lunes, 24 de agosto de 2009

El Contrato Capítulo 8


Hola! Ya estoy aquí con un nuevo capítulo, esperando sus tomatazos. No hay mucho más que decir, salvo que tanto éste capítulo como el anterior los utilicé para que conocieran un poco más a los protagonistas, así podréis entender un poco su forma de ver las cosas.

El fic seguirá la misma línea que hasta ahora, que es desde la perspectiva de Hermione, a veces insertaré pensamientos de Draco y al resto de los personajes, pero dependiendo de las situaciones.

Muchas gracias a todas aquellas personas que se toman el tiempo de leer este fic ^^. Espero que no me matéis y sigáis queriéndome mucho mucho ^^.

Éste es el capítulo más largo que he escrito en toda mi vida, exceptuando mis novelas, y la verdad es que me ha parecido divertido y triste a la vez. No esperéis nada gracioso, pues como dije antes tanto el siete como éste capítulo intentan explicar de un modo medianamente conciso a los protagonistas y secundarios.

Ahora sí ¡a leer!

************************************************************************************

La fiesta del Chivo (segunda parte): Capítulo 8

PVO Hermione.

Cuando llegué a casa, Ginny ya estaba en la cocina preparando té. Me sacudí como pude las cenizas del pantalón y me senté en uno de los taburetes ubicados alrededor de la mesa auxiliar. Me entretuve en observar el trajinar de Ginny mientras murmuraba por lo bajo algo parecido a “Rebeca, pero qué nombre es ése para… podría haber usado algo más original, al menos”. Vertió el agua hirviendo en un par de tazas moradas, y aquel color me hizo recordar lo acontecido en la noche. La pesadilla que me seguía y me negaba a materializar en mi mente.

Malfoy me besó.

Por Circe, la sensación era peor que sacar una D en los EXTASIS. O sea, nunca lo experimenté -al menos en vida, los sueños son otra cosa- pero simplemente imaginarlo ya me producía taquicardia.

La verdad es que no quería pensar en ello, pero inevitablemente había varias preguntas que mi más que lógica y experimentada racionalidad me llevaban a formular: ¿pero qué coño se le pasó por la cabeza? Estaba claro que ahí estaban las claves, a la vista, pero no fui capaz de percibirlas, porque hablemos con franqueza ¿quién se pudo imaginar alguna vez a un sangre pura haciendo una actuación de Madonna, en un bar gay, con plumas y travestis alrededor? Evidentemente, algo estaba mal. Bueno, Blaise y Nott también se habían lucido con el cosplay, pero el primero es gay y el segundo un mago en peligro de extinción. Así que no contaban.

La poción había hecho mella en Malfoy, en su forma de ser, aunque yo no sabía hasta qué punto. Mierda, ¿tan eufórico estaba como para besarme, para olvidar la de veces que intentó o consiguió herirme, molestarme, insultarme? ¡Por la runas, pero si ayer mismo deseaba con todas mis fuerzas teñirle el pelo de rojo y él asesinarme!

- ¿Limón y azúcar? - la voz de Ginny me llegaba lejana, como alguien que está oculto en una cueva.

- Sólo una cucharada de azúcar, gracias - depositó las tazas frente a mis ojos, removió con energía durante unos segundos y tomó un sorbo del líquido humeante - Por cierto, ayer Malfoy me besó. ¡Ginny, no me escupas el té sobre la cara! ¡Me has bañado entera!

- ¿Qué? - abrí la boca para repetírselo, pero me interrumpió como una histérica a la vez que se enjugaba la barbilla - Es decir, ¿cómo, cuándo, por qué? ¡Ah! Y lo más importante ¿Pansy lo vio? Porque si es así me largo ahora mismo para verlo en su pensadero. ¡Joder! Un beso… ¿pero uno de verdad, con lengua y todo? Porque si es un beso de princesa… bah ¡pero qué digo! Igual me voy a la casa de Pansy. ¡Dios, esto va a ser memorable!. ¿Tendrá palomitas? Mejor las compro por el camino y… un momento ¿y si matrimonio? ¿No pensarás ser la tercera en discordia? - me zarandeó por los hombros - ¡Hermione, sé que puedes estar desesperada pero no es la solución, tú vales más que eso!

- Ginny, ¡esto es serio! - exclamé, dando un golpe con ambas manos en la mesa.

- ¡Pues claro que es serio! - replicó, abriendo de par en par los ojos mientras gesticulaba con sus pecosas manos - ¿Tú sabes lo que valdrá esa imagen? Miles, millones de galeones. Hermione, puedes hacerte rica a costa de un capullo como Malfoy ¿te das cuenta lo que tienes entre manos?

- No me estás entendiendo - la cogí por el mentón, intentando que por unos simples segundos me prestara atención. Ya veía en sus ojos marrones reflejados galeones por doquier - Me besó, Malfoy, y no sólo eso, él…

Ginny entonces soltó un grito histérico sin dejarme terminar la frase. Rodeó la mesa para sentarse junto a mí y abrazarme con efusividad maternal. Tenía un más que perceptible complejo de Molly Weasley. Habría que tratarlo antes de que fuera demasiado tarde.

- ¡Hermione, usó su Canoa con tu Rebeca! - sacudió la cabeza, haciendo que su cabello pelirrojo oscilara nublándome la vista - Pero qué cerdo, ¡nadie mete goles en los Chudley Cannons antes de una relación seria! Aunque bueno, un partido amistoso de vez en cuando no hace mal a nadie. ¡Y qué partido! Oye, ahora Pansy y tú tendréis tiempo para analizar el antes y el después. Pero sin rivalidades, ¿eh?.

- Ginny, sal del mundo de Harry y ven a mí. Analiza, piensa. Fue, y repito, fue un simple y húmedo beso, ¡no me metí en su cama!. Además, Pansy le puso la poción de euforia en su copa.

- Ah - meditó unos instantes, frunciendo el ceño y dejando su mirada perdida un momento en lo que le quedaba de té - Muy típico de Pansy, ¡qué brillante!

- El caso es - enfaticé, elevando la voz para que saliera de su ensoñación maquiavélica - que no sé porqué diablos lo hizo - Ginny arqueó las cejas - Vale, la poción es un factor a tener en cuenta.

- Y el alcohol en sangre - puntualizó alzando el dedo índice. - De todos modos la mezcla de ambos pudo tener efectos secundarios -se encogió de hombros - No sé, aquí la cerebrito con patas eres tú. Investiga.

Me golpeé insistentemente la cabeza con la mesa, intentando no desangrarme en el proceso. Genial, simplemente genial. Ginny Weasley, archiconocida jugadora de quidditch profesional colapsada mentalmente por un estúpido beso, beso que, ya sea dicho, ni siquiera había recibido, ¿alguien le ve la lógica?. Enviadme una lechuza con la respuesta.

- A todo esto, ¿cómo se lo tomó Zabinni? - alcé la cabeza y le lancé una mirada exasperada.

- Ni lo menciones. Nott casi se traga a la Barbie Fantasy procurando evitar el Melofors de mi “novio” a toda costa. Mientras regresábamos a casa iba sacándose pelos de la boca, casi la deja calva. Blaise aguantó las lágrimas de puro orgullo. Luego quiso vengarse desnudando al Ninja Scroll de Theo. Se lanzaron hechizos aturdidores y se desmayaron justo en el instante que Luna aparecía. Ella nos ayudó llevándose a Nott.

- Tu vida es fascinante - declaró mi confesora, apoyada en una mano y mirándome con admiración - En serio, lo de Pansy es monotemático porque continuamente habla de sus amantes y tal, pero contigo nadie se aburre. Un beso de Malfoy, el enfado de Zabinni, una Barbie… ¿hay algo más jugoso de lo que deba enterarme? Si no da igual, con esto tengo para un mes de rumores y cotilleos perfectamente.

Suspiré abatida y, finalmente, le conté toda la historia, desde que recibí aquel fatídico vestido -el cual pude quitarme gracias a que me hice con la varita de Blaise y que, curiosamente, aún conservaba- pasando por el McDonalds, el bar gay, y el emblemático beso con hechizos incluidos. Ginny resultó ser una magnífica oyente, exclamando en los momentos oportunos y de más tensión un “ah”, “oh” e “increíble”. Tan solo sacó a relucir un desdeñoso “puag” al comentar que Daphne Greengrass vomitó. Cuando terminé mi relato, Ginny había acabado de morderse todas sus uñas y comenzaba por los nudillos.

- Draco Malfoy, alias “míster calabaza” - sonrió ampliamente, satisfecha - Ese Blaise es mi héroe aunque, a decir verdad, eso de la muñeca es bastante sospechoso - soltó una carcajada, me palmeó el hombro y añadió - Lo del bofetón tuvo que ser mítico, si por mí fuera pasaría a la posteridad en el mundo mágico, pero le sigue de cerca aquel puñetazo de tercero.

- No podré mirarlo a la cara nunca más - lo dije sin pensar, pero la pregunta real era ¿por el beso o por el bofetón?

- Claro que sí - respondió Ginny, terminándose el té, que ya estaba frío - Un beso… si te dejó así de traumatizada, ¿cómo será en la cama?

Puse los ojos en blanco, hastiada.

- Weasley, creo que pasas demasiado tiempo con Pansy.

**************

La resaca de Blaise.

Blaise Zabinni tenía tatuado un dragón chino en la cadera izquierda. Era grande, colorista, y bastante llamativo. Se lo hizo años atrás, justo el día de su última conversación con su padre antes de que muriera en Azkaban por extrañas circunstancias. Blaise lo fue a visitar por expreso deseo de su abuela, aunque él no estaba del todo seguro de que su progenitor tuviera ganas de verle. Como se temía desde un principio se negó a tener un cara a cara con Blaise, alegando que él no tenía hijo. Finalmente Zabinni se marchó, profundizando aún más si cabía el odio visceral hacia su progenitor desde aquel incidente en Gales.

Lo habían detenido horas después de la caída de Voldemort, y se resistió tanto como pudo, llegando incluso a herir de muerte a varios aurores del Ministerio. Blaise estaba allí, aterrado, contemplando la escena con expectación. Lo habían acorralado cerca de Gales, donde tenía un traslador ilegal en un cobertizo muggle con el que escaparía si la cosa se torcía.

Y se torció.

El señor Zabinni lanzó todo lo que pasó por su cabeza en esos instantes, pero el cerco se iba estrechando sin que pudiera evitarlo. Su madre protegió a Blaise del ataque con su cuerpo, amparándolo en sus finos brazos como antaño lo hacía cuando sufría esas pesadillas tan atroces en la que unos espíritus lo ahogaban. Tenía diecisiete años, pero era sólo un niño, un adolescente jugando a ser algo que no era, que nunca quiso ser, pero para lo cual, sin embargo, fue instruido. Y es que había un secreto que Blaise Zabinni ocultaba en lo más profundo de su conciencia: Temía morir.

Fue ese desasosiego, fomentado por los deseos y la ambición paterna lo que le llevó a ser un integrante más en el grupo de jóvenes mortífagos. Escuchaba las teorías, aprendió magia negra, pociones prohibidas y visitó los lugares más tétricos del planeta. Nada de eso le importaba si con ello burlaba a la muerte. Sólo había una cosa que le asustaba más que su propio fallecimiento, y era causarla a gente inocente. Mejor dicho, a gente a secas.

El primer día que vio torturar a un muggle vomitó la cena, el segundo tuvo pesadillas; el tercero lloró.

Una vez le preguntó a su padre qué tenían los muggles para ser atacados de esa manera, el señor Zabinni respondió: “Simplemente existir”.

Aquello tenía que acabar, y acabó mal.

El señor Zabinni huyó con su familia hacia Gales, los aurores les siguieron hasta allí y ahora les atacaban; su madre le protegía con su propia vida, y él, Blaise, temblaba como gelatina sin poder evitarlo. Uno de los hombres del Ministerio le instó a rendirse, la señora Zabinni lo secundó. Esto ultimo provocó en el mortífago una ira jamás experimentada hacia su mujer. La sujetó por la túnica, jaló de ella, y Blaise sintió el último contacto de los brazos de su madre. Los ojos azules del señor Zabinni estaban inyectados en sangre, y sus manos aferradas al cuello de su esposa sin señal de debilidad. Había un animal ahí dentro, y este no tenía piedad.

Blaise lo supo en ese instante en que la mirada de su madre lo enfocó, en el segundo que ella sonrió débilmente; en la milésima que tarareó una nana que le cantaba cuando era niño, una donde un Dragón Chino venía a comerse a los niños que no dormían o eran buenos.

Su padre pronunció la maldición imperdonable, un rayo dorado de uno de los aurores le dio de lleno a la vez, en la cabeza. En dos segundos, la señora Zabinni cayó sin sentido al suelo, ante la mirada sorprendida de su único hijo.

Finalmente su padre fue detenido, procesado, y condenado a vivir un par de décadas en Azkaban. Su madre ingresó en San Mungo en un coma del que despertó tres meses más tarde para ser internada directamente en la planta especializada de Enfermedades Mentales. No recordaba a su hijo, ni quién era o dónde estaba. No hablaba y apenas dormía. Lo único que cantaba una y otra vez era aquella triste nana del Dragón Chino que se comía a los niños durante la noche sentada en una mecedora, desde donde vislumbraba el cielo gris del Londres muggle día tras día.

Después de la primera visita a su madre -horas posteriores a la de su padre-, Blaise fue hasta el Callejón Knockturn, entró en la tienda de un conocido y le dijo que quería un Dragón Chino tatuado en la cadera, que le recorriera todo el costado hasta terminar en el omoplato. El mago lo miró estupefacto, con la boca ligeramente entreabierta al ver que Blaise se desabrochaba la camisa, decidido y dispuesto. Apoyó la punta de la varita dónde le indicó, pero antes de comenzar su arduo trabajo lo interrogó.

- ¿Estás seguro que lo quieres? Tienes valor, ahora todo el mundo teme las marcas porque el Señor Teneboso las utilizaba para…

- Tú hazlo - le ordenó, señalando de nuevo su carne pálida.

- ¿Por qué quieres un tatuaje tan grande?

- Para no olvidar.

Ahora, años más tarde seguía sin olvidar, aunque se permitió el cierto lujo de renacer. Ostentaba un puesto en el Ministerio, la fortuna de los Zabinni para él y su abuela materna, y un contrato con Hermione Granger que se le antojaba prometedor para limpiar el apellido de su padre. Blaise sabía que no era una obra de caridad, sino una cuestión de principios. El apellido Zabinni formaba parte de su padre, pero también de su madre.

Y ella se merecía cualquier sacrificio existente.

Por eso le había lanzado aquel hechizo Melofors a Draco, evidentemente. No era cosa de orgullo, o de defender a Hermione -algo que, visto desde otra perspectiva, era totalmente innecesario-, sino de proteger el nombre de su madre, no mancillarlo a costa de nadie-como su padre hizo-, aunque su vida dependiera de ello. Ahora el temor a la muerte había sido sustituido por el miedo a perderse a sí mismo entre las brumas del pasado.

Él era Blaise Zabinni, hijo de Druella Zabinni.

Eso era lo único que importaba.

Abrochó los últimos botones de su camisa, echó un último vistazo a su reflejo -que fatídicamente era una copia exacta a la de su padre- y aventó un puñado de polvos flú en la chimenea para dirigirse a la mansión Malfoy.

Draco seguramente querría su cabeza en bandeja de plata, y era contraproducente hacerlo esperar. Después de todo, él también tenía asuntos que tratar con su amigo.

La cuestión era que Blaise Zabinni nunca olvidaba.

***********

La resaca de Nott -segunda parte-

Theodore Nott se aburría con facilidad. No estaba acostumbrado a seguir una rutina fija, aparte de llevar a cabo cada uno de sus factores diariamente, así que la monotonía se le antojaba demasiado anodina. Sin embargo debía admitir que, dejando apartada la primera impresión de sicótica naturalista que le causó Luna Lovegood, la chica tenía unas aficiones tan extravagantes que Nott no tuvo apenas tiempo para cansarse.

Ahora estaban frente un invento muggle maravilloso que según Lovegood le informó se llamaba “Televisión”. El aparato en sí, constató Nott, tenía dentro a unos diminutos gnomos con forma humana. Luna tenía una varita con botones y cuando pulsaba uno, los gnomos-humanos desaparecían, haciendo acto de presencia otros gnomos completamente diferentes. Su anfitriona le indicó que cada uno de esos escenarios tan disparejos entre sí se llamaban canales, y que fue la mismísima Hermione Granger la que le compró aquella misteriosa televisión dos años atrás por su cumpleaños.

- Al principio yo no le cogía la gracia, pero es cuestión de acostumbrarse y encontrar los canales más interesantes.

El unicornio del cuadro había trotado hasta el lienzo de los doxys, que jugueteaban a su alrededor con sus alas extendidas. Theo observó el cuadro y Luna le siguió la mirada.

- Los animales me fascinan, de hecho, me dedico a ellos.

- ¿Los cuidas? - mordió con avidez un sándwich vegetal que Lovergood le había preparado y aunque le parecía insípido, al menos era algo que llevarse al estómago.

- Los investigo. - puntualizó, volviendo a cambiar de canal - Viajo por todo el mundo buscando especies extrañas y clasificando las que ya son conocidas.

- Yo tengo una empresa de eventos mágicos - Nott no sabía porqué le había dicho a qué se dedicaba, pues de ningún modo percibió en Luna ningún interés por conocerlo.

- ¿Y te gusta? - la pregunta le cogió desprevenido. Nadie se la había formulado jamás. Ladeó la cabeza, meditando unos segundos la respuesta. Luna mientras tanto no apartó sus ojos azules de él. Finalmente asintió.

- Conoces a gente, gritas, ordenas, la adrenalina te invade, todos te temen… -se encogió de hombros y volvió a darle otro mordisco a su sándwich - Ef fivertifo.

- ¿Me estás diciendo que amas ser un ogro? - Nott se atragantó, tosió y varios trozos de tomate salieron disparados de su boca.

- ¡No soy un ogro! - se quejó - Sólo digo que me gusta ser el rey de la empresa.

- Anda, además de gruñón eres un mentiroso - inclinó la cabeza, haciendo que mechones rubios cayeran ocultando a medias su rostro lívido - Creo que no estás siendo sincero conmigo, ni tampoco contigo mismo.

- Cállate - le espetó, echándose hacia atrás en el sofá de charol y cruzándose de brazos.

- Vale.

Luna imitó su postura y ambos quedaron uno junto al otro, en silencio, mirando sin atender la televisión. No lo entiendo, ¿cómo puede llamarme embustero y quedarse ahí, tan serena? ¡Bah! Las mujeres son un misterio, pero ésta es un jeroglífico antiguo. Compadezco a quién la conquiste. Dio cuenta del último trozo de sándwich, y volvió a su posición inicial, de ogro eternamente enfurruñado. Me pregunto qué pensará de mí. Aunque mejor no saberlo… -la miró de soslayo- Hum… parece más cuerda cuando no habla.

Finalmente tomó la resolución de marcharse a su casa. Estaba ya por coger su boa morada y su Ninja Scroll para poner fin a ese incómodo mutismo cuando un graznido procedente de la ventana atrajo toda su atención.

Allí, en el alféizar y bajo un sol atosigante se encontraba el ave más fea que jamás Theodore Nott pudo imaginar. El animal parecía mareado y en cuanto apoyó sus finas patas en suelo firme-después de haber revoloteado un par de veces antes de chocar con el marco de la ventana- se desvaneció. Luna se incorporó con un suspiro, recogió al pájaro del suelo -que babeaba copiosamente y mantenía su lengua púrpura torcida hacia un lado- y volvió a sentarse en el sofá con un sobre lacrado en una mano y el animal tumbado en su falda sin mostrar signos vitales alguno.

- ¿Qué es eso? - preguntó Theo con curiosidad, acercando su rostro al ave para verlo mejor.

El pájaro no tenía plumas, estaba totalmente desnudo salvo por un collar hecho de macarrones que engalanaba su fino y larguirucho cuello-y que Theo dedujo que era cosa de Luna, obviamente-. El pico era corto y de un tono rosa chicle al igual que las patas. La piel le colgaba por varios sitios diferentes y de las alas -minúsculas y rosáceas como el resto de su miserable cuerpo- le caía algo -gotas brillantes y doradas- que Theo casi podría jurar que era sudor. Sus ojos permanecían cerrados, aunque ahora a tan corta distancia pudo comprobar que respiraba y que, para su asombro, el animal expedía un suave aroma a cerezas.

Luna mientras tanto leía un pergamino -tres líneas torcidas y una firma ilegible que no pudo reconocer-. La chica dobló el pergamino y acarició al animal sin decir nada, ignorando por completo la presencia de Theo. Nott comenzaba a impacientarse.

- Bien, ya veo que no me vas a hablar.

- Es que me habías dicho que me callara - respondió Luna, mostrando como siempre su sangre más fría - Si no me quieres escuchar, tampoco me veo en la obligación de responder ¿cierto?

Por la mente de Theo pasaron una y mil formas de molestarla, pero por segunda vez en el día -y para su desgracia- Luna Lovegood volvía a tener razón.

Mierda.

- Muy bien, puedes hablar - Luna arqueó las cejas y él murmuró por lo bajo - Si te apetece.

- Perfecto - de nuevo acarició al animal, y Theo ya estaba perdiendo la cordura debido a su actitud. Tomó la decisión de no apartar los ojos de ella con el fin de incomodarla, pero parecía que, como única en su especie, Luna no se sentía observada o intimidada.

- ¿Y? - le instó Theo, resoplando con hastío.

- ¿Y? - repitió ella, imitando el tono de su voz.

- ¿No vas a hablarme?

- Oh - Lovegood volvió a recogerse el cabello rubio con el tenedor del desayuno con una gracilidad inusitada en alguien como ella - Es que me dijiste que podía hablar si me apetecía, así que como no me apetece no te dirigiré la palabra.

- ¿Qué? - Theo se mesó el cabello, dejándolo alborotado, purpurina dorada cayó sobre su camisa de terciopelo - ¿Estas de coña?

Luna entonces acercó su rostro al de Nott, quedando a pocos centímetros. Sin saber porqué se estaba poniendo nervioso, las manos le sudaban y el corazón palpitaba tan fuerte que Theo imaginó se podría escuchar en la China

- Admite entonces que eres un ogro verde, que te encanta mandar y que, por mucho que lo niegues, te agrada mi compañía.

- ¿Pero tú de que vas? - Luna entonces cogió un tirante de su camiseta amarilla encogiéndose de hombros.

- ¿Te refieres a cómo voy vestida? Esto es de una tienda muggle llamada Zara, los pantalones de Harrods. Y ahora Theodores Nott, ¿tienes algo que decirme?

No sabía cómo interpretar la respuesta, tampoco aquel dominio de la situación, mucho menos los desfases que protagonizaba cuando menos se lo esperaba ¿Zara? ¿Harrods? ¿Pero de qué mierda me está hablando? Pese a todo, sabía que Luna no le perdonaría si no le concedía la gloria de haber ganado la batalla, pero antes de salir derrotado, al menos propondría una tregua.

- Admito - concedió a regañadientes - y espero que no salga de aquí, que me gusta mandar, que soy un ogro y que tu compañía, hasta cierto punto, no es demasiado molesta.

Luna asintió, dedicándole una sonrisa.

- Qué.

- No he dicho nada - respondió Theo con sorpresa.

- Me has preguntado qué es esto que trajo la carta ¿verdad? -el animal comenzaba a moverse - Bien, pues éste animalejo torpe se llama Qué. Fue idea de Hagrid.

- No me extraña -confesó Nott, rozando la piel del ave con sus ásperos dedos.

- Es un pájaro tropical que solo vive en Martinica, y está en peligro de extinción. Hace tres años fui para realizar una investigación y me encontré con Qué. Generalmente los Fénix del Caribe tienen plumas rosadas, pero nunca le crecieron y fue repudiado por su grupo. Yo lo cuidé y me lo traje a Londres. Qué es bastante flojo, adora el agua y, aunque es un ave tropical, aborrece el sol. Siempre que lo mando con una misiva regresa haciéndose la víctima, como ahora, para así darme pena y que no lo envíe más. Le encanta hacer el vago por la casa y descansar en su jaula.

Luna dejó a Qué en los brazos de Theo, se levantó y fue a la cocina. Cuando vino traía un bol con agua fresca. Nada más echarle unas gotas en el rostro el animal abrió los ojos y Nott gritó. Eran unos ojos enorme, de un malva muy claro y que ocupaban la mayor parte de la cara del animal. Lo dejó caer debido a la impresión, dando un salto hacia atrás.

- ¡Joder!, qué cosa más fea - se limpió las manos en la camisa, mientras observaba al ave tomar agua con avidez sin aparentar secuelas físicas. Las psíquicas eran otra cosa.

- Qué es muy especial, igual que yo - abrió de nuevo el sobre que le habían mandado y sacó de él dos papeles rectangulares, de un rojo profundo y que a Theo casi le hicieron híper ventilar.

No puedo creerlo. ¡No puedo creerlo!

- ¡Son entradas para ver a Las Arpías de Holyheads en el partido de la próxima semana! - le arrebató las entradas a Luna, observando al contraluz si eran falsa - ¿Cómo conseguiste este tesoro? ¡Llevan semanas agotadas!

- Ginny me las envía cada vez que juega - Luna se incorporó en el sofá. Qué se acomodó en un cojín, graznando débilmente y comenzando a adormilarse - Siempre manda dos, aunque no sé porqué.

- Podríamos ir juntos - sugirió Theo, luego se maldijo al comprobar como los ojos de Luna se abría por la impresión - Quiero decir, no sé, como amigos, o como no-amigos. -lo meditó unos instantes y añadió - Sería como una no-cita.

- ¿Quieres venir?

- Sí.

- ¿Conmigo?

- Er… bueno, -si no queda otro remedio- sí.

Parecía excitada, feliz, exultante.

- Me encantan las no-citas.

Theo no es que deseara ir con ella, pero si había entradas gratis en primera fila y encima en un palco de honor ¿qué había de malo? Además, convino, Luna Lovegood no era tan rara. Al menos, eso pensó hasta que la vio coger a Qué entre sus brazos y zarandearlo como un muñeco de trapo.

- ¡Qué, voy a tener una no-cita con mi no-amigo y tendremos una no-conversación!

Definitivamente está desfasada.

********

PVO Draco

Cuando hube terminado de lavarme los dientes por séptima vez y regresé a mi dormitorio, Pansy ya se había marchado. Llamé a uno de los elfos domésticos y le ordené que me preparara un baño, que deshiciera el hechizo del estúpido de Zabinni -cosa que consiguió, por fin- y le pregunté por mi madre.

- El ama está en el jardín cuidando sus flores, amo - el elfo abrió los grifos y echó aceite de sándalo - Hoy se despertó temprano, pero de muy buen humor, amo. Kinky está feliz por ese suceso, amo Malfoy. ¡Últimamente el ama estaba tan triste!

Unas lágrimas gruesas resbalaban por su nariz de cerdo y maldije por lo bajo la sensibilidad de los seres inferiores. Lo dejé allí lloriqueando y me dirigí al ventanal de mi dormitorio, desde dónde pude observar el extenso jardín de la mansión familiar. Tal y como me había dicho Kinky, mi madre estaba regando sus flores. Observé que las tocaba con deleite, acariciándolas con dulzura mientras movía los labios, seguramente hablando con ellas de algo. Esa mañana iba con una túnica blanca y el cabello rubio suelto, peinado y liso. Me pareció, para mi sorpresa, una aparición divina.

Yo quería y quiero a mi madre, pese a que muchos magos crean los contrario. Me dio la vida, me crió y estuvo conmigo cuando enfermé, e incluso me protegió -traicionó- del Señor Tenebroso llegado el momento. El amor de mi madre para conmigo era, a todas las expensas, inagotable, fuerte y se encontraba por encima de todo. Los mejores recuerdos de mi infancia pertenecen a los instantes furtivos en los que ella me prodigaba alguna muestra de cariño, me concedía un capricho o me llevaba a escondidas a jugar con la escoba, aun cuando mi padre lo había prohibido terminantemente.

“Eres mi todo, Draco, nunca lo olvides” - esas eran sus palabras al cuestionarle aquella actitud rebelde frente al orden dictatorial que mi padre imponía en casa.

Sí, efectivamente yo era su Todo. Y por Todo -ósea, un servidor- había arriesgado cuánto poseía para mantenerme con vida, a salvo, de ese mundo oscuro y sanguinolento en el que mi padre nos confinó.

Ni mi madre ni yo guardamos rencor alguno hacia mi padre en ese momento decisivo, punto de inflexión en el transcurso de los acontecimientos -ahora es inevitable desear su muerte-. Lucius Malfoy hizo lo que creyó conveniente, amparado por su sed ambiciosa y de poder con que una vez lo deleitó El Que No Debe Ser Nombrado para unirlo a sus filas. Simplemente estuvo ciego hasta el final. De todos modos, creo que él sí que nos guardó, guarda y guardará rencor de por vida, un odio profundo con el que convive desde hace siete años en la celda ciento diez del sector A en Azkaban.

Creo -aseguro- que jamás le perdonará a mi madre haberme elegido antes que a él. Me consideraba un ser inferior y cobarde por no haber matado a nadie, ni realizar acto heroico que satisficiera el deseo omnipresente del Señor Tenebroso para acabar con Potter. Si hubiese sido capaz, la gloria habría recaído, no sólo en mí, sino en toda la familia Malfoy. Hubiera supuesto el ascenso de mi padre, la admiración del resto de mortífagos y sobretodo, el beneplácito de Lord… bueno, De Quién Vosotros Sabéis.

El momento más duro de mi vida fue comprobar cómo mi padre era encarcelado junto a mi madre. Cararajada, contra todo pronóstico, intercedió tanto mi favor como en el de mi madre. A mí me absolvieron, pues se demostró que yo allí estaba simplemente por “obligación” familiar, pero mi progenitora no corrió con esa suerte, pues su incursión en el mundo oscuro fue decisión suya, consciente de los riesgos a los que se exponía y de las consecuencias que conllevaba.

- Amo, el baño está listo - me aparté de la ventana, escuché el típico CRACK de la desaparición del elfo doméstico y me desvestí con lentitud. El agua estaba tibia, y expedía un suave aroma a menta, madera y sándalo. Aquello hizo que recordara a mi padre con pesar, retomando el hilo de mis pensamientos.

Lucius fue condenado a veinte años -como el padre de Nott, también el de Zabinni- por delitos contra la Comunidad Muggle y Mágica. Mi madre estuvo presa seis meses, un suspiro comparado con los años de Lucius. Ello trajo consigo soportar un terrible asedio en Azkaban por parte del resto de los mortífagos -que la consideraban una traidora-, sumando a ellos el incipiente malestar de la presencia de su esposo y los dementores.

Aquella experiencia marcó a mi madre de por vida.

No me dejaron verla en esos seis meses que estuvo confinada, ni siquiera recibí noticias suyas hasta pasado dos meses, cuando se me informó que mi madre estaba delicada de salud y se vieron obligados a internarla en San Mungo. Tampoco entonces se me permitió verla.

Una fría mañana de finales de Enero regresó a la Mansión Malfoy, pero pude comprobar con tristeza que ya no era la Narcissa Malfoy de sus días de gloria.

Estaba demacrada, su piel amarilleaba y estaba tan delgada que la túnica gris le quedaba tres o cuatro tallas más grandes. Sus ojos claros estaban tristes, y un atisbo de luz los iluminó en el instante en que escuchó mi voz, llamándola por tercera vez. Alzó su mano y preguntó si realmente era yo, le dije que sí, que no soñaba, y que ahora estaba en casa. Preguntó por Lucius. Al ver que yo la miraba desconcertado, se respondió ella misma que tal vez estuviera trabajando o realizando alguna misión para el Ministerio. Sonrió con vehemencia e hizo llamar a un elfo doméstico para que le fuera a comprar túnicas nuevas, pues la que llevaba no era propia de un señora como ella, que debía estar presentable para cuando su esposo volviese. Le intenté explicar que Lucius cumplía condena en Azkaban, que ya no había guerra, que el Señor Tenebroso había sido derrocado y que estábamos solos en la casa, libres.

“¿Azkaban? ¡Pero qué tonterías dices, Draco, esas bromas son de muy mal gusto! Si le cuento a tu padre… Azkaban… ¡pero si eso no existe! ¿Y quién es ese Señor Tenebroso? No me digas que es otro estúpido mestizo venido a más”.

Un día después la llevé a San Mungo, y un médico me confirmó lo que yo más temía: Mi madre sufría amnesia. Se había obligado a sí misma, a su mente, a vivir en un mundo paralelo durante su periodo en Azkaban, omitiendo así los recuerdos más dolorosos. Para ella, yo tenía trece años, mi padre estaba de viaje, y no existían ni los dementores, ni Azkaban, ni nada que se le pareciese. Tampoco recordaba la existencia del Señor Oscuro. Según me indicaron los especialistas, era su manera de evadir el sufrimiento causado por el rechazo a la que la tuvieron expuesta los últimos seis meses, viéndose acrecentado con los constantes insultos y amenazas de muerte proferidas por mi padre. El hombre que una vez amó y al que renunció y sacrificó por su hijo.

Comprendía que deseara olvidar.

“Lo único que puede hacer, señor Malfoy, es esperar”- Y efectivamente esperé.

Llevo haciéndolo siete largos años sin descanso.

- Vaya, así que finalmente el señor Calabaza volvió a su estado natural ¿eh? Supongo que fue cosa de Kinky, ese elfo vale su peso en oro.

Blaise Zabinni estaba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y semblante despreocupado. No aparté mis ojos de los suyos, pero me posicioné de tal forma que tuviera cerca mi varita, teniendo al menos una posibilidad de defenderme. Blaise no era tonto y supo al instante mis pensamientos. Levantó las palmas y sonrió ampliamente.

- No llevo varita, así que guarda la tuya. Hoy, aunque te suene extraño, vengo en son de paz.

- Ya - repuse, sin saber a ciencia cierta si estaba diciendo la verdad - Contigo nunca se sabe: Un día eres mi mejor amigo y al otro actúas como el novio celoso de una sangresuc…

- Draco - me interrumpió, severo - No tengo varita, pero sí un buen gancho de izquierda que puede tumbar al mismísimo Crabbe como él mismo comprobó en Hogwarts. Así que, por favor, no me obligues a tener que usarlo contigo.

Cerró la puerta del baño y tomó asiento en el borde de la bañera. Me observó serio, con esos ojos azules que tan bien conocía fijos en mí y, por primera vez en años, vi miedo en ellos. ¿A qué venía esto ahora? ¿No se daba cuenta de que estaba muy pero que muy enfadado con él? Si esa situación se hubiese dado años atrás, me hubiese importado una soberana mierda que estuviera desarmado: Le habría lanzado una maldición que le duraría tres meses ahí mismo, sin pensarlo, para que aprendiera la lección. Joder, lo que he cambiado pese a negarlo.

- Yo no quería besarla - eso era lo más parecido a una disculpa que Blaise escucharía de mis labios, pero al parecer, le era suficiente - Pansy vino esta mañana y confesó haber echado en mi bebida Euforia.

- ¡Por Salazar! ¡Qué zorra tan inteligente! - exclamó Zabinni, soltando una carcajada, ahogándola en una tos cuando vio mi amenazadora mirada - Bueno, debes admitir que nuestra chica es una pequeña genio.

Intenté pasar por alto el tono burlesco de su voz, ya saldaría mis cuentas más adelante.

- Con eso quiero decir que el altercado de ayer no volverá a repetirse - me negaba a reconocer que la maldita vainilla era la causante, era una debilidad secreta que no estaba dispuesto a exponer - Voy a casarme y no deseo que nada se interponga en mis planes.

- Con ese nada te refieres a Hermione.

- Nada es Nada - le corté, tajante, echando champú sobre mi pelo. Blaise me frotó la cabellera y esperó a que me enjuagara para hablar. El agua se estaba enfriando.

- No me importa que besaras a Granger.

- ¿Qué?

- Lo que oyes: No me importa. Yo también tengo planes, y de paso un papel que desempeñar. Tú, en esos instantes, la besaste delante de todos. Ella te abofeteó -varias veces, por cierto. Fue una situación memorable.- y todo se hubiera quedado ahí sino fuera porque, desgraciadamente, lo hiciste delante de Theodore.

- ¿Nott? - aquella explicación se me antojaba una broma y de la gordas, pero desde luego dentro de ella no sabía dónde mierda encajaba ahora el gigante de Theo.

Blaise asintió y se arrodilló frente a mí, jugueteando con la espuma que ahora engalanaba el agua, el flequillo tapando su mirada clara. Estuvo unos instantes distraído, pero luego me miró con determinación. Su barbilla temblaba un poco y percibí que tensaba cada uno de sus músculos. Suspiró con tristeza, soltando el aire con brusquedad.

- Draco, ¿recuerdas a esa chica misteriosa con la que me reuní durante todo mi quinto año en Hogwarts?

Recabé información del baúl de mi memoria. Sí, algo vago recordaba. Pansy, Theo y yo descubrimos a Blaise volviendo una mañana a la sala común, después de haber pasado toda la noche fuera. Lo atosigamos a preguntas, le amenazamos e incluso Pansy se atrevió a lanzarle unos cuantos hechizos para torturarlo y sacarle algo, pero Zabinni no dijo nada. Nunca. Cero.

Un momento, no será que… ella… la pelo rata…

- ¿Me estás diciendo que ésa chica es Granger? Porque juro que si es así ahora mismo cuelgo una soga de la primera viga que vea y me suicido.

- No - se rascó la nuca, y ladeó la cabeza. - Esto va a ser complicado - Ese gesto siempre lo repetía cuando no estaba seguro de algo, cuando temía decir algo - Yo ahí todavía insultaba a Hermione.

- ¡Tío, que alivio! - me sinceré, dándole unas palmadas en el hombro, mojándole parte de la camisa - Ya creía que eras un enfermo incurable.

- Draco, lo que intento explicarte es que no era una chica -arqueé las cejas, suspicaz.

- Vale, ahora me dices que practicas la necrofilia o la zoofilia y entonces es cuando salgo por patas - Zabinni se rió, pero era una risa nerviosa.

- No me gustan los animales, ni los muertos… ni las chicas en general, Draco.

- ¡Coño, a mi tampoco! - le corroboré, enrollándome una toalla y saliendo del baño - Tengo una clasificación, y yo sólo me lío con las que tienen dinero y son sangre puras, como Astoria, al resto de las chicas las desecho.

- No es exactamente lo que yo…

- Sí, vale, admitamos que esa escoba con peluca de Granger te guste ¡pero, Zabinni, un error lo comete cualquiera! - lo tomé por ambos hombros y zarandeé un poco - Lo bueno es que has reaccionado a tiempo y encontraremos una cura. Tal vez el filtro de amor no sea tan poderoso y…

Blaise se desembarazó de mis brazos, y de repente me gritó:

- ¡Joder, Malfoy, que intento decirte que soy gay!

- ¿Gay? - ¿era un nuevo apelativo para aquellos que han sido víctimas de una poción? ¿una nueva asociación filantrópica tal vez? ¿Gilipollas Ambiciosos yoquesé? Hum… no me sonaba.

- ¿Y dónde se ubica exactamente ese club? - le interrogué, peinando mi cabello - Es decir, quizá me interese pertenecer.

- ¿Tú? No lo creo.

- ¿Y por qué no? -chasqueé la lengua, molesto.

- Draco - enmarcó mi rostro con sus manos, fijando sus ojos azules en los míos con desesperación - Gay es gay. Homosexual, mariquita. Me gustan los chicos. Activo. Pasivo. Dar y que me den. Esas cositas ¿entiendes ahora?

- Ah - creo que era la primera vez en mi vida que alguien me dejaba sin palabras - Ah, vale… gay… ya. Muy bien - pero había algo entonces que no me cuadraba - Blaise, si te gustan los chicos, ¿Granger es un tío? ¿Con pelotas y todo?

- Eres increíble - me confesó, y estaba feliz, sonriente - Yo estoy aquí hecho un manojo de nervios, te digo que soy gay, y a ti te preocupa si Hermione es un hombre ¿dónde dejaste tu cerebro? - negó con la cabeza, dándome por perdido - Granger y yo tenemos un contrato que estipula un noviazgo con seis meses de duración y que terminará el día de tu boda.

- ¿Qué? - pregunté, perplejo - ¿Has corrompido a la sabelotodo? ¿Cómo?

Era el cotilleo más jugoso que poseía en años.

- Te lo explicaré, pero primero vístete. Verte así me pone malito, y un poquito acalorado.

- Tío, que somos como hermanos.

- Es lo único que me impide violarte, Draco, es lo único.

Blaise tardó exactamente una hora en relatarme el cuándo, cómo y por qué la señorita Perfecta se dejó chantajear por mi amigo. Después de aquella pintoresca historia, sin saber la causa exacta y después de que Blaise se hubiese marchado, mandé a uno de mis elfos a averiguar la dirección de la rata de biblioteca. Tardé exactamente media hora en adecentarme, justo el tiempo necesario para que Kinky hiciera sus averiguaciones.

Cogí polvos flú, los eché en la chimenea y recité de memoria la dirección.

Qué divertido, Granger no sabía nada de nada.

Y yo iba aprovecharme como un auténtico Slytherin de ello.

********

La resaca de Pansy -segunda parte-

Cuando Alexandra Parkinson estaba triste o frustrada, sólo había algo que le hacía subir el ánimo de forma espontánea: Salir de compras. Le encantaba gastar su interminable fortuna en trapitos y regalos para sus chicas -como secretamente llamaba a Hermione, Luna y Ginny- no fijando una cantidad para ello. La visita de Bill Weasley había sido el factor detonante de que se arriesgara a salir un sábado tan bochornoso como el que acontecía.

Tomó algo en Sookie -vino blanco y un emparedado-, se paseó por varias tiendas muggles -Prada, Valentino, Cavalli, Carolina Herrera- y ahora contoneaba su trasero tranquilamente por el Callejón Diagon, solitario como pocas veces lo encontrara alguna vez. El calor era sofocante, las gafas de sol se le resbalaban y las manos le sudaban de una forma exagerada. Incluso el traje que llevaba se le pegaba a la piel.

- Estúpido verano -maldijo por quinta vez, enjugándose la frente.

Se compró un helado en Florean Fortescue -chocolate y menta, su favorito- y fue entrando en cada una de los establecimientos que encontraba a su paso para guarecerse del intenso calor. La mayoría estaban de vacaciones -como la tienda de animales- pero aún así pudo comprar varios libros para Hermione, unos broches a la soñadora Luna y un par de túnicas de gala que le quedarían perfecta a Ginny. Iba relamiendo su helado, satisfecha con el balance de la tarde. Ya apenas recordaba aquella melena pelirroja que le traía de cabeza, ni el pendiente de su oreja, ni sus besos, ni… Concéntrate Pansy.

Se detuvo unos instantes, aspiró profundamente, y continuó su camino.

Tal vez podría esperar en la cafetería nueva de la esquina a que el calor disminuyera, y bien entrada la tarde podría ir a casa de Hermione a ver cómo de traumatizada había quedado por el inusitado beso de Draco. Luego invitaría a las chicas a cenar a un restaurante bonito, y más tarde podrían salir a bailar o al cine, cosa que a Luna le encantaba porque decía que un hombre tan guapo como Johnny Depp sólo podía admirarse en todo su esplendor con una pantalla de cinco metros de alto.

Iba tan ensimismada en sus pensamientos al torcer la esquina, que no vio al chico que avanzaba hacia ella, aquel con el que chocó, ese que provocó que se cayera al suelo, torciera su pie y destrozara su tacón de diez centímetros de alto. En cuestión de segundos su trasero se resintió, pero lo que más le dolía era el corazón: Aquel helado de chocolate y menta que antes tuviera en la manos había mutado, para su desgracia, en una mancha oscura -como un dardo venenoso- en su traje exclusivo de Óscar de la Renta.

- ¡Mierda, mierda, mierda! - gritó, todavía sentada en el suelo.

No era posible que tuviera tan mala suerte en la vida, que siempre que estaba bien alguien -un hombre para ser exactas- apareciera en su vida y le trastocara sus planes.

- Lo siento - murmuró el chico, tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse, Pansy se sacudió el traje sin aceptar su ayuda, enojada -Tengo un quitamanchas en la tienda… tal vez con un hechizo.

Ella, Pansy Parkinson, a las que todos creían la Mata Hari mágica era, simplemente, una mujer que no podía mantener a su lado al hombre del cual estaba perdidamente enamorada. Tampoco un simple helado. Y siempre el factor desencadenante, la dinamita, la bomba, el que prendía la mecha, era un hombre. Sí, un hombre parecido al que tenía delante, pelirrojo, alto y pecoso. Con unos ojos azules que la observaban con consternación desde arriba como si fuera un dios. La vista se le enturbiaba y no podía ver con claridad. Sin saber cómo, había empezado a llorar.

- ¡Es chocolate de Florean Fortescue, no hay magia en este mundo que quite algo así! - se quitó las gafas, para enjugarse las lágrimas con rapidez, pero al mirar a su interlocutor se quedó quieta, estática. Se levantó de un brinco - ¡Otra vez tú! ¡Weasley, siempre tienes que andar metiendo la pata con todo el mundo!

- Pankinson - Ron también la había reconocido, pero sólo dedujo que era Pansy al dejar a la vista aquellos penetrantes ojos azules que ahora lo observaban con desprecio - Deberías mirar por dónde vas.

- ¡Ja! - había puesto las manos en jarra, desafiante - Eres tú el que ibas como un imbécil atolondrado.

- Te recuerdo que la que ha caído al suelo y destrozado su vestido eres tú - Ron parecía orgulloso con su conclusión. Ante toda respuesta, Pansy arqueó las cejas, desafiante.

- ¿Ah, sí? - se quitó con una mano un pegote de helado del vestido, se embadurnó ambas manos y, para asombro de Ron, le estampó sus dos manos chocolateadas en su camisa blanca - Hala, mi firma. Para que te acuerdes de mí -cogió un poco más y, con mucha sangre fría, se la pasó por la cara, de arriba abajo - Ea, y otro poquito más de regalo.

- ¡Pero serás…!

- ¡Eh! - le cortó, señalándose el vestido - Cuidadito con lo que me dices que todavía me queda arsenal para un par de firmas más.

Ron contrajo los labios en un rictus severo durante unos segundos, apretó los puños y Pansy creyó que le iba a pegar. Buscó su varita a tientas en el bolso y cuando ya se disponía a enfrentarse con dignidad a su oponente éste hizo algo fuera de lo común: Comenzó a reírse desenfrenadamente. Weasley se llevó las manos a la barriga, temblaba, y sus pecas estaban multiplicándose por mil debido a sus carcajadas esperpénticas. Todo ello frente a Pansy, que no sabía exactamente a qué venía tanta alegría.

- Estás… tú… horrible… - hablaba con dificultad, pero ella pudo deducir que se refería claramente a su aspecto.

Se giró para verse reflejada en el cristal del establecimiento que tenía enfrente, y no pudo evitar abrir la boca con estupor en un grito ahogado. Su recogido estaba hecho trizas, mechones negros caían por todos lados sin ton ni son, dándole un aspecto de loca que superaba con creces el de la mismísima Luna. El rostro estaba manchado de chocolate en algunos puntos dónde se habían mezclado con las lágrimas, formando churretes -como en su nariz, frente y barbilla- y sólo mantenía un zapato puesto, con el tacón roto -el otro inexplicablemente había volado a un par de metros-. A regañadientes, Pansy admitió que era divertido, y contagiada por el pelirrojo -también debido a su ridículo aspecto a juego con el suyo propio- comenzó a reír también.

Pasaron al menos cinco minutos antes de que se produjera un tenso silencio entre ellos. Ron se enjugaba las lágrimas y Pansy intentaba, sin éxito, romper el tacón del otro zapato para poder andar sin cojear. Ron se lo quitó de sus manos e hizo el trabajo por ella.

- Es lo menos que podía hacer - le respondió, sin esperar las gracias por su parte. Luego le hizo un gesto con la mano y se marchó.

Pansy lo vio alejarse, con su cuerpo larguirucho, sus hombros oscilando levemente y aquel andar tan característico también en Bill, arrastrando los pies como alma en pena. Ron Weasley tenía un leve parecido a su hermano mayor -aunque su melena no fuera tan larga y su atractivo tan atrayente- pero en aquellos momentos era Ron el que estaba allí. Ron, el que había chocado con ella, le ayudó a levantarse y luego se rió de su aspecto sin temer represalias -algo que no le sucedía todos los días-. Weasley, la Comadreja amiguito de Potter y ex novio de Hermione, ese cabeza hueca que no tenía ni dos neuronas activas pero que, según Granger, jugaba excelentemente al ajedrez. Ron, que se parecía tanto a Bill.

Bill.

Sin saber cuándo -o cómo, o qué diablos estaba haciendo- llegó a su lado, lo sujetó del brazo y lo volteó para quedar frente a frente con ella. Los ojos azules del muchacho la observaban con desconfianza, y frunció el ceño como gesto de advertencia.

- Tengo hambre - le confesó Pansy, sin dejar de sonreír.

- Felicidades - adujo él, intentando proseguir su camino. Ella no lo soltó.

- Oye, intento invitarte a merendar - el ceño se contrajo más, y de nuevo esas motas comenzaron a aflorar como salidas de la nada - Digo, si tu quieres.

- Ah - parpadeó varias veces, como procesando la información. Finalmente se encogió de hombros - Vale, así pagas mi camiseta - sonrió y se señaló la prenda - Me la compré hace un par de semanas.

- Weasley - Pansy le dio un empujón conciliador, como de amigo a amigo. Ella también se señaló a sí misma - Es un Gucci ¿Sabes lo que significa? Que deberás hacer horas extras para devolverme todo ese dinero - al ver la cara de espanto que ponía añadió - Aunque, en fin, quizá me conforme con un helado de chocolate.

Sin saber porqué, Ron le sonrió, y aquella sonrisa se parecía a la de Bill.

- Creo que eso sí te lo puedo conceder.

Y juntos partieron rumbo a la cafetería, olvidando por unas horas, el profundo desprecio que se tenían.

Mañana, quizá, volverían a odiarse de nuevo.

*****

PVO Hermione.

Al no tener ningún plan mejor, Ginny accedió a comer conmigo. Pedimos una pizza,, preparé una ensañada, tomamos coca cola y divagamos sobre las mil y una posibilidades de sacar una suculenta suma de dinero, múltiples propiedades en Hogsmeade y Valle de Godric vendiendo la exclusiva de mi beso con Malfoy a Skeeter. Luego comenzamos a preparar un chantaje en toda regla, donde Astoria Greengrass -alias Muñeca de Porcelana Diabólica- tenía un papel protagonista.

- No entiendo cómo puede casarse con Malfoy - Ginny picoteaba su tarta de manzana, jugando con el tenedor - Es guapo, sí, pero todo el atractivo que tiene se queda en un segundo plano cuando abre la boca. -suspiró varias veces y añadió - Me recuerda a Harry. También a Ron.

- Si te escucharan, considerarían la alusión un insulto en toda regla. - le informé, mientras lavaba los platos en la cocina.

- Me gustaba tenerte como cuñada - se sinceró Ginny, cogiendo un paño para secar los vasos - Es decir, sé que lo tuyo con mi hermano terminó, pero tal vez cuando lo de Zabinni clausurara tú y él…

- Ginny, no ejerzas de alcahueta - le corté, y casi se me resbala la fuente de ensalada al recordar las últimas palabras de Ron en la tienda de George y Angelina - No voy a negar que lo quiero, pero sólo como amigo, de la misma forma que estimo a Harry.

- Cho no fue a visitarlo - Ginny intentó que pareciera casual, pero no pude evitar una sonrisa - Harry dice que no mantienen contacto desde que ella se marchó a Nueva York.

- ¿Y a ti te importa? - le pregunté, sabiendo de antemano que no me respondería con la verdad.

- ¡No! Es sólo que… ¡vamos, Hermione, no pongas esa cara de sabelotodo! -resopló con impaciencia - Intento constatar un hecho objetivo, nada más.

- Ya.

Un estruendo procedente de la chimenea me hizo dar un respingo. Me volví para ver quién era. Allí en el suelo, había un bulto grande que se irguió en pocos segundos como un dios, sacudiéndose las cenizas de su camisa negra. Oí como Ginny murmuraba a mi lado “Joder” y yo no pude evitar que la fuente finalmente se resbalara entre mis dedos, haciéndose añicos en el suelo.

- Vaya, vaya, ¡miren nada más! La pobretona Weasley y la rata de biblioteca unidas en sus quehaceres habituales.

- No eres bienvenido a ésta casa, Malfoy - no sé como logré articular palabra, quizá porque lo único que deseaba en esos instantes es tener la capa invisible de Harry y desaparecer de allí inmediatamente.

- Vamos, Granger, ¡pero si desde que he llegado tu cuchitril tiene más luz y estilo! -rezongó, cruzándose de brazos - De todos modos, y aunque me lo paso en grande enumerando tus múltiples defectos, no he venido a eso.

- ¿Ah, no? - arqueé las cejas y cambié mi peso de un pie a otro - ¿A qué debemos, entonces, tu inesperada visita?

Sus ojos grises se volvieron a Ginny, y le espetó un “Esfúmate” que ella no escuchó, pues permaneció junto a mí, con el trapo de cocina en sus manos como una estatua de mármol.

- He dicho que te largues, Weasley.

Ginny me lanzó una mirada que logré entender “Si quieres me quedo”, pero negué con la cabeza, sin estar del todo segura de poder hacerme con la situación. Dejó el paño de cocina, me dio un beso, -murmuró un “ire a cotillear en el pensadero de Pansy“-, colocó las entradas del próximo partido de quidditch en la encimera y se desapareció. Fui hacia, que se había acomodado en mi sofá con descaro.

- ¿Y bien?

- Granger, creo que tú y yo tenemos una conversación pendiente. -puse los ojos en blanco, molesta.

- ¿En serio?

- Por supuesto -corroboró, incorporándose del sofá para quedar a pocos centímetros de mí - Hay hechos inexplicables que necesitan ser analizados.

Ya está, pensé, esa es mi sentencia de muerte. Ahora alzará su varita y me fulminará ahí mismo como un pollo. Tragué saliva y traté por todos los medios que no notara mis temblores, el sudor de mi frente o el movimiento de mis manos.

- Tú dirás.

- Quiero saber qué pasó anoche. Pansy me ha contado algo, pero creo que no todo fue idea suya. Tú tienes algo que ver y me debes al menos, una respuesta factible.

- No sé de qué me hablas.

- Entonces será mejor que te refresquemos la memoria.

Y por segunda vez en toda mi existencia, Draco Malfoy me volvió a besar.

********************************************************************

Bueno, no era lo que tenía en mente al principio, pero… ahí queda. Por fin en el siguiente capítulo veremos a Malfoy y Hermione un poquillo más compenetrados.

Se aceptan de todo menos virus.

Besos: Shashira.

2 comentarios:

  1. bueno niña como siempre haciendo presente en tu blog y espero con ansias el cap. 10 bay cuidate

    ResponderEliminar
  2. Shashi, esto se pone cada vez mejor!!espero el prox capi, besos♥

    ResponderEliminar