo tan ancho, pero sus largas pestañas y esa sonrisa bobalicona que se le formaba a veces le restaba hostilidad a su aspecto. Nott se giró de lado, haciendo que mechones oscuros se cayeran sobre los ojos. Es curioso, prosiguió ella ensimismada en su arduo análisis, que este Theodore Nott sea el mismo que antaño temía medio Hogwarts.

¿Dónde estaba esa brutalidad de la que se mofaban los Slytherins, ese afán de venganza, de gobernar sobre los demás? ¿Se habían resignado a perder la supremacía mágica que tuvieron con Voldemort, o sólo esperaban su turno para volver al poder? Luna recorrió al mago de arriba abajo. Desde su cabello oscuro, pasando por sus hombros, la camiseta negra que le quedaba un tanto estrecha y los vaqueros, que por el contrario le venían demasiado holgados. ¿Sería Thedodore Nott cruel y vengativo como decían los magos de la Orden del Fénix? Le era imposible ubicar aquellos deseos en el rostro inocente de Nott, por mucho que lo intentara. Pero tampoco hubiese podido saber que éste grandullón de mal carácter iba a dejarse depilar, como había sucedido, ¡o que iba a invitarle a una no-cita! ¿Estaban todos equivocados respecto a los ex mortífagos? ¿O simplemente era él, que había cambiado con el paso de los años?

Por instinto, casi por inercia, Luna Lovegood extendió su mano –blanca, fina, huesuda, temblorosa, insegura- y apartó los mechones negros de los ojos de Nott. Él se removió unos segundos, suspiró, y continuó durmiendo, más ella no apartó la mano. La dejó allí, deslizándola lentamente hasta posarla en la mejilla de Theo, sintiendo un leve cosquilleo que avanzaba por sus dedos y se extendía por todo su brazo hasta llegar al corazón, que latía un poco, sólo un poco, más rápido de lo normal. Una parte de ella deseaba que despertase y la encontrase en una situación tan comprometida. La otra no lo quería ni por todo el oro de Gringotts. Una vocecilla interior se estaba muriendo de vergüenza por dentro (¡Apártate rápido!¡Es un Slytherin, por amor a los unicornios alados!), riñéndola ante lo ridículo de la situación. Luna Lovegood partida en dos, la loca y la demente. El pequeño incordio de su mente se fue apagando a la vez que una pregunta se formulaba perceptiblemente.

- ¿Quién eres, Theodore Nott?

Sólo el silencio le respondió.

Luna Lovegood permaneció allí un rato más, luego se incorporó y fue a su dormitorio, dónde sacó un pergamino, pluma y tinta, empezando a esbozar el retrato de un dormido Nott tatuado a fuego en su memoria. Dibuja, se decía a sí misma, y piensa en él como el mejor modelo de que se puede ser bipolar y normal a la vez. Que si una vez eres malo, puedes llegar a ser bueno. Ten esperanza, y piensa que la gente cambia, que él cambia, que quieres creerlo.

Cree, cree, cree, cree.

Y no caigas en el abismo de la atracción antes de conocerlo, Luna, porque entonces estarás perdidamente perdida. Perdida, perdida, y perdida. Por una no-cita, un no-amigo…

Por un no-novio.

Lo que ella no sabía es que sus gestos, - la caricia, los mechones, su latido desenfrenado, la pregunta nunca respondida- habían sido grabados en la memoria del Slytherin grandullón que descansaba, ahora desvelado y con los ojos muy abiertos, en su sofá de vinilo. Y es que la pregunta más simple hace que despierte el más terrible de tus miedos: Que alguien te encuentre –conozca, sepa, descubra- mucho antes que tú mismo.

Y Luna Lovegood, dedujo Theodore Nott, lo estaba consiguiendo.

*************

Martes. Mansión Malfoy.

PVO Draco.

Granger me provocaba jaqueca.

Después de la estúpida reunión de Potter y los súper amiguitos vamos-a-salvar- el mundo, Granger y yo mantuvimos una tensa discusión. La rata de biblioteca pretendía que nos mudáramos a su casa, y mira, puedo renunciar al compromiso con Astoria pero, ¿al lujo, la ostentación, el poder manejarme a mi modo? Perdona, eso no formaba parte de mí, eso era yo en mi propia esencia. Prefería morir a manos de Lucius que dejar atrás todo lo que me pertenecía para instalarme en casa de una mojigata como Granger, ¿qué iba a hacer allí, encerrado a cal y canto en un apartamento que tenía las dimensiones de mi dormitorio? ¿Leer? ¿Estudiar? ¿Alimentar el nido de pájaros de su cabeza? Además, esconderme de mi enemigo era demostrarle que era un cobarde que huía. Lo hice una vez hace años, no volveré a repetir la experiencia, y mucho menos revivir las consecuencias.

- Esto no tiene nada que ver con nuestras rencillas, Malfoy. Me han encomendado una misión, fastidiosa, pero misión de todos modos, y no pienso fallar. Si debo atarte de pies y manos para que te quedes quieto en mi casa, lo haré. Pero me obedecerás. Por las buenas, o por las malas, además de que el código de...

Bla, bla, bla. Granger se puede definir en una simple frase: Mucha teoría y poca práctica. Weasley apenas abrió la boca, todavía molesta por el encargo, así que vencerla fue fácil.

¿Resultado? Nos quedamos en mi casa.

Su intrusión en la mansión había sido relativamente fácil, mucho más de lo que calculé en un principio. No quería correr el riesgo de que mi madre tuviera un recuerdo vago de la Rata de Bilioteca o Weasley, así que acordamos que durante el resto de la semana Granger sería Jean Parkinson, prima lejana de Pansy, la cual había tenido que salir de vacaciones y yo, muy amablemente, me ofrecí a acogerla en mi casa por unos días, a la espera de que volviese Pansy. Pelo de Zanahoria, sin embargo, era harina de otro costal. Cuando le dije que no iba a entrar en mi casa, casi explota como una bengala de la rabia.

- Weasley, ¿sabes cuántas veces has salido en la portada de El Profeta en los últimos años? ¿Crees que Narcisa Malfoy no sería capaz de identificarte como la capitana de las Arpías? Hasta el más idiota conoce tu rostro pecoso. A Granger la podría hacer pasar por un familiar de alguno de mis conocidos – miré a la recién nombrada, luego suspiré – al menos podría intentarlo – me giré de nuevo a ella, añadiendo - ¿Pero tú? Se ve a la legua a qué familia perteneces. .

Acordamos entonces que Weasley vigilaría los alrededores al anochecer, mientras que Granger se encargaba de permanecer alerta durante el día, pisándole los talones a mi madre constantemente.

Hasta el último segundo tuve serias dudas de hasta qué punto madre caería en la mentira que había entretejido, así que antes de ir a mi casa, obligué a Granger a aplicarse tanta poción alisadora que le durara al menos toda la semana, con el fin de cambiar –que no mejorar- un poco su aspecto de mojigata, aunque para ello tuviese que vender su hígado en el mercado negro para costearse tantos litros de mejunje. Como siempre, a ella mi idea no le entusiasmó.

- Convendría decirle la verdad. Es imposible que alguien crea que soy prima de Pansy.

En eso estábamos de acuerdo: era como comparar un burro con un pura sangre, valga la redundancia.

- Si abres esa bocaza que tienes – la amenacé – te meto a dormir en la alacena con tus amiguitos los elfos.

- ¿Intentas intimidarme? No me importa dormir con ellos.

Entonces pasé a las medidas más drásticas.

- Si mi madre sufre por reconocerte te crucifico, y si yo te crucifico, eso te haría pupa. Porque si Narcisa lo pasa mal, el mal debe desaparecer. Y quieres llegar al sábado sin un rasguño y con todos tus miembros, ¿verdad?

¿Final? Doña Remilgos obedeció.

La intrusión discutiblemente femenina de Granger en mi casa –mi paraíso, mi privacidad, ¡mi vida!- me estaba conduciendo a una velocidad inusitada hacia la locura desde un principio. ¿Lo peor del asunto? Que Narcisa Malfoy parecía encantada con su estúpida presencia. Cuando bien entrado el domingo aparecí con Granger, mi madre había tragado mi mentira de cabo a rabo, incluso llegó a asegurar que Pelo de Rata se parecía un poco a Wendolyn Fitzpatrick, la tatarabuela de Pansy y, en teoría, ella misma. Llegados a ese punto, yo había tenido que salir como una Nimbus dos mil uno hacia al baño para no partirme de risa.

Lo más complicado, sin embargo, fue hacerle entender a Astoria que por el momento no podíamos seguir juntos.

- ¡Me estás mintiendo!

- No, no es así. Sabes que todo lo que te digo es cierto. Si te quedas aquí, Lucius te matará.

Había ido a su casa el domingo por la tarde para ponerla al corriente de los sucesos, y de las consecuencias en las que podría desembocar el que siguiéramos adelante con la boda. Sus padres estuvieron presentes en todo momento, ayudándome a derrumbar ese muro de obstinación que había creado en su cabeza.

- Bebé, tienes que sobreponerte – le murmuraba su madre, mientras le tendía un pañuelo de encaje para que se secara las lágrimas – Podrás casarte cuando todo termine.

- Iremos a visitar a mi hermana Claudette a Niza – sugirió el señor Greengrass. Si no estuviese tan gordo habría saltado de alegría ante la noticia – Pondremos tierra de por medio y regresaremos cuando todo se calme. Además, amapola mía, así conocerás a gente, y quién sabe si cuando eso suceda no desearás quedarte en Francia.

La familia al completo había partido hacia el país galo el lunes a primera hora de la mañana.

Yo creía que mi madre echaría de menos las visitas de Astoria, pero cuando preguntó por ella y yo le respondí que estaba de vacaciones con sus primos en Francia, a ella no pareció importarle. Tampoco preguntó por la ausencia de Lucius. Estaba tan absorta en agradar a nuestra invitada que pasó aquello por alto. Para mi completo asombro, asistí como espectador mudo a la estrecha relación que iba forjándose entre mi madre y Granger.

Fue como si rejuveneciera veinte años de una sentada. Mi madre salía a pasear por los alrededores de la mansión todas las mañanas en compañía de Doña Remilgada, que atendía con interés –no sé hasta qué punto cierto- sus explicaciones acerca del cuidado de sus plantas. Incluso los elfos domésticos se dieron cuenta del cambio. Luego se sentaban a desayunar, para más tarde acomodarse en la terraza a discutir sobre pociones e historias varias. El domingo por la noche, Granger había contado una anécdota de unas vacaciones en los Alpes dónde les cogió una nevada y estuvieron atrapados en la cabaña durante días, con sólo sopa enlatada para comer.

- Pero, Jean, ¿no se os ocurrió utilizar fuego mágico para derretir la nieve? – preguntó entonces mi madre. Casi me caigo de la silla. Sin embargo, Granger le sonrió tímidamente, y juro que incluso la vi enrojecer.

- Eso fue lo peor del asunto: ¡las olvidamos!

Fue la primera vez desde su salida de Azkaban que Narcisa Malfoy reía de verdad. No iba a admitirlo, pero estaba sumamente agradecido a Jean-Granger.

Nunca imaginé que dos mujeres tan dispares pudieran encontrar temas en común. Era como creer que el agua y el aceite podía remotamente unirse, una excepción que confirmaba la regla más alocada del universo. Narcisa Malfoy, sin saberlo, había roto los esquemas de su estricta educación. La pregunta que se formulaba en mi cabeza cada vez que las veía juntas era, ¿sería todo tan idílico si Narcisa supiera que Jean era Hermione Granger?

No, apostaba toda mi fortuna a que no.

*****

- ¡Draco!

- ¿Sí, madre?

- ¡Tenemos una fiesta!

Estábamos a martes, y habían pasado dos días de la llegada de Nido de Pájaros a la casa. Lucius no había dado señales de vida aún, cumpliendo extrañamente con lo prometido, y las vigilancias estaban siendo tan tranquilas que incluso Weasley había podido escaparse para entrenar con su equipo antes del partido.

Alcé mis ojos del Profeta, abierto por la página de sucesos, donde una foto con mi rostro – no era la mejor, desde luego, pero aún así salía estupendo- junto a otra de Blaise daban paso al titular “Rupturas sospechosas” en el que un kilométrico artículo especulaba –a su patético modo, por supuesto- con mil y una razones por las que nuestras respectivas relaciones habían terminado tan abruptamente. Como era de esperar, ninguna daba en el clavo.

Mi dolor de cabeza apareció nada más ver a Narcisa Malfoy, exultante de felicidad trotar hasta llegar a mi lado y abrazarme con efusividad. Reí, contagiado de su repentina alegría, dándole unas palmaditas en el brazo que tenía alrededor de mi cuello.

- ¿Qué fiesta? ¿Quién nos ha invitado? – pregunté mientras se apartaba de mi, todavía con una amplia sonrisa dibujada en sus labios perfectos.

- Nadie – exclamó ella, sentándose en la silla enfrente de mi escritorio - He pensado en hacer una recepción en honor a Jean. Pobre niña, ha estado tanto tiempo viviendo en Estados Unidos que apenas conoce a nadie. Por eso creo que sería maravilloso organizar una fiesta en su honor, ¿qué te parece?

Sentí cómo me subía la bilis por la garganta. ¿Una fiesta? Si hacíamos una cena de gala, todos nuestros allegados reconocerían a Granger, se destaparía toda la trama, y mi madre volvería a refugiarse en sus rosales. Por no añadir que sería mi declive social ahora que ella no estaba con Zabinni. ¿Qué qué me parecía? Una mierda, simple y llanamente.

- Madre, no creo que a Gran… digo, a Jean – me esforcé por pronunciar el nombre – Le guste la idea. Pansy me advirtió que es muy tímida, y que odia estar rodeada de gente. Al parecer, en Estados Unidos vivía en un pueblo sureño muy pequeño donde apenas había magos.

- ¡Eso es terrible! – se escandalizó mi madre, llevándose una mano al pecho con gesto dramático.

- Totalmente – convine.

– Ahora entiendo a qué se debe su gusto al vestir. Bien, ¿qué podría, pues, hacerla feliz? – meditó unos instantes, para luego proferir un gritó de euforia. Sus ojos azules estaban llenos de excitación - ¡La llevaré de compras! Podríamos ir a la boutique de Chloe Savingon, hace unas semanas me envió una lechuza para que fuera a ver su nueva colección.

- Me parece una magnífica idea – Oh, sí, apostaría que Granger no duraba ni dos minutos. ¿Tiendas de ropa? Por su aspecto se podía deducir la alergia que les tenía. A saber si el espejo aguantaría su reflejo antes de hacerse añicos.

- Encontraremos algo bonito – continuó ella – Un traje de noche, con una túnica a juego, ¿te importa si se lo regalo? – iba a abrir la boca, pero ella añadió – Luego, podrías llevarla a cenar a un sitio bonito y…

- ¿Qué?

- Oh – se detuvo, formando una perfecta “o” con sus labios que me sonó a fingida inocencia - ¿Pretendes que Jean pague sus compras? Me parece muy descortés por nuestra parte, Draco. Nada caballeroso.

- ¡No, eso no! – exclamé, haciendo un gesto de impaciencia con la mano - ¡Lo otro!

Narcisa bufó impaciente, haciendo un revuelo con su túnica celeste antes de tomar asiento frente a mí. Hoy estaba realmente guapa, con su blanca piel sin pizca de maquillaje y el cabello recogido en un moño.

- Hijo, ella tiene tu edad, ¡no querrás que salga con un carcamal como yo! Podrías presentarles a tus amigos, tu círculo más íntimo, salir todos a tomar una copa y luego a casa. Lleva desde que llegó sin salir de la mansión.

- Madre, Jean es muy tímida, apuesto mil galones a que se asusta sólo con la perspectiva. Seguro que ve con buenos ojos eso de quedarse aquí encerrada hasta el sábado. Además, ¿llevarla con mis amigos?¿has olvidado el aspecto de Theo? Jean saldrá corriendo en cuanto se de cuenta que puede hacer puré de bruja con ella.

Admito que no era la mejor de las excusas, pero por algún lado tenía que objetar sino quería verme pegado a Granger con pegamento, después de haberme llevado esquivándola dos días. Sólo la visión imaginaria de tener que entablar algo más íntimo me daba náuseas.

Mi madre puso las manos sobre el escritorio, con el ceño levemente fruncido y aspecto sombrío. Yo empecé a masajearme la sien, intentando calmar mi jaqueca.

- Draco, – su voz me sonó severa - ¿Es que no te has dado cuenta?

- ¿Darme cuenta de qué? – pregunté distraído.

- De su tristeza.

Levanté la barbilla rápidamente, entornando los ojos con suspicacia. Granger salía a caminar todas las mañanas, comía con nosotros, hablaba con los elfos, leía en su dormitorio, donde pasaba gran parte de la tarde, y luego cenaba temprano para irse a la cama. ¿Tristeza? Joder, si vivía como una reina.

- Creo, madre, que estás equivocada. Yo la veo muy… normal - en la medida de lo posible, pensé - No deberías exagerar y preocuparte. Jean está bien, es sólo que ella es así de solitaria –. Seguidamente me encogí de hombros y seguí leyendo El Profeta, esperando a que Narcisa se fuera.

¡PAM!

Lo que no esperaba, era que me golpeara en la nuca.

El ataque me cogió tan desprevenido que el periódico saltó de mis manos, y yo me deslicé de mi asiento para dar de culo contra el suelo, seriamente contrariado. Mi madre jamás de los jamases me había levantado la mano salvo para acariciarme o adularme, entonces, ¿qué le molestó para que actuara de esa forma? Definitivamente, Granger le había contagiado algo, seguro.

Me palpé primero la cabeza, apartándome el cabello de los ojos, y luego le dirigí una mirada huraña a mi progenitora, de pie frente a mí con los brazos cruzados, y un gesto tan adusto que si lo presenciara McGonagall desearía comprar la patente. Parecía una diosa feroz en las alturas. Claro que eso era porque yo aún permanecía sentado en la alfombra persa.

- ¿A qué ha venido eso? – la increpé, sintiendo la furia y vergüenza subir hasta mi rostro. Podía ser el mayor cabrón del universo, pero siempre me sentiría un niño frente a mi madre - ¿Qué hice?

- Draco, yo te quiero – y puso mucho énfasis en las dos últimas palabras – Pero, a veces, hijo mío, no tienes corazón.

Y sin decir nada más salió del despacho.

Cuando eres alguien como yo que pertenece a una familia rica, de sangre pura y con una jerarquía que más de uno envidia – aparte de apuesto, sexy y rodeado de chicas babeando por doquier-, siempre desconfías de lo que te dicen. Te enseñan, desde pequeño, que es mejor pisar al enemigo antes que dejarte vencer, aunque sea con juegos sucios. También que no todo lo que te dicen es verdad, y por eso debes aprender a no confiar de los que te rodean, salvo de tu familia. La familia se convierte así en tu rincón de salvación, la estrella guía en la tormenta, dónde te sientes seguro y resguardado de las miradas extrañas, dónde te van a hablar claramente, sin hipocresías o mentiras. Y ese era el gran problema ahora.

Porque si Narcisa Malfoy decía que a veces no tenía corazón, es que me estaba diciendo la verdad. Y que lo pensaran los Weasley, Longbottom o incluso Granger era algo que me resbalaba. Pero cuando tu madre lo dice, entonces estás en un serio problema. Si tu salvavidas empieza fallarte en la tempestad, ¿dónde vas a acabar? ¿Hasta dónde estás dispuesto a caer, antes de reconocer que estabas equivocado? Perder todo lo que tenía era una cosa. Que mi madre me diera la espalda, era otra muy distinta. Significaba que iba a desaparecer engullido por el olvido, más solo y abandonado que nunca.

Una cosa estaba clara: No quería estar solo.

***************************

Miércoles. Londres.

Blaise Zabinni vivía el día a día sin meditar sobre el ayer o en el mañana. Procuraba disfrutar de todo lo que se ponía por delante, obviando conjeturas o deteniéndose un minuto a pensar. Pensar equivalía a dudar, y si dudaba tal vez se arrepintiera, y él no quería dejarse nada en el tintero. La vida era una gran aventura para desperdiciarla. Por eso estar encerrado era una tortura para él, y Harry Potter, desde luego, no le hacía su estadía mucho más agradable.

Grimauld Place era una casa amplia, digna de cualquier sangre pura, pero de igual modo solitaria. La luz bañaba el salón nada más amanecer, lo que en invierno calentaba la casa desde los cimientos, pero en verano la convertía en un verdadero fuego del infierno. Blaise echaba de menos su casa tan fresquita y acogedora, con sus velas aromáticas de melocotón esparcidas por todas las estancias y sus discos de los Beatles. Frunció el ceño y le dirigió una agria mirada a Potter, que ojeaba pergaminos con los avances en la investigación sobre el paradero de Lucius Malfoy. Harry no le había permitido traerse sus velas o sus vinilos, sólo le dejó recoger una maleta con ropa antes de que vinieran a la oscura Grimauld Place, dónde llevaba confinado desde el domingo.

Tampoco le había dejado comunicarse con sus amigos. No sabía nada de Draco, Theo o Pansy, y sabía que Hermione estaría muy ocupada en la vigilancia de Narcisa como para dejarse caer por allí. Potter ya le había advertido que no podría utilizar el correo vía lechuza para nada por si los pergaminos eran interceptados por el enemigo, y no tenía sentido redactar una a lo muggle cuando ninguno de ellos tenía una dirección que se indicara en ningún registro. Por lo tanto, estaba solo.

Varias veces intentó entablar conversación con Potter, pero éste no estaba muy por la labor de participar, patente en cada “no”, “ajá”, o “cállate” que le prodigaba de vez en cuando. Convivir con el silencio se le estaba haciendo tan frustrante a Zabinni que había tomado la determinación de fastidiar a Harry y tener así un mínimo de diversión. Blaise debía admitir que Potter se tomó sus travesuras –atascar el váter, pintarle el pelo de azul, convertir en tanga sus calzoncillos, esconderle las gafas- con cierto estoicismo. La ruptura vino cuando decidió esconder a Homer, el huevo extirpado de Harry.

- ¡Homy! – se lamentó el mago, acariciando el bote con líquido viscoso en su interior - ¿Qué te hicieron, bebé?

- ¡Potter, es un huevo, por Salazar! Además, deberías haberlo tirado, si ese es su tamaño original, no quiero pensar cómo será tú…

- ¡Cállate, Zabinni!

- Vale, sólo quería dejar claro que ya entiendo porqué te dejó Weasley. –y bajó la voz, apenas en un susurro - ¿Es que no sabes que el tamaño importa? Pareces un novato, como si no supieras que hay pociones que alargan el…

- ¡CÁLLATE!

Eso fue el lunes. A partir de entonces, Potter había puesto más que ahínco en ignorarle y poner todas sus ganas en atrapar a Lucius. Pese a todo, Blaise había estado medianamente distraído todo el martes desde que había encontrado un objeto muggle llamado DVD. Potter, en una extraña tregua donde se mostraba amable, le había enseñado durante dos horas su funcionamiento con el fin de mantenerlo encerrado sin que hiciera el menor escándalo, mientras él se enfrascaba en una reunión con los aurores.

Zabinni estuvo encantado. Empezó viendo Moulin Rouge –con la que lloró: Nadie podía lucir mejor las plumas y lentejuelas que Nicole Kidman, determinó- luego pasó a El Sexto Sentido –en ésa se rió al comprobar lo traumatizado que estaba Haley Joel Osment por ver fantasmas, ¿cómo reaccionaría si conociese Hogwarts y su mundo? No sobreviviría- y así con unas cuantas más. Las películas dieron para todo el martes, cuando terminó de ver la escasa colección de Potter… hoy miércoles, volvía a su estado de soledad.

- ¡Me aburro!

- Lee.

- ¡Me aburro!

- Tírate por la ventana.

- ¡Me aburro!

- ¡Pues cuenta ovejitas!

- Eso es lo más aburrido que me han dicho en la vida, Potter.

Harry dejó de garabatear su informe, suspiró a la vez que soltaba la pluma y clavó una hosca mirada en Zabinni, tumbado como si nada en un sillón frente a la ventana del salón. Éste le sonrío.

- Para tu información, estás aquí porque has sido amenazado. No sé cómo puedes tomarte el confinamiento como unas vacaciones.

- Es cuestión de perspectiva – se encogió de hombros Blaise – De todos modos, ir de vacaciones contigo sería como reunirme con mi abuela a tejer bufandas: Infructuoso y una pérdida de tiempo.

- Sólo quiero tranquilidad, Zabinni – le informó Harry, reanudando su redacción – Me he llevado diecisiete años luchando contra Voldemort, no creas que estoy ansioso por repetir la experiencia.

- Pero te dio fama.

- Algo que nunca pedí.

- Y chicas…

Harry dejó de escribir, alzando un tanto la ceja.

- Y está conversación viene porque…

- No tengo nada qué hacer y me gusta sacarte de quicio – Blaise imitó su gesto - ¿Acaso no es suficiente?

- Eso ya lo consigues con tu sola presencia, así que intenta no gastar saliva en vano.

- ¡Hola!

Ambos magos volvieron el rostro hacia el recién llegado. Ginny Weasley estaba allí, enfundada en un uniforme embarrado de Las Arpía de Holyhead. Llevaba el cabello pelirrojo suelto y un poco enmarañado, pero mostraba un semblante tranquilo y agradable. Harry se levantó como un resorte de su asiento, sus ojos brillantes tras las lentes y una mueca bobalicona bailando en sus labios.

- Ho-hola – tartamudeó, pasándose una mano por la coronilla, consiguiendo sólo alborotarla más de lo que era normal en él. Blaise puso los ojos en blanco.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó el Slytherin, mientras Ginny avanzaba para tomar asiento en el otro sofá de la sala, un tanto alejada de Zabinni.

- Terminé el entrenamiento hace quince minutos y decidí pasarme para ver cómo os iba. No tengo vigilancia hasta la noche y todos están ocupados: Ojalá terminemos pronto, porque echo de menos mis reuniones con las chicas. ¿Y vosotros? ¿Qué estabais haciendo antes de mi intromisión?

Estiró las piernas, y luego echó su larga cortina de cabello pelirrojo hacia atrás. Ese simple gesto hizo que Harry soltara un gemido casi silencioso. Casi, porque Zabinni lo había escuchado. Harry Potter lo supo cuando vio por el rabillo del ojo que el chico sonreía con malicia. Eso no era nada bueno, se dijo, tragando el nudo de su garganta, era esa sonrisa que siempre dibujaba cuando estaba apunto de cometer una de sus fechorías.

- Oh, pues Potter me estaba enumerando las ventajas de ser El Niño Que Vivió – le respondió Zabinni.

Harry lo crucifico de un vistazo, pero a Ginny ya le había picado la curiosidad.

- Vaya – exclamó, parpadeando inocentemente - ¿Y cuales son, supuestamente, esas ventajas?

Blaise fue nombrándolas, levantando con cada una un dedo de su mano.

- Fama, riqueza, entradas gratis, chicas… - el semblante de Ginny ante esto último se tensó, pero se supo recomponer en segundos, advirtió el Slytherin – Bueno, tú lo debes saber, Weasley, has sido su novia, ¿cierto? Seguro que apartaste a más de una fanática.

- Zabinni, no me confundas contigo – le interrumpió Harry, su piel en un tono verdoso que no auguraba nada bueno.

- Potter, Potter, Potter, ¡la modestia no te va! – repuso Blaise, tomando asiento al lado de Ginny. Le dio un codazo a la muchacha, la cual no apartaba la mirada de Harry – Vamos, Weasley, seguro que tú eres más sincera. Saca los trapos sucios.

Ginny Weaslely permaneció callada unos segundos, luego estampó una cínica sonrisa en su rostro pecoso.

- Un día que fuimos a tomar el té al callejón Diagon, una chica apareció con unas tijeras e intentó rasgar la túnica de Harry para poder quitarle la ropa interior.

- Ginny – gruñó Harry, pero ella continuó.

- También se chupa el dedo cuando duerme.

- Interesante – convino Zabinni, mirándole especulativo - ¿Y qué más cosas te gusta chupar, Potter, aparte de tu dedo?

Le dirigió una hosca mirada, el ceño fruncido y las gafas resbalándole por el sudor.

- Nada que a ti te importe.

- Prueba – le retó el Slytherin, acomodando un brazo en el respaldar.

Ginny miró de uno a otro, interrogante.

- ¿Me he perdido algo?

- Nada del otro mundo – soltó Blaise, y volvió a lucir su sonrisa – Por cierto, tienes que añadir ese baile – al ver que Weasley estaba confusa añadió – Le encanta mirarse en el espejo mientras se desnuda. Imita el baile de esa película… ¿cómo se llama?

- ¡Ey! ¡Eso es privado! – se quejó Harry.

- Full Monty –aclaró la pelirroja, soltando una risita - ¿Y viste cuando mueve el trasero? Le he dicho miles de veces que es algo vergonzoso porque parece gelatina pálida, pero no me cree.

- Eso es porque no has visto como intenta crearse un huevo mediante duplicidad mágica – le informó Zabinni, uniéndose a la risa de ella.

- ¿Lo ves? Esas son las cosas que echo de menos – se sinceró Ginny, enjugándose las lágrimas – Y porque no estuviste el día que intentó imitar a William Wallace en Braveheart… ¡me hizo coserle un kilt completo!

- ¿Hola? – los llamo Potter, totalmente fuera de sí - ¡No habléis de mí como si no estuviera!

- Potter, desde ahora ya no eres El Niño que Sobrevivió, sino El Niño Que Intentó Seducir con un kilt y Acabó Unihuevo.

Ante eso Harry no supo qué replicar, así que con la poca dignidad que le quedaba se marchó directo a su dormitorio, con la esperanza de olvidar esa terrible conversación.

Al menos podía estar tranquilo: Blaise no había descubierto aún que tenía un tanga de leopardo que imitaba el rugido del animal escondido en el fondo del armario.

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Jueves. Mansión Malfoy.

PVO Hermione.

No podía quitármelo de la cabeza. Estaba sentada en una silla blanca de hierro forjado en el merendero, amparada por la sombra de los árboles mientras leía un libro. Narcisa Malfoy trajinaba a dos metros escasos entre sus plantas, echándoles agua con una regadera mientras frotaba sus hojas y le susurraba palabras de aliento. Pese al pasado, la señora Malfoy me caía bien. Al principio de mi llegada a la mansión no había entendido muy bien su actitud, sobretodo me sentí confusa la noche que preparando mi baño me habló de Lucius Malfoy como si estuviera de viajes de negocios.

- Mi marido trabaja mucho, es un hombre ocupado. No pasa mucho tiempo en casa.

A solas, estuve pensando en ello. No me atrevía a preguntarle a Malfoy –capaz de echarme un maleficio- así que cuando uno de los numerosos elfos apareció, lo dejé caer como si nada. Fue entonces que me enteré de la amnesia parcial que sufría. Una parte de mí –la más racional- sentía lástima por ella. La otra, más apasionada, repetía en mi cabeza que se lo merecía, que era culpa suya por escoger el bando incorrecto. Me negué a escucharla. Mi padre, hombre sabio donde los haya, me dijo una vez que todo el mundo puede cambiar, a pesar de que el pasado no se pueda borrar. Y eso era bueno, porque crecías y madurabas como persona, y aprendías de tus errores. En el caso de Narcisa, sólo era aplicable hasta cierto punto. Lo único que saqué en claro, es que Malfoy no debía enterarse de mi descubrimiento.

Vivir con los Malfoy me provocaba una ansiedad mayor de la que alguna vez había experimentado, más incluso que cuando Ron perdió mis apuntes de Transformaciones dos meses antes del examen. No me encontraba cómoda en ningún lugar, salvo en el dormitorio, situado a unos metros del de Malfoy, y el baño, que nadie compartía. Allí dónde iba, las imágenes de lo sucedido años atrás se formaban nítidamente en mi cabeza. Las torturas, las muertes, los silencios que se escondían en aquel viejo pero lujoso caserón. Intentaba aparentar que todo estaba en orden, que iba a la perfección, pero la realidad era bien distinta. Yo misma fui torturada entre sus paredes, ¿cómo olvidar el sufrimiento, mi cuerpo convulsionando por el dolor, y nadie para ayudarme?

El entusiasmo que mostré en un principio por ser amiga de Narcisa Malfoy se fue disipando, dando paso a la tristeza y soledad. Porque admitámoslo, estaba completamente sola. Ginny aparecía por las noches, pero apenas intercambiábamos dos palabras cuando Malfoy venía para llevarme de vuelta a la mansión. Por supuesto, deseché el sincerarme con la señora Malfoy. Era una mujer culta e inteligente, con sus propias ideas sobre política, música e incluso historia mágica, pero jamás de los jamases le podía decir que me sentía miserable en su casa y la causa, cuando en teoría yo no era Hermione Granger y jamás había puesto un pie allí antes. Por no añadir que la verdad podría trastornarla y sumirla en un profundo pesar. No tenía tanta maldad como para ello.

Observé su túnica lavanda, el cabello rubio igualito que el de su hijo, cayendo libremente por la espalda. Llevaba un gracioso sombrero campestre, y guantes de piel de dragón enfundados en sus suaves manos. Me sentía ridícula vistiendo mis pantalones cortos caqui con una camiseta naranja. Todo en ella era perfecto, mientras que en mí era defectuoso por naturaleza. Lo mío era meter las narices en los libros, lo suyo oler los más exquisitos perfumes.

Desde mi llegada se había mostrado sumamente cortés, jamás me faltó el respeto ni habló mal de los hijos de muggles, así que me estaba cuestionando seriamente hasta qué punto ésta Narcisa tenía que ver con la mujer que conocí hace años, esa que se enfrentó a Azkaban e hizo lo imposible por salvar a su hijo del destino que Lucius le había ordenado con mano firme.

- Jean, querida – al oír la voz de Narcisa me sobresalté – Es mediodía, ¿deseas tomar un tentempié? Puedo ordenar zumo y algo de picar.

- Eso sería estupendo, señora Malfoy. Gracias.

Se sacudió la tierra, dejando una mancha pardusca en su túnica. Arrugó la nariz como una niña pequeña, no se podía negar que Narcisa Malfoy era verdaderamente hermosa, incluso de jardinera.

- Espérame unos minutos, subiré a ponerme algo más decente – y partió con paso firme rumbo a la mansión.

Cuando las puertas de la entrada se cerraron, volví de nuevo la atención a mi libro, releyendo las tres últimas páginas sin enterarme absolutamente de nada. No podía dejar de pensar en los diferentes que eran Malfoy y su madre. Mientras que ella hacía lo imposible para hacer mi estadía mucho más cómoda, él no se había dignado a dirigirme la palabra en estos cuatro días, sin contar las ocasiones en las que debíamos interactuar en la mesa o delante de Narcisa.

Sin embargo, no le era indiferente.

A pesar de que los primeros días me hizo parecer el fantasma de la casa, sin mencionarme o permanecer más de lo requerido en mi presencia, las cosas habían cambiado. La primera vez que me di cuenta fue tras mi salida de compras junto a Narcisa. Me había insistido en que le acompañara, y aunque me hubiese encantado negarme a ello, yo estaba allí para protegerla, así que me comuniqué con Ginny por el galeón del ED para que le echara un vistazo a la casa y también a Malfoy en mi ausencia.

Madame Savignon nos había recibido en su boutique, una pequeña tienda dónde te hacían los diseños a medida, muchos de ellos exclusivos, y pagabas una cantidad indecente por sus servicios. Pese a mis negaciones, Narcisa Malfoy acabó comprándome dos túnicas de gala, cinco de diario y varios conjuntos de estilo muggle de fiesta y sport. Gastó tres meses de mi sueldo en una sentada sin inmutarse. Admirable. A nuestro regreso, Malfoy estaba en el comedor leyendo El profeta. Aunque ambas le saludamos, él nos respondió con un gruñido hosco y continuó leyendo. Luego, cuando me marchaba a mi dormitorio con la excusa de probarme mis nuevas adquisiciones, noté un estremecimiento recorriendo mi columna vertebral. Me giré espontáneamente, y mis ojos se cruzaron con los de Malfoy, fijos en mí.

Esas miradas me habían seguido desde entonces de forma intermitente, en todos mis movimientos. Daba igual dónde me metiese, parecía que Malfoy siempre estaba allí cuando mi piel se volvía fría como el mármol y comenzaban a sudarme las manos. Me resultaba desconcertante e irritante a un mismo tiempo, pero él parecía totalmente satisfecho al comprobar lo que su escrutinio me provocaba. Mantenía, contra todo pronóstico, mutismo en mi presencia. Ni una sola vez dio muestras de querer hablar conmigo, simplemente intercambiábamos miradas, la mía reflejando incomodidad, la suya descarada y atrayente.

Había pasado tanto tiempo pensando en ello que me provocó pesadillas.

Bueno, no eran exactamente pesadillas, pero sí sueños un tanto subiditos de tono, dónde yo estaba desnudándome en mi dormitorio mientras unos ojos se reflejaban en el espejo de cuerpo entero que presidía la estancia. Nunca veía su rostro, ni sabía con certeza que era Malfoy. Sin embargo, los ojos siempre aparecían claramente nítidos: Eran grises como la plata. Lo peor era la sensación. Yo no estaba asustada, sino feliz de esa atención que me profesaba mi visitante. Era sumamente excitante. Cuando despertaba, lo hacía bañada en sudor y con la respiración entrecortada, mi corazón latiendo desenfrenado. También tenía miedo; miedo de que aquellos sueños, todos ellos parecidos, se convirtieran en realidad; o peor aún, que yo deseara hacerlos realidad.

- Granger.

Y ahí estaba mi pesadilla repetitiva, justo delante de mí, vistiendo unos sencillos pantalones de lino blanco a juego con su camisa como si llevara un Armani de alta costura. Maldito bastardo. Ojalá no le quedara tan bien, pensé, así al menos podría conservar un poco de dignidad y evitar a toda costa comérmelo con los ojos.

- ¿El señorito ha recapacitado y piensa que soy digna de sus palabras? – no se había esperado el recibimiento. Pude recomponer mi máscara de seriedad antes que de mi imaginación pasara a mayores.

- El señor –anunció, poniendo énfasis en el “señor” – sigue opinando que usted no da el corte para dirigirle la palabra. Sin embargo, por hoy haré una excepción.

- ¡Qué halago!

- Pues no te acostumbres – me sugirió, tomando asiento en la silla situada a mi izquierda.

- ¿Qué quieres, Malfoy?- Él ladeó la cabeza, removiéndose inquieto. Aquello no era típico de Mister Me Como el Mundo y Más - ¿Y bien?

- ¿Cómo te va con Narcisa?

La pregunta me hizo parpadear.

- ¿Narcisa?

- No me hagas repetirte cada una de mis palabras, Granger, no tengo paciencia con mis elfos, mucho menos contigo.

Ah, de nuevo volvía a ser el chico seguro que recordaba. Irritante como muchos, capullo integral como pocos. Único en su especie, y Merlín deseara que pronto extinguida.

- Tu madre es fantástica – le comenté, cerrando el libro para posar mi mirada en los rosales recién cortados, junto a las azaleas – ¿Cabe la posibilidad de que seas adoptado, Malfoy? Porque no veo similitud entre su carácter y el tuyo.

- ¿Tienes que siempre que ser tan cortante?

- ¿Y tú tan idiota? – frunció los labios, ensanchando las aletas de la nariz cuando inspiró airé. Luego, sonrió.

- Veo que tu cinismo se ha desarrollado.

- Aprendo rápido, Malfoy, sobretodo cuando vivo en casa del maestro.

Hizo un ruido seco, gutural, parecido al de un animal conteniendo todo su arsenal. Fijó sus ojos grises en los míos, calculadores, fríos y tremendamente hermosos. Porque lo eran, pese a su maldad contenida.

- No sabes nada de mí, Granger, y créeme cuando te digo que tampoco quieres saberlo.

Hubiera dicho que sí, pero ¿habría leído la mentira en mi cara? De repente me vino un flash del beso en la discoteca, ese beso que no me gustó, que sacudió mi mundo, no en ese momento, pero sí más tarde. ¿Un punto de inflexión? No, no, no. ¡Es malfoy, sólo Malfoy!

Intenté cambiar de tema.

- Lucius sigue sin aparecer. Las cosas se están tornando feas – la tensión desapareció de un bofetón. Malfoy se mostraba circunspecto.

- El sábado alguien morirá.

No lo quería decir en alto, pero todas las papeletas apuntaban hacia él.

- Tal vez no lo haga. A lo mejor cambia de idea y…

- ¿Decide atacar el Ministerio? – terminó por mí Malfoy, con un deje de impaciencia en su voz – No le des ideas, Granger. Intenta que tu mente siga entre libros. Lo tuyo no es la estrategia.

- ¿Querías hablarme de algo?

- Ah, cierto – concedió, y de nuevo me miró, solemne. Se mantuvo unos segundos en silencio, estudiándome – Madre quiere que te invite a cenar.

Si no fuera posible, creería que me iba a dar un paro cardíaco allí mismo. Mi temperatura corporal ascendió varios grados de repente, y sentí mis mejillas enrojecer, como una estúpida adolescente. Sin poder evitarlo me levanté del asiento, intentando poner distancia entre los dos.

- Deduzco entonces que te negaste – aventuré, de repente interesada en una rosa amarilla que aún no florecía pero que me ofrecía la oportunidad para estar de espaldas a él – ¿Y se puede saber porqué?

- Granger, creo que es evidente que tú y yo no somos compatibles. Tú eres fea, yo guapo, tú apestas a polvo de librero, yo a Jean Paul Gaultier. Es querer mezclar el poliéster con el terciopelo: Por mucho que lo intentes, el resultado es deplorable.

- ¡No me refería a eso! – bramé, girándome para enfrentarlo – Sino al hecho de que tu madre quiera que salgamos a cenar.

- Es culpa tuya – me informó, peinándose una ceja con parsimonia. Luego me clavó una mirada acerada – No hace falta saber legeremancia para leerte.

- ¿Disculpa?

- No, si yo te perdono – respondió, todo sarcasmo y lengua viperina – El caso aquí es que Narcisa no está muy por la labor de pasarlo por alto.

- ¡Por Griffyndor, Malfoy, habla de una vez en claro! Eres peor que un jeroglífico egipcio.

- Madre cree que estás triste. Piensa que salir a cenar te hará bien.

La confesión me golpeó fuerte, tanto que tuve que sujetarme a un árbol cercano para no darme de bruces y comer hierba recién cortada. Así que la señora Malfoy se había dado cuenta de mis pensamientos, de lo terriblemente incómoda que me sentía allí enclaustrada en la mansión, y había deducido que salir con su hijo iba a llenarme de aires nuevo, ver mi estadía de una forma totalmente diferente. La rabia dio paso a un cariño extremo por la mujer, haciéndome casi daño. Estaba realmente preocupada por mí, tanto que había buscado en su hijo, ese inepto que apenas me dirigía la palabra, la forma de aliviar mi sufrimiento.

- Yo… yo… - intenté decir algo, lo que fuese, pero estaba tan shockeada que por primera vez en mucho tiempo no tenía nada que objetar.

Quería salir a cenar con Malfoy tanto como raparme la cabeza, pero no podía tampoco cargar con el peso de tener a Narcisa preocupada por mí constantemente. Estaba en un dilema ético, ¿debía ser egoísta y mandar a la mierda a Malfoy, o por el contrario tragarme mi orgullo y salir con él? Lo último haría feliz a la señora Malfoy, tanto que quizá con un poco de entusiasmo fingido olvidara el tema. Si por el contrario me negaba, ella seguiría insistiendo hasta llegar al núcleo del conflicto, y eso le haría daño, mucho daño. Ni yo ni su hijo nos los perdonaríamos. Además, firmaría mi sentencia de muerte: Draco Malfoy me mataría antes que consentir que la verdad saliese a flote.

Yo había agachado la cabeza, pero vi por el rabillo del ojo cómo Malfoy se incorporaba de su asiento, las manos en los bolsillos con actitud arrogante, y se posicionó a mi lado, sin siquiera mirarme, sus ojos fijos en la lejanía. Su voz me sonó dura, distante y un tanto abrupta cuando habló:

- El Viernes, a las ocho y media, viste ropa muggle y, a ser posible, decente, Granger. No quiero que me dejes en evidencia.

- ¿Y a qué viene tanta seguridad? Aún no dije que sí.

- Pero lo harás – repuso, chasqueando la lengua – Eres una Griffyndor, amáis eso de ayudar a los demás, así que no perderás la oportunidad de satisfacer los deseos de Narcisa. Nos vemos el viernes, Granger.

Y dicho esto se marchó hacia la casa a grandes zancadas, sus zapatos pisando fuerte la hierba primorosamente cuidada. Yo alcé el rostro, observando su espalda ancha, enfundada en su camisa blanca.

- ¡Malfoy! – lo llamé. Y él me miró por encima del hombro, el ceño fruncido, los ojos llameantes - ¿Por qué lo haces?

Ladeó la cabeza, y los mechones rubios ocultaron parcialmente sus ojos, de un gris plata, bonito y letal a la vez. El bien y el mal en una sola mirada.

- Alguien dijo una vez que Draco Malfoy no tenía corazón – susurró, y tuve que esforzarme por escucharlo -. En parte, tiene razón. Yo dejé de existir en el momento que mi madre se entregó a la vulnerabilidad. Mi corazón le pertenece, Granger, y si salir a cenar contigo le hace feliz, lo haré, aunque tenga luego que vomitar la comida al llegar a casa y bañarme el desinfectante mágico. – ahora se giró completamente, mortalmente serio – No pienses en ningún momento que me preocupas, ni tú, ni tu absurda tristeza. En lo que a mí respecta, puedes hundirte en la miseria si te apetece.

- ¿Y porqué me espías a escondidas? – le interrogué, antes de que me diera cuenta de lo que decía – Creo que no eres tan frío como aparentas, Draco Malfoy, lo tuyo es pura fachada.

Él sonrió, y percibí, por primera vez, un atisbo de tristeza en su sonrisa.

- No intentes salvarme, Granger, porque ni puedes ni quiero que lo hagas. Quizá ese truco de mosquita muerta te sirva con tus tontos amiguitos, Comadreja y Potter, pero a mí no me va.- dio unos pasos hacia atrás, sin apartar sus ojos de los mío - Mi nombre es Draco Lucius Malfoy, un mago sangre pura y ex mortífago para más señas. En la historia, soy el chico malo.

Y antes de que pudiera responderle salió corriendo, sin saber exactamente de quién huía: Si de mí o de él mismo.

El viernes lo sabría.

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¿Qué os pareció? En el siguiente capítulo sabremos qué ocurre entre estos dos.

Se acepta de todo menos virus, así que ya sabéis ^^.

Besitos.

¡Nos leemos!