lunes, 24 de agosto de 2009

El Contrato Capítulo 8


Hola! Ya estoy aquí con un nuevo capítulo, esperando sus tomatazos. No hay mucho más que decir, salvo que tanto éste capítulo como el anterior los utilicé para que conocieran un poco más a los protagonistas, así podréis entender un poco su forma de ver las cosas.

El fic seguirá la misma línea que hasta ahora, que es desde la perspectiva de Hermione, a veces insertaré pensamientos de Draco y al resto de los personajes, pero dependiendo de las situaciones.

Muchas gracias a todas aquellas personas que se toman el tiempo de leer este fic ^^. Espero que no me matéis y sigáis queriéndome mucho mucho ^^.

Éste es el capítulo más largo que he escrito en toda mi vida, exceptuando mis novelas, y la verdad es que me ha parecido divertido y triste a la vez. No esperéis nada gracioso, pues como dije antes tanto el siete como éste capítulo intentan explicar de un modo medianamente conciso a los protagonistas y secundarios.

Ahora sí ¡a leer!

************************************************************************************

La fiesta del Chivo (segunda parte): Capítulo 8

PVO Hermione.

Cuando llegué a casa, Ginny ya estaba en la cocina preparando té. Me sacudí como pude las cenizas del pantalón y me senté en uno de los taburetes ubicados alrededor de la mesa auxiliar. Me entretuve en observar el trajinar de Ginny mientras murmuraba por lo bajo algo parecido a “Rebeca, pero qué nombre es ése para… podría haber usado algo más original, al menos”. Vertió el agua hirviendo en un par de tazas moradas, y aquel color me hizo recordar lo acontecido en la noche. La pesadilla que me seguía y me negaba a materializar en mi mente.

Malfoy me besó.

Por Circe, la sensación era peor que sacar una D en los EXTASIS. O sea, nunca lo experimenté -al menos en vida, los sueños son otra cosa- pero simplemente imaginarlo ya me producía taquicardia.

La verdad es que no quería pensar en ello, pero inevitablemente había varias preguntas que mi más que lógica y experimentada racionalidad me llevaban a formular: ¿pero qué coño se le pasó por la cabeza? Estaba claro que ahí estaban las claves, a la vista, pero no fui capaz de percibirlas, porque hablemos con franqueza ¿quién se pudo imaginar alguna vez a un sangre pura haciendo una actuación de Madonna, en un bar gay, con plumas y travestis alrededor? Evidentemente, algo estaba mal. Bueno, Blaise y Nott también se habían lucido con el cosplay, pero el primero es gay y el segundo un mago en peligro de extinción. Así que no contaban.

La poción había hecho mella en Malfoy, en su forma de ser, aunque yo no sabía hasta qué punto. Mierda, ¿tan eufórico estaba como para besarme, para olvidar la de veces que intentó o consiguió herirme, molestarme, insultarme? ¡Por la runas, pero si ayer mismo deseaba con todas mis fuerzas teñirle el pelo de rojo y él asesinarme!

- ¿Limón y azúcar? - la voz de Ginny me llegaba lejana, como alguien que está oculto en una cueva.

- Sólo una cucharada de azúcar, gracias - depositó las tazas frente a mis ojos, removió con energía durante unos segundos y tomó un sorbo del líquido humeante - Por cierto, ayer Malfoy me besó. ¡Ginny, no me escupas el té sobre la cara! ¡Me has bañado entera!

- ¿Qué? - abrí la boca para repetírselo, pero me interrumpió como una histérica a la vez que se enjugaba la barbilla - Es decir, ¿cómo, cuándo, por qué? ¡Ah! Y lo más importante ¿Pansy lo vio? Porque si es así me largo ahora mismo para verlo en su pensadero. ¡Joder! Un beso… ¿pero uno de verdad, con lengua y todo? Porque si es un beso de princesa… bah ¡pero qué digo! Igual me voy a la casa de Pansy. ¡Dios, esto va a ser memorable!. ¿Tendrá palomitas? Mejor las compro por el camino y… un momento ¿y si matrimonio? ¿No pensarás ser la tercera en discordia? - me zarandeó por los hombros - ¡Hermione, sé que puedes estar desesperada pero no es la solución, tú vales más que eso!

- Ginny, ¡esto es serio! - exclamé, dando un golpe con ambas manos en la mesa.

- ¡Pues claro que es serio! - replicó, abriendo de par en par los ojos mientras gesticulaba con sus pecosas manos - ¿Tú sabes lo que valdrá esa imagen? Miles, millones de galeones. Hermione, puedes hacerte rica a costa de un capullo como Malfoy ¿te das cuenta lo que tienes entre manos?

- No me estás entendiendo - la cogí por el mentón, intentando que por unos simples segundos me prestara atención. Ya veía en sus ojos marrones reflejados galeones por doquier - Me besó, Malfoy, y no sólo eso, él…

Ginny entonces soltó un grito histérico sin dejarme terminar la frase. Rodeó la mesa para sentarse junto a mí y abrazarme con efusividad maternal. Tenía un más que perceptible complejo de Molly Weasley. Habría que tratarlo antes de que fuera demasiado tarde.

- ¡Hermione, usó su Canoa con tu Rebeca! - sacudió la cabeza, haciendo que su cabello pelirrojo oscilara nublándome la vista - Pero qué cerdo, ¡nadie mete goles en los Chudley Cannons antes de una relación seria! Aunque bueno, un partido amistoso de vez en cuando no hace mal a nadie. ¡Y qué partido! Oye, ahora Pansy y tú tendréis tiempo para analizar el antes y el después. Pero sin rivalidades, ¿eh?.

- Ginny, sal del mundo de Harry y ven a mí. Analiza, piensa. Fue, y repito, fue un simple y húmedo beso, ¡no me metí en su cama!. Además, Pansy le puso la poción de euforia en su copa.

- Ah - meditó unos instantes, frunciendo el ceño y dejando su mirada perdida un momento en lo que le quedaba de té - Muy típico de Pansy, ¡qué brillante!

- El caso es - enfaticé, elevando la voz para que saliera de su ensoñación maquiavélica - que no sé porqué diablos lo hizo - Ginny arqueó las cejas - Vale, la poción es un factor a tener en cuenta.

- Y el alcohol en sangre - puntualizó alzando el dedo índice. - De todos modos la mezcla de ambos pudo tener efectos secundarios -se encogió de hombros - No sé, aquí la cerebrito con patas eres tú. Investiga.

Me golpeé insistentemente la cabeza con la mesa, intentando no desangrarme en el proceso. Genial, simplemente genial. Ginny Weasley, archiconocida jugadora de quidditch profesional colapsada mentalmente por un estúpido beso, beso que, ya sea dicho, ni siquiera había recibido, ¿alguien le ve la lógica?. Enviadme una lechuza con la respuesta.

- A todo esto, ¿cómo se lo tomó Zabinni? - alcé la cabeza y le lancé una mirada exasperada.

- Ni lo menciones. Nott casi se traga a la Barbie Fantasy procurando evitar el Melofors de mi “novio” a toda costa. Mientras regresábamos a casa iba sacándose pelos de la boca, casi la deja calva. Blaise aguantó las lágrimas de puro orgullo. Luego quiso vengarse desnudando al Ninja Scroll de Theo. Se lanzaron hechizos aturdidores y se desmayaron justo en el instante que Luna aparecía. Ella nos ayudó llevándose a Nott.

- Tu vida es fascinante - declaró mi confesora, apoyada en una mano y mirándome con admiración - En serio, lo de Pansy es monotemático porque continuamente habla de sus amantes y tal, pero contigo nadie se aburre. Un beso de Malfoy, el enfado de Zabinni, una Barbie… ¿hay algo más jugoso de lo que deba enterarme? Si no da igual, con esto tengo para un mes de rumores y cotilleos perfectamente.

Suspiré abatida y, finalmente, le conté toda la historia, desde que recibí aquel fatídico vestido -el cual pude quitarme gracias a que me hice con la varita de Blaise y que, curiosamente, aún conservaba- pasando por el McDonalds, el bar gay, y el emblemático beso con hechizos incluidos. Ginny resultó ser una magnífica oyente, exclamando en los momentos oportunos y de más tensión un “ah”, “oh” e “increíble”. Tan solo sacó a relucir un desdeñoso “puag” al comentar que Daphne Greengrass vomitó. Cuando terminé mi relato, Ginny había acabado de morderse todas sus uñas y comenzaba por los nudillos.

- Draco Malfoy, alias “míster calabaza” - sonrió ampliamente, satisfecha - Ese Blaise es mi héroe aunque, a decir verdad, eso de la muñeca es bastante sospechoso - soltó una carcajada, me palmeó el hombro y añadió - Lo del bofetón tuvo que ser mítico, si por mí fuera pasaría a la posteridad en el mundo mágico, pero le sigue de cerca aquel puñetazo de tercero.

- No podré mirarlo a la cara nunca más - lo dije sin pensar, pero la pregunta real era ¿por el beso o por el bofetón?

- Claro que sí - respondió Ginny, terminándose el té, que ya estaba frío - Un beso… si te dejó así de traumatizada, ¿cómo será en la cama?

Puse los ojos en blanco, hastiada.

- Weasley, creo que pasas demasiado tiempo con Pansy.

**************

La resaca de Blaise.

Blaise Zabinni tenía tatuado un dragón chino en la cadera izquierda. Era grande, colorista, y bastante llamativo. Se lo hizo años atrás, justo el día de su última conversación con su padre antes de que muriera en Azkaban por extrañas circunstancias. Blaise lo fue a visitar por expreso deseo de su abuela, aunque él no estaba del todo seguro de que su progenitor tuviera ganas de verle. Como se temía desde un principio se negó a tener un cara a cara con Blaise, alegando que él no tenía hijo. Finalmente Zabinni se marchó, profundizando aún más si cabía el odio visceral hacia su progenitor desde aquel incidente en Gales.

Lo habían detenido horas después de la caída de Voldemort, y se resistió tanto como pudo, llegando incluso a herir de muerte a varios aurores del Ministerio. Blaise estaba allí, aterrado, contemplando la escena con expectación. Lo habían acorralado cerca de Gales, donde tenía un traslador ilegal en un cobertizo muggle con el que escaparía si la cosa se torcía.

Y se torció.

El señor Zabinni lanzó todo lo que pasó por su cabeza en esos instantes, pero el cerco se iba estrechando sin que pudiera evitarlo. Su madre protegió a Blaise del ataque con su cuerpo, amparándolo en sus finos brazos como antaño lo hacía cuando sufría esas pesadillas tan atroces en la que unos espíritus lo ahogaban. Tenía diecisiete años, pero era sólo un niño, un adolescente jugando a ser algo que no era, que nunca quiso ser, pero para lo cual, sin embargo, fue instruido. Y es que había un secreto que Blaise Zabinni ocultaba en lo más profundo de su conciencia: Temía morir.

Fue ese desasosiego, fomentado por los deseos y la ambición paterna lo que le llevó a ser un integrante más en el grupo de jóvenes mortífagos. Escuchaba las teorías, aprendió magia negra, pociones prohibidas y visitó los lugares más tétricos del planeta. Nada de eso le importaba si con ello burlaba a la muerte. Sólo había una cosa que le asustaba más que su propio fallecimiento, y era causarla a gente inocente. Mejor dicho, a gente a secas.

El primer día que vio torturar a un muggle vomitó la cena, el segundo tuvo pesadillas; el tercero lloró.

Una vez le preguntó a su padre qué tenían los muggles para ser atacados de esa manera, el señor Zabinni respondió: “Simplemente existir”.

Aquello tenía que acabar, y acabó mal.

El señor Zabinni huyó con su familia hacia Gales, los aurores les siguieron hasta allí y ahora les atacaban; su madre le protegía con su propia vida, y él, Blaise, temblaba como gelatina sin poder evitarlo. Uno de los hombres del Ministerio le instó a rendirse, la señora Zabinni lo secundó. Esto ultimo provocó en el mortífago una ira jamás experimentada hacia su mujer. La sujetó por la túnica, jaló de ella, y Blaise sintió el último contacto de los brazos de su madre. Los ojos azules del señor Zabinni estaban inyectados en sangre, y sus manos aferradas al cuello de su esposa sin señal de debilidad. Había un animal ahí dentro, y este no tenía piedad.

Blaise lo supo en ese instante en que la mirada de su madre lo enfocó, en el segundo que ella sonrió débilmente; en la milésima que tarareó una nana que le cantaba cuando era niño, una donde un Dragón Chino venía a comerse a los niños que no dormían o eran buenos.

Su padre pronunció la maldición imperdonable, un rayo dorado de uno de los aurores le dio de lleno a la vez, en la cabeza. En dos segundos, la señora Zabinni cayó sin sentido al suelo, ante la mirada sorprendida de su único hijo.

Finalmente su padre fue detenido, procesado, y condenado a vivir un par de décadas en Azkaban. Su madre ingresó en San Mungo en un coma del que despertó tres meses más tarde para ser internada directamente en la planta especializada de Enfermedades Mentales. No recordaba a su hijo, ni quién era o dónde estaba. No hablaba y apenas dormía. Lo único que cantaba una y otra vez era aquella triste nana del Dragón Chino que se comía a los niños durante la noche sentada en una mecedora, desde donde vislumbraba el cielo gris del Londres muggle día tras día.

Después de la primera visita a su madre -horas posteriores a la de su padre-, Blaise fue hasta el Callejón Knockturn, entró en la tienda de un conocido y le dijo que quería un Dragón Chino tatuado en la cadera, que le recorriera todo el costado hasta terminar en el omoplato. El mago lo miró estupefacto, con la boca ligeramente entreabierta al ver que Blaise se desabrochaba la camisa, decidido y dispuesto. Apoyó la punta de la varita dónde le indicó, pero antes de comenzar su arduo trabajo lo interrogó.

- ¿Estás seguro que lo quieres? Tienes valor, ahora todo el mundo teme las marcas porque el Señor Teneboso las utilizaba para…

- Tú hazlo - le ordenó, señalando de nuevo su carne pálida.

- ¿Por qué quieres un tatuaje tan grande?

- Para no olvidar.

Ahora, años más tarde seguía sin olvidar, aunque se permitió el cierto lujo de renacer. Ostentaba un puesto en el Ministerio, la fortuna de los Zabinni para él y su abuela materna, y un contrato con Hermione Granger que se le antojaba prometedor para limpiar el apellido de su padre. Blaise sabía que no era una obra de caridad, sino una cuestión de principios. El apellido Zabinni formaba parte de su padre, pero también de su madre.

Y ella se merecía cualquier sacrificio existente.

Por eso le había lanzado aquel hechizo Melofors a Draco, evidentemente. No era cosa de orgullo, o de defender a Hermione -algo que, visto desde otra perspectiva, era totalmente innecesario-, sino de proteger el nombre de su madre, no mancillarlo a costa de nadie-como su padre hizo-, aunque su vida dependiera de ello. Ahora el temor a la muerte había sido sustituido por el miedo a perderse a sí mismo entre las brumas del pasado.

Él era Blaise Zabinni, hijo de Druella Zabinni.

Eso era lo único que importaba.

Abrochó los últimos botones de su camisa, echó un último vistazo a su reflejo -que fatídicamente era una copia exacta a la de su padre- y aventó un puñado de polvos flú en la chimenea para dirigirse a la mansión Malfoy.

Draco seguramente querría su cabeza en bandeja de plata, y era contraproducente hacerlo esperar. Después de todo, él también tenía asuntos que tratar con su amigo.

La cuestión era que Blaise Zabinni nunca olvidaba.

***********

La resaca de Nott -segunda parte-

Theodore Nott se aburría con facilidad. No estaba acostumbrado a seguir una rutina fija, aparte de llevar a cabo cada uno de sus factores diariamente, así que la monotonía se le antojaba demasiado anodina. Sin embargo debía admitir que, dejando apartada la primera impresión de sicótica naturalista que le causó Luna Lovegood, la chica tenía unas aficiones tan extravagantes que Nott no tuvo apenas tiempo para cansarse.

Ahora estaban frente un invento muggle maravilloso que según Lovegood le informó se llamaba “Televisión”. El aparato en sí, constató Nott, tenía dentro a unos diminutos gnomos con forma humana. Luna tenía una varita con botones y cuando pulsaba uno, los gnomos-humanos desaparecían, haciendo acto de presencia otros gnomos completamente diferentes. Su anfitriona le indicó que cada uno de esos escenarios tan disparejos entre sí se llamaban canales, y que fue la mismísima Hermione Granger la que le compró aquella misteriosa televisión dos años atrás por su cumpleaños.

- Al principio yo no le cogía la gracia, pero es cuestión de acostumbrarse y encontrar los canales más interesantes.

El unicornio del cuadro había trotado hasta el lienzo de los doxys, que jugueteaban a su alrededor con sus alas extendidas. Theo observó el cuadro y Luna le siguió la mirada.

- Los animales me fascinan, de hecho, me dedico a ellos.

- ¿Los cuidas? - mordió con avidez un sándwich vegetal que Lovergood le había preparado y aunque le parecía insípido, al menos era algo que llevarse al estómago.

- Los investigo. - puntualizó, volviendo a cambiar de canal - Viajo por todo el mundo buscando especies extrañas y clasificando las que ya son conocidas.

- Yo tengo una empresa de eventos mágicos - Nott no sabía porqué le había dicho a qué se dedicaba, pues de ningún modo percibió en Luna ningún interés por conocerlo.

- ¿Y te gusta? - la pregunta le cogió desprevenido. Nadie se la había formulado jamás. Ladeó la cabeza, meditando unos segundos la respuesta. Luna mientras tanto no apartó sus ojos azules de él. Finalmente asintió.

- Conoces a gente, gritas, ordenas, la adrenalina te invade, todos te temen… -se encogió de hombros y volvió a darle otro mordisco a su sándwich - Ef fivertifo.

- ¿Me estás diciendo que amas ser un ogro? - Nott se atragantó, tosió y varios trozos de tomate salieron disparados de su boca.

- ¡No soy un ogro! - se quejó - Sólo digo que me gusta ser el rey de la empresa.

- Anda, además de gruñón eres un mentiroso - inclinó la cabeza, haciendo que mechones rubios cayeran ocultando a medias su rostro lívido - Creo que no estás siendo sincero conmigo, ni tampoco contigo mismo.

- Cállate - le espetó, echándose hacia atrás en el sofá de charol y cruzándose de brazos.

- Vale.

Luna imitó su postura y ambos quedaron uno junto al otro, en silencio, mirando sin atender la televisión. No lo entiendo, ¿cómo puede llamarme embustero y quedarse ahí, tan serena? ¡Bah! Las mujeres son un misterio, pero ésta es un jeroglífico antiguo. Compadezco a quién la conquiste. Dio cuenta del último trozo de sándwich, y volvió a su posición inicial, de ogro eternamente enfurruñado. Me pregunto qué pensará de mí. Aunque mejor no saberlo… -la miró de soslayo- Hum… parece más cuerda cuando no habla.

Finalmente tomó la resolución de marcharse a su casa. Estaba ya por coger su boa morada y su Ninja Scroll para poner fin a ese incómodo mutismo cuando un graznido procedente de la ventana atrajo toda su atención.

Allí, en el alféizar y bajo un sol atosigante se encontraba el ave más fea que jamás Theodore Nott pudo imaginar. El animal parecía mareado y en cuanto apoyó sus finas patas en suelo firme-después de haber revoloteado un par de veces antes de chocar con el marco de la ventana- se desvaneció. Luna se incorporó con un suspiro, recogió al pájaro del suelo -que babeaba copiosamente y mantenía su lengua púrpura torcida hacia un lado- y volvió a sentarse en el sofá con un sobre lacrado en una mano y el animal tumbado en su falda sin mostrar signos vitales alguno.

- ¿Qué es eso? - preguntó Theo con curiosidad, acercando su rostro al ave para verlo mejor.

El pájaro no tenía plumas, estaba totalmente desnudo salvo por un collar hecho de macarrones que engalanaba su fino y larguirucho cuello-y que Theo dedujo que era cosa de Luna, obviamente-. El pico era corto y de un tono rosa chicle al igual que las patas. La piel le colgaba por varios sitios diferentes y de las alas -minúsculas y rosáceas como el resto de su miserable cuerpo- le caía algo -gotas brillantes y doradas- que Theo casi podría jurar que era sudor. Sus ojos permanecían cerrados, aunque ahora a tan corta distancia pudo comprobar que respiraba y que, para su asombro, el animal expedía un suave aroma a cerezas.

Luna mientras tanto leía un pergamino -tres líneas torcidas y una firma ilegible que no pudo reconocer-. La chica dobló el pergamino y acarició al animal sin decir nada, ignorando por completo la presencia de Theo. Nott comenzaba a impacientarse.

- Bien, ya veo que no me vas a hablar.

- Es que me habías dicho que me callara - respondió Luna, mostrando como siempre su sangre más fría - Si no me quieres escuchar, tampoco me veo en la obligación de responder ¿cierto?

Por la mente de Theo pasaron una y mil formas de molestarla, pero por segunda vez en el día -y para su desgracia- Luna Lovegood volvía a tener razón.

Mierda.

- Muy bien, puedes hablar - Luna arqueó las cejas y él murmuró por lo bajo - Si te apetece.

- Perfecto - de nuevo acarició al animal, y Theo ya estaba perdiendo la cordura debido a su actitud. Tomó la decisión de no apartar los ojos de ella con el fin de incomodarla, pero parecía que, como única en su especie, Luna no se sentía observada o intimidada.

- ¿Y? - le instó Theo, resoplando con hastío.

- ¿Y? - repitió ella, imitando el tono de su voz.

- ¿No vas a hablarme?

- Oh - Lovegood volvió a recogerse el cabello rubio con el tenedor del desayuno con una gracilidad inusitada en alguien como ella - Es que me dijiste que podía hablar si me apetecía, así que como no me apetece no te dirigiré la palabra.

- ¿Qué? - Theo se mesó el cabello, dejándolo alborotado, purpurina dorada cayó sobre su camisa de terciopelo - ¿Estas de coña?

Luna entonces acercó su rostro al de Nott, quedando a pocos centímetros. Sin saber porqué se estaba poniendo nervioso, las manos le sudaban y el corazón palpitaba tan fuerte que Theo imaginó se podría escuchar en la China

- Admite entonces que eres un ogro verde, que te encanta mandar y que, por mucho que lo niegues, te agrada mi compañía.

- ¿Pero tú de que vas? - Luna entonces cogió un tirante de su camiseta amarilla encogiéndose de hombros.

- ¿Te refieres a cómo voy vestida? Esto es de una tienda muggle llamada Zara, los pantalones de Harrods. Y ahora Theodores Nott, ¿tienes algo que decirme?

No sabía cómo interpretar la respuesta, tampoco aquel dominio de la situación, mucho menos los desfases que protagonizaba cuando menos se lo esperaba ¿Zara? ¿Harrods? ¿Pero de qué mierda me está hablando? Pese a todo, sabía que Luna no le perdonaría si no le concedía la gloria de haber ganado la batalla, pero antes de salir derrotado, al menos propondría una tregua.

- Admito - concedió a regañadientes - y espero que no salga de aquí, que me gusta mandar, que soy un ogro y que tu compañía, hasta cierto punto, no es demasiado molesta.

Luna asintió, dedicándole una sonrisa.

- Qué.

- No he dicho nada - respondió Theo con sorpresa.

- Me has preguntado qué es esto que trajo la carta ¿verdad? -el animal comenzaba a moverse - Bien, pues éste animalejo torpe se llama Qué. Fue idea de Hagrid.

- No me extraña -confesó Nott, rozando la piel del ave con sus ásperos dedos.

- Es un pájaro tropical que solo vive en Martinica, y está en peligro de extinción. Hace tres años fui para realizar una investigación y me encontré con Qué. Generalmente los Fénix del Caribe tienen plumas rosadas, pero nunca le crecieron y fue repudiado por su grupo. Yo lo cuidé y me lo traje a Londres. Qué es bastante flojo, adora el agua y, aunque es un ave tropical, aborrece el sol. Siempre que lo mando con una misiva regresa haciéndose la víctima, como ahora, para así darme pena y que no lo envíe más. Le encanta hacer el vago por la casa y descansar en su jaula.

Luna dejó a Qué en los brazos de Theo, se levantó y fue a la cocina. Cuando vino traía un bol con agua fresca. Nada más echarle unas gotas en el rostro el animal abrió los ojos y Nott gritó. Eran unos ojos enorme, de un malva muy claro y que ocupaban la mayor parte de la cara del animal. Lo dejó caer debido a la impresión, dando un salto hacia atrás.

- ¡Joder!, qué cosa más fea - se limpió las manos en la camisa, mientras observaba al ave tomar agua con avidez sin aparentar secuelas físicas. Las psíquicas eran otra cosa.

- Qué es muy especial, igual que yo - abrió de nuevo el sobre que le habían mandado y sacó de él dos papeles rectangulares, de un rojo profundo y que a Theo casi le hicieron híper ventilar.

No puedo creerlo. ¡No puedo creerlo!

- ¡Son entradas para ver a Las Arpías de Holyheads en el partido de la próxima semana! - le arrebató las entradas a Luna, observando al contraluz si eran falsa - ¿Cómo conseguiste este tesoro? ¡Llevan semanas agotadas!

- Ginny me las envía cada vez que juega - Luna se incorporó en el sofá. Qué se acomodó en un cojín, graznando débilmente y comenzando a adormilarse - Siempre manda dos, aunque no sé porqué.

- Podríamos ir juntos - sugirió Theo, luego se maldijo al comprobar como los ojos de Luna se abría por la impresión - Quiero decir, no sé, como amigos, o como no-amigos. -lo meditó unos instantes y añadió - Sería como una no-cita.

- ¿Quieres venir?

- Sí.

- ¿Conmigo?

- Er… bueno, -si no queda otro remedio- sí.

Parecía excitada, feliz, exultante.

- Me encantan las no-citas.

Theo no es que deseara ir con ella, pero si había entradas gratis en primera fila y encima en un palco de honor ¿qué había de malo? Además, convino, Luna Lovegood no era tan rara. Al menos, eso pensó hasta que la vio coger a Qué entre sus brazos y zarandearlo como un muñeco de trapo.

- ¡Qué, voy a tener una no-cita con mi no-amigo y tendremos una no-conversación!

Definitivamente está desfasada.

********

PVO Draco

Cuando hube terminado de lavarme los dientes por séptima vez y regresé a mi dormitorio, Pansy ya se había marchado. Llamé a uno de los elfos domésticos y le ordené que me preparara un baño, que deshiciera el hechizo del estúpido de Zabinni -cosa que consiguió, por fin- y le pregunté por mi madre.

- El ama está en el jardín cuidando sus flores, amo - el elfo abrió los grifos y echó aceite de sándalo - Hoy se despertó temprano, pero de muy buen humor, amo. Kinky está feliz por ese suceso, amo Malfoy. ¡Últimamente el ama estaba tan triste!

Unas lágrimas gruesas resbalaban por su nariz de cerdo y maldije por lo bajo la sensibilidad de los seres inferiores. Lo dejé allí lloriqueando y me dirigí al ventanal de mi dormitorio, desde dónde pude observar el extenso jardín de la mansión familiar. Tal y como me había dicho Kinky, mi madre estaba regando sus flores. Observé que las tocaba con deleite, acariciándolas con dulzura mientras movía los labios, seguramente hablando con ellas de algo. Esa mañana iba con una túnica blanca y el cabello rubio suelto, peinado y liso. Me pareció, para mi sorpresa, una aparición divina.

Yo quería y quiero a mi madre, pese a que muchos magos crean los contrario. Me dio la vida, me crió y estuvo conmigo cuando enfermé, e incluso me protegió -traicionó- del Señor Tenebroso llegado el momento. El amor de mi madre para conmigo era, a todas las expensas, inagotable, fuerte y se encontraba por encima de todo. Los mejores recuerdos de mi infancia pertenecen a los instantes furtivos en los que ella me prodigaba alguna muestra de cariño, me concedía un capricho o me llevaba a escondidas a jugar con la escoba, aun cuando mi padre lo había prohibido terminantemente.

“Eres mi todo, Draco, nunca lo olvides” - esas eran sus palabras al cuestionarle aquella actitud rebelde frente al orden dictatorial que mi padre imponía en casa.

Sí, efectivamente yo era su Todo. Y por Todo -ósea, un servidor- había arriesgado cuánto poseía para mantenerme con vida, a salvo, de ese mundo oscuro y sanguinolento en el que mi padre nos confinó.

Ni mi madre ni yo guardamos rencor alguno hacia mi padre en ese momento decisivo, punto de inflexión en el transcurso de los acontecimientos -ahora es inevitable desear su muerte-. Lucius Malfoy hizo lo que creyó conveniente, amparado por su sed ambiciosa y de poder con que una vez lo deleitó El Que No Debe Ser Nombrado para unirlo a sus filas. Simplemente estuvo ciego hasta el final. De todos modos, creo que él sí que nos guardó, guarda y guardará rencor de por vida, un odio profundo con el que convive desde hace siete años en la celda ciento diez del sector A en Azkaban.

Creo -aseguro- que jamás le perdonará a mi madre haberme elegido antes que a él. Me consideraba un ser inferior y cobarde por no haber matado a nadie, ni realizar acto heroico que satisficiera el deseo omnipresente del Señor Tenebroso para acabar con Potter. Si hubiese sido capaz, la gloria habría recaído, no sólo en mí, sino en toda la familia Malfoy. Hubiera supuesto el ascenso de mi padre, la admiración del resto de mortífagos y sobretodo, el beneplácito de Lord… bueno, De Quién Vosotros Sabéis.

El momento más duro de mi vida fue comprobar cómo mi padre era encarcelado junto a mi madre. Cararajada, contra todo pronóstico, intercedió tanto mi favor como en el de mi madre. A mí me absolvieron, pues se demostró que yo allí estaba simplemente por “obligación” familiar, pero mi progenitora no corrió con esa suerte, pues su incursión en el mundo oscuro fue decisión suya, consciente de los riesgos a los que se exponía y de las consecuencias que conllevaba.

- Amo, el baño está listo - me aparté de la ventana, escuché el típico CRACK de la desaparición del elfo doméstico y me desvestí con lentitud. El agua estaba tibia, y expedía un suave aroma a menta, madera y sándalo. Aquello hizo que recordara a mi padre con pesar, retomando el hilo de mis pensamientos.

Lucius fue condenado a veinte años -como el padre de Nott, también el de Zabinni- por delitos contra la Comunidad Muggle y Mágica. Mi madre estuvo presa seis meses, un suspiro comparado con los años de Lucius. Ello trajo consigo soportar un terrible asedio en Azkaban por parte del resto de los mortífagos -que la consideraban una traidora-, sumando a ellos el incipiente malestar de la presencia de su esposo y los dementores.

Aquella experiencia marcó a mi madre de por vida.

No me dejaron verla en esos seis meses que estuvo confinada, ni siquiera recibí noticias suyas hasta pasado dos meses, cuando se me informó que mi madre estaba delicada de salud y se vieron obligados a internarla en San Mungo. Tampoco entonces se me permitió verla.

Una fría mañana de finales de Enero regresó a la Mansión Malfoy, pero pude comprobar con tristeza que ya no era la Narcissa Malfoy de sus días de gloria.

Estaba demacrada, su piel amarilleaba y estaba tan delgada que la túnica gris le quedaba tres o cuatro tallas más grandes. Sus ojos claros estaban tristes, y un atisbo de luz los iluminó en el instante en que escuchó mi voz, llamándola por tercera vez. Alzó su mano y preguntó si realmente era yo, le dije que sí, que no soñaba, y que ahora estaba en casa. Preguntó por Lucius. Al ver que yo la miraba desconcertado, se respondió ella misma que tal vez estuviera trabajando o realizando alguna misión para el Ministerio. Sonrió con vehemencia e hizo llamar a un elfo doméstico para que le fuera a comprar túnicas nuevas, pues la que llevaba no era propia de un señora como ella, que debía estar presentable para cuando su esposo volviese. Le intenté explicar que Lucius cumplía condena en Azkaban, que ya no había guerra, que el Señor Tenebroso había sido derrocado y que estábamos solos en la casa, libres.

“¿Azkaban? ¡Pero qué tonterías dices, Draco, esas bromas son de muy mal gusto! Si le cuento a tu padre… Azkaban… ¡pero si eso no existe! ¿Y quién es ese Señor Tenebroso? No me digas que es otro estúpido mestizo venido a más”.

Un día después la llevé a San Mungo, y un médico me confirmó lo que yo más temía: Mi madre sufría amnesia. Se había obligado a sí misma, a su mente, a vivir en un mundo paralelo durante su periodo en Azkaban, omitiendo así los recuerdos más dolorosos. Para ella, yo tenía trece años, mi padre estaba de viaje, y no existían ni los dementores, ni Azkaban, ni nada que se le pareciese. Tampoco recordaba la existencia del Señor Oscuro. Según me indicaron los especialistas, era su manera de evadir el sufrimiento causado por el rechazo a la que la tuvieron expuesta los últimos seis meses, viéndose acrecentado con los constantes insultos y amenazas de muerte proferidas por mi padre. El hombre que una vez amó y al que renunció y sacrificó por su hijo.

Comprendía que deseara olvidar.

“Lo único que puede hacer, señor Malfoy, es esperar”- Y efectivamente esperé.

Llevo haciéndolo siete largos años sin descanso.

- Vaya, así que finalmente el señor Calabaza volvió a su estado natural ¿eh? Supongo que fue cosa de Kinky, ese elfo vale su peso en oro.

Blaise Zabinni estaba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y semblante despreocupado. No aparté mis ojos de los suyos, pero me posicioné de tal forma que tuviera cerca mi varita, teniendo al menos una posibilidad de defenderme. Blaise no era tonto y supo al instante mis pensamientos. Levantó las palmas y sonrió ampliamente.

- No llevo varita, así que guarda la tuya. Hoy, aunque te suene extraño, vengo en son de paz.

- Ya - repuse, sin saber a ciencia cierta si estaba diciendo la verdad - Contigo nunca se sabe: Un día eres mi mejor amigo y al otro actúas como el novio celoso de una sangresuc…

- Draco - me interrumpió, severo - No tengo varita, pero sí un buen gancho de izquierda que puede tumbar al mismísimo Crabbe como él mismo comprobó en Hogwarts. Así que, por favor, no me obligues a tener que usarlo contigo.

Cerró la puerta del baño y tomó asiento en el borde de la bañera. Me observó serio, con esos ojos azules que tan bien conocía fijos en mí y, por primera vez en años, vi miedo en ellos. ¿A qué venía esto ahora? ¿No se daba cuenta de que estaba muy pero que muy enfadado con él? Si esa situación se hubiese dado años atrás, me hubiese importado una soberana mierda que estuviera desarmado: Le habría lanzado una maldición que le duraría tres meses ahí mismo, sin pensarlo, para que aprendiera la lección. Joder, lo que he cambiado pese a negarlo.

- Yo no quería besarla - eso era lo más parecido a una disculpa que Blaise escucharía de mis labios, pero al parecer, le era suficiente - Pansy vino esta mañana y confesó haber echado en mi bebida Euforia.

- ¡Por Salazar! ¡Qué zorra tan inteligente! - exclamó Zabinni, soltando una carcajada, ahogándola en una tos cuando vio mi amenazadora mirada - Bueno, debes admitir que nuestra chica es una pequeña genio.

Intenté pasar por alto el tono burlesco de su voz, ya saldaría mis cuentas más adelante.

- Con eso quiero decir que el altercado de ayer no volverá a repetirse - me negaba a reconocer que la maldita vainilla era la causante, era una debilidad secreta que no estaba dispuesto a exponer - Voy a casarme y no deseo que nada se interponga en mis planes.

- Con ese nada te refieres a Hermione.

- Nada es Nada - le corté, tajante, echando champú sobre mi pelo. Blaise me frotó la cabellera y esperó a que me enjuagara para hablar. El agua se estaba enfriando.

- No me importa que besaras a Granger.

- ¿Qué?

- Lo que oyes: No me importa. Yo también tengo planes, y de paso un papel que desempeñar. Tú, en esos instantes, la besaste delante de todos. Ella te abofeteó -varias veces, por cierto. Fue una situación memorable.- y todo se hubiera quedado ahí sino fuera porque, desgraciadamente, lo hiciste delante de Theodore.

- ¿Nott? - aquella explicación se me antojaba una broma y de la gordas, pero desde luego dentro de ella no sabía dónde mierda encajaba ahora el gigante de Theo.

Blaise asintió y se arrodilló frente a mí, jugueteando con la espuma que ahora engalanaba el agua, el flequillo tapando su mirada clara. Estuvo unos instantes distraído, pero luego me miró con determinación. Su barbilla temblaba un poco y percibí que tensaba cada uno de sus músculos. Suspiró con tristeza, soltando el aire con brusquedad.

- Draco, ¿recuerdas a esa chica misteriosa con la que me reuní durante todo mi quinto año en Hogwarts?

Recabé información del baúl de mi memoria. Sí, algo vago recordaba. Pansy, Theo y yo descubrimos a Blaise volviendo una mañana a la sala común, después de haber pasado toda la noche fuera. Lo atosigamos a preguntas, le amenazamos e incluso Pansy se atrevió a lanzarle unos cuantos hechizos para torturarlo y sacarle algo, pero Zabinni no dijo nada. Nunca. Cero.

Un momento, no será que… ella… la pelo rata…

- ¿Me estás diciendo que ésa chica es Granger? Porque juro que si es así ahora mismo cuelgo una soga de la primera viga que vea y me suicido.

- No - se rascó la nuca, y ladeó la cabeza. - Esto va a ser complicado - Ese gesto siempre lo repetía cuando no estaba seguro de algo, cuando temía decir algo - Yo ahí todavía insultaba a Hermione.

- ¡Tío, que alivio! - me sinceré, dándole unas palmadas en el hombro, mojándole parte de la camisa - Ya creía que eras un enfermo incurable.

- Draco, lo que intento explicarte es que no era una chica -arqueé las cejas, suspicaz.

- Vale, ahora me dices que practicas la necrofilia o la zoofilia y entonces es cuando salgo por patas - Zabinni se rió, pero era una risa nerviosa.

- No me gustan los animales, ni los muertos… ni las chicas en general, Draco.

- ¡Coño, a mi tampoco! - le corroboré, enrollándome una toalla y saliendo del baño - Tengo una clasificación, y yo sólo me lío con las que tienen dinero y son sangre puras, como Astoria, al resto de las chicas las desecho.

- No es exactamente lo que yo…

- Sí, vale, admitamos que esa escoba con peluca de Granger te guste ¡pero, Zabinni, un error lo comete cualquiera! - lo tomé por ambos hombros y zarandeé un poco - Lo bueno es que has reaccionado a tiempo y encontraremos una cura. Tal vez el filtro de amor no sea tan poderoso y…

Blaise se desembarazó de mis brazos, y de repente me gritó:

- ¡Joder, Malfoy, que intento decirte que soy gay!

- ¿Gay? - ¿era un nuevo apelativo para aquellos que han sido víctimas de una poción? ¿una nueva asociación filantrópica tal vez? ¿Gilipollas Ambiciosos yoquesé? Hum… no me sonaba.

- ¿Y dónde se ubica exactamente ese club? - le interrogué, peinando mi cabello - Es decir, quizá me interese pertenecer.

- ¿Tú? No lo creo.

- ¿Y por qué no? -chasqueé la lengua, molesto.

- Draco - enmarcó mi rostro con sus manos, fijando sus ojos azules en los míos con desesperación - Gay es gay. Homosexual, mariquita. Me gustan los chicos. Activo. Pasivo. Dar y que me den. Esas cositas ¿entiendes ahora?

- Ah - creo que era la primera vez en mi vida que alguien me dejaba sin palabras - Ah, vale… gay… ya. Muy bien - pero había algo entonces que no me cuadraba - Blaise, si te gustan los chicos, ¿Granger es un tío? ¿Con pelotas y todo?

- Eres increíble - me confesó, y estaba feliz, sonriente - Yo estoy aquí hecho un manojo de nervios, te digo que soy gay, y a ti te preocupa si Hermione es un hombre ¿dónde dejaste tu cerebro? - negó con la cabeza, dándome por perdido - Granger y yo tenemos un contrato que estipula un noviazgo con seis meses de duración y que terminará el día de tu boda.

- ¿Qué? - pregunté, perplejo - ¿Has corrompido a la sabelotodo? ¿Cómo?

Era el cotilleo más jugoso que poseía en años.

- Te lo explicaré, pero primero vístete. Verte así me pone malito, y un poquito acalorado.

- Tío, que somos como hermanos.

- Es lo único que me impide violarte, Draco, es lo único.

Blaise tardó exactamente una hora en relatarme el cuándo, cómo y por qué la señorita Perfecta se dejó chantajear por mi amigo. Después de aquella pintoresca historia, sin saber la causa exacta y después de que Blaise se hubiese marchado, mandé a uno de mis elfos a averiguar la dirección de la rata de biblioteca. Tardé exactamente media hora en adecentarme, justo el tiempo necesario para que Kinky hiciera sus averiguaciones.

Cogí polvos flú, los eché en la chimenea y recité de memoria la dirección.

Qué divertido, Granger no sabía nada de nada.

Y yo iba aprovecharme como un auténtico Slytherin de ello.

********

La resaca de Pansy -segunda parte-

Cuando Alexandra Parkinson estaba triste o frustrada, sólo había algo que le hacía subir el ánimo de forma espontánea: Salir de compras. Le encantaba gastar su interminable fortuna en trapitos y regalos para sus chicas -como secretamente llamaba a Hermione, Luna y Ginny- no fijando una cantidad para ello. La visita de Bill Weasley había sido el factor detonante de que se arriesgara a salir un sábado tan bochornoso como el que acontecía.

Tomó algo en Sookie -vino blanco y un emparedado-, se paseó por varias tiendas muggles -Prada, Valentino, Cavalli, Carolina Herrera- y ahora contoneaba su trasero tranquilamente por el Callejón Diagon, solitario como pocas veces lo encontrara alguna vez. El calor era sofocante, las gafas de sol se le resbalaban y las manos le sudaban de una forma exagerada. Incluso el traje que llevaba se le pegaba a la piel.

- Estúpido verano -maldijo por quinta vez, enjugándose la frente.

Se compró un helado en Florean Fortescue -chocolate y menta, su favorito- y fue entrando en cada una de los establecimientos que encontraba a su paso para guarecerse del intenso calor. La mayoría estaban de vacaciones -como la tienda de animales- pero aún así pudo comprar varios libros para Hermione, unos broches a la soñadora Luna y un par de túnicas de gala que le quedarían perfecta a Ginny. Iba relamiendo su helado, satisfecha con el balance de la tarde. Ya apenas recordaba aquella melena pelirroja que le traía de cabeza, ni el pendiente de su oreja, ni sus besos, ni… Concéntrate Pansy.

Se detuvo unos instantes, aspiró profundamente, y continuó su camino.

Tal vez podría esperar en la cafetería nueva de la esquina a que el calor disminuyera, y bien entrada la tarde podría ir a casa de Hermione a ver cómo de traumatizada había quedado por el inusitado beso de Draco. Luego invitaría a las chicas a cenar a un restaurante bonito, y más tarde podrían salir a bailar o al cine, cosa que a Luna le encantaba porque decía que un hombre tan guapo como Johnny Depp sólo podía admirarse en todo su esplendor con una pantalla de cinco metros de alto.

Iba tan ensimismada en sus pensamientos al torcer la esquina, que no vio al chico que avanzaba hacia ella, aquel con el que chocó, ese que provocó que se cayera al suelo, torciera su pie y destrozara su tacón de diez centímetros de alto. En cuestión de segundos su trasero se resintió, pero lo que más le dolía era el corazón: Aquel helado de chocolate y menta que antes tuviera en la manos había mutado, para su desgracia, en una mancha oscura -como un dardo venenoso- en su traje exclusivo de Óscar de la Renta.

- ¡Mierda, mierda, mierda! - gritó, todavía sentada en el suelo.

No era posible que tuviera tan mala suerte en la vida, que siempre que estaba bien alguien -un hombre para ser exactas- apareciera en su vida y le trastocara sus planes.

- Lo siento - murmuró el chico, tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse, Pansy se sacudió el traje sin aceptar su ayuda, enojada -Tengo un quitamanchas en la tienda… tal vez con un hechizo.

Ella, Pansy Parkinson, a las que todos creían la Mata Hari mágica era, simplemente, una mujer que no podía mantener a su lado al hombre del cual estaba perdidamente enamorada. Tampoco un simple helado. Y siempre el factor desencadenante, la dinamita, la bomba, el que prendía la mecha, era un hombre. Sí, un hombre parecido al que tenía delante, pelirrojo, alto y pecoso. Con unos ojos azules que la observaban con consternación desde arriba como si fuera un dios. La vista se le enturbiaba y no podía ver con claridad. Sin saber cómo, había empezado a llorar.

- ¡Es chocolate de Florean Fortescue, no hay magia en este mundo que quite algo así! - se quitó las gafas, para enjugarse las lágrimas con rapidez, pero al mirar a su interlocutor se quedó quieta, estática. Se levantó de un brinco - ¡Otra vez tú! ¡Weasley, siempre tienes que andar metiendo la pata con todo el mundo!

- Pankinson - Ron también la había reconocido, pero sólo dedujo que era Pansy al dejar a la vista aquellos penetrantes ojos azules que ahora lo observaban con desprecio - Deberías mirar por dónde vas.

- ¡Ja! - había puesto las manos en jarra, desafiante - Eres tú el que ibas como un imbécil atolondrado.

- Te recuerdo que la que ha caído al suelo y destrozado su vestido eres tú - Ron parecía orgulloso con su conclusión. Ante toda respuesta, Pansy arqueó las cejas, desafiante.

- ¿Ah, sí? - se quitó con una mano un pegote de helado del vestido, se embadurnó ambas manos y, para asombro de Ron, le estampó sus dos manos chocolateadas en su camisa blanca - Hala, mi firma. Para que te acuerdes de mí -cogió un poco más y, con mucha sangre fría, se la pasó por la cara, de arriba abajo - Ea, y otro poquito más de regalo.

- ¡Pero serás…!

- ¡Eh! - le cortó, señalándose el vestido - Cuidadito con lo que me dices que todavía me queda arsenal para un par de firmas más.

Ron contrajo los labios en un rictus severo durante unos segundos, apretó los puños y Pansy creyó que le iba a pegar. Buscó su varita a tientas en el bolso y cuando ya se disponía a enfrentarse con dignidad a su oponente éste hizo algo fuera de lo común: Comenzó a reírse desenfrenadamente. Weasley se llevó las manos a la barriga, temblaba, y sus pecas estaban multiplicándose por mil debido a sus carcajadas esperpénticas. Todo ello frente a Pansy, que no sabía exactamente a qué venía tanta alegría.

- Estás… tú… horrible… - hablaba con dificultad, pero ella pudo deducir que se refería claramente a su aspecto.

Se giró para verse reflejada en el cristal del establecimiento que tenía enfrente, y no pudo evitar abrir la boca con estupor en un grito ahogado. Su recogido estaba hecho trizas, mechones negros caían por todos lados sin ton ni son, dándole un aspecto de loca que superaba con creces el de la mismísima Luna. El rostro estaba manchado de chocolate en algunos puntos dónde se habían mezclado con las lágrimas, formando churretes -como en su nariz, frente y barbilla- y sólo mantenía un zapato puesto, con el tacón roto -el otro inexplicablemente había volado a un par de metros-. A regañadientes, Pansy admitió que era divertido, y contagiada por el pelirrojo -también debido a su ridículo aspecto a juego con el suyo propio- comenzó a reír también.

Pasaron al menos cinco minutos antes de que se produjera un tenso silencio entre ellos. Ron se enjugaba las lágrimas y Pansy intentaba, sin éxito, romper el tacón del otro zapato para poder andar sin cojear. Ron se lo quitó de sus manos e hizo el trabajo por ella.

- Es lo menos que podía hacer - le respondió, sin esperar las gracias por su parte. Luego le hizo un gesto con la mano y se marchó.

Pansy lo vio alejarse, con su cuerpo larguirucho, sus hombros oscilando levemente y aquel andar tan característico también en Bill, arrastrando los pies como alma en pena. Ron Weasley tenía un leve parecido a su hermano mayor -aunque su melena no fuera tan larga y su atractivo tan atrayente- pero en aquellos momentos era Ron el que estaba allí. Ron, el que había chocado con ella, le ayudó a levantarse y luego se rió de su aspecto sin temer represalias -algo que no le sucedía todos los días-. Weasley, la Comadreja amiguito de Potter y ex novio de Hermione, ese cabeza hueca que no tenía ni dos neuronas activas pero que, según Granger, jugaba excelentemente al ajedrez. Ron, que se parecía tanto a Bill.

Bill.

Sin saber cuándo -o cómo, o qué diablos estaba haciendo- llegó a su lado, lo sujetó del brazo y lo volteó para quedar frente a frente con ella. Los ojos azules del muchacho la observaban con desconfianza, y frunció el ceño como gesto de advertencia.

- Tengo hambre - le confesó Pansy, sin dejar de sonreír.

- Felicidades - adujo él, intentando proseguir su camino. Ella no lo soltó.

- Oye, intento invitarte a merendar - el ceño se contrajo más, y de nuevo esas motas comenzaron a aflorar como salidas de la nada - Digo, si tu quieres.

- Ah - parpadeó varias veces, como procesando la información. Finalmente se encogió de hombros - Vale, así pagas mi camiseta - sonrió y se señaló la prenda - Me la compré hace un par de semanas.

- Weasley - Pansy le dio un empujón conciliador, como de amigo a amigo. Ella también se señaló a sí misma - Es un Gucci ¿Sabes lo que significa? Que deberás hacer horas extras para devolverme todo ese dinero - al ver la cara de espanto que ponía añadió - Aunque, en fin, quizá me conforme con un helado de chocolate.

Sin saber porqué, Ron le sonrió, y aquella sonrisa se parecía a la de Bill.

- Creo que eso sí te lo puedo conceder.

Y juntos partieron rumbo a la cafetería, olvidando por unas horas, el profundo desprecio que se tenían.

Mañana, quizá, volverían a odiarse de nuevo.

*****

PVO Hermione.

Al no tener ningún plan mejor, Ginny accedió a comer conmigo. Pedimos una pizza,, preparé una ensañada, tomamos coca cola y divagamos sobre las mil y una posibilidades de sacar una suculenta suma de dinero, múltiples propiedades en Hogsmeade y Valle de Godric vendiendo la exclusiva de mi beso con Malfoy a Skeeter. Luego comenzamos a preparar un chantaje en toda regla, donde Astoria Greengrass -alias Muñeca de Porcelana Diabólica- tenía un papel protagonista.

- No entiendo cómo puede casarse con Malfoy - Ginny picoteaba su tarta de manzana, jugando con el tenedor - Es guapo, sí, pero todo el atractivo que tiene se queda en un segundo plano cuando abre la boca. -suspiró varias veces y añadió - Me recuerda a Harry. También a Ron.

- Si te escucharan, considerarían la alusión un insulto en toda regla. - le informé, mientras lavaba los platos en la cocina.

- Me gustaba tenerte como cuñada - se sinceró Ginny, cogiendo un paño para secar los vasos - Es decir, sé que lo tuyo con mi hermano terminó, pero tal vez cuando lo de Zabinni clausurara tú y él…

- Ginny, no ejerzas de alcahueta - le corté, y casi se me resbala la fuente de ensalada al recordar las últimas palabras de Ron en la tienda de George y Angelina - No voy a negar que lo quiero, pero sólo como amigo, de la misma forma que estimo a Harry.

- Cho no fue a visitarlo - Ginny intentó que pareciera casual, pero no pude evitar una sonrisa - Harry dice que no mantienen contacto desde que ella se marchó a Nueva York.

- ¿Y a ti te importa? - le pregunté, sabiendo de antemano que no me respondería con la verdad.

- ¡No! Es sólo que… ¡vamos, Hermione, no pongas esa cara de sabelotodo! -resopló con impaciencia - Intento constatar un hecho objetivo, nada más.

- Ya.

Un estruendo procedente de la chimenea me hizo dar un respingo. Me volví para ver quién era. Allí en el suelo, había un bulto grande que se irguió en pocos segundos como un dios, sacudiéndose las cenizas de su camisa negra. Oí como Ginny murmuraba a mi lado “Joder” y yo no pude evitar que la fuente finalmente se resbalara entre mis dedos, haciéndose añicos en el suelo.

- Vaya, vaya, ¡miren nada más! La pobretona Weasley y la rata de biblioteca unidas en sus quehaceres habituales.

- No eres bienvenido a ésta casa, Malfoy - no sé como logré articular palabra, quizá porque lo único que deseaba en esos instantes es tener la capa invisible de Harry y desaparecer de allí inmediatamente.

- Vamos, Granger, ¡pero si desde que he llegado tu cuchitril tiene más luz y estilo! -rezongó, cruzándose de brazos - De todos modos, y aunque me lo paso en grande enumerando tus múltiples defectos, no he venido a eso.

- ¿Ah, no? - arqueé las cejas y cambié mi peso de un pie a otro - ¿A qué debemos, entonces, tu inesperada visita?

Sus ojos grises se volvieron a Ginny, y le espetó un “Esfúmate” que ella no escuchó, pues permaneció junto a mí, con el trapo de cocina en sus manos como una estatua de mármol.

- He dicho que te largues, Weasley.

Ginny me lanzó una mirada que logré entender “Si quieres me quedo”, pero negué con la cabeza, sin estar del todo segura de poder hacerme con la situación. Dejó el paño de cocina, me dio un beso, -murmuró un “ire a cotillear en el pensadero de Pansy“-, colocó las entradas del próximo partido de quidditch en la encimera y se desapareció. Fui hacia, que se había acomodado en mi sofá con descaro.

- ¿Y bien?

- Granger, creo que tú y yo tenemos una conversación pendiente. -puse los ojos en blanco, molesta.

- ¿En serio?

- Por supuesto -corroboró, incorporándose del sofá para quedar a pocos centímetros de mí - Hay hechos inexplicables que necesitan ser analizados.

Ya está, pensé, esa es mi sentencia de muerte. Ahora alzará su varita y me fulminará ahí mismo como un pollo. Tragué saliva y traté por todos los medios que no notara mis temblores, el sudor de mi frente o el movimiento de mis manos.

- Tú dirás.

- Quiero saber qué pasó anoche. Pansy me ha contado algo, pero creo que no todo fue idea suya. Tú tienes algo que ver y me debes al menos, una respuesta factible.

- No sé de qué me hablas.

- Entonces será mejor que te refresquemos la memoria.

Y por segunda vez en toda mi existencia, Draco Malfoy me volvió a besar.

********************************************************************

Bueno, no era lo que tenía en mente al principio, pero… ahí queda. Por fin en el siguiente capítulo veremos a Malfoy y Hermione un poquillo más compenetrados.

Se aceptan de todo menos virus.

Besos: Shashira.

miércoles, 19 de agosto de 2009

El Contrato Capítulo 7


Voy a subir el capítulo siete para que cuando cuelgue el diez en fanfiction no estéis tan atrasadas acá en el blog, principalmente porque me parece injusto. Así que pondré los siguientes más rápido que de costumbre ^^.

Bueno, como nota personal, admitiré que éste puede que sea uno de mis capítulos favoritos junto al siguiente, que es el octavo. Tanto el siete como el ocho son, para mí, el verdadero comienzo de la historia, tanto para los personajes principales -Draco y Hermione- como para los secundarios.

Soy de la opinión -tal vez para mi desgracia- de que muchas veces una historia no llega a calar al lector sin un buen elenco de secundarios. Aparte, me gusta que tengan una personalidad definida, sus propias historias, y que no todo gire alrededor de los protagonistas. Es por eso de que, a partir de éste capítulo, el fic es narrado de forma diferente. Se utilizará la primera persona tanto para hablar de Draco como de Hermione, pero para el resto de personajes se utilizará la tercera persona, y se avisará al principio de quién tratará.

Puede que os parezca un poco lío al principio, pero con suerte no me mataréis ^^. Recordad que sino no podréis saber el final de la historia, ¿si? XDD

Como cada una de mis historias, y cada uno de mis capítulos, siempre hay una dedicatoria.

A mi gran amiga Elianela, porque sin ella yo no soy nada, y porque gracias a ella, todavía creo que la amistad puede existir a través de una pantalla de ordenador. Te quiero, mi pequeña Ravenclaw.

Y ahora, ¡a leer!

***********************************************************************

Tras la Fiesta del Chivo (Primera Parte): Capítulo 7

PVO Draco

Aún mantenía los ojos cerrados a pesar de que estaba despierto. Continuaba en la misma posición hacía media hora, pero era imposible que mi cuerpo resistiera una sacudida sin que vomitara o todo me diera vueltas, así que opté por permanecer allí tumbado, con las cortinas corridas e intentando recordar qué demonios había sucedido aquella noche, porque no recordaba casi nada. Fruncí el ceño y me mantuve estático por varios segundos más, rígido, haciendo que mi cerebrito de Slytherin aventajado diera todo de sí para encontrarme con algo clave, y así averiguar cómo demonios llegué a mi casa dolorido y con un resacón que marcaría récords de por vida.

Pensemos.

A mi mente regresaban imágenes como flashes centelleantes, pero no sacaba nada en claro con eso: El McDonalds, hamburguesas, Astoria y Daphne yéndose, Pansy, Zabinni, el club gay, la música, la coronación de algo, aplausos… y luego un golpe, y otro y otro más, todos cubiertos de un suave aroma que me recordaba a mi infancia.

Vainilla.

Hacía años que aquel episodio estaba confinado con mutismo en el desván de mi frío e insensible corazón, por ser el recuerdo más satisfactorio de toda mi infancia y mi pequeña y confidencial debilidad. Sí, ahora que mi muerte anda más cerca debido a este incesante y tortuoso dolor de cabeza lo admitiré: Soy un adicto a todo lo que contiene vainilla. Sé que suena estúpido, sobretodo teniendo en cuenta que yo, Draco Malfoy, soy un ser bastante malvado porque puedo, arrogante a mucha honra y guapo hasta límites insospechados.

Vale, podéis agregar el adjetivo ególatra si os apetece, lo veo justo y para nada peyorativo.

Pero no nos desviemos del tema principal, que es mi obsesión por el mencionado aroma. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Toda la culpa -y ojo, que no soy de los que culpan a los demás como San Potter, solo saco mi lado victimista si algo no me sale como yo deseo, nada más - la tiene mi progenitora, Narcissa Malfoy, y su afán por prohibirme desde mi más tierna -¿tierna?- infancia que comiese del bote de galletas de la cocina, destinado únicamente a satisfacer los exquisitos paladares de sus amiguitas cotorras y aristocráticas.

Las galletas son alimentos femeninos, Draco, si las comes te vuelves un renegado.

Esas eran palabras de mi padre, y como tales pasaban a la posteridad por los siglos de los siglos. Amén.

Por “Renegado” en el diccionario de Lucius Malfoy se entiende maricón, mariquita, mariconcete, homosexual, gay, trucha, de la otra acera,y toda palabra malsonante que podáis imaginar -por ejemplo, Potter o Weasley-. Como comprenderéis a mis nueves años eso a mí me importaba una soberana mierda, para que nos vamos a engañar; y por otra parte, yo estaba seguro al cien por cien que no era gay; para remitirnos a las pruebas solo diré que cierta parte de mi cuerpo aumentaba considerablemente de tamaño tan solo observando a la hija de los Clearwater tomando el sol en mi piscina durante los veranos -ya la imaginación se encargaba del resto-. Pero ese pequeño detalle preferí omitirlo con el fin de que mi padre no me calificara de pervertido sexual a tan temprana edad.

No me avergüenza admitir que soy un ser de costumbres fijas y caprichoso hasta lo inconcebible; total, otros magos que conozco pertenecieron a Hufflepuff y se vanaglorian de ello, así que no veo inconveniente en dar cuenta de mi ambición. Por todo ello, yo veía aquel bote de galletas en la despensa como un trofeo inigualable, algo que debía -tenía- que conseguir aunque fuera por caminos oscuros.

Mi madre se negaba una y otra vez, escudándose en que mi padre veía aquella debilidad como algo “indigno de un Malfoy”. Lloré desesperadamente en mi dormitorio -tampoco era plan de hacerlo delante de mis padres y llevarme un castigo de regalo por mi insolencia o fragilidad- , grité y pataleé con toda la insistencia que pude lograr a mis nueve años, pero nada de ello dio resultado.

Ante tal panorama desolador decidí tomar medidas urgentes y paliar mis deseos.

Una tarde di con la forma de conseguir mi trofeo sin que mis padres repararan en ello. Después de tomar el té en el salón, me dirigí con premura a mi dormitorio y dibujé una galleta en un trozo de pergamino.

Era grande -todo lo es a ojos de un niño-, de colores, y se asemejaba en demasía a la que el bote de mis pesadillas tenía decorando una de sus bases. A hurtadillas y sin ser visto entré en el dormitorio de mis padres, me hice con la varita de mi madre y hechicé como buenamente pude aquel trozo de pergamino -y ahora caigo, también obligué a Niny a que me ayudara con su magia bajo pena de entregarle un calcetín, pero esa parte no hace falta comentarla ¿verdad?-, haciendo que adquiriera el ansiado aroma vainillado de las galletas escondidas en la despensa.

Ese pergamino me siguió hasta Hogwarts, y hoy en día descansa en mi baúl oculto bajo llave y maldiciones en una de las esquinas de mi dormitorio. Hace años que no duermo con ese pergamino bajo la almohada -antes lo hacía siempre, o casi-, y supongo que tampoco mantendrá el olor tan preciado de antaño, pero no me importa en absoluto.

Ese dibujo conserva en una mezcla de tinta, magia y pergamino el niño inocente que una vez quise ser y nunca fui. Una probabilidad de cambiar que, evidentemente, jamás se dio. Pero el aroma a vainilla continúa persiguiendo en mis pesadillas, convirtiéndose en mi obsesión por encima de todas las cosas. Para la eternidad.

Ahora que recuerdo, era Hermione Granger la persona que exudaba vainilla por cada poro de su inmundo cuerpo en aquella discoteca de muggles.

Pues vaya mierda.

Un rayo de sol se coló entre los gruesos cortinajes, y me di la vuelta con fastidio para evitar que me rozara, sin intentar aún incorporarme de la cama. Metí la mano debajo de los almohadones, coloqué una pierna por encima -entre el bulto de sábanas de lino egipcio- y volví a hundir mi rostro entre los mullidos cojines. El contacto con la tela me hizo gritar de agonía.

- ¡Joder! - me levanté de un salto, llevándome una mano al cuello y observando la almohada con aprensión. Allí, con ojos rojos y gesto que declaraba sobre todas las cosas posibles su mal humor, había un cangrejo de fuego que soltaba chispas por la cola.

Conocía a ese animal, y también a su propietario.

- Buen chico, Stewie ¡vas mejorando! Ese ataque fue fabuloso - sentado en mi butacón preferido con las piernas cruzadas y semblante serio se encontraba, sin lugar a dudas, el dueño de aquella cosa maldita.

Perdón, la dueña.

- ¡PANSY!

- Draco - una sonrisa burlona bailaba sobre sus labios, apenas maquillados - Llevo una hora esperando que te dignes a levantarte de la cama - sus ojos azules se detuvieron en su cangrejo de fuego - Stewie tuvo a amabilidad de sacarte del letargo por mí ¡es que éste butacón es tan cómodo que no quería ni moverme!

Señalé al animal con dedos temblorosos. Si Pansy no fuera una chica ahora estaría muerta.

- Sácalo de ahí, ahora - le ordené, y ella frunció la boca, protestando - Esas sábanas costaron una fortuna, Parkinson, ¡son importadas de El Cairo!

La aludida chasqueó la lengua reprobatoriamente, pero obedeció y metió a la “cosa” en una especie de jaula encantada. Dejó al animal en el suelo y luego me observó de arriba a bajo, divertida.

- Cariño, a mí no me importa que te exhibas desnudo, pero no creo que a Astoria le parezca apropiado que andes en cueros delante de alguien como yo.

- Ah.

Alcancé el revoltijo de sábanas y me las lié con presteza a la cintura, aunque bueno, luego me di cuenta de que era una idiotez; después de todo, Pansy y yo habíamos compartido más que palabritas tontas en una cama, así que no era la primera vez que nos encontrábamos en una situación, llamémosle embarazosa.

- Sigues tan dotado como siempre, querido -admitió ella. Dando una vuelta a mi alrededor para observarme desde diferentes perspectivas - Astoria debe estar contentísima de tenerte en el lecho.

Anda, dime algo que no sepa.

- ¿A qué has venido, Pansy? - pregunté, tomando asiento en el butacón que minutos antes había ocupado - No creo que estés aquí para hablar de mis relaciones sexuales o polvos mañaneros.

- Cierto - concedió ella, y por primera vez desde su llegada parecía dudar - Yo… he venido a ver cómo te encontrabas.

- Bien - respondí - ¿por qué preguntas?

Me llevé una mano a la cabeza, intentado evitar por todos los medios echarle cuentas a la terrible jaqueca que martilleaba incesantemente; cuando aquello sucedió, mis manos dieron con unas formas que antes no había notado… más bien que nunca habían pertenecido a mi cara ¿qué era eso? Miré a Pansy, que me observaba impasible, y luego corrí hacia el baño.

¡AH!

Estaba claro que hoy me había levantado con el Grim encima o a la vuelta de la esquina.

Mi cabeza ya no era una cabeza, sino una enorme calabaza con pelo rubio y ojos grises que se miraba a sí misma, espantada, a través del espejo. ¿Dónde estaba mi belleza, mi sonrisa, mi rostro anguloso?

¡Coño, pero si mi piel era naranja! Ahora sí que podían clamar a los cuatro vientos que tenía un color saludable y no la palidez que siempre reverberaban como enfermiza aquellos estúpidos magos del Ministerio. De todos modos yo era una calabaza, ¡una calabaza! Parecía una hortaliza ultrajada que tenía metido en el culo dilatado el cráneo de un ser humano.

Genial. Draco Malfoy, alias “La Calabaza Ultrajada“.

- Tú no lo recuerdas, pero ayer fuiste un nene muy malo y hubo que castigarte - Pansy permanecía apoyada en el marco de la puerta, cruzada de brazos y observándome a través del espejo. Sentí la ira bullendo desde mi interior. Eso no iba a quedar así.

- ¿Fuiste tú? - inquirí, pero ella negó con la cabeza y se abstuvo de hacer declaraciones. Vale, no sabía quién pero alguien iba a pagar por el atrevimiento tarde o temprano.

- La primera lección que debiste aprender, Draco, es que un Malfoy obtiene lo que quiere… siempre que no sea la novia de tu mejor amigo.

Click-clack, ahora sí que todo encajaba.

Un escenario, aplausos, coronas, brillo, multitud, más aplausos, Granger… su aliento, su nariz apestando a pergaminos y tinta.

Un beso.

- Joder - murmuré; observé que Pansy se acercaba hasta a mí, palmeándome el hombro con delicadeza.

- Vamos, no es tan grave - me consoló. Claro, como ella no era ahora una calabaza violada no le daba importancia. - Al menos, Blaise no te lanzó la llama de fuego que tenía preparada para que no tuvieras mini Dracos. El Melofors es lo menos que te merecías.

Zabinni… ese traidor iba a saber quién era yo, bueno, cuando volviera a mi estado natural de hermosura inimitable.

¡Por Salazar, aquello era denigrante! ¿Cómo había sido capaz de besar a Granger estando en mis cabales? Bueno, estaba borracho, y feliz, y me sentía libre… eufórico… ey, un momento ¿eufórico? Yo nunca estoy eufórico. Soy serio, socarrón, malvado y cruel ¿qué hacen esas palabras formando parte de mi ser? Algo estaba mal.

- ¿Pansy?

- Dime.

- ¿Tienes algo que contarme?

- ¿YO? - dio unos pasos hacia atrás, acongojada de repente - Nada, ¿por?

¡Maldita Slytherin de los cojones, amigas para esto! Si ya lo decía mi padre, nunca confíes en ellas porque tienen la maldad de un hombre y el saber de una mujer. Me di la vuelta para encararla, intentando aparentar una calma que en aquellos momentos se me escapaba de las manos.

- Sí, vale, lo admito - confesó, sonriendo tímidamente - ¡Solo fueron unas gotas de poción, Draco! - colocó un dedo en la barbilla, y luego se rascó la sien, reflexiva - Bueno, quizás la botella entera - y agregó, antes de que yo pudiera acusarla de algo - ¡Pero estabas siendo un aguafiestas, debías animarte!

- ¡Pues haberme invitado a whisky de fuego Pansy! - rugí, deseando ahogarla con mis propias manos - ¡Soy una calabaza! ¿Ves algo bueno en ello?

- Al menos tendrás un disfraz para Halloween, ¡la diadema de Miss Universo te irá perfecta!

Prefería hacer como que no la había escuchado.

No podía creerlo, ¡Una sangre sucia! ¡había besado a una sangre sucia y todo por su aroma a vainilla!

¡Merlín!, iba a tener que arreglar todo eso inmediatamente… pero antes debía lavarme concienzudamente los dientes con desinfectante mágico, quién sabe si eso de la suciedad en la sangre se contagia.

****

La resaca de Nott

Theodore Nott estaba bastante incómodo, y eso aumentaba tanto su dolor de cabeza como su mal humor. Aunque parezca raro, él también tenía su carácter, pero en contadas ocasiones salía a relucir; sin embargo, todos salían corriendo despavoridos cuando “el gran oso” -apodo que Zabinni le había puesto en sexto y él conservaba a su pesar- hacía acto de presencia entre los comensales. Por eso siempre que podían Blaise, Draco y Pansy intentaban no incentivar dichos factores; a saber:

Factor A: Dormir. Theodore se llamaba de segundo nombre Marmota y no podía subsistir en el mundo de los vivos sin haber visitado el de los sueños primero. En Hogwarts se acostaba nada más anochecer, pero llegaba a desayunar el último y nadie se molestaba en preguntar qué o quién lo había entretenido, porque ya conocían la respuesta. Su nombre, era Cama. La más fiel de mis mujeres aseguraba entre bostezos al dirigirse a su encuentro por las escaleras de las mazmorras.

Facto B: La comida. No es que Theodore Nott fuera famélico, simplemente se arrastraba a las cocinas cada dos horas en busca de alimento como un niño tercer mundista porque, aseveraba entre sollozos a los elfos, necesitaba más azúcar que el resto para que su cerebro rindiera lo justo y necesario; de ese modo no restaría puntos a su casa -sino haber quién aguantaba a Pansy en su estado Banshee- y no dormiría en clase, a excepción de Historia de la Magia.

Factor C: Su mundo. A Nott le encantaba soñar despierto, dormido o cogiendo apuntes en Pociones con Snape, y lo que más le fastidiaba es que lo sacaran de ellos justo en el momento menos oportuno -como cuando Draco Malfoy chasqueó los dedos y no pudo matar al dragón chino para rescatar a la princesa sin rostro de la torre. Estuvo sin hablarle dos semanas enteras.- Así que cuando Theodore Nott hacía caer levemente sus párpados, entornaba los ojos y miraba más de cinco minutos un lugar fijo de la estancia, simplemente se resignaban y lo dejaban solo, aparcado a un lado como un mobiliario más de la sala. En fin, había cosas peores ¿o no?

Factor D: La incomodidad. No soportaba un lugar donde permaneciera obligado, ni tampoco a nadie que lo obligara. Como ser humano que se consideraba, Theodore Nott era libre, y le gustaba ejercer esa libertad a su manera, para bien o para mal, pero siempre a su forma. Por eso en cuanto acabó la maldita guerra y su padre fue encarcelado vendió la casa y se marchó. Nunca soportó que su padre lo metiera de lleno en una guerra que no era la suya, y por algo que para su modo de ver la vida no tenía importancia. Debido a eso, y contra todo pronóstico, aunque Draco se inició a su pesar, él no llegaría nunca a tatuarse la maldita marca que lo identificaba como Mortífago. Aquello desestabilizó por completo los cimientos de su pequeña familia.

Su madre había muerto hacía ya bastantes años, y su hermana mayor, Diandra, había contraído matrimonio un año antes de la caída del Señor Tenebroso con un chico búlgaro y vivían en la capital. Mantenían el contacto de vez en cuando -había que guardar las apariencias ante todo, le decía a Theo en cada carta o visita esporádica-, y sabía que aunque su hermana no lo dijera en alto, él no era bienvenido a esa casa por considerarlo un traidor -al fin y al cabo lo era, pues se había negado en rotundo a tatuarse la marca tenebrosa-.

Así que como único heredero de la fortuna Nott vendió su casa, algunos enseres, y se fue a vivir al Valle de Godric -irónico ¿verdad?-. Lo único que conservó de su vida anterior era la pequeña empresa de su madre, que se dedicaba a organizar eventos mágicos para el Ministerio de Magia. Cuando su padre fue besado por un dementor por accidente-tan solo hacía año y medio de eso-, supo que toda sus pesadillas habían desaparecido.

Como veréis, ninguno de los factores estaba subsanado -apenas había dormido, tenía hambre, sueño y estaba tumbado sobre algo duro y para nada cómodo- así que Theodore Nott no es que estuviera enfadado, simplemente se encontraba furioso.

Y hablando de encontrase…¿Dónde diablos estaba?

Abrió los ojos con lentitud, manteniendo el ceño fruncido, y nada más hacerlo deseó cerrarlos de por vida.

No, aquello definitivamente no se podía considerar salón, ni habitación, o estancia… en resumidas cuentas, eso era un sacrilegio a los sentidos. Todo en aquel lugar estaba cubierto de objetos extraños, jaulas de animales nunca visos antes, volúmenes de plantas, manuales de veterinaria mágicos y muggles. Los muros eran turquesa intenso, y el suelo forrado de baldosas brillantes en tonos amarillos. Cuadros de variada fauna decoraban el lugar, y Theo reconoció a un Kneazle, un unicornio y a un grupo de doxys.

Se incorporó lentamente, con el cabello alborotado y refregándose los ojos con insistencia. Por Agripa, sea quién fuera el dueño de esa casa tenía cierta alergia al buen gusto, eso estaba claro. Nada más hacer el primer movimiento algo chirrió bajo él, y comprobó que se encontraba tumbado en un sofá turquesa y amarillo de charol reluciente de una dudosa calidad.

- ¡Qué demonios…!

- Hola, ¿dormiste bien? - una cabeza pequeña con una gran mata rubia y engreñada se asomaba tímidamente por la puerta.

La piel clara parecía traslúcida a la luz de la mañana y Theo pensó que esos ojazos azules eran demasiado grandes para un rostro tan diminuto, pues le daba un aire constante de psicópata y despistada. No conocía de nada a esa chica, o al menos eso pensaba ¿qué hacía entonces ahí, con ella?

- Es mi casa - la observó detenidamente, ¿sabría legeremancia? - Supongo que te preguntarás cómo llegaste aquí ¿cierto? - sonrió, y Theo le devolvió una sonrisa forzada - Has tenido suerte, no fuiste atacado por los Kuxies Invisibles, en ésta época del año son muy comunes y te drenan toda la sangre. Mi padre intentó dar con uno, pero nunca lo ha conseguido.

Un momento, ¿se está quedando conmigo o me está hablando en serio?. Con ésa cara quién sabe, puede ser cualquier cosa. Desde una hechicera despiadada hasta la bruja más tonta.

- Me llamo Theoodore Nott - se presentó, levantándose del sofá y tendiéndole la mano, que ella estrechó brevemente.

- Lo sé, fuimos juntos a Hogwarts. Soy Luna Loveggod.

- Pues no me suenas - confesó aturdido, resistiendo las ganas de cortarse la cabeza para acabar con el dolor.

- Tal vez me conociste por Lunática.

Claro, la loca de Ravenclaw.

Ahora sí que la tenía en mente. Theo vislumbró fugazmente en su cabeza a una niña con zanahorias en las orejas, colgando carteles por toda la escuela porque constantemente le escondían sus pertenencias curiosamente el último día de clase, y quería que se las devolvieran. Sí, definitivamente era ella, con más años, menos loca y más hortera.

Nott observó que vestía a lo muggle, con unos vaqueros gastados, una camiseta amarilla - no sabía por qué pero estaba empezando a odiar ese color- y, como mención especial esas pantuflas de dragones peculiarmente rosas que expulsaba chispas rojas de sus fauces abiertas.

- Bonitas zapatillas - se burló, aunque sabía que dentro de dos horas pasado su mal genio se arrepentiría.

- Lo sé -admitió Luna Lovegood, que parecía no haber reparado en el tono jocoso empleado por el mago - Sin embargo, yo debo de admitir que tu atuendo es bastante divertido.

- ¿Disculpa?

- A mi me da igual, pero esos pantalones de terciopelo rosa y la boa morada no me las imaginaba nunca en posesión de un Slytherin ¿eres un transexual?.

- ¿Un qué? - preguntó Theodore Nott, consternado ante tanta labia para la sinceridad. Luego reparó en su atuendo, aquel con el que se había disfrazado para la fiesta del club muggle. Bueno, dedujo molesto, era comprensible su confusión. Pero no iba a achantarse delante de nadie, y mucho menos de una desconocida, por más que dijera que se conocían de Hogwarts - Esto es un nuevo modelo de Madame Malkin - mintió - Dicen que es el último grito.

- Sí, -concedió ella, sin desdibujar la dulce sonrisa de su rostro - Yo también gritaría si me vistiera con eso.

- Oye, - se defendió Nott - que es ropa muggle.

Luna Lovegood parpadeó varias veces pero no respondió. A Theo le recordó a un búho albino que había pertenecido a su hermana llamado Lux.

- ¿Quieres desayunar? - le interrogó, y Nott asintió con ojos brillantes ¡comida! Por fin algo que iba a mitigar su malestar.

- ¡Muero de hambre! - exclamó, relamiéndose los labios con gula mientras su mente imaginaba una enorme montaña de tortitas, cereales y mermelada por doquier.

- Sígueme - lo apremió Luna, y salió por la puerta sin esperarlo.

Un pequeño pasillo pintado de naranja lo llevó hasta una cocina, decorada con más cuadros de animales. Los muebles eran amarillos, y las paredes de un rojo escarlata que a Nott casi le hizo pedir a gritos un decorador con urgencia. Tomó asiento en la barra americana y esperó a que Luna le sirviera el suculento desayuno, pero de nuevo aquella rubia con cara fantasmagórica lo dejó pasmado.

Frente a él puso un plato con algo verde que parecía moho, acompañado con un líquido morado, pan integral y frutas silvestres-naranja, plátano, fresas, cerezas-. Los ojos oscuros de Nott miraron con espanto a Luna, que parecía haber tomado tres botellas de Felix Felicis de un solo golpe.

- Espero que te guste el queso envejecido - murmuró ella, sentándose a su lado y dispuesta a tragarse aquella cosa que Nott se imaginó pronto saldría corriendo por patas del plato. Su mirada iba de la chica a la comida alternativamente, sin saber cuál de las dos estaba más fuera de lugar en ese mundo y en ésa cocina.

- ¿Y las tontitas, la mermelada, el arenque ahumado? -saltó disparado hacia los primeros estantes que encontró en su camino, como si la vida dependiera de ello - ¿Dónde metiste el zumo de calabaza?

- Suelo desayunar en una cafetería cercana al Ministerio de magia y siempre pido esas cosas - Luna apoyó la cabeza en una mano, soñadora, sin reparar en los movimientos cada vez más anhelantes de Theo - Así que dedico el fin de semana a depurar.

- ¿Depurar? - le interrogó, sacando la cabeza de un mueble de la cocina - A eso que tú haces se le podría llamar perfectamente suicidio con alevosía, Lovegood.

- Es queso envejecido - volvió a corroborar la bruja con voz ausente, suspirando.

- Más bien putrefacto.

- Eres un quejica - Luna frunció el ceño por primera vez - Si comes continuamente todo esos alimentos el cuerpo se resiente, por ello debemos evitar la ingesta de carne, pescado y derivados. Hay que alimentarse adecuadamente.

- Tú lo que quieres es matarme de hambre - replicó Nott, dándose por vencido en su búsqueda por algo comestible en aquella casa de locos - Joder, ¡tengo hambre!

- Pues come.

- ¡Pero es queso putrefacto!

- Envejecido - recalcó de nuevo Luna, impasible.

- ¡Lo que sea!

Theo se cruzó de brazos, mascullando por lo bajo palabras inapropiadas para esas horas de la mañana. Observó a Luna con detenimiento tragarse la dichosa cosa verdosa con fervor. No era la primera vez que se encontraba frente a una maniática de la alimentación.

Sin ir más lejos Diandra, su propia hermana, era una adicta a las pociones para adelgazar y dudosas hierbas que conseguía de contrabando en el callejón Diagon. Pero lo de Lovegodd era diferente, pues su hermana comía de todo y luego adelgazaba a base de pastillas. Sin embargo, Luna Lovegood no utilizaba pastillas -aunque es una caja de sorpresas- simplemente ingería alimentos tan extravagantes como ella.

Luna por su parte comía tranquilamente su delicioso queso envejecido, siguiendo por el rabillo del ojo los bufidos y resoplidos calculados que Nott soltaba de vez en cuando para llamar su atención. Ella, evidentemente, no le hacía ni caso.

En Hogwarts estaba acostumbrada a que todos sus compañeros de casa -y algunos que no lo eran, la verdad- le incomodaran hasta el extremo, pero ella jamás había perdido la calma. Por lo tanto ¿qué diferencia había entre aquellos chicos insolentes y Nott? Ninguna, por supuesto, salvo que ahora no estaban en la escuela, sino en su propia casa, -mi terreno- y estaba encantada de llevar la voz cantante. Era una experiencia nueva y a la que se podía acostumbrar. Siempre era Luna la que acababa fastidiada, la que perdía sus cosas o tomaban por loca. Bien, ahora los roles estaban cambiados.

- Necesito azúcar - Theodore Nott mantenía la cabeza apoyada en la mesa alta, con su mirada oscura fija en Luna Lovegood, que en aquellos instantes se metía un trozo de pan integral en la boca - No soy persona sin mi dosis de glucosa diaria.

- Tengo una tableta de chocolate en el bolso - las palabras hicieron el efecto deseado en Theo, que levantó el rostro como un resorte y la miró con ojos esperanzados - Está ahí, junto a la fuente.

Le señaló una de las esquinas de la cocina, y ahí efectivamente descansaba el preciado tesoro. La voz de Luna le tomó desprevenido justo cuando la solapa del bolso se abría para él con manos temblorosas.

- ¿Qué estás haciendo? - le interrogó, alzando una ceja y parando en seco el movimiento del muchacho.

- Te robo algo de maquillaje para retocarme en el baño - ironizó, resoplando con fastidio - ¿No has dicho que tienes chocolate en el bolso?

- Y así es - admitió, sin mostrar debilidad ante su mal humor - Pero no te di permiso para que la cogieras, mucho menos para comértela.

- ¡Pero necesito azúcar! - exclamó Theo, perdiendo la paciencia que le quedaba - Glucosa, grasas, golosinas ¡cualquier cosa, de verdad, cualquier cosa!

- Entonces gánatelo - Luna alzó su mano pálida y le quitó una pluma morada que tenía enredada entre los cabellos negros - Estás en mi casa, y desde que has despertado no has sido muy simpático conmigo, a pesar de que te recogí de la calle cuando te desmayaste a causa de tu descomunal nivel de alcohol en sangre. Creo que, al menos, me merezco un poco de respeto. Con un “Gracias” podría conformarme pese a todo, sé que los Sytherin no estáis acostumbrados.

Mierda. La niña extravagante tiene razón.

Y tanto que la tenía, pensó para sus adentros. No recordaba nada de lo que había pasado, pero su tono de voz, tan firme, suave y seguro le hizo ver que no mentía en absoluto. Así que ella se encargó de él cuando todos sus amigos se quitaron de en medio. Se había comportado como un perfecto gilipollas, y mientras Luna Lovegood sin apenas conocerle le había preparado un desayuno -asqueroso, pero al fin y al cabo desayuno- él le había respondido con improperios, frases hirientes y cinismo a borbotones. El mal humor con el que se levantó le había jugado una mala pasada, sobretodo a ella, ya que fue con la que pagó su furia y malestar.

No se lo merece.

- Tienes razón - concedió a duras penas, no estaba acostumbrado a dar su brazo a torcer frente a desconocidos - He descargado mi malhumor contigo y creo que he sido un poco… - ladeó la cabeza, intentando buscar una palabra adecuada que no lo dejara por los suelos.

- ¿Idiota?

- Idiota estará bien, sí - confirmó a regañadientes, y le sostuvo la mirada azul a Luna, que permanecía estática en su sitio frente al queso envejecido y el bol de frutas a medio comer - Es que cuando no duermo tengo un carácter de cojones.

-Eso es cierto. No sé, ¿cómo se llama ese ogro verde que Hermione menciona tantas veces porque es muy bruto? - se recogió el pelo con el tenedor distraídamente, frunciendo el ceño para pensar. Unos mechones se escaparon del recogido cuando pegó un bote del asiento - ¡Ah, Shrek!

- ¿Shrek? - preguntó, poniendo cara de asco.

- Hermione me llevó a ver una vez a verla, y éste ogro conoce a un burro al que trata muy mal, pero luego se hacen amigos

- Un momento - la detuvo, aguantando la risa - ¿a dónde quieres llegar?

- A que tú eres Shrek y yo el burro.

- ¿Te estás comparando con… un … burro? - qué mujer más extravagante, nadie en su sano juicio se compararía con un animal.

- Lo tuyo es peor, eres un ogro verde, gordo y al que le encanta el barro.

- ¡A mi no me gusta el barro!

- Lo sé - admitió Luna, sonriente - Pero te encanta el terciopelo y las plumas ¿a qué si?

Theo frunció los labios y evadió su mirada ¡le había llamado ogro, transexual, idiota y todo en un mismo día! ¡Nadie le había insultado tantas veces y había salido indemne de ello! Sin embargo Luna estaba ahí, sin un solo arañazo y para su sorpresa lo miraba sin rubor en sus mejillas pálidas, ni terror en sus ojos enormes de un azul acuoso ni… ni nada. En definitiva no le tenía miedo al oso de Slytherin, al misterioso Shrek. Lo trataba como a un igual, algo que jamás lo había experimentado fuera de su casa y sus amigos.

- Podríamos empezar de nuevo - aventuró Luna, tendiéndole una mano que estaba machada con el jugo de las fresas y carraspeando con teatralidad- Me llamo Luna, Lunática Lovegood.

- Theodore Nott, alias “El ogro verde, bruto y lleno de barro Shrek”

Se observaron unos segundos, como si se acabaran de descubrir. Luna se incorporó de su asiento, fue hacia el bolso y sacó una tableta de chocolate que le ofreció a Nott, extasiado por el regalo.

- ¿Sabes? - le preguntó a Luna, que negó con la cabeza - Creo que éste es el comienzo de una larga amistad.

- No lo dudo - respondió, viendo como Theo desechaba el papel sin miramientos y se metía dos onzas de chocolate con avellanas y caramelo en la boca.

Bueno, tampoco es tan loca como imaginaba, solo un poco desfasada.

********

PVO Hermione Granger.

Tan pronto como desperté fui a casa de Harry para ver cómo se encontraba. Aún le quedaban siete días más de baja para ir a trabajar al Ministerio, y a pesar de que fui durante la semana, me sentía culpable por haberlo tenido tan abandonado los últimos días. Nada más llegar a Grimauld Place me fijé de que Harry no estaba solo, junto a él y sentados en el sofá estaban Ron, Ginny y una maternal Molly Weasley, que intentaba por todos los medios darle de comer a Harry como si fuera un niño pequeño.

- Aquí viene la escoba, Harry, querido… ¡a ver como marca el gol! ¡Muy bien, otro tanto para Gryffidor! - le repetía la mujer una y otra vez, ante la mirada insidiosa de Ron y las carcajadas de Ginny; carraspeé ahogando mi risa, y repararon en mi llegada - Ah, hola Hermione.

Mi relación con Molly Weasley tenía más altibajos que la peor de las montañas rusas. Cuando Ron me dejó, inmediatamente se posicionó en mi casa para consolarme, tachando a su hijo de maleducado, zoquete, e inmaduro. Ahora, años después, salió a la luz mi supuesto “noviazgo” con Blaise. Ella nuevamente hizo acto de presencia en mi casa vía chimenea, profiriendo duras palabras contra mi persona, mi cerebro y rencores del pasado.

Por mucho que me pesara, comprendía a la perfección la aprensión que suscitaba en la señora Weasley la presencia de Zabinni en mi vida. Había perdido un hijo en la batalla, y aunque fue ella misma la que venció a la causante de la muerte de Fred -esa perra de Bellatrix Lestrange- su odio hacia los mortífagos fue aumentando conforme la paz iba llegando al mundo mágico.

Solo imaginar que mi hijo muere a manos de unos seres como ésos, saber que nunca lo recuperaré, que no podrá reír, ni llorar, ni vivir una vida como todos los demás se me hace cuesta arriba. Yo no soy madre, pero ese amor es una fuente inagotable.

Por eso cuando vi a la señora Weasley no pude más que agachar la cabeza y esperar el insulto que me merecía por traicionarla; sin embargo no lo hizo. Salió de la habitación sin decir nada y se dirigió rumbo a la cocina, dejando tras de sí un sonoro portazo en clara advertencia.

- Me odia - murmuré, tomando asiento en un sillón con orejeras en tonos oscuros.

- No se lo tengas en cuenta - me consoló Ginny - Ya se le pasará.

- Sí - intervino Ron, tomando un sorbo de café - En diez años te volverá dirigir la palabra.

Ginny le profirió un golpe en la nuca y Ron se quejó, pero no dijo nada más.

- Bueno, ¿cómo te encuentras hoy, Harry? - prefería cambiar de tema y evadir lo máximo posible una discusión delante del convaleciente.

- Mucho mejor, aunque me aburro bastante aquí - echó un vistazo a la casa, que parecía otra desde que Harry había optado por trasladarse a ella cuando terminó Hogwarts - Quiero volver cuanto antes al trabajo.

- Tío, no tengas prisa - le reclamó Ron, palmeándole el brazo - Yo me estoy encargando de las misiones, además, sabes que no hay nada nuevo desde la redada en Alemania.

- Lo sé, pero aún así necesito tener la mente ocupada - replicó Harry, a la vez que sacaba de su túnica un bote con una pelota flotando en él del tamaño de una snitch - Por cierto, ¿te he enseñado mi ex huevo, Hermione? Nos estamos haciendo grandes amigos.

- Podría haber vivido sin ello - puse los ojos en blanco, apartando la mirada de aquella cosa inmediatamente.

- Le cuento relatos de mis aventuras, - continuó Harry, ajeno al rostro hastiado de Ginny- de todo lo que vivió conmigo mientras él permanecía oculto en mis calzoncillos - su barbilla temblaba, y parecía que iba a echarse a llorar - Nos echamos de menos mutuamente. A veces creo que lo escucho lamentarse ahí metido entre tanto líquido… es un sitio nuevo para él y no se acostumbra, me parece que echa de menos la calidez de mi vello.

- Lo tuyo es de psiquiátrico - convino Ginny, arrebatándole el bote de las manos con brusquedad - ¿No has pensado seriamente en acudir a una terapia? Porque acabas de dar lugar a una nueva afección, “El síndrome del unihuevo Potteriano” ¿qué te parece?

- Cállate - le ordenó Ron - Los huevos son el símbolo de virilidad en un hombre, tú… bah, eres mujer, ¿qué vas a saber de los genitales de Harry?

- Te recuerdo que salí con él - le respondió orgullosa, y añadió en voz más baja para qe su madre no la escuchara- Y no estuvimos precisamente jugando al quidditch las noches que pasábamos juntos.

- No tienes que darme detalles - le cortó su hermano, lanzándole una mirada desdeñosa y con las orejas como tomates.

- Entonces deja de soltar tonterías por esa bocaza que tienes - resopló Ginny con fastidio, alzando las manos al cielo - ¡Hombres! Todo vuestro cerebro cabe en diez centímetros de pene y dos bolsas escrotales.

- ¡Le vas a herir! - exclamó Harry acurrucando el bote en sus manos, con sus ojos verdes dilatados por el espanto - Ginny, creo que no le tienes ningún afecto a Homer.

- ¿Homer? - le interrogué, alzando las cejas - ¿Quién es Homer?

- Su huevo - aclaró Ginny, cruzándose de brazos - El muy estúpido cree que ese garbanzo negro se merece hasta un nombre.

- Los míos se llaman Merlín y Morgana - intervino Ron, posando los ojos azules en su hermana y luego en mí, confuso- ¿acaso vosotras no tenéis nombres para…?

- ¡NO! - exclamamos al unísono Ginny y yo ¿pero qué clase de pervertidos tenía como amigos?

- Pues yo a tu “cosita” le llamaba secretamente Rebeca - admitió Harry, mirando de reojo como Ginny se ponía colorada - Y Canoa era…

- ¡Basta! - bramó la pelirroja, levantándose de un salto y tomando posición junto a mí - Creo que me has traumatizado para el resto de mis días.

Ron parecía ensimismado, soñador.

- Pues anda que si Hermione se entera que yo a la de ella la llamaba Chudley Cannons por la de goles que me dejó marcarle… - se detuvo un momento, y salió de su estupor de inmediato - Vale, lo he dicho en alto ¿a que sí?

- ¡Pervertido! - le grité azorada y más colorada que nunca.

¡Por Circe, es que no había nadie normal en el mundo masculino! Me dirigí de inmediato hacia la chimenea, y tiré con furia los polvos flú dentro, esperando las más que conocidas llamas verdosas que indicaban el encantamiento.

- Voy contigo - vi que Ginny se acercó hacia la chimenea y se desapareció frente a mis ojos. Mientras era arrastrada por el torbellino de colores, casi no podía creer la conversación que había mantenido con mis amigos.

Chudley Cannons… ¡pero si a mi ni siquiera me gustaba el quidditch!

****

La resaca de Pansy.

Alexandra Parkinson era una mujer de armas tomar, y eso lo tenía claro todo el mundo mágico y una buena parte del mundo muggle. Había sido repelente durante sus siete años en Hogwarts, cuando todos la comparaban con un perro por sus rasgos tan duros, pero tras la Gran Guerra la vida le había dado una oportunidad para enmendarse, y eso fue lo que hizo.

Sus padres murieron un mes después de la caída del Señor Tenebroso, atacados en plena calle por los últimos mortífagos que aún se encontraban en busca y captura. Pansy contaba dieciocho años, una fortuna admirable y una felicidad destrozada. La princesita se acababa de despertar del sueño eterno y se encontraba con el castillo derrumbado, así que en vez de quedarse encerrada en su mansión como todas las chicas de sangre pura hubiesen hecho, ella tomó las riendas de su vida y comenzó a caminar hacia el futuro y sin mirar atrás.

Encontró perfectamente trabajo en el Ministerio -su belleza y astucia le sirvieron para algo, por fin-, primero en el departamento de Cooperación Mágica, y más tarde en Regulación de Criaturas Mágicas, donde hacía un poco de todo. Tres meses llevaba allí cuando una Hermione Granger escuálida y más famosa que nunca llegó al departamento y su mundo particular. No sabía concretar cómo, pero se hicieron buenas compañeras y excelentes amigas. Pronto ella le presentó a Blaise, y ella a Ginny Weasley y Luna Lovegood. El mundo que antes le había vuelto la espalda comenzaba a mirarle con otros ojos -esperanza, tal vez- y ella le toó la mano con entusiasmo esperando que todo fuera bien.

En cuanto al amor, Alexandra Parkinson mantenía su inexorable idea de que no existe, y si alguna vez me enamoro, Cupido no tendrá dónde meterse antes de que le corte las alitas y algo más. Por supuesto, era una agnósica del amor y sus derivados tan solo el sexo es real. Por eso cuando ÉL llegó a su vida, Pansy ni siquiera lo recibió con los brazos abiertos, más bien a patadas.

Fue una noche a mediados de abril, y como todo en su vida llegó por casualidad. Tomaron un par de copas, rió algunos de sus chistes y le indicó en una servilleta la dirección de su casa y, por descontado, de su alcoba. ÉL le preguntó si podía quedar otro día, y Pansy sin saber por qué le dijo que sí. Después de aquella noche siguieron otras más-el único con el que repetía-, pero Pansy Parkinson no era una mujer que se atara fácilmente, a pesar de que aquel muchacho la traía más que loca. Ella mantenía otros amantes, al igual que él mantenía una vida paralela, y ambos lo sabían y lo toleraban.

Tampoco tenían otra forma.

Por eso, cuando regresó a su apartamento de Hogsmeade a la hora de comer -después de hacerle una visita a Draco y su calabaza-, le sorprendió verlo allí, fumando tranquilamente mientras un vaso de jugo de calabaza descansaba a medio tomar en la encimera de la cocina.

- ¿Qué haces aquí? - le preguntó, pero su voz había temblado, delatando su entusiasmo por verle. Hacía dos meses desde la última vez, y ella lo esperaba ansiosa, noche tras noche, amante tras amante. ÉL la observó con descaro calculado, apagando el cigarrillo en el cenicero y apurando el vaso de zumo.

- No lo sé, dímelo tú - se acercó a ella y le dio un beso, un largo y profundo beso. Olía a crema de bebé, hierbas y lluvia. A tierra mojada, de bosques lleno de secretos por ocultar y tesoros por encontrar.

Pansy nunca lo admitiría, pero ÉL besaba como un Dios. Su boca entreabierta lo recibió gustosa, sus lenguas entrechocaron y la saliva de uno fluyó hasta la garganta del otro. No pudo evitar que un suspiro delatara su ansiedad, sus ganas de tenerle para ella sola y nadie más. No quería compartirlo con nada ni con nadie.

Las manos de Él la apresaron por la cintura, recorriendo su espalda hasta tocar el cabello negro de Pansy con la punta de los dedos. Haló de los mechones y ella se vio obligada a echar la cabeza hacia atrás, oportunidad que ÉL no desperdició para lamerle el cuello, dejando un reguero de saliva desde el nacimiento hasta su oreja. Carne contra carne tibia, anhelante, mezclada con dosis de pasión y gotas de ansiedad.

A Pansy le temblaban las piernas como gelatina, casi no podía sostenerse en pie. Las uñas se clavaron un momento en la espalda de ÉL, hundiéndolas en la túnica negra; segundos más tardes la desgarró a tientas, sin reparar en lo que hacía o cómo lo hacía. Lo escuchó suspirar, quejarse, pero no dijo nada y la dejó hacer.

- No tengo mucho tiempo, me están esperando - murmuró el hombre en su oído, a la vez que sentía sus manos acariciándole la cara interior de sus muslos en dirección ascendente. La tocó suavemente en el punto álgido y ella reprimió un gemido con pesar - ¿Me has echado de menos?

Ni te lo imaginas, pequeño.

- Sabes que no - le respondió Pansy entrecortadamente. ÉL paró en seco y se incorporó inmediatamente, suspirando - ¿Qué ocurre?

- Debo irme, ya te dije que me estaban esperando.

- ¿Quién?

No me lo digas, no lo hagas. No me hagas daño.

La miró directamente a los ojos, y sonrió con tristeza.

- Ya sabes quién.

Recogió la túnica del suelo, lanzó un encantamiento que arreglara los jirones causados por las uñas kilométricas de Pansy y volvió a acomodársela. Volvía a ser el de siempre, distante, inteligente y con la cara de niño bueno que daba a conocer a todo el mundo. Su melena y su sonrisa como bandera de presentación.

Un lobo con piel de cordero.

- ¿Cuándo te volveré a ver?

- No lo sé, cuando tenga tiempo libre supongo, sabes que mi mujer sospecha. Y además, tengo obligaciones con mis hijas.

- Ya.

La besó por última vez antes de desaparecerse, sin siquiera decirle adiós.

Así era la vida de Alexandra Parkinson, un ir y venir constante de hombres en su cama para luego irse cuando ella más los necesitaba. Siempre, fuera como fuera, terminaba sola. Sus padres, sus amigos, sus amantes.

Levantó una mano al aire, justo donde se había desvanecido.

- Adiós, Bill.

Ah, sí, incluso el mejor de los hombres tiene una cara oculta.

Incluso la mujer más libre desea ser atrapada.

*********************************************************************

Ya sabéis, se aceptan de todo menos virus. Y os agradecería que dejárais comentarios, ¿si?

¡Besitos!