miércoles, 19 de agosto de 2009

El Contrato Capítulo 7


Voy a subir el capítulo siete para que cuando cuelgue el diez en fanfiction no estéis tan atrasadas acá en el blog, principalmente porque me parece injusto. Así que pondré los siguientes más rápido que de costumbre ^^.

Bueno, como nota personal, admitiré que éste puede que sea uno de mis capítulos favoritos junto al siguiente, que es el octavo. Tanto el siete como el ocho son, para mí, el verdadero comienzo de la historia, tanto para los personajes principales -Draco y Hermione- como para los secundarios.

Soy de la opinión -tal vez para mi desgracia- de que muchas veces una historia no llega a calar al lector sin un buen elenco de secundarios. Aparte, me gusta que tengan una personalidad definida, sus propias historias, y que no todo gire alrededor de los protagonistas. Es por eso de que, a partir de éste capítulo, el fic es narrado de forma diferente. Se utilizará la primera persona tanto para hablar de Draco como de Hermione, pero para el resto de personajes se utilizará la tercera persona, y se avisará al principio de quién tratará.

Puede que os parezca un poco lío al principio, pero con suerte no me mataréis ^^. Recordad que sino no podréis saber el final de la historia, ¿si? XDD

Como cada una de mis historias, y cada uno de mis capítulos, siempre hay una dedicatoria.

A mi gran amiga Elianela, porque sin ella yo no soy nada, y porque gracias a ella, todavía creo que la amistad puede existir a través de una pantalla de ordenador. Te quiero, mi pequeña Ravenclaw.

Y ahora, ¡a leer!

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Tras la Fiesta del Chivo (Primera Parte): Capítulo 7

PVO Draco

Aún mantenía los ojos cerrados a pesar de que estaba despierto. Continuaba en la misma posición hacía media hora, pero era imposible que mi cuerpo resistiera una sacudida sin que vomitara o todo me diera vueltas, así que opté por permanecer allí tumbado, con las cortinas corridas e intentando recordar qué demonios había sucedido aquella noche, porque no recordaba casi nada. Fruncí el ceño y me mantuve estático por varios segundos más, rígido, haciendo que mi cerebrito de Slytherin aventajado diera todo de sí para encontrarme con algo clave, y así averiguar cómo demonios llegué a mi casa dolorido y con un resacón que marcaría récords de por vida.

Pensemos.

A mi mente regresaban imágenes como flashes centelleantes, pero no sacaba nada en claro con eso: El McDonalds, hamburguesas, Astoria y Daphne yéndose, Pansy, Zabinni, el club gay, la música, la coronación de algo, aplausos… y luego un golpe, y otro y otro más, todos cubiertos de un suave aroma que me recordaba a mi infancia.

Vainilla.

Hacía años que aquel episodio estaba confinado con mutismo en el desván de mi frío e insensible corazón, por ser el recuerdo más satisfactorio de toda mi infancia y mi pequeña y confidencial debilidad. Sí, ahora que mi muerte anda más cerca debido a este incesante y tortuoso dolor de cabeza lo admitiré: Soy un adicto a todo lo que contiene vainilla. Sé que suena estúpido, sobretodo teniendo en cuenta que yo, Draco Malfoy, soy un ser bastante malvado porque puedo, arrogante a mucha honra y guapo hasta límites insospechados.

Vale, podéis agregar el adjetivo ególatra si os apetece, lo veo justo y para nada peyorativo.

Pero no nos desviemos del tema principal, que es mi obsesión por el mencionado aroma. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Toda la culpa -y ojo, que no soy de los que culpan a los demás como San Potter, solo saco mi lado victimista si algo no me sale como yo deseo, nada más - la tiene mi progenitora, Narcissa Malfoy, y su afán por prohibirme desde mi más tierna -¿tierna?- infancia que comiese del bote de galletas de la cocina, destinado únicamente a satisfacer los exquisitos paladares de sus amiguitas cotorras y aristocráticas.

Las galletas son alimentos femeninos, Draco, si las comes te vuelves un renegado.

Esas eran palabras de mi padre, y como tales pasaban a la posteridad por los siglos de los siglos. Amén.

Por “Renegado” en el diccionario de Lucius Malfoy se entiende maricón, mariquita, mariconcete, homosexual, gay, trucha, de la otra acera,y toda palabra malsonante que podáis imaginar -por ejemplo, Potter o Weasley-. Como comprenderéis a mis nueves años eso a mí me importaba una soberana mierda, para que nos vamos a engañar; y por otra parte, yo estaba seguro al cien por cien que no era gay; para remitirnos a las pruebas solo diré que cierta parte de mi cuerpo aumentaba considerablemente de tamaño tan solo observando a la hija de los Clearwater tomando el sol en mi piscina durante los veranos -ya la imaginación se encargaba del resto-. Pero ese pequeño detalle preferí omitirlo con el fin de que mi padre no me calificara de pervertido sexual a tan temprana edad.

No me avergüenza admitir que soy un ser de costumbres fijas y caprichoso hasta lo inconcebible; total, otros magos que conozco pertenecieron a Hufflepuff y se vanaglorian de ello, así que no veo inconveniente en dar cuenta de mi ambición. Por todo ello, yo veía aquel bote de galletas en la despensa como un trofeo inigualable, algo que debía -tenía- que conseguir aunque fuera por caminos oscuros.

Mi madre se negaba una y otra vez, escudándose en que mi padre veía aquella debilidad como algo “indigno de un Malfoy”. Lloré desesperadamente en mi dormitorio -tampoco era plan de hacerlo delante de mis padres y llevarme un castigo de regalo por mi insolencia o fragilidad- , grité y pataleé con toda la insistencia que pude lograr a mis nueve años, pero nada de ello dio resultado.

Ante tal panorama desolador decidí tomar medidas urgentes y paliar mis deseos.

Una tarde di con la forma de conseguir mi trofeo sin que mis padres repararan en ello. Después de tomar el té en el salón, me dirigí con premura a mi dormitorio y dibujé una galleta en un trozo de pergamino.

Era grande -todo lo es a ojos de un niño-, de colores, y se asemejaba en demasía a la que el bote de mis pesadillas tenía decorando una de sus bases. A hurtadillas y sin ser visto entré en el dormitorio de mis padres, me hice con la varita de mi madre y hechicé como buenamente pude aquel trozo de pergamino -y ahora caigo, también obligué a Niny a que me ayudara con su magia bajo pena de entregarle un calcetín, pero esa parte no hace falta comentarla ¿verdad?-, haciendo que adquiriera el ansiado aroma vainillado de las galletas escondidas en la despensa.

Ese pergamino me siguió hasta Hogwarts, y hoy en día descansa en mi baúl oculto bajo llave y maldiciones en una de las esquinas de mi dormitorio. Hace años que no duermo con ese pergamino bajo la almohada -antes lo hacía siempre, o casi-, y supongo que tampoco mantendrá el olor tan preciado de antaño, pero no me importa en absoluto.

Ese dibujo conserva en una mezcla de tinta, magia y pergamino el niño inocente que una vez quise ser y nunca fui. Una probabilidad de cambiar que, evidentemente, jamás se dio. Pero el aroma a vainilla continúa persiguiendo en mis pesadillas, convirtiéndose en mi obsesión por encima de todas las cosas. Para la eternidad.

Ahora que recuerdo, era Hermione Granger la persona que exudaba vainilla por cada poro de su inmundo cuerpo en aquella discoteca de muggles.

Pues vaya mierda.

Un rayo de sol se coló entre los gruesos cortinajes, y me di la vuelta con fastidio para evitar que me rozara, sin intentar aún incorporarme de la cama. Metí la mano debajo de los almohadones, coloqué una pierna por encima -entre el bulto de sábanas de lino egipcio- y volví a hundir mi rostro entre los mullidos cojines. El contacto con la tela me hizo gritar de agonía.

- ¡Joder! - me levanté de un salto, llevándome una mano al cuello y observando la almohada con aprensión. Allí, con ojos rojos y gesto que declaraba sobre todas las cosas posibles su mal humor, había un cangrejo de fuego que soltaba chispas por la cola.

Conocía a ese animal, y también a su propietario.

- Buen chico, Stewie ¡vas mejorando! Ese ataque fue fabuloso - sentado en mi butacón preferido con las piernas cruzadas y semblante serio se encontraba, sin lugar a dudas, el dueño de aquella cosa maldita.

Perdón, la dueña.

- ¡PANSY!

- Draco - una sonrisa burlona bailaba sobre sus labios, apenas maquillados - Llevo una hora esperando que te dignes a levantarte de la cama - sus ojos azules se detuvieron en su cangrejo de fuego - Stewie tuvo a amabilidad de sacarte del letargo por mí ¡es que éste butacón es tan cómodo que no quería ni moverme!

Señalé al animal con dedos temblorosos. Si Pansy no fuera una chica ahora estaría muerta.

- Sácalo de ahí, ahora - le ordené, y ella frunció la boca, protestando - Esas sábanas costaron una fortuna, Parkinson, ¡son importadas de El Cairo!

La aludida chasqueó la lengua reprobatoriamente, pero obedeció y metió a la “cosa” en una especie de jaula encantada. Dejó al animal en el suelo y luego me observó de arriba a bajo, divertida.

- Cariño, a mí no me importa que te exhibas desnudo, pero no creo que a Astoria le parezca apropiado que andes en cueros delante de alguien como yo.

- Ah.

Alcancé el revoltijo de sábanas y me las lié con presteza a la cintura, aunque bueno, luego me di cuenta de que era una idiotez; después de todo, Pansy y yo habíamos compartido más que palabritas tontas en una cama, así que no era la primera vez que nos encontrábamos en una situación, llamémosle embarazosa.

- Sigues tan dotado como siempre, querido -admitió ella. Dando una vuelta a mi alrededor para observarme desde diferentes perspectivas - Astoria debe estar contentísima de tenerte en el lecho.

Anda, dime algo que no sepa.

- ¿A qué has venido, Pansy? - pregunté, tomando asiento en el butacón que minutos antes había ocupado - No creo que estés aquí para hablar de mis relaciones sexuales o polvos mañaneros.

- Cierto - concedió ella, y por primera vez desde su llegada parecía dudar - Yo… he venido a ver cómo te encontrabas.

- Bien - respondí - ¿por qué preguntas?

Me llevé una mano a la cabeza, intentado evitar por todos los medios echarle cuentas a la terrible jaqueca que martilleaba incesantemente; cuando aquello sucedió, mis manos dieron con unas formas que antes no había notado… más bien que nunca habían pertenecido a mi cara ¿qué era eso? Miré a Pansy, que me observaba impasible, y luego corrí hacia el baño.

¡AH!

Estaba claro que hoy me había levantado con el Grim encima o a la vuelta de la esquina.

Mi cabeza ya no era una cabeza, sino una enorme calabaza con pelo rubio y ojos grises que se miraba a sí misma, espantada, a través del espejo. ¿Dónde estaba mi belleza, mi sonrisa, mi rostro anguloso?

¡Coño, pero si mi piel era naranja! Ahora sí que podían clamar a los cuatro vientos que tenía un color saludable y no la palidez que siempre reverberaban como enfermiza aquellos estúpidos magos del Ministerio. De todos modos yo era una calabaza, ¡una calabaza! Parecía una hortaliza ultrajada que tenía metido en el culo dilatado el cráneo de un ser humano.

Genial. Draco Malfoy, alias “La Calabaza Ultrajada“.

- Tú no lo recuerdas, pero ayer fuiste un nene muy malo y hubo que castigarte - Pansy permanecía apoyada en el marco de la puerta, cruzada de brazos y observándome a través del espejo. Sentí la ira bullendo desde mi interior. Eso no iba a quedar así.

- ¿Fuiste tú? - inquirí, pero ella negó con la cabeza y se abstuvo de hacer declaraciones. Vale, no sabía quién pero alguien iba a pagar por el atrevimiento tarde o temprano.

- La primera lección que debiste aprender, Draco, es que un Malfoy obtiene lo que quiere… siempre que no sea la novia de tu mejor amigo.

Click-clack, ahora sí que todo encajaba.

Un escenario, aplausos, coronas, brillo, multitud, más aplausos, Granger… su aliento, su nariz apestando a pergaminos y tinta.

Un beso.

- Joder - murmuré; observé que Pansy se acercaba hasta a mí, palmeándome el hombro con delicadeza.

- Vamos, no es tan grave - me consoló. Claro, como ella no era ahora una calabaza violada no le daba importancia. - Al menos, Blaise no te lanzó la llama de fuego que tenía preparada para que no tuvieras mini Dracos. El Melofors es lo menos que te merecías.

Zabinni… ese traidor iba a saber quién era yo, bueno, cuando volviera a mi estado natural de hermosura inimitable.

¡Por Salazar, aquello era denigrante! ¿Cómo había sido capaz de besar a Granger estando en mis cabales? Bueno, estaba borracho, y feliz, y me sentía libre… eufórico… ey, un momento ¿eufórico? Yo nunca estoy eufórico. Soy serio, socarrón, malvado y cruel ¿qué hacen esas palabras formando parte de mi ser? Algo estaba mal.

- ¿Pansy?

- Dime.

- ¿Tienes algo que contarme?

- ¿YO? - dio unos pasos hacia atrás, acongojada de repente - Nada, ¿por?

¡Maldita Slytherin de los cojones, amigas para esto! Si ya lo decía mi padre, nunca confíes en ellas porque tienen la maldad de un hombre y el saber de una mujer. Me di la vuelta para encararla, intentando aparentar una calma que en aquellos momentos se me escapaba de las manos.

- Sí, vale, lo admito - confesó, sonriendo tímidamente - ¡Solo fueron unas gotas de poción, Draco! - colocó un dedo en la barbilla, y luego se rascó la sien, reflexiva - Bueno, quizás la botella entera - y agregó, antes de que yo pudiera acusarla de algo - ¡Pero estabas siendo un aguafiestas, debías animarte!

- ¡Pues haberme invitado a whisky de fuego Pansy! - rugí, deseando ahogarla con mis propias manos - ¡Soy una calabaza! ¿Ves algo bueno en ello?

- Al menos tendrás un disfraz para Halloween, ¡la diadema de Miss Universo te irá perfecta!

Prefería hacer como que no la había escuchado.

No podía creerlo, ¡Una sangre sucia! ¡había besado a una sangre sucia y todo por su aroma a vainilla!

¡Merlín!, iba a tener que arreglar todo eso inmediatamente… pero antes debía lavarme concienzudamente los dientes con desinfectante mágico, quién sabe si eso de la suciedad en la sangre se contagia.

****

La resaca de Nott

Theodore Nott estaba bastante incómodo, y eso aumentaba tanto su dolor de cabeza como su mal humor. Aunque parezca raro, él también tenía su carácter, pero en contadas ocasiones salía a relucir; sin embargo, todos salían corriendo despavoridos cuando “el gran oso” -apodo que Zabinni le había puesto en sexto y él conservaba a su pesar- hacía acto de presencia entre los comensales. Por eso siempre que podían Blaise, Draco y Pansy intentaban no incentivar dichos factores; a saber:

Factor A: Dormir. Theodore se llamaba de segundo nombre Marmota y no podía subsistir en el mundo de los vivos sin haber visitado el de los sueños primero. En Hogwarts se acostaba nada más anochecer, pero llegaba a desayunar el último y nadie se molestaba en preguntar qué o quién lo había entretenido, porque ya conocían la respuesta. Su nombre, era Cama. La más fiel de mis mujeres aseguraba entre bostezos al dirigirse a su encuentro por las escaleras de las mazmorras.

Facto B: La comida. No es que Theodore Nott fuera famélico, simplemente se arrastraba a las cocinas cada dos horas en busca de alimento como un niño tercer mundista porque, aseveraba entre sollozos a los elfos, necesitaba más azúcar que el resto para que su cerebro rindiera lo justo y necesario; de ese modo no restaría puntos a su casa -sino haber quién aguantaba a Pansy en su estado Banshee- y no dormiría en clase, a excepción de Historia de la Magia.

Factor C: Su mundo. A Nott le encantaba soñar despierto, dormido o cogiendo apuntes en Pociones con Snape, y lo que más le fastidiaba es que lo sacaran de ellos justo en el momento menos oportuno -como cuando Draco Malfoy chasqueó los dedos y no pudo matar al dragón chino para rescatar a la princesa sin rostro de la torre. Estuvo sin hablarle dos semanas enteras.- Así que cuando Theodore Nott hacía caer levemente sus párpados, entornaba los ojos y miraba más de cinco minutos un lugar fijo de la estancia, simplemente se resignaban y lo dejaban solo, aparcado a un lado como un mobiliario más de la sala. En fin, había cosas peores ¿o no?

Factor D: La incomodidad. No soportaba un lugar donde permaneciera obligado, ni tampoco a nadie que lo obligara. Como ser humano que se consideraba, Theodore Nott era libre, y le gustaba ejercer esa libertad a su manera, para bien o para mal, pero siempre a su forma. Por eso en cuanto acabó la maldita guerra y su padre fue encarcelado vendió la casa y se marchó. Nunca soportó que su padre lo metiera de lleno en una guerra que no era la suya, y por algo que para su modo de ver la vida no tenía importancia. Debido a eso, y contra todo pronóstico, aunque Draco se inició a su pesar, él no llegaría nunca a tatuarse la maldita marca que lo identificaba como Mortífago. Aquello desestabilizó por completo los cimientos de su pequeña familia.

Su madre había muerto hacía ya bastantes años, y su hermana mayor, Diandra, había contraído matrimonio un año antes de la caída del Señor Tenebroso con un chico búlgaro y vivían en la capital. Mantenían el contacto de vez en cuando -había que guardar las apariencias ante todo, le decía a Theo en cada carta o visita esporádica-, y sabía que aunque su hermana no lo dijera en alto, él no era bienvenido a esa casa por considerarlo un traidor -al fin y al cabo lo era, pues se había negado en rotundo a tatuarse la marca tenebrosa-.

Así que como único heredero de la fortuna Nott vendió su casa, algunos enseres, y se fue a vivir al Valle de Godric -irónico ¿verdad?-. Lo único que conservó de su vida anterior era la pequeña empresa de su madre, que se dedicaba a organizar eventos mágicos para el Ministerio de Magia. Cuando su padre fue besado por un dementor por accidente-tan solo hacía año y medio de eso-, supo que toda sus pesadillas habían desaparecido.

Como veréis, ninguno de los factores estaba subsanado -apenas había dormido, tenía hambre, sueño y estaba tumbado sobre algo duro y para nada cómodo- así que Theodore Nott no es que estuviera enfadado, simplemente se encontraba furioso.

Y hablando de encontrase…¿Dónde diablos estaba?

Abrió los ojos con lentitud, manteniendo el ceño fruncido, y nada más hacerlo deseó cerrarlos de por vida.

No, aquello definitivamente no se podía considerar salón, ni habitación, o estancia… en resumidas cuentas, eso era un sacrilegio a los sentidos. Todo en aquel lugar estaba cubierto de objetos extraños, jaulas de animales nunca visos antes, volúmenes de plantas, manuales de veterinaria mágicos y muggles. Los muros eran turquesa intenso, y el suelo forrado de baldosas brillantes en tonos amarillos. Cuadros de variada fauna decoraban el lugar, y Theo reconoció a un Kneazle, un unicornio y a un grupo de doxys.

Se incorporó lentamente, con el cabello alborotado y refregándose los ojos con insistencia. Por Agripa, sea quién fuera el dueño de esa casa tenía cierta alergia al buen gusto, eso estaba claro. Nada más hacer el primer movimiento algo chirrió bajo él, y comprobó que se encontraba tumbado en un sofá turquesa y amarillo de charol reluciente de una dudosa calidad.

- ¡Qué demonios…!

- Hola, ¿dormiste bien? - una cabeza pequeña con una gran mata rubia y engreñada se asomaba tímidamente por la puerta.

La piel clara parecía traslúcida a la luz de la mañana y Theo pensó que esos ojazos azules eran demasiado grandes para un rostro tan diminuto, pues le daba un aire constante de psicópata y despistada. No conocía de nada a esa chica, o al menos eso pensaba ¿qué hacía entonces ahí, con ella?

- Es mi casa - la observó detenidamente, ¿sabría legeremancia? - Supongo que te preguntarás cómo llegaste aquí ¿cierto? - sonrió, y Theo le devolvió una sonrisa forzada - Has tenido suerte, no fuiste atacado por los Kuxies Invisibles, en ésta época del año son muy comunes y te drenan toda la sangre. Mi padre intentó dar con uno, pero nunca lo ha conseguido.

Un momento, ¿se está quedando conmigo o me está hablando en serio?. Con ésa cara quién sabe, puede ser cualquier cosa. Desde una hechicera despiadada hasta la bruja más tonta.

- Me llamo Theoodore Nott - se presentó, levantándose del sofá y tendiéndole la mano, que ella estrechó brevemente.

- Lo sé, fuimos juntos a Hogwarts. Soy Luna Loveggod.

- Pues no me suenas - confesó aturdido, resistiendo las ganas de cortarse la cabeza para acabar con el dolor.

- Tal vez me conociste por Lunática.

Claro, la loca de Ravenclaw.

Ahora sí que la tenía en mente. Theo vislumbró fugazmente en su cabeza a una niña con zanahorias en las orejas, colgando carteles por toda la escuela porque constantemente le escondían sus pertenencias curiosamente el último día de clase, y quería que se las devolvieran. Sí, definitivamente era ella, con más años, menos loca y más hortera.

Nott observó que vestía a lo muggle, con unos vaqueros gastados, una camiseta amarilla - no sabía por qué pero estaba empezando a odiar ese color- y, como mención especial esas pantuflas de dragones peculiarmente rosas que expulsaba chispas rojas de sus fauces abiertas.

- Bonitas zapatillas - se burló, aunque sabía que dentro de dos horas pasado su mal genio se arrepentiría.

- Lo sé -admitió Luna Lovegood, que parecía no haber reparado en el tono jocoso empleado por el mago - Sin embargo, yo debo de admitir que tu atuendo es bastante divertido.

- ¿Disculpa?

- A mi me da igual, pero esos pantalones de terciopelo rosa y la boa morada no me las imaginaba nunca en posesión de un Slytherin ¿eres un transexual?.

- ¿Un qué? - preguntó Theodore Nott, consternado ante tanta labia para la sinceridad. Luego reparó en su atuendo, aquel con el que se había disfrazado para la fiesta del club muggle. Bueno, dedujo molesto, era comprensible su confusión. Pero no iba a achantarse delante de nadie, y mucho menos de una desconocida, por más que dijera que se conocían de Hogwarts - Esto es un nuevo modelo de Madame Malkin - mintió - Dicen que es el último grito.

- Sí, -concedió ella, sin desdibujar la dulce sonrisa de su rostro - Yo también gritaría si me vistiera con eso.

- Oye, - se defendió Nott - que es ropa muggle.

Luna Lovegood parpadeó varias veces pero no respondió. A Theo le recordó a un búho albino que había pertenecido a su hermana llamado Lux.

- ¿Quieres desayunar? - le interrogó, y Nott asintió con ojos brillantes ¡comida! Por fin algo que iba a mitigar su malestar.

- ¡Muero de hambre! - exclamó, relamiéndose los labios con gula mientras su mente imaginaba una enorme montaña de tortitas, cereales y mermelada por doquier.

- Sígueme - lo apremió Luna, y salió por la puerta sin esperarlo.

Un pequeño pasillo pintado de naranja lo llevó hasta una cocina, decorada con más cuadros de animales. Los muebles eran amarillos, y las paredes de un rojo escarlata que a Nott casi le hizo pedir a gritos un decorador con urgencia. Tomó asiento en la barra americana y esperó a que Luna le sirviera el suculento desayuno, pero de nuevo aquella rubia con cara fantasmagórica lo dejó pasmado.

Frente a él puso un plato con algo verde que parecía moho, acompañado con un líquido morado, pan integral y frutas silvestres-naranja, plátano, fresas, cerezas-. Los ojos oscuros de Nott miraron con espanto a Luna, que parecía haber tomado tres botellas de Felix Felicis de un solo golpe.

- Espero que te guste el queso envejecido - murmuró ella, sentándose a su lado y dispuesta a tragarse aquella cosa que Nott se imaginó pronto saldría corriendo por patas del plato. Su mirada iba de la chica a la comida alternativamente, sin saber cuál de las dos estaba más fuera de lugar en ese mundo y en ésa cocina.

- ¿Y las tontitas, la mermelada, el arenque ahumado? -saltó disparado hacia los primeros estantes que encontró en su camino, como si la vida dependiera de ello - ¿Dónde metiste el zumo de calabaza?

- Suelo desayunar en una cafetería cercana al Ministerio de magia y siempre pido esas cosas - Luna apoyó la cabeza en una mano, soñadora, sin reparar en los movimientos cada vez más anhelantes de Theo - Así que dedico el fin de semana a depurar.

- ¿Depurar? - le interrogó, sacando la cabeza de un mueble de la cocina - A eso que tú haces se le podría llamar perfectamente suicidio con alevosía, Lovegood.

- Es queso envejecido - volvió a corroborar la bruja con voz ausente, suspirando.

- Más bien putrefacto.

- Eres un quejica - Luna frunció el ceño por primera vez - Si comes continuamente todo esos alimentos el cuerpo se resiente, por ello debemos evitar la ingesta de carne, pescado y derivados. Hay que alimentarse adecuadamente.

- Tú lo que quieres es matarme de hambre - replicó Nott, dándose por vencido en su búsqueda por algo comestible en aquella casa de locos - Joder, ¡tengo hambre!

- Pues come.

- ¡Pero es queso putrefacto!

- Envejecido - recalcó de nuevo Luna, impasible.

- ¡Lo que sea!

Theo se cruzó de brazos, mascullando por lo bajo palabras inapropiadas para esas horas de la mañana. Observó a Luna con detenimiento tragarse la dichosa cosa verdosa con fervor. No era la primera vez que se encontraba frente a una maniática de la alimentación.

Sin ir más lejos Diandra, su propia hermana, era una adicta a las pociones para adelgazar y dudosas hierbas que conseguía de contrabando en el callejón Diagon. Pero lo de Lovegodd era diferente, pues su hermana comía de todo y luego adelgazaba a base de pastillas. Sin embargo, Luna Lovegood no utilizaba pastillas -aunque es una caja de sorpresas- simplemente ingería alimentos tan extravagantes como ella.

Luna por su parte comía tranquilamente su delicioso queso envejecido, siguiendo por el rabillo del ojo los bufidos y resoplidos calculados que Nott soltaba de vez en cuando para llamar su atención. Ella, evidentemente, no le hacía ni caso.

En Hogwarts estaba acostumbrada a que todos sus compañeros de casa -y algunos que no lo eran, la verdad- le incomodaran hasta el extremo, pero ella jamás había perdido la calma. Por lo tanto ¿qué diferencia había entre aquellos chicos insolentes y Nott? Ninguna, por supuesto, salvo que ahora no estaban en la escuela, sino en su propia casa, -mi terreno- y estaba encantada de llevar la voz cantante. Era una experiencia nueva y a la que se podía acostumbrar. Siempre era Luna la que acababa fastidiada, la que perdía sus cosas o tomaban por loca. Bien, ahora los roles estaban cambiados.

- Necesito azúcar - Theodore Nott mantenía la cabeza apoyada en la mesa alta, con su mirada oscura fija en Luna Lovegood, que en aquellos instantes se metía un trozo de pan integral en la boca - No soy persona sin mi dosis de glucosa diaria.

- Tengo una tableta de chocolate en el bolso - las palabras hicieron el efecto deseado en Theo, que levantó el rostro como un resorte y la miró con ojos esperanzados - Está ahí, junto a la fuente.

Le señaló una de las esquinas de la cocina, y ahí efectivamente descansaba el preciado tesoro. La voz de Luna le tomó desprevenido justo cuando la solapa del bolso se abría para él con manos temblorosas.

- ¿Qué estás haciendo? - le interrogó, alzando una ceja y parando en seco el movimiento del muchacho.

- Te robo algo de maquillaje para retocarme en el baño - ironizó, resoplando con fastidio - ¿No has dicho que tienes chocolate en el bolso?

- Y así es - admitió, sin mostrar debilidad ante su mal humor - Pero no te di permiso para que la cogieras, mucho menos para comértela.

- ¡Pero necesito azúcar! - exclamó Theo, perdiendo la paciencia que le quedaba - Glucosa, grasas, golosinas ¡cualquier cosa, de verdad, cualquier cosa!

- Entonces gánatelo - Luna alzó su mano pálida y le quitó una pluma morada que tenía enredada entre los cabellos negros - Estás en mi casa, y desde que has despertado no has sido muy simpático conmigo, a pesar de que te recogí de la calle cuando te desmayaste a causa de tu descomunal nivel de alcohol en sangre. Creo que, al menos, me merezco un poco de respeto. Con un “Gracias” podría conformarme pese a todo, sé que los Sytherin no estáis acostumbrados.

Mierda. La niña extravagante tiene razón.

Y tanto que la tenía, pensó para sus adentros. No recordaba nada de lo que había pasado, pero su tono de voz, tan firme, suave y seguro le hizo ver que no mentía en absoluto. Así que ella se encargó de él cuando todos sus amigos se quitaron de en medio. Se había comportado como un perfecto gilipollas, y mientras Luna Lovegood sin apenas conocerle le había preparado un desayuno -asqueroso, pero al fin y al cabo desayuno- él le había respondido con improperios, frases hirientes y cinismo a borbotones. El mal humor con el que se levantó le había jugado una mala pasada, sobretodo a ella, ya que fue con la que pagó su furia y malestar.

No se lo merece.

- Tienes razón - concedió a duras penas, no estaba acostumbrado a dar su brazo a torcer frente a desconocidos - He descargado mi malhumor contigo y creo que he sido un poco… - ladeó la cabeza, intentando buscar una palabra adecuada que no lo dejara por los suelos.

- ¿Idiota?

- Idiota estará bien, sí - confirmó a regañadientes, y le sostuvo la mirada azul a Luna, que permanecía estática en su sitio frente al queso envejecido y el bol de frutas a medio comer - Es que cuando no duermo tengo un carácter de cojones.

-Eso es cierto. No sé, ¿cómo se llama ese ogro verde que Hermione menciona tantas veces porque es muy bruto? - se recogió el pelo con el tenedor distraídamente, frunciendo el ceño para pensar. Unos mechones se escaparon del recogido cuando pegó un bote del asiento - ¡Ah, Shrek!

- ¿Shrek? - preguntó, poniendo cara de asco.

- Hermione me llevó a ver una vez a verla, y éste ogro conoce a un burro al que trata muy mal, pero luego se hacen amigos

- Un momento - la detuvo, aguantando la risa - ¿a dónde quieres llegar?

- A que tú eres Shrek y yo el burro.

- ¿Te estás comparando con… un … burro? - qué mujer más extravagante, nadie en su sano juicio se compararía con un animal.

- Lo tuyo es peor, eres un ogro verde, gordo y al que le encanta el barro.

- ¡A mi no me gusta el barro!

- Lo sé - admitió Luna, sonriente - Pero te encanta el terciopelo y las plumas ¿a qué si?

Theo frunció los labios y evadió su mirada ¡le había llamado ogro, transexual, idiota y todo en un mismo día! ¡Nadie le había insultado tantas veces y había salido indemne de ello! Sin embargo Luna estaba ahí, sin un solo arañazo y para su sorpresa lo miraba sin rubor en sus mejillas pálidas, ni terror en sus ojos enormes de un azul acuoso ni… ni nada. En definitiva no le tenía miedo al oso de Slytherin, al misterioso Shrek. Lo trataba como a un igual, algo que jamás lo había experimentado fuera de su casa y sus amigos.

- Podríamos empezar de nuevo - aventuró Luna, tendiéndole una mano que estaba machada con el jugo de las fresas y carraspeando con teatralidad- Me llamo Luna, Lunática Lovegood.

- Theodore Nott, alias “El ogro verde, bruto y lleno de barro Shrek”

Se observaron unos segundos, como si se acabaran de descubrir. Luna se incorporó de su asiento, fue hacia el bolso y sacó una tableta de chocolate que le ofreció a Nott, extasiado por el regalo.

- ¿Sabes? - le preguntó a Luna, que negó con la cabeza - Creo que éste es el comienzo de una larga amistad.

- No lo dudo - respondió, viendo como Theo desechaba el papel sin miramientos y se metía dos onzas de chocolate con avellanas y caramelo en la boca.

Bueno, tampoco es tan loca como imaginaba, solo un poco desfasada.

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PVO Hermione Granger.

Tan pronto como desperté fui a casa de Harry para ver cómo se encontraba. Aún le quedaban siete días más de baja para ir a trabajar al Ministerio, y a pesar de que fui durante la semana, me sentía culpable por haberlo tenido tan abandonado los últimos días. Nada más llegar a Grimauld Place me fijé de que Harry no estaba solo, junto a él y sentados en el sofá estaban Ron, Ginny y una maternal Molly Weasley, que intentaba por todos los medios darle de comer a Harry como si fuera un niño pequeño.

- Aquí viene la escoba, Harry, querido… ¡a ver como marca el gol! ¡Muy bien, otro tanto para Gryffidor! - le repetía la mujer una y otra vez, ante la mirada insidiosa de Ron y las carcajadas de Ginny; carraspeé ahogando mi risa, y repararon en mi llegada - Ah, hola Hermione.

Mi relación con Molly Weasley tenía más altibajos que la peor de las montañas rusas. Cuando Ron me dejó, inmediatamente se posicionó en mi casa para consolarme, tachando a su hijo de maleducado, zoquete, e inmaduro. Ahora, años después, salió a la luz mi supuesto “noviazgo” con Blaise. Ella nuevamente hizo acto de presencia en mi casa vía chimenea, profiriendo duras palabras contra mi persona, mi cerebro y rencores del pasado.

Por mucho que me pesara, comprendía a la perfección la aprensión que suscitaba en la señora Weasley la presencia de Zabinni en mi vida. Había perdido un hijo en la batalla, y aunque fue ella misma la que venció a la causante de la muerte de Fred -esa perra de Bellatrix Lestrange- su odio hacia los mortífagos fue aumentando conforme la paz iba llegando al mundo mágico.

Solo imaginar que mi hijo muere a manos de unos seres como ésos, saber que nunca lo recuperaré, que no podrá reír, ni llorar, ni vivir una vida como todos los demás se me hace cuesta arriba. Yo no soy madre, pero ese amor es una fuente inagotable.

Por eso cuando vi a la señora Weasley no pude más que agachar la cabeza y esperar el insulto que me merecía por traicionarla; sin embargo no lo hizo. Salió de la habitación sin decir nada y se dirigió rumbo a la cocina, dejando tras de sí un sonoro portazo en clara advertencia.

- Me odia - murmuré, tomando asiento en un sillón con orejeras en tonos oscuros.

- No se lo tengas en cuenta - me consoló Ginny - Ya se le pasará.

- Sí - intervino Ron, tomando un sorbo de café - En diez años te volverá dirigir la palabra.

Ginny le profirió un golpe en la nuca y Ron se quejó, pero no dijo nada más.

- Bueno, ¿cómo te encuentras hoy, Harry? - prefería cambiar de tema y evadir lo máximo posible una discusión delante del convaleciente.

- Mucho mejor, aunque me aburro bastante aquí - echó un vistazo a la casa, que parecía otra desde que Harry había optado por trasladarse a ella cuando terminó Hogwarts - Quiero volver cuanto antes al trabajo.

- Tío, no tengas prisa - le reclamó Ron, palmeándole el brazo - Yo me estoy encargando de las misiones, además, sabes que no hay nada nuevo desde la redada en Alemania.

- Lo sé, pero aún así necesito tener la mente ocupada - replicó Harry, a la vez que sacaba de su túnica un bote con una pelota flotando en él del tamaño de una snitch - Por cierto, ¿te he enseñado mi ex huevo, Hermione? Nos estamos haciendo grandes amigos.

- Podría haber vivido sin ello - puse los ojos en blanco, apartando la mirada de aquella cosa inmediatamente.

- Le cuento relatos de mis aventuras, - continuó Harry, ajeno al rostro hastiado de Ginny- de todo lo que vivió conmigo mientras él permanecía oculto en mis calzoncillos - su barbilla temblaba, y parecía que iba a echarse a llorar - Nos echamos de menos mutuamente. A veces creo que lo escucho lamentarse ahí metido entre tanto líquido… es un sitio nuevo para él y no se acostumbra, me parece que echa de menos la calidez de mi vello.

- Lo tuyo es de psiquiátrico - convino Ginny, arrebatándole el bote de las manos con brusquedad - ¿No has pensado seriamente en acudir a una terapia? Porque acabas de dar lugar a una nueva afección, “El síndrome del unihuevo Potteriano” ¿qué te parece?

- Cállate - le ordenó Ron - Los huevos son el símbolo de virilidad en un hombre, tú… bah, eres mujer, ¿qué vas a saber de los genitales de Harry?

- Te recuerdo que salí con él - le respondió orgullosa, y añadió en voz más baja para qe su madre no la escuchara- Y no estuvimos precisamente jugando al quidditch las noches que pasábamos juntos.

- No tienes que darme detalles - le cortó su hermano, lanzándole una mirada desdeñosa y con las orejas como tomates.

- Entonces deja de soltar tonterías por esa bocaza que tienes - resopló Ginny con fastidio, alzando las manos al cielo - ¡Hombres! Todo vuestro cerebro cabe en diez centímetros de pene y dos bolsas escrotales.

- ¡Le vas a herir! - exclamó Harry acurrucando el bote en sus manos, con sus ojos verdes dilatados por el espanto - Ginny, creo que no le tienes ningún afecto a Homer.

- ¿Homer? - le interrogué, alzando las cejas - ¿Quién es Homer?

- Su huevo - aclaró Ginny, cruzándose de brazos - El muy estúpido cree que ese garbanzo negro se merece hasta un nombre.

- Los míos se llaman Merlín y Morgana - intervino Ron, posando los ojos azules en su hermana y luego en mí, confuso- ¿acaso vosotras no tenéis nombres para…?

- ¡NO! - exclamamos al unísono Ginny y yo ¿pero qué clase de pervertidos tenía como amigos?

- Pues yo a tu “cosita” le llamaba secretamente Rebeca - admitió Harry, mirando de reojo como Ginny se ponía colorada - Y Canoa era…

- ¡Basta! - bramó la pelirroja, levantándose de un salto y tomando posición junto a mí - Creo que me has traumatizado para el resto de mis días.

Ron parecía ensimismado, soñador.

- Pues anda que si Hermione se entera que yo a la de ella la llamaba Chudley Cannons por la de goles que me dejó marcarle… - se detuvo un momento, y salió de su estupor de inmediato - Vale, lo he dicho en alto ¿a que sí?

- ¡Pervertido! - le grité azorada y más colorada que nunca.

¡Por Circe, es que no había nadie normal en el mundo masculino! Me dirigí de inmediato hacia la chimenea, y tiré con furia los polvos flú dentro, esperando las más que conocidas llamas verdosas que indicaban el encantamiento.

- Voy contigo - vi que Ginny se acercó hacia la chimenea y se desapareció frente a mis ojos. Mientras era arrastrada por el torbellino de colores, casi no podía creer la conversación que había mantenido con mis amigos.

Chudley Cannons… ¡pero si a mi ni siquiera me gustaba el quidditch!

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La resaca de Pansy.

Alexandra Parkinson era una mujer de armas tomar, y eso lo tenía claro todo el mundo mágico y una buena parte del mundo muggle. Había sido repelente durante sus siete años en Hogwarts, cuando todos la comparaban con un perro por sus rasgos tan duros, pero tras la Gran Guerra la vida le había dado una oportunidad para enmendarse, y eso fue lo que hizo.

Sus padres murieron un mes después de la caída del Señor Tenebroso, atacados en plena calle por los últimos mortífagos que aún se encontraban en busca y captura. Pansy contaba dieciocho años, una fortuna admirable y una felicidad destrozada. La princesita se acababa de despertar del sueño eterno y se encontraba con el castillo derrumbado, así que en vez de quedarse encerrada en su mansión como todas las chicas de sangre pura hubiesen hecho, ella tomó las riendas de su vida y comenzó a caminar hacia el futuro y sin mirar atrás.

Encontró perfectamente trabajo en el Ministerio -su belleza y astucia le sirvieron para algo, por fin-, primero en el departamento de Cooperación Mágica, y más tarde en Regulación de Criaturas Mágicas, donde hacía un poco de todo. Tres meses llevaba allí cuando una Hermione Granger escuálida y más famosa que nunca llegó al departamento y su mundo particular. No sabía concretar cómo, pero se hicieron buenas compañeras y excelentes amigas. Pronto ella le presentó a Blaise, y ella a Ginny Weasley y Luna Lovegood. El mundo que antes le había vuelto la espalda comenzaba a mirarle con otros ojos -esperanza, tal vez- y ella le toó la mano con entusiasmo esperando que todo fuera bien.

En cuanto al amor, Alexandra Parkinson mantenía su inexorable idea de que no existe, y si alguna vez me enamoro, Cupido no tendrá dónde meterse antes de que le corte las alitas y algo más. Por supuesto, era una agnósica del amor y sus derivados tan solo el sexo es real. Por eso cuando ÉL llegó a su vida, Pansy ni siquiera lo recibió con los brazos abiertos, más bien a patadas.

Fue una noche a mediados de abril, y como todo en su vida llegó por casualidad. Tomaron un par de copas, rió algunos de sus chistes y le indicó en una servilleta la dirección de su casa y, por descontado, de su alcoba. ÉL le preguntó si podía quedar otro día, y Pansy sin saber por qué le dijo que sí. Después de aquella noche siguieron otras más-el único con el que repetía-, pero Pansy Parkinson no era una mujer que se atara fácilmente, a pesar de que aquel muchacho la traía más que loca. Ella mantenía otros amantes, al igual que él mantenía una vida paralela, y ambos lo sabían y lo toleraban.

Tampoco tenían otra forma.

Por eso, cuando regresó a su apartamento de Hogsmeade a la hora de comer -después de hacerle una visita a Draco y su calabaza-, le sorprendió verlo allí, fumando tranquilamente mientras un vaso de jugo de calabaza descansaba a medio tomar en la encimera de la cocina.

- ¿Qué haces aquí? - le preguntó, pero su voz había temblado, delatando su entusiasmo por verle. Hacía dos meses desde la última vez, y ella lo esperaba ansiosa, noche tras noche, amante tras amante. ÉL la observó con descaro calculado, apagando el cigarrillo en el cenicero y apurando el vaso de zumo.

- No lo sé, dímelo tú - se acercó a ella y le dio un beso, un largo y profundo beso. Olía a crema de bebé, hierbas y lluvia. A tierra mojada, de bosques lleno de secretos por ocultar y tesoros por encontrar.

Pansy nunca lo admitiría, pero ÉL besaba como un Dios. Su boca entreabierta lo recibió gustosa, sus lenguas entrechocaron y la saliva de uno fluyó hasta la garganta del otro. No pudo evitar que un suspiro delatara su ansiedad, sus ganas de tenerle para ella sola y nadie más. No quería compartirlo con nada ni con nadie.

Las manos de Él la apresaron por la cintura, recorriendo su espalda hasta tocar el cabello negro de Pansy con la punta de los dedos. Haló de los mechones y ella se vio obligada a echar la cabeza hacia atrás, oportunidad que ÉL no desperdició para lamerle el cuello, dejando un reguero de saliva desde el nacimiento hasta su oreja. Carne contra carne tibia, anhelante, mezclada con dosis de pasión y gotas de ansiedad.

A Pansy le temblaban las piernas como gelatina, casi no podía sostenerse en pie. Las uñas se clavaron un momento en la espalda de ÉL, hundiéndolas en la túnica negra; segundos más tardes la desgarró a tientas, sin reparar en lo que hacía o cómo lo hacía. Lo escuchó suspirar, quejarse, pero no dijo nada y la dejó hacer.

- No tengo mucho tiempo, me están esperando - murmuró el hombre en su oído, a la vez que sentía sus manos acariciándole la cara interior de sus muslos en dirección ascendente. La tocó suavemente en el punto álgido y ella reprimió un gemido con pesar - ¿Me has echado de menos?

Ni te lo imaginas, pequeño.

- Sabes que no - le respondió Pansy entrecortadamente. ÉL paró en seco y se incorporó inmediatamente, suspirando - ¿Qué ocurre?

- Debo irme, ya te dije que me estaban esperando.

- ¿Quién?

No me lo digas, no lo hagas. No me hagas daño.

La miró directamente a los ojos, y sonrió con tristeza.

- Ya sabes quién.

Recogió la túnica del suelo, lanzó un encantamiento que arreglara los jirones causados por las uñas kilométricas de Pansy y volvió a acomodársela. Volvía a ser el de siempre, distante, inteligente y con la cara de niño bueno que daba a conocer a todo el mundo. Su melena y su sonrisa como bandera de presentación.

Un lobo con piel de cordero.

- ¿Cuándo te volveré a ver?

- No lo sé, cuando tenga tiempo libre supongo, sabes que mi mujer sospecha. Y además, tengo obligaciones con mis hijas.

- Ya.

La besó por última vez antes de desaparecerse, sin siquiera decirle adiós.

Así era la vida de Alexandra Parkinson, un ir y venir constante de hombres en su cama para luego irse cuando ella más los necesitaba. Siempre, fuera como fuera, terminaba sola. Sus padres, sus amigos, sus amantes.

Levantó una mano al aire, justo donde se había desvanecido.

- Adiós, Bill.

Ah, sí, incluso el mejor de los hombres tiene una cara oculta.

Incluso la mujer más libre desea ser atrapada.

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Ya sabéis, se aceptan de todo menos virus. Y os agradecería que dejárais comentarios, ¿si?

¡Besitos!

3 comentarios:

  1. Shashi, te esmeraste bastante en este capi, espero el proximo un beso!

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  2. bueno estuve de vacaciones y no pude revisar tu blog pero veo que esta teniendo una cogida sorprendente no me sorprende porque eres muy talentosa y espero mas capitulos bay cuidate

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  3. Woo me encantó el cap!! hacía mucho que no los veía a Ron, Ginni y Harry los extrañaba jajaja, ésta Pansy no hay uno que no haya estado con ella xDD

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